Palinodia de Leopardi

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Odas, epístolas y tragedias
Palinodia de Leopardi​
 de Marcelino Menéndez y Pelayo


Al marqués Gino Capponi
 Erré, cándido Gino, largo tiempo,   
 Y grandemente erré. Mísera y vana   
 Juzgué la vida; insulsa más que todas   
 Esta presente edad. Intolerable   
 Fue y pareció mi lengua a la dichosa   
 Prole mortal, si es que mortal se puede   
 Llamar el hombre. Entre desdén y asombro,   
 Del Edén odorífero en que habita,   
 Rió la alta progenie afortunada,   
 Y me llamó infeliz, y de placeres   
 Incapaz o inexperto, pues mi hado   
 Juzgué común, y de mi mal, consorte   
 Al humano linaje. Al fin mis ojos   
 Hirió la diaria luz de las gacetas,   
 Entre el humo volátil del cigarro   
 Y el ruido de crujientes pastelillos,   
 Entre el rumor de sacudidas tazas   
 Y blandidas cucharas, ante el grito   
 Ordenador de helados y bebidas   
 Cual voz de mando. Y confesé humillado   
 La pública alegría y las dulzuras   
 Del destino mortal noble y excelso;   
 Y vi el valor de las terrenas cosas,   
 Y toda flores la carrera humana,   
 Las obras estupendas, las virtudes,   
 Alto saber, estudios y prudencia   
 De nuestro siglo. De la Osa al Nilo,   
 Del Catay a Marruecos, y de Goa   
 A Boston, vi correr reinos, ducados   
 E imperios, anhelantes tras las huellas   
 De la felicidad y asirla casi   
 Por los flotantes rizos, o a lo menos   
 Por la cola del manto. Y esto viendo   
 Y meditando las profundas hojas,   
 Del grave antiguo error que me cegaba   
 Y aun de mí mismo yo tuve vergüenza.   
   
 Áureo siglo, Marqués, hilan ahora   
 Los husos de las Parcas. Todo diario   
 En varias lenguas y columnas varias,   
 De todas partes lo promete al mundo.   
 Universal amor, ferradas vías,   
 Vapor, tipos, comercio y aun el cólera,   
 Los más lejanos pueblos y naciones   
 En lazo estrecharán; ni maravilla   
 Será que suden leche las encinas   
 Y miel los robles, o danzando giren   
 A los sones de un vals. Tanto ha crecido   
 El poder de retortas y alambiques   
 Y máquinas del cielo emuladoras,   
 Y tanto crecerá, volando siempre   
 De progreso en progreso, sin medida,   
 De Cam, de Sem y de Jafet la prole.   
   
 No cual un día comerá bellotas   
 Si el hambre no la obliga; el duro hierro   
 No depondrá. Con pólizas de cambio   
 Satisfecha tal vez, la plata y oro   
 Despreciará la generosa estirpe;   
 Mas no de sangre de los suyos nunca   
 Su mano ha de lavar; antes cubierta   
 Será de estragos, con la vieja Europa,   
 Del Atlántico mar la otra ribera,   
 Fresca nodriza de sin par cultura;   
 Y en campo lidiarán fraternas huestes   
 Por pimienta o aromas o canela   
 O por el jugo de melosa caña,   
 O alguna otra razón, práctica y útil.   
 Y valor y virtud, y fe y modestia,   
 Y amor a la justicia, escarnecidos   
 Y de toda república arrojados   
 Como siempre serán; que es su destino   
 Estar siempre debajo. Torpe fraude   
 Y audacia impune elevarán su frente,   
 Nacidas a reinar. De imperio y fuerza,   
 Ya unidas en un haz, ya separadas,   
 Abusará quienquiera que los rija;   
 No importa el nombre. Que esta ley grabaron   
 Hado y Natura en tablas de diamante,   
 Y no la borrarán con sus centellas   
 Volta ni Davy, ni Inglaterra toda   
 Con las máquinas suyas, ni en un Ganges   
 De políticas hojas nuestro siglo   
 Ha de anegarla. Siempre el vil en fiesta,   
 Siempre el bueno en tristeza; conjurado   
 El mundo todo contra excelsas almas;   
 Del verdadero honor perseguidoras   
 Calumnia, odio y envidia; de los fuertes   
 Despojo el débil, de los ricos siervo   
 El ayuno mendigo, en toda forma   
 De público gobierno, cerca o lejos   
 Del polo o de la eclíptica, y por siempre,   
 Si al humano linaje esta morada   
 O la lumbre del sol no se nos niega.   
   
 Estas leves reliquias, estos rastros   
 De la pasada edad, fuerza es que impresos   
 Lleve la que ora surge edad del oro,   
 Porque de mil discordes elementos   
 Tejida está la condición humana,   
 Y a ponerlos en paz nunca bastaron   
 Fuerza ni entendimiento de los hombres,    
 Desque nació su generosa raza;   
 Ni bastarán, aunque potentes sean,   
 En nuestra edad periódicos y pactos.   
 Pero en cosas más graves será entera   
 Nuestra felicidad nunca soñada.   
 O de lana o de seda los vestidos   
 Han de ser más galanos cada día;   
 Dejará el labrador los rudos paños   
 Por cubrir de algodón su piel hirsuta,   
 De castor su cabeza. Y apacibles   
 A la vista, mil cómodos sillones,   
 Mesas y canapés, lechos, tapetes,   
 Adornarán con su mensual belleza   
 Todo aposento. De manjares formas   
 Nuevas admirará, calderas nuevas,   
 La humeante cocina. Y rapidísimo   
 De París a Calais, de Calais a Londres   
 Y de aquí a Liverpool, será el camino,   
 Por no decir el vuelo...   

 Iluminadas   
 Mejor que ora lo están, mas no seguras,   
 Serán de las ciudades populosas   
 Las más ocultas y torcidas calles.   
 Tales dulzuras, tan dichosa suerte   
 A la naciente prole se aperciben.   
 ¡Feliz aquél que mientras esto escribo   
 Llora en los brazos de la fiel niñera!   
 Él ha de ver el suspirado día   
 En que aprendan los niños con la leche   
 De la cara nodriza, cuánto peso   
 De sal, cuánto de carne, cuánta harina   
 Consume en cada mes la patria aldea,   
 Y cuántos de nacidos y de muertos   
 Anualmente consigna en su registro   
 El anciano prior; cuando por obra   
 Del potente vapor, en un segundo   
 Impresas a millones, llano y monte   
 Y aun de los mares la extensión inmensa,   
 Cual bandada de grullas que se abate   
 Sobre ancho campo, y obscurece el día,   
 Cubrirán las gacetas, vida y alma   
 Del universo, y de saber en ésta   
 Y en la futura edad única fuente.   

 Como un infante, con asiduo anhelo   
 Fabrica de cartones y de hojas   
 Ya un templo, ya una torre, ya un palacio,   
 Y apenas le ha acabado, le derriba,   
 Porque las mismas hojas y cartones   
 Para nueva labor son necesarias;   
 Así Natura con las obras suyas,   
 Aunque de alto artificio y admirables,   
 Aún no las ve perfectas, las deshace,   
 Y los diversos trozos aprovecha.   
 Y en vano a preservarse de tal juego,   
 Cuya eterna razón le está velada,   
 Corre el mortal, y mil ingenios crea   
 Con docta mano; que a despecho suyo,   
 La natura cruel, muchacho invicto,   
 Su capricho realiza, y sin descanso   
 Destruyendo y formando se divierte.   
 De aquí varia, infinita, una familia   
 De males incurables y de penas,   
 Al mísero mortal persigue y rinde;   
 Una fuerza implacable, destructora,   
 Desque nació le oprime dentro y fuera   
 Y le cansa y fatiga infatigada,   
 Hasta que él cae en la contienda ruda   
 Por la impía madre opreso y enlazado.   
 ¡Del estado mortal miseria extrema!   
 ¡Vejez y muerte que comienzan cuando   
 El labio infante el tierno seno oprime   
 Que la vida destila! Ni enmendarlos   
 Podrá, por sabio y por feliz que sea,   
 El siglo nono-décimo, ni cuantas   
 Vengan tras él edades sucesivas.   
 Mas si lícito me es la verdad neta   
 Por su nombre decir, sólo infelice   
 Será todo nacido, en cualquier tiempo,   
 No en la vida civil, en toda vida,   
 Por esencia insanable y ley eterna   
 Que cielo y tierra abraza. Pero nuevo   
 Y divino remedio imaginaron   
 De nuestra edad los ínclitos talentos,   
 Pues no pudiendo hacer feliz a nadie,   
 Se dieron a buscar, dejando al hombre,   
 Una común felicidad, e hicieron   
 De muchos tristes un alegre pueblo,   
 Todo paz y ventura. Y tal portento,   
 En folletos, revistas y gacetas,   
 No declarado aún, asombra al mundo.   
   
 ¡Oh mente sobrehumana, oh agudeza   
 Del siglo que ora corre! ¡Y qué seguro   
 Filosofar, y qué sapiencia, amigo,   
 En más sublime asunto y remontado   
 Enseña nuestra edad a las futuras!   
 ¿No ves con qué constancia hoy escarnece   
 Lo que ayer adoró, y el ara abate   
 Para juntar mañana sus pedazos   
 Y venerarlos entre humeante incienso?   
 ¡Oh cuánta fe y estimación merece   
 El concorde sentir de nuestro siglo...   
 O el del año corriente!... ¡Y qué trabajo   
 Es comparar nuestro sentir y ciencia   
 Con el del año actual y el del que viene,   
 Porque ni un punto discrepemos todos!   
 ¡Cuánto en filosofar adelantamos   
 Si al moderno se opone el tiempo antiguo!   
   
 Uno de tus amigos, y maestro   
 No sólo en poesía, mas en todas   
 Artes y ciencias, de la humana mente   
 Árbitro enmendador, me aconsejaba:   
 «No cantes tus afectos y dedica   
 Esa viril edad a los severos   
 Estudios económicos. Atiende   
 Al público gobierno. ¿El propio pecho   
 Qué te vale explorar? Materia al canto   
 No busques en ti mismo. Las grandezas   
 De nuestro siglo di; di su esperanza   
 Que madurando va.»   

 ¡Recto consejo,   
 Que yo escuchaba con solemne risa,   
 Al resonar en mi profano oído   
 Ese cómico nombre de esperanza!   
 Mas ora vuelvo atrás y la carrera   
 Contraría emprendo, persuadido al cabo   
 Que quien anhele gloria y busque fama,   
 Al propio siglo contrastar no debe,   
 Sino adular y obedecer: ¡por corta   
 Y fácil vía llegaré a los astros!   
 De tan alta ventura deseoso   
 Materia no darán al canto mío   
 De la presente edad los intereses.   
 Ya sabrán mercaderes y oficinas   
 Cuidar de ellos mejor. Mas la esperanza   
 He de decir, que ya visible prenda   
 Nos conceden los dioses; ya de larga   
 Felicidad principio, ostenta el labio   
 Y el rostro del garzón enorme pelo.   
 ¡Oh luz primera, saludable signo   
 De la famosa edad que se levanta,   
 Mira cómo se alegran tierra y cielo   
 Delante a ti; cómo fulgura el rostro   
 De la doncella, y en convites vuela   
 La gloria ya de los barbados héroes!   
 ¡Crece, crece a la patria, oh masculina   
 Moderna prole! A tu velluda sombra   
 Italia crecerá, crecerá Europa   
 De las fauces del Tajo al Helesponto,   
 Y el mundo al fin reposará seguro.   
 ¡Y tú comienza a saludar con risa   
 A los híspidos padres, prole infante,   
 Para los áureos días elegida!   
 Ni te asuste el negrear de su semblante.   
 ¡Sonríe, oh tierna prole; a ti guardado   
 De tanto y tanto hablar espera el fruto!   
 Mira el gozo reinar, ciudades, villas,   
 Vejez y juventud al par contentas   
 Y las barbas ondear largas dos palmos.