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Parte oficial del Capitán de Navío Galvarino Riveros Cárdenas sobre el combate de Angamos

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Antofagasta, Octubre 10 de 1879.

Señor Comandante General.

Después de mi arribo a Mejillones de Chile que de doy cuenta a V. S. en nota de hoy, relatando el resultado de mi expedición sobre Arica, me ocupé activamente en hacer tomar carbón a los buques de la Escuadra para marchar con ella al sur. Indicábame esta marcha la repetición de telegramas tanto del Supremo Gobierno como del señor Ministro de la Guerra en Antofagasta, en los que se establecía el hecho indudable de que las naves de guerra peruanas hostilizaban las costas de Chile.

Acordé con los comandantes de los buques salir de aquel puerto en altas horas de la noche, con la Escuadra en dos divisiones. Una formada por las naves de más lento andar, que marcharía a vista de tierra inspeccionando las caletas y cualquiera abrigos de la costa en donde pudiera hallarse en acecho el enemigo, y otra de naves ligeras, que iría detrás a veinte o veinticinco millas, más o menos, lejos de tierra.

Esa combinación no llegó a realizarse a causa de un telegrama del señor Ministro de la Guerra en el que ordenaba directamente al comandante del blindado Cochrane que se mantuviese durante esa noche y hasta las doce meridiano del siguiente día cruzando con la O'Higgins y el Loa a la altura de Mejillones de Chile. El Blanco Encalada, la Covadonga y el transporte Matías Cousiño debían marchar hacia el sur y cruzar durante la noche no lejos del puerto de Antofagasta.

En cumplimiento de esas órdenes, zarpé para Mejillones con los buques nombrados a las diez P. M. del día 7 y marché a la vista de la costa y con rumbo al sur.

Como a las 3.30 A. M. del día 8, y a la altura de Punta Tetas, la guardia del Blanco Encalada avistó por la proa dos humos de vapores, que parecían salir de la costa, como a reconocer a los que marchaban bajo mi mando. La distancia a que se presentaron esas naves era como de cinco millas.

Ordené gobernar inmediatamente sobre los buques avistados, los que comenzaron a alejarse tan pronto como me dirigí sobre ellos. Esta circunstancia me hizo comprender que me hallaba en presencia de las naves enemigas, y poco más tarde la claridad del día me trajo la convicción de que el Huáscar y la Unión huían delante del Blanco Encalada.

La caza estaba empeñada. A pesar del mal estado de los calderos del Blanco ordené dar a la máquina toda su fuerza y seguir rumbo directo sobre el enemigo. Comprendí muy bien, visto el andar de las naves perseguidas, que serían inútiles mis esfuerzos si no acontecía, como lo esperaba confiadamente, que el resto de las naves de la escuadra chilena saliese al paso y contuviese al enemigo en su huida. Para esperarlo, recordaba que el comandante del Cochrane debía a esa hora cruzar como a veinte millas al oeste de la Punta Angamos.

El enemigo huía delante del blindado chileno, a veces inclinando su rumbo hacia el oeste, a veces acercándose a tierra, pero siempre en dirección al norte. El superior andar de sus naves aumentaba por momentos la distancia que nos separaba. Mi deber era, sin embargo, continuar sin descanso la persecución, como el mejor medio de llevar al enemigo hacia un combate inevitable, esperando que al fin se presentase el crucero de Mejillones.

Como a las 7 A. M. se avistaron hacia el noroeste humos de vapor. Momentos después pudo adquirirse la certeza de que se presentaban nuestras naves esperadas y de que emprendían por su parte la caza al enemigo.

Las naves peruanas, reconociendo el peligro que las rodeaba, forzaron sus máquinas y continuaron huyendo hacia el norte, pero no lejos de la costa. Entre los buques enemigos y nuestros blindados mediaría en esos momentos una distancia como de seis mil a ocho mil metros. La Unión, como de mayor andar, aumentaba visiblemente esa distancia. En la caza de esta nave se empeñaron la corbeta O'Higgins y el vapor Loa, alejándose rápidamente del resto de la Escuadra. Los blindados siguieron a toda fuerza sobre el Huáscar.

El Cochrane, dando la mayor presión posible a su máquina, alcanzó notablemente a estrechar la distancia que lo separaba del monitor peruano. Éste, con supremos esfuerzos, procuró buscar una escapada hacia el norte, pero el blindado chileno ganaba sobre él cortándole el paso, y se veía que no estaba distante el momento en que, siendo imposible la huida, debía realizarse el combate.

A las 8.40 A. M. el Cochrane se hallaba como a tres mil metros de dstancia del Huáscar. A las 9.15 el Huáscar, siempre huyendo, disparó sobre el Cochrane sus primeros cañonazos. Nuestro blindado no contestó. Con una serenidad digna de elogio, su comandante no se preocupó del fuego del enemigo; siguió avanzando sobre él, a fin de que los disparos del Cochrane fuesen más certeros y terribles.

El combate pocos momentos después se empeñó con nutrido fuego de cañón de una y otra nave.

El Blanco, mientras tanto, avanzaba sobre el enemigo. El Huáscar, después de sostenido cañoneo con el Cochrane, dirigió su proa hacia el Blanco, haciendo algunos disparos sobre este blindado, que fueron inmediatamente contestados.

Hubo un instante en que dejó de verse izada la bandera del Huáscar, y se creyó concluido el combate: pero la bandera peruana volvió a levantarse en la nave enemiga, y la lucha continuó.

Las distancias se acortaron de tal manera que se creyó llegado el momento de emplear el espolón, evitando el del buque contrario. Hubo un instante en que el Huáscar pasó como a veinticinco metros de distancia del Blanco, disparando sus cañones y haciendo nutrido fuego con las ametralladoras de sus cofas.

El Cochrane, alejado por algún trecho del Huáscar por el movimiento que este monitor hizo sobre el Blanco, volvió otra vez sobre él, y maniobrando con oportuna destreza, colocó al enemigo entre dos fuegos. En esos momentos, el Huáscar, bajo una lluvia de proyectiles de nuestros blindados, se vió obligado a rendirse.

Casi al terminar el combate llegó la Covadonga a tiro de cañón, y alcanzó a disparar uno de sus proyectiles sobre el enemigo.

Pudo observarse ya que había entrado la desmoralización en la tripulación de la nave peruana. A pesar de que su máquina seguía funcionando, como intentando todavía escapar, se veía que desde sus bordas se arrojaban al agua algunos de sus tripulantes.

En esas circunstancias hice cesar los fuegos, y me ocupé en ordenar que se arriasen los botes de las naves más próximas para llevar oportunos auxilios a los náufragos. Desde el Blanco Encalada uno de esos botes, al mando del mayor de órdenes de la escuadra, se dirigió al Huáscar para tomar allí a los señores jefes de aquel blindado. Momentos después volvía ese bote a bordo trayendo la triste noticia de que el Comandante Grau había muerto, arrebatado por un proyectil. Su cadáver había desaparecido. Poco después de esa muerte, sucumbieron también dos jefes más que lo habían reemplazado.

La muerte del contralmirante peruano don Miguel Grau ha sido, señor Comandante General, muy sentida en esta Escuadra, cuyos jefes y oficiales hacían amplia justicia al patriotismo y al valor de aquel notable marino.

Me ocupé enseguida en prestar atención preferente al transbordo y cuidado de heridos y prisioneros, coloqué guarnición chilena a bordo del buque rendido, y lo envié inmediatamente a Mejillones de Chile.

El triunfo obtenido en la proximidad de ese puerto ha debilitado inmensamente las fuerzas marítimas del enemigo y ha dado a la república un excelente buque de guerra. Habiendo quedado su máquina en perfecto estado, puede ese buque, con algunas reparaciones, volver a entrar en combate enarbolando la bandera nacional. A más de esa valiosa adquisición, tenemos en nuestro poder veintiocho prisioneros entre jefes y oficiales, y un número de más de cien individuos de tripulación.

Este resultado se ha obtenido con pocos sacrificios. El Cochrane recibió dos proyectiles enemigos, que no dañaron ninguna parte vital del buque. Su tripulación, según parte del comandante, tuvo diez heridos, de los cuales sólo uno ha fallecido, quedando otro de alguna gravedad, y el resto con heridas leves. El Blanco Encalada no tuvo en el combate ni pérdida ni deterioro alguno.

La conducta de los señores jefes, oficiales y tripulación de los buques que rindieron al Huáscar, ha sido digna de todo elogio.

Cuando se ven los destrozos que nuestros proyectiles hicieron en el nave enemiga, se comprende que los combatientes de los buques chilenos debieron tener durante el combate igual serenidad que en un tiro al blanco.

En comunicaciones separadas elevaré al conocimiento de V. S. los estados nominativos de los prisioneros de guerra capturados en el Huáscar, el número de muertos y de heridos, y los partes respectivos de los señores comandantes de los buques de mi mando que tomaron parte en este hecho de armas. Debo, sí, antes de concluir, agregar que la O'Higgins y el vapor Loa, que se alejaron persiguiendo a la Unión, dieron la caza hasta la altura del río Loa. Viendo la imposibilidad de alcanzarla, suspendieron la persecución, y ya entrada la tarde, hicieron proa al sur y volvieron a Mejillones de Chile, donde fondearon a las 9 A. M. del día 9.

Dios guarde a V. S.

GALVARINO RIVEROS

Al señor Comandante General de Marina.

Bibliografía

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Historia militar del Perú, Volumen 2. Librería e imprenta Gil, 1931