Pasividad y rebeldia
En los rincones húmedos de las viviendas miserables, se producen seres obscuros, viscosos, las más de las veces torpes, que empeñan también la lucha por la vida, explotando el medio que los produce, el lodazal infecto, mefítico y malsano, sin el cual su existencia no vendría a provocar la repugnancia de otros seres que se desarrollan en medios diferentes.
Posible es que la sabandija llegue a creerse, de buena fe, la protectora y salvadora del rincón negro y húmedo, y que intente esfuerzos para prevenir que el sol y la escoba entren a él revolucionando, transformando el medio con la destrucción del medio y sus productos. Cumple con ello el deber de la propia conservación, porque ¿a dónde iría ella, falta de miasmas, de sombra y podredumbre?
La resistencia del pasivismo se revuelve ahora contra el impulso progresista de la revolución.
Los miriápodos y los arácnidos, los escorpiónidos y los necróforos, el mundo de sabandijas que vive de las miserias del pueblo, ensayan actitudes y reptaciones hábiles para esquivar y detener el golpe de la escoba y el rayo del sol.
Defienden su medio de convencionalismo y enervamiento, porque él garantiza su vitalidad en detrimento constante de la masa de los productores.
Los pasivos alzan el clamor llamándose apóstoles de la evolución y condenando todo lo que tiene algo de rebeldía; apelan al miedo, hacen llamamientos patéticos al patriotismo; acuden a la ignorancia y llegan a aconsejar al pueblo que se deje matar y ultrajar en los próximos comicios y vuelvan una y otra vez a ejercer pacíficamente el derecho de sufragio, a que una y otra vez lo burlen y lo asesinen los tiranos. Pero nada de salirse del fétido rincón, al cual se pretende evolucionar agregando más y más inmundicias, más y más cobardías.
A una voltereta dentro de un centímetro cúbico de legamo, llaman ellos la evolución salvadora, la evolución pacífica necesaria; necesaria para ellos, que están en su elemento, en el medio que los crea y los nutre, pero no para los que buscamos el ambiente puro, claro y saludable que sólo la Revolución podrá hacer al destruir a los déspotas actuales y también, muy esencialmente, las condiciones económico sociales que los han producido y que harían brotar otros nuevos si tuvieramos la insensatez de acabar únicamente los efectos para dejar subsistir las causas, si evolucionáramos como ellos, los pasivos, dando un tumbo en su centímetro cúbico de legamo.
La evolución verdadera que mejore la vida de los mexicanos, no la de sus parásitos, vendrá con la revolución: ésta y aquella se completan y la primera no pueda coexistir con los anacronisnos y subterfugios que despiertan hoy los redentores del pasivismo.
Para evolucionar es preciso ser libre y no podemos tener libertad si no somos rebeldes, porque nunca tirano alguno ha respetado a los pueblos pasivos; jamás un rebaño de carneros se ha impuesto con la majestad de su número inofensivo, al lobo que bonitamente los devora sin cuidarse de otro derecho que el de sus dientes.
Hay que armarse, pero no de un voto inútil, que siempre valdrá tanto como el tirano quiere, sino de armas efectivas y menos candorosas cuyo uso nos traiga la evolución ascendente y no la regresiva que preconizan los luchadores pacifistas.
¡Pasividad, nunca! Rebeldía, ahora y siempre.
Práxedis G. Guerrero
Punto Rojo, N° 3 del 29 de Agosto de 1909. El Paso, Texas