Paterna sane sollicitudo
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA
La solicitud paternal que, por el alto oficio recibido de la divina Providencia, sentimos por todos los fieles esparcidos por las diversas partes de la tierra, nos pide, sin duda, que amemos con particular afecto a aquellos que, encontrándose más afligidos, necesitan un cuidado más atento del Padre común. Desde que fuimos elevados a la cátedra de San Pedro, hemos dirigido esta vivaz atención a vosotros, Venerables Hermanos, pues os sabemos oprimidos por tal vejación, indigna de un pueblo civilizado y abierto al progreso, mayoritariamente católico.
Cuán injustas son las leyes y prescripciones que gobernantes hostiles a la Iglesia han impuesto a los ciudadanos católicos de la República Mexicana, está de más recordaros que, habiendo sufrido este aagravios durante mucho tiempo, sabéis bien lo lejos que están de los principios del ordenamiento jurídico racional y del bien común, tanto que ni siquiera merecen el nombre de leyes. Con razón, pues, nuestro predecesor Benedicto XV, de feliz memoria, os alabó cuando, al rechazar justa y virtuosamente estas leyes, elevasteis una protesta solemne que Nosotros mismos con esta carta no sólo ratificamos sino que hacemos nuestra. Nos sentimos particularmente movidos a esta protesta y condena pública porque, día a día, la guerra contra la religión católica se recrudece cada vez más por parte de quienes dirigen el gobierno, al punto de dejar sin efecto, con grave daño de vuestra amada nación, lo que hmos tratado y tratamos de hacer por la pacificación del pueblo mexicano. Nadie ignora que hace dos años Nuestro Delegado[b], a quien habíais acogido con tantas manifestaciones de deferencia y alegría, fue expulsado de este país, contra todo sentido de la justicia y la lealtad, por considerarlo una persona peligrosa para la seguridad del Estado, lo que supone una grave afrenta a Nosotros mismos, a los Obispos y a toda la Nación Mexicana
Pero, si entonces deliberadamente nos abstuvimos de cualquier protesta -que ciertamente requería con razón lo que había sucedido- y pacientemente y durante mucho tiempo soportamos este insulto, invitándoos también a tolerarlo con el mismo espíritu, esto no se debe atribuir solo al gran anhelo de paz que Nos solicitaba, sino también a la esperanza ardiente, alimentada por Nosotros con corazón paternal, de que el Gobierno de la República reconocería y admitiría espontáneamente las válidas e indiscutibles razones de Nuestro Delegado.
En efecto, esta moderada condescendencia nuestra no tuvo mal resultado porque este gobierno se comprometió formalmente a recibir a nuestro delegado y a no hacer nada que ofendiera su dignidad y su altísimo cargo. Comprendéis fácilmente cuál fue nuestra dolorosa sorpresa cuando supimos que el mismo Gobierno, a pesar de haber recibido sin dificultad[1] a nuestro Delegado Apostólico Serafin Cimino, con un comportamiento inédito, aprovechando su ausencia temporal por motivos de salud, le prohibió regresar a México, y esto sin justa causa Por tanto, ese Gobierno, negándose a la presencia de Nuestro Delegado, a quien casi todos los Gobiernos reciben como embajadores de paz, lo rechazan y se deja llevar por esa conducta injusta que se produce entre vosotros con gravísimo perjuicio para los ciudadanos católicos.
En efecto, de día en día se adoptan con mayor dureza aquellas prescripciones y decretos que, de ser respetados, impedirían a los ciudadanos católicos gozar de los derechos comunes e, incluso, cumplir con las obligaciones y deberes de la religión cristiana. Mientras tanto, el Gobierno niega a la Iglesia Católica esa libertad que concede ampliamente a una secta cismática a la que llama "Iglesia Nacional"; favorece su formación y sus iniciativas sólo porque es contraria a los derechos de la Iglesia Romana, mientras os considera enemigos de la República porque defendéis la integridad y seguridad del patrimonio de la fe ancestral. Pero mientras tales hechos Nos traen un dolor muy grande, el único gran consuelo viene a Nuestra mente al saber que el pueblo mexicano combate vigorosamente las maquinaciones de los cismáticos, por lo que, mientras damos muchas gracias a la Divina Providencia, nos alegra honraros a vosotros, Venerables Hermanos, y a todos los fieles de la República Mexicana con las mayores alabanzas; y al mismo tiempo os exhortamos de todo corazón a que continuéis con ánimo fuerte la defensa de la religión católica. Profundamente conmovidos por las tribulaciones a las que estáis sometidos, Nos gusta repetiros las palabras que pronunciamos en el Sagrado Consistorio del 14 de diciembre del año pasado, en presencia de la augusta asamblea de cardenales: "No podemos tener la esperanza de tiempos mejores sino contando con una especial intervención de la misericordia de Dios, al que invocamos todos los días súplicate, y en un obra concordante y disciplinada de la acción católica que debe promoverse en el pueblo”.
Con corazón paterno os dirigimos, pues, Nuestro principal consejo, para mover vuestro ánimo paterno a propagar en la grey encomendada a vuestro cuidado una "acción católica" cada día con una mayor unión y disciplina. Decíamos Acción Católica"; en efecto, en la difícil situación en que os encontráis, es absolutamente necesario, Venerables Hermanos, que vosotros, todo el clero y también las asociaciones católicas, os mantengáis completamente al margen de cualquier partido político, para no ofrecer a vuestros adversarios ningún pretexto para confundir vuestra religion con cualquier facción política. Por tanto, todos los católicos de la República Mexicana, como tales, no constituirán ningún partido político con el nombre de católico, y en particular los obispos y sacerdotes, como ya loablemente lo hacen, no se afiliarán a ningún partido político y no colaborarán con ningún periódico de partido, ya que su ministerio está necesariamente destinado a todos los fieles, más aún, a todos los ciudadanos.
Estos, pues, Venerables Hermanos, son Nuestros consejos y Nuestras disposiciones, que los cristianos deben observar fielmente y que no les impiden ejercer los derechos y deberes comunes a todos los ciudadanos; por el contrario, su misma profesión de católicos exige que hagan el mejor uso de estos derechos y deberes, para el bien inseparable de la religión y la patria. El clero no debe desinteresarse de los asuntos civiles y políticos; por el contrario, permaneciendo completamente fuera de todo partido político, debe, como es deber del oficio sacerdotal, sin perjuicio de las necesidades del sagrado ministerio, contribuir al bien de la nación, no sólo ejerciendo diligente y escrupulosamente los derechos y deberes de su competencia, sino también formando la conciencia de los fieles según las normas indefectibles de la ley de Dios y de la Iglesia.
Para lograr este fin tan noble, vuestro clero -lo repetimos con la mayor insistencia- debe, manteniéndose libre de toda disputa partidista, actuar teniendo ante sí un amplio campo de acción religiosa, moral, cultural, económica y social para formar la conciencia católica de los ciudadanos, y especialmente de los jóvenes, tanto estudiantes como trabajadores. Si seguís fielmente Nuestras exhortaciones y las lleváis a la práctica, de lo que estamos absolutamente seguros, obtendréis, con la ayuda de Dios, la solución de los gravísimos problemas que desde hace mucho tiempo atormentan a la noble nación mexicana. Mientras tanto, como deseo de los celestiales favores y como testimonio de Nuestra particular benevolencia, Os impartimos, Venerables Hermanos, a todo el clero, vuestros fieles y todo el pueblo mexicano, la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 2 de febrero de 1926, año cuarto de Nuestro Pontificado
- Documentos que se adjuntan a esta carta[c]
SECRETARÍA DE ESTADO |
- Excelencia,
Por personas que tengo razón para creer bien informadas, he sabido que si la Santa Sede nombra un Delegado Apostólico para México, ese Gobierno está dispuesto a permitirle la entrada y estancia en el país, y a concederle el uso de la clave y se compromete, en caso de que surja alguna dificultad grave, a no sacarlo del territorio, sino a solicitar de la Santa Sede su retiro.
Como esto es algo muy querido por el Santo Padre, pido a Vuestra Excelencia que me diga si todo esto es cierto. Si la respuesta es, como espero, afirmativa, sin duda comunicaré a Vuestra Excelencia el nombre de la persona que el Santo Padre elegirá para el cargo de Delegado y a quien se darán las instrucciones oportunas para que en la provisión de las Diócesis sean nombrados obispos, no envueltos en luchas apolíticas y que confían en dedicarse, junto con su clero, al bien de las almas. Al mismo Prelado se le otorgarán también las facultades necesarias para ponerse en contacto, si las circunstancias lo exigen, con ese Gobierno.
Con gusto aprovecho la oportunidad para manifestarle mi alta estima y distinguida consideración
de Vuestra Excelencia devotísimo |
A su Excelencia |
REPUBLICA MEXICANA |
- Monseñor,
He recibido la Nota N. 34064, de fecha 5 de septiembre anterior, en la cual Vuestra Eminencia Se sirve manifestarme que por persona que Vuestra Eminencia tiene razón para creer bien informada, ha sabido que si la Santa Sede nombrase un Delegado Apostólico en México, este Gobierno está dispuesto a permitir su entrada y permanencia en el país; a concederle el uso de clave, y se compromete, en el caso de que surgiera alguna grave dificultad, a no expulsarlo del territorio, sino pedir su retiro a la Santa Sede. Agrega Vuestra Eminencia que si la respuesta es afirmativa, immediatamente me notificará el nombre de la persona que S. S. el Papa designe como Delegado, a la que se darán instrucciones oportunas a fin de que, al proveer las Diócesis, se nombren como Obispos a eclesiásticos no mezclados en las luchas políticas y que den garantías de dedicarse, conjuntamente con su clero, al bien de las almas, así como que, al propio Delegado se darán las facultades necesarias para ponerse en contacto con este Gobierno, cuando las circunstancias lo requieran.
En respuesta y por acuerdo del Señor Presidente de la República, tengo el honor de poner en conocimiento de Vuestra Eminencia que, como resultado de las pláticas que con carácter informal se suscitaron entre algún alto dignatario de la Iglesia y nuestro Ministro en Roma, para ver de llegar a un acuerdo en el mantenimiento de aquellas relaciones que nuestras Leyes permiten con las Iglesias, y oídas que fueron las, sugestiones que en tal sentido recibió el Gobierno de México, el proprio Señor Presidente de la República se sirvió disponer que se permita la entrada y permanencia en el país - previo aviso de la Santa Sede - de un Delegado Apostólico, a quien se permitirá el uso de clave en su correspondencia; encontrándose anuente este Gobierno a que, en el caso de surgir alguna grave dificultad, pedirá su retiro a la Santa Sede, antes de proceder directamente a retirarlo.
Tengo el agrado de manifestar a Vuestra Eminencia que el Gobierno de México se complace en saber que al nombrarse nuevo Delegado, la Santa Sede cuidará de notificarle de que, al proveer las Diócesis, se nombren como Prelados a eclesiásticos que no se mezclen en las luchas políticas y que, en unión de su clero, se dediquen exclusivamente a las funciones cristianas propias de su ministerio, con cuya conducta espera este mismo Gobierno que se obtengan los mejores frutos, desde el momento en que se harán cesar actividades que, desde hace largo tiempo, han sido el principal obstáculo entre el Estado y la Iglesia Católica; y asimismo queda impuesto de que se darán al nuevo Delegado las facultades necesarias para ponerse en contacto con este Gobierno cuando lo requieran las circunstancias.
Sírvase Vuestra Eminencia aceptar el testimonio de mi más alta y distinguida consideración.
A Su Eminencia |
Referencias
[editar]- ↑ Cfr. Documentos relacionados al pie.
Notas de la traducción
[editar]- ↑ José Mora del Río (Pajacuarán, Michocaán, 1854-San Antonio, Texas, 1928), fue arzobispo de México entre 1908 y 1928. Tras la promulgación de la Constitución de México de 1917, protestó, junto con otros obispos mexicanos, por el tratamiento que imponía a la Iglesia. Desde ese momentos las relaciones entre el arzobispo y el gobierno mexicano se hicieron cada vez más tensas, hasta el destierro del arzobispo el 21 de abril de 1927.
- ↑ En 1923, Ernesto Filippi, delegado papal, fue expulsao de México por Álvaro Obregón, presidente de México entre 1920 y 1924, argumentando que actuaba como sacerdore no siendo ciudadano mexicano. (Jason H. Dormady, "Dear Mr Calles: U.S. protestant interpretations of the Cristero War and the moral art of history", en Fides et Historia, 52:1 (2020), p. 28.
- ↑ En la Acta Apostalica Sedis se incluye, tras el texto de la carta apostólica: en italiano, la carta del Secretario de Estado de su Santidad al Secretario de Asuntos Exterriores de México; y en español, la carta de respuesta de México a la Santa Sede.
- ↑ En esta fecha era presidente de México, Álvaro Obregón.
- ↑ Pietro Gasparri (Capovallaza de Ussita, 1852-Ciudad del Vaticano, 1929) fue Secretario de Estado de su Santidad, del 13 de octubre de 1914 al 7 de febrero de 1930.
- ↑ Aarón Saenz Garza (Monterrey, 1981-Ciudad de México, 1983), fue un político méxicano, Secretario de Relaciones Exteriores con Álvaro Obregón en varios momentos, en la última ocasión del 3 de marzo al 30 de novimebre de 2024.
- ↑ En esta fecha continúa como Presidente de México Álvaro Obregón, pues Plutarco Elías Calles tomó posesión de la presidencia el 1 de diciembre de 1924.