Patriótico discurso de D. Víctor Pradera

De Wikisource, la biblioteca libre.
Patriótico discurso de D. Víctor Pradera
———
DIPUTADO A CORTES POR PAMPLONA, PRONUNCIADO EN LA
SESION DEL CONGRESO DEL DIA 5 DE NOVIEMBRE DE 1918.
———

La actuación del Sr. Alba.



 El Sr. PRADERA: Señores diputados, os declaro sinceramente, sin que en ello haya artificio retórico alguno, que esta minoría no formó propósito de intervenir en el debate sino cuando ya iba muy adelantado en su desarrollo. Y ello por dos razones: la primera, porque en fuerza de oir á uno y otro lado de la Cámara que la intelectualidad, y aun la juventud, tenía asiento en las minorías izquierdistas, llegamos á pensar, si nosotros, que somos lo contrario y representamos lo contrario en las izquierdas, éramos unos beocios caducos, únicamente útiles para figurar aquí como elemento puramente decorativo; y la segunda, porque en el día de hoy subsisten todas aquellas razones que hace seis meses me movieron á no pronunciar un segundo discurso, que echó en falla, de un experto y hábil parlamentario; pero, como se dice en el léxico forense, “han ocurrido hechos nuevos”, y á virtud de estos hechos nuevos, nosotros intervenimos en el debate, y ya en él, tenemos que tocar los diversos extremos que han sido materia del mismo.

 Una interrupción que hube de hacer al señor Alba explicará á su señoría, mejor que un largo discurso, cuál es nuestro juicio acerca de su actuación. Nosotros estimamos que las preguntas que su señoría formuló al señor ministro de Fomento, debió habérselas formulado en otra ocasión, cuando su señoría formó con el señor Cambó en ese Ministerio, ó, todo lo más, cuando yo pronuncié aquel discurso de Abril pasado, en que alegué una porción de textos, que quizá su señoría no conocía. (El Sr. Alba: ¿Me permite su señoría una interrupción? Yo estuve en aquel Gobierno sin renunciar á ninguno de mis antecedentes, como tampoco el Sr. Cambó renunció á los suyos.)

 Perfectamente; su señoría entendía que era absolutamente inoportuno para su señoría formular esas preguntas en aquella ocasión, y yo le digo á su señoría que esa inoportunidad podía ser para el país en ésta, aunque, afortunadamente, por hechos que no dependían de su señoría, esas preguntas, en lugar de ser inoportunas, han sido pertinentes.

 Pero una cosa es la oportunidad ó la inoportunidad de esas preguntas, y otra cosa muy distinta el que, á pretexto de la dignidad personal y en forma sistemática, se rehuse contestar. Esto no puede hacerse en política, menos en política parlamentaria y menos aún cuando esas preguntas tienen un fondo de justificación en las contradicciones, por lo menos aparentes, de la doctrina que se mantiene.

 Formular ceas preguntas, no siempre supone aviesa intención; contestarlas, no siempre va en contra de la dignidad personal, y aun muchas veces esto es absolutamente provechoso.

 El señor ministro de Fomento, ausente de este banco, seguramente comprobaría dentro de sí todo lo que estoy diciendo, al terminar su discurso, en la íntima satisfacción de no haberse dejado llevar del primitivo impulso de negar respuesta á las preguntas del señor Alba.

Contradicciones de la doctrina catalanista.



 Porque es indudable, Sres. Diputados —es preciso que hablemos con absoluta y completa sinceridad—, es indudable que en la doctrina catalanista existen contradicciones, ó confusiones, ó frases inexplicables, por lo menos para nosotros.

 Sin llegar á recoger todo aquello que pudiera calificarse de estridencia, es indudable que es dogma de fe para la escuela catalanista que los catalanes deben ser catalanes y nada más que catalanes; y si bien es verdad que el catalanismo ha afirmado que siente, que quiere la unión fraternal con todos los demás pueblos ibéricos, dentro de una organización federativa, ha confesado también que ha recibido siempre con alegría desbordante las palabras imperialistas de Emmerson y ha hecho votos porque llegue el momento supremo de la plenitud dela vida catalana, merced á la cual esta vida catalana se salga de madre, según propias frases de Prat de la Riva, para inundar las llanuras circundantes. Esto, señores diputados, no va muy bien con aquello de la unión fraternal.

 A mí me han preocupado profundamente estas contradicciones, estos equívocos, estas confusiones,estas frases inexplicables, si queréis, del catalanismo.

 Me han preocupado muchísimo más, porque sin su savia científica, sin su aspecto de reflexión, las ha utilizado con un fanatismo agresivo ese selvático y agreste nacionalismo vasco. (El Sr. Epalza pidela palabra.—Rumores.)

 Deshacer equívocos, explicar, ha sido siempre mi obsesión, y ha llegado ésta á términos tales que, aun saliéndome de lo que es corriente en estas materias, como os decía en una ocasión, he buscado yo controversias extraparlamentarias sin otro fin que el de que esas contradicciones quedasen deshechas, para bien de todos.

 Pero más que la palabra, más que los dichos,más que las afirmaciones, son los hechos.

 De aquí que cuando yo viera al señor ministro de Fomento actual, en el banco del Gobierno, siquiera con verdadero interés su actuación para ver si en ella encontraba yo la clave de la explicación de esas contradicciones. Par fortuna, he de decirlo con la misma claridad con que en otras ocasiones he expuesto mi pensamiento respecto á este particular, en la actuación del señor ministro de Fomento he encontrado la clave de aquéllas.

 Fué, primero, aquella actuación intensa, viva, incansable, en pro de intereses que no eran puramente catalanes, sino que eran españoles; fué después aquel grito de admiración ante una España grande, desconocida quizá hasta entonces del señor ministro de Fomento; grito que tuvo un eco vibrante en el día de ayer en la fiesta celebrada por el ilustre Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos; y, finalmente, encontré esa clave en aquel grito de ira que todos vosotros escuchasteis lanzar al señor ministro de Fomento cuando reprochaba á fracciones de esta Cámara el dirigir memoriales interesados á naciones extranjeras.

 Esto, Sr. Alba, no lo hubiera hecho jamás aquella eminente personalidad catalana para la cual le era lo mismo ser español que francés, que alemán, con tal de que se diera á Cataluña su autonomía.

 Pero, entre los dos primeros hechos y este último á que me he referido hubo algo que me produjo honda inquietud: fué el discurso del señor ministro de Fomento pronunciado en el teatro del Bosque de Barcelona, y no, ciertamente, por aquella evocación de las glorias de Cataluña y por aquella petición insistente de la autonomía integral á Cataluña, no; para mí no estaba lo que hubiera de inquietante en este discurso; en las frases que inquietaron al Sr. Alba, estaba en el juego de palabras entre el gubernamentalismo y el radicalismo, que daba al discurso algo así como el aspecto de un discurso-parábola. Parecía, á primera vista, que el señor ministro de Fomento decía á los catalanes: “No os inquietéis, soy radical como el que más en principio, pero para que esos principios puedan encarnar en la vida, tenemos que valernos de lo gubernamental, utilizando las armas que lo gubernamental nos dé para hacer más fácil el triunfo de nuestros ideales. Porque ved, señores, que son dos cosas muy diferentes la cristalización gubernamental de ideas y concepciones que puedan tener escorias peligrosas, que en el acto mismo de cristalizar, como en los minerales quedan fuera del cristal, y el uso de lo gubernamental, utilizándolo precisamente para el triunfo más fácil de lo que esas ideas pudieran tener de escoria peligrosa”.

 Esta inquietud desapareció de mi ánimo en el momento, no en que le escuché al señor ministro de Fomento, porque por razón de mi cargo no pude asistir aquel día á la sesión del Parlamento, pero sí cuando le leí.

 Cuando le leí, mi alma se abrió á la realidad, no ya de una esperanza futura, sino de algo que desde ahora podrá ser labor y elemento de gobierno. Porque el Sr. Cambó contestó dentro de un sentido perfectamente español las cuatro preguntas, interesantes todas, que contenían la clave toda de la actuación del catalanismo, que fueron formuladas por el Sr. Alba.

 Y para que se vea cómo efectivamente, á pesar de haberse negado el señor ministro de Fomento en el primer instante á contestar el interrogatorio del Sr. Alba, lo contestó en forma perfectamente admisible, perfectamente aceptable, he traído un croquis de las preguntas con sus respuestas, á las cuales haré sencillos comentarios, porque no necesitan de más.

Cataluña no es una nación oprimida.



 Primera pregunta. Decía el Sr. Alba: “¿Es que su señoría, como los escritores citados, como muchos de los que colaboran á diario en la “Veu de Catalunya”, considera esta importante región española como una nación oprimida?”

 En esta pregunta, el punto interesante es si la opresión es como nación; es decir, si la opresión venía de fuera á dentro, no si era una opresión interior, porque puede darse el caso de que regiones de una misma nación, por circunstancias especiales, sientan opresión en sus intereses.

 No era este el alcance de la pregunta del Sr. Alba. El alcance era si, siendo Cataluña, por derecho propio, una nación independiente de España, estaba oprimida por España. Pues á esta pregunta, el señor ministro de Fomento contestó en la siguiente forma:

 “Y á un Poder que reivindique para sí ejercer de verdad las grandes misiones que al Estado atribuyen las nuevas corrientes del mundo, ¿por qué ha de preocuparle que un trozo de España hable su propio idioma, desenvuelva su propio derecho, y por qué ha de mirar con recelo esas manifestaciones de vida, que debe mirar con cariño? Yo digo, señores diputados, que se acerca el momento en que, imprescindiblemente, si queremos que España sea un gran pueblo, hemos de ir á la solución de ese problema, dándola completa, sin regateos ni medias tintas; á las aspiraciones autonomistas de Cataluña, y á la vez, con carácter general, dé la fórmula para que lo de Cataluña no sea una excepción; que siendo una excepción sería un peligro, para que pueda ser norma general para atender y dar satisfacción á todas las aspiraciones regionalistas que surjan en España.”

 Cataluña, por lo tanto, según esta contestación, no es una nación oprimida, según manifestación del señor ministro de Fomento. Es una región española que quiere desenvolver su propio derecho y su propia lengua y no quiere más derechos que los que pueda tener cualquiera otra región española.

 Está perfectamente contestado dentro del discurso del Sr. Cambó.

Cataluña no quiere que ninguna nación extraña intervenga en España.



 Segunda pregunta. “Sin declamaciones patrióticas, asistiendo á un problema vivo, con toda serenidad, ¿es que para su señoría, como para la eminente personalidad política catalana que habla en este folleto, es indiferente ser español ó francés, con tal de obtener la autonomía ó reconocimiento de la nacionalidad?”

 No era esto exactamente lo que se decía en el folleto. Se decía que era indiferente ser francés ó alemán. Contestación:

 “Si otra cosa no me aoonsejara el callarlo, me lo impediría el rubor que produce en mis mejillas el espectáculo tristísimo que estamos presenciando en España de memoriales inéditos para servicios desconocidos que se están presentando á las potencias triunfantes, como pidiendo de su simpatía una fuerza para fortalecer posiciones en nuestra política interior... ¡Piensen los señores diputados que un país, antes de ser una colonia política, empieza por ser una colonia espiritual; y no queramos empezar por ser colonia espiritual de ninguna potencia extranjera!”

 Si esto es así, Cataluña no puede querer ser lo mismo francesa que alemana, porque no quiere que ninguna potencia extranjera intervenga en el régimen interior de España.

España es la nación, no Cataluña.



 Tercera pregunta: “¿Qué es lo que se propone su señoría con sus propagandas, tales como las del teatro del Bosque? ¿Es el reconocimiento de la nacionalidad catalana en la conferencia de la Paz, en presencia de la situación actual de Europa, ó es simplemente el reconocimiento de una autonomía política, que pueden aceptar, más ó menos, los grupos y los partidos que contienden en España?”

 Respuesta:

 “Yo pido como ideal para Cataluña el mínimo de las facultades que disfruta el Estado confederado alemán que las tenga más reducidas... España ha de tener, y puede tener, y debe tener (esto no lo había dicho jamás el Sr. Cambó hasta el discurso del día pasado) un ideal nacional que guíe su política exterior y asegure su independencia política y su independencia económica.”

 Si España puede y debe tener un ideal nacional, España es la nación, no Cataluña ni ninguna otra de las regiones españolas.

 Cuarta pregunta: “Si es que su señoría, como parece desprenderse de su discurso del teatro del Bosque, aunque no de su interview en la Revista que he leído, á lo que aspira es meramente á la autonomía política de Cataluña, dígalo claramente su señoría, y diga también en qué consiste esa autonomía.”

 Respuesta:

 “En todos mis ensueños, en todos mis deseos, nunca he querido ni quiero yo que España, que el Estado español, sea un ente de razón, sea una cosa fría, sea meramente un poder federal. No; yo he declarado y repito aquí que España es una cosa viva; que siglos de convivencia, de disfrutar y de sentir las mismas bienandanzas y los mismos desastres, más desastres que bienandanzas; que la situación geográfica que nos manda á todos; que la trabazón de nuestros intereses económicos, que todo hace que España sea una cosa viva, que no sea únicamente un poder, sino que sea una sustancia que pueda tener una fórmula de patriotismo sustantivo.”

 Es cierto que el Ministro de Fomento, en el discurso pronunciado en esta misma Cámara en el año 1916, dijo que España era una cosa viva. Lo que no había dicho jamás es que esa cosa viva tuviese una sustancia patriótica; y precisamente toda mi lucha en la primera etapa de estas Cortes fué con los nacionalistas vascos y con los nacionalistas catalanes en lo referente á este punto. Y decía yo: ¿España es un mero Poder federal, aun dentro de vuestras doctrinas, ó es una Patria? Ya está contestado: España es una sustancia que tiene sentimiento patriótico.

Un telegrama de los antipatriotas.



 Pero, señores, en estos momentos, que pudiéramos llamar momentos de efusión (aquellos momentos por cuyo advenimiento hizo tantos votos en su discurso contestando al mío el Sr. Cambó); en estos mismos momentos, cuando se estaba pronunciando por el Sr. Cambó este discurso, del Norte de España, de mi tierra misma, surgió una estridencia brutal, que yo no encuentro comparación más que con el relincho de un caballo salvaje que no siente sobre sus lomos el látigo del domador. (Fuertes rumores.) Será muy feo, pero es la verdad. Los señores diputados y senadores nacionalistas vascos se permitieron dirigir al Presidente de una República extranjera, con la fecha de 25 de Octubre pasado, el siguiente telegrama:

 “Al cumplirse el 79.° aniversario de la anulación por el Gobierno español de la independencia del pueblo vasco, los que suscriben, diputados y senadores de las Cortes españolas, en nombre de todos los vascos que, conscientes de su nacionalidad, desean laborar por verla desenvolverse libremente, saludan al Presidente de los Estados Unidos de América que, al establecer las bases de la futura paz mundial, las ha fundamentado en el derecho de toda nacionalidad, grande ó pequeña, á vivir como ella misma disponga; bases que, aceptadas por todos los Estados beligerantes, esperamos verlas aplicadas prontamente para el mejor cumplimiento de la que la justicia y la libertad espiritual y colectiva exigen.” Firman: “Horn, Campión, Chalband, Sota, Epalza, Arroyo, Ortuerta, Eizaguirre y Aranzadi.”

Antecedente y consiguiente del telegrama.



 Este telegrama tiene un antecedente y tiene un consiguiente: el antecedente es un discurso pronunciado en Baracaldo por uno de los compañeros en las Cortes españolas, según ellos dicen, en las Cortes nacionales, según digo yo, el Sr. Epalza. Este señor, en su discurso de Baracaldo á que me refiero, dijo lo siguiente: “Hoy necesito servirme de la lengua invasora (llama lengua invasora á la lengua castellana; á la lengua en que están dados los Fueros de la provincia de Vizcaya), aunque mis palabras, pronunciadas en tierra vasca, abrasen mis labios. Debo utilizar aquí el verbo que la fuerza de los dominadores apoyada en nuestra inconsciencia, ha venido extendiendo y profundizando en “Euzkadi”. Y luego añade: “No queda, pues, á los Gobiernos de Madrid más que dos partidos: ó hacer justicia ó taparse los oídos, en espera de que algún día nos la tomemos”, finalmente: “Voy á terminar con una observación. Fijaos en que hoy más que nunca la actividad tiene en todos los órdenes caracteres de contienda, y nosotros, los vascos, en todos los terrenos, en todas las esferas, desde la prosaica, pero importantísima de las subsistencias, y las encrucijadas de la política madrileña, hasta otros terrenos y otras esferas muy apartadas de las subsistencias, y de Madrid, podemos vernos abocados á una paz ó á una guerra, sin que tengamos la posibilidad de optar (y el Sr. Maura me perdone el plagio). Si es la paz, y conste que en todo preferiríamos las soluciones de armonía y de concordia, sabremos hacer que no se arrepientan de ello quienes nos la brinden, siendo compatible con nuestra dignidad y nuestro derecho. Si no es la paz, el tiempo, las circunstancias y las brutales realidades de toda clase de guerras, decidirán, con satisfacción ó con repugnancia por nuestra parte, quiénes han de ser nuestros aliados, caso de que los necesitemos.”

 Ya está visto dónde buscan los aliados, en el presidente de la República de los Estados Unidos. Y el consiguiente de este telegrama está en el comentario que mereció á un periódico nacionalista vasco, del cual se dijo en esta Cámara que no era órgano oficial; pero, entendedlo bien, señores diputados, no es órgano oficial, mas su lectura se anuncia constantemente en el órgano oficial del nacionalismo vasco y se recomienda á todos aquellos que sean secuaces de esta idea. Y lo que decía este periódico, á consecuencia precisamente de ese cablegrama, es lo siguiente: “La hora de los oprimidos suena en su día; tardará más ó menos, pero llega: es fatal, es inevitable. Así parece deducirse de la inexorable lección secular.

 Vascos: no desmayéis. Vuestra hora sonará y ¡hay de quien entonces se oponga! ¡Saltará en pedazos! Todos los signos son en el mundo de que la hora de los oprimidos ha llegado.

 ¿Quién sabe?...

 La efemérides del 25 de Octubre, en estas circunstancias, para todos está preñada de lecciones, incluso para el invasor hispano, para el dominador apoyado en la traición y la fuerza.

 Este debe no olvidar el ejemplo de otros países. ¡Qué!: ¿puede compararse la decrépita y corroida España (Fuertes rumores y protestas.), puede compararse con los Estados que hemos visto aniquilados por el nacionalismo?

 Los vascos, por nuestra parte, debemos acrecentar más y más nuestra esperanza, manteniendo vivo el recuerdo de la traición odiosa para en su día ser “inexorables, incluso en los procedimientos.”

 “A tout seigneur, tout honneur.” Y ni España se merece más, ni la libertad de un pueblo puede vacilar, puede comprometerse por ningún escrúpulo.” (Rumores.)

Españoles que abominan de sus madres.



 Pero, señores, ¿qué representación tienen los firmantes de este cablegrama para pedir, como si representasen el sentir popular, el sentir total vasco, á una nación extranjera que intervenga en el momento de la paz para separar esa región querida del resto de España? Observad. Los Diputados á Cortes vascos son veintiuno: siete son los que firman ese cablegrama. Los senadores vascos son veintidós; tres son los que firman ese cablegrama.

 Pero es más; dirán que ellos tienen mandato de la raza. ¡Ah, señores, la raza! ¿No habéis oído los nombres que acabo de leer? ¡Si entre ellos existe sangre de todos los beligerantes! ¡Si en ellos hay un alemán!... (El Sr. Azqueta: Su señoría es francés. Fuertes protestas y rumores.) Yo no he dicho jamás que no tenga ascendencia francesa; pero lo que dice su señoría es la media verdad, porque mi ascendencia francesa es vasca. Y, sobre todo, lo que se está discutiendo es vuestra doctrina y no la mía. Yo he sostenido que la raza no es elemento de nacionalidad, y vosotros sostenéis todo lo contrario; y con vuestro argumento, yo os pregunto: ¿dónde está vuestra raza? Italianos, no vascos; franceses, no vascos; alemanes, no vascos; españoles que habéis abominado de vuestras madres y aun de vuestros padres (Grandes aplausos), ¿cómo podéis representar esa raza vasca que decís vosotros que existe? Lo que no tenéis es la representación de la raza vasca para pedir á nadie que venga á intervenir en nuestros asuntos interiores. (Muy bien; aplausos.)

El sentir de Vasconia.



 Pero además, señores, podéis ser de raza vasca y no ser vascos; podéis tener la materialidad de la sangre y no tener los sentimientos vascos, y esto es lo que voy á probar, para que conste en el Diario de Sesiones y quede consignado para siempre, “ad perpetuam memoriam”, cuál es el sentir de los vascos. El sentir de la Vasconia está en sus fueros, en esos fueros á los cuales vosotros queréis dar un sentido que no tienen. Y yo voy á leer dos, nada más, señores diputados, y como no son largos, os pido la venia de que me permitáis leerlos íntegros, porque son dos monumentos admirables del amor de Vasconia para España.

Recuerdos históricos.



 Señores: el último pueblo vasco que se unió á España, en frase de sus grandes documentos, en feliz incorporación, fué Navarra. Los demás pueblos estaban ya unidos á España, pertenecían á la Corona española. Pero Navarra tenía el sentimiento de esa unión, y prueba de ello es que los ejércitos del Rey católico penetraron sin lucha en la capital de Navarra, en Pamplona. En este momento, don Juan de Labrit, vino con parciales franceses á arrebatar de la Corona española una región vasca, que hasta este momento había sido independiente bajo la dinastía francesa. Ved la situación: un ejército extranjero que viene á luchar por la independencia que hasta entonces había tenido Navarra, ese pueblo vasco. Pues bien; observad lo que todos los demás pueblos vascos hicieron enesta situación. Si el sentimiento vasco hubiera sido de independencia con respecto á España, las otras tres regiones vascas se hubieran aprovechado de este momento para ayudar á D. Juan de Labrit en contra del Rey católico español. Pues sucedió todo lo contrario, y los guipuzcoanos tienen á honor, á gala y á gloria ostentar en su blasón el recuerdo de este hecho, que relata así el fuero guipuzcoano, título segundo, capítulo octavo: “A este mismo tiempo... (Yo supongo que á la Cámara le interesará la lectura íntegra de este texto. —Varios señores diputados: Sí, sí.) entró D. Juan de Labrit, asistido de los de su parcialidad, y de numerosas tropas francesas, á cargo de monsieur de la Pabiza, quedando otras muchas de reserva para dar calor á sus operaciones y hacer frente á la frontera de Guipúzcoa, porque los de ella no socorriesen á aquel reino (Navarra) á vista de su propio peligro.” (En este momento de la lectura, el Sr. Barriobero interrumpe al orador con frases que no se perciben bien, inmediatamente ahogadas por generales protestas.)

 El señor PRESIDENTE: ¡Señor Barriobero, en mejor ocasión no podía haber su señoría interrumpido!

 El Sr. BARRIOBERO: El país pide que se discuta... (Fuertes protestas.)

 El señor PRESIDENTE: Lo que el país pide es que su señoría se calle. (Risas.)

 El Sr. BARRIOBERO: Yo quiero salvar mi opinión.

 El Sr. PRESIDENTE: Pero no se salvará su señoría de la condenación de toda la Cámara. Sírvase su señoría escuchar en silencio, que bien se queja cuando á su señoría le interrumpen.

 El Sr. PRADERA: “Sitiaron y batieron fuertemente la ciudad de Pamplona, defendiéndola con extremo valor el Duque de Alba, primer Virrey de Navarra, y desauciados (ortografía antigua) también de esta empresa, comenzaron á volver los ojos y los pasos á Francia el día 30 de Noviembre.

 “Hallávase á la sazón el Rey Católico en Logroño disponiendo con su grande providencia todo lo necesario para la defensa y seguridad de sus Reynos. Tenía bien pesado el valor y grande fidelidad de los Guypuzcanos con largas experiencias, y noticioso de la retirada de los Franceses, escribió á la Provincia, á primero de Diciembre, su resolución, para que atajándoles los pasos, por los montes, procurase la gente de ella hazerles todo el mal posible, en desagravio de los que poco antes avia recibido del Duque de Borbón y de sus tropas. Llegó esta carta de Su Majestad á la Provincia, el día tres del mismo mes, y A CINCO, juntos hasta tres mil y quinientos hombres, “no quisieron aguardar á los demás”, que marchaban, por que no se escapasen los enemigos con la demora. Entraron por las villas de Vera y Lesaca en Navarra, y pasando EL DIA SIETE por la mañana á las sierras de Velate y Leizondo en el valle de Vastán, encontraron á los Franceses, que con mucha prisa se retiraban á su Reyno. Embistiéronles esforzada y valerosamente, y desbaratándoles con daño considerable, les quitaron toda la artillería que llevaban. Pasaron con ella á Pamplona, y la entregaron al Virrey Duque de Alva, para que aquellos instrumentos que la batieron y maltrataron, fuesen y sirviesen de su defensa en adelante. Este memorable suceso, dió motivo á los Señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Juana su hija, “para favorecer á la Providencia”, con el nuevo blasón de las doce piezas de artillería en su antiquísimo escudo de armas, á cuyo fin se le despachó el privilegio del tenor siguiente: (A continuación el Real Despacho, dado en Medina del Campo á 28 de Febrero de 1513.)”

Los nacionalistas vascos y el escudo de Guipúzcoa.



 Es decir, que la provincia de Guipúzcoa ostenta en su blasón, como un timbre de gloria, esos doce cañones, que representan aquella artillería que iba á pugnar por la independencia de la Patria.

 Verdad es, señores diputados, que los nacionalistas vascos, tan amantes de la historia, para que no se recuerde este hecho, en el blasón que ellos han formado de las provincias, en vez de poner en perspectiva los cañones —que es como están en el escudo de Guipúzcoa— los han puesto en proyección vertical, y así no se ven más que unos círculos que nada dicen á nadie. (Risas.)

La unión de Guipúzcoa con la Corona española.



 El segundo fuero es el referente á la unión perpetua —jurada por el Rey Enrique IV á requerimientos de la provincia de Guipúzcoa— indisoluble, de la provincia de Guipúzcoa con la Corona española. Dice así:

 “Por algunas causas et razones que á ello me mueven, cumplideras á servicio de Dios e mío, e al bien comun de mis Reynos, por la presente quiero e mando e es mi merced e voluntad: LO QUAL QUIERO QUE AYA FUERZA E VIGOR DE LEY IRREVOCABLE PARA SIEMPRE JAMAS, BIEN ASSI COMO SI FUESSE FECHA E PROMULGADA EN CORTES, que la mi muy Noble e muy Leal Provincia de Guipúzcoa e todas las Villas e Lugares e Valles e Puertos e Antiglesias e Solares, e justicia e jurisdiccion civil e criminal e todas las otras cosas de la dicha Provincia, pertenecientes al Señorío Real, SEAN MIAS E DE LOS REYES QUE DESPUES DE MI FUEREN EN ESTOS REYNOS E DE LA CORONA REAL DE ELLOS, PARA SIEMPRE JAMAS, E QUE NON PUEDA SER, NIN SEA, ENAJENADA NIN APARTADA POR MI, nin por los Reyes que despues de mi fueren en mis Reynos, DE LA CORONA REAL DE ELLOS.”

 Esto lo dictó el Rey Enrique IV, no de su propia voluntad, sino á petición de la provincia de Guipúzcoa, que quería una prenda del Rey de no enajenar, ni apartar jamás de la Corona española esa provincia; y á continuación de esto que dice el propio Enrique IV, viene un juramento suyo por todo lo más sagrado, afirmando que jamás enajenaría ni apartaría de su Corona la provincia de Guipúzcoa.

 Decidme ahora, señores diputados, si representan el sentimiento vasco los que piden á una potencia extranjera que intervenga en los asuntos interiores de España para dar la independencia á esas regiones que, por juramento perpetuo, están unidas á España.

El programa nacionalista vasco.



 Tengo que recordar en este trance algo de lo que pasó aquí en la primera parte de esta legislatura. Recordaréis, señores, que al exponerse el programa nacionalista vasco se dijo por el Sr. Aranzadi que todo el programa nacionalista vasco era nada más que la derogación de la ley de 25 de Octubre del año 1839. En aquel momento, todos los Diputados vascos, de todas las fracciones que fueren, elevaron aquí su voz para decir al Congreso que eso lo pedíamos todos, pero con diverso sentido, porque para nosotros eso era el regionalismo, y, en cambio, para. los nacionalistas vascos era la independencia. Y para deshacer este equívoco, me dirigí yo entonces á los nacionalistas vascos, diciéndoles: Pero vengamos á cuentas; la derogación de esa ley, ¿significa la independencia para vosotros?

 No tuve contestación, como recordarán los señores Diputados. Pues bien: ahora está la contestación en este cablegrama: es la independencia lo que ellos desean; no es simplemente la derogación de la ley de 25 de Octubre de 1839. Ya veis, pues, cómo entonces no tuvieron valor para expresar aquí cuáles eran sus sentimientos, y fuera de aquí, con escándalo y vergüenza de España entera, con escándalo y vergüenza de los buenos vascos, han proclamado lo que yo deseaba que proclamasen; no porque yo tenga deseos de que ellos se declaren independientes de España, sino para conocer cuál es el verdadero pensamiento, cuál es la verdadera realidad de esa maldita doctrina que establece la guerra civil en España y establece la guerra civil en Vasconia. (Aprobación.)

El programa regionalista y el Tradicionalismo.



 Conste, pues, que nosotros, en la doctrina regionalista, tenemos un programa bien definido: nosotros queremos el regionalismo con todos los derechos que el principio regionalista concede á las regines; mas para que no haya equívocos, para que no haya falsas interpretaciones; yo he adoptado una fórmulá que voy á repetir aquí, que es preciso repetir cien veces para que los equívocos se disipen. Yo quiero que el Rey de España (ya comprenderéis que al hablar del Rey de España me refiero á la Institución Real, que es lo menos que puedo hacer cuando en este Parlamento no se tienen ciertas consideraciones con una Institución á la cual, aunque nó sea la mía, respeto); yo quiero que el Rey de España tenga la Corona española, tenga el Imperio español; pero que al lado de esta Corona y de este Imperio español tenga la Corona de todos los pueblos federados españoles, y sea Rey de Guipúzcoa, en los asuntos de Guipúzcoa; Conde de Barcelona, en los asuntos de Cataluña, y Señor de Vizcaya, en los asuntos de Vizcaya; que sea Rey de Andalucía en los asuntos de Andalucía; que sea Rey de Castilla en los asuntos de Castilla, y Rey de Aragón en los asuntos de Aragón. Esta es nuestra fórmula patriótica de regionalismo, que no tiene equívocos, que es absolutamente clara; fórmula que da vigor á la unidad nacional y que da vigor á los elementos que la constituyen.

La neutralidad española y los jaimistas.



 Y terminado este punto, voy á entrar, señores diputados, en lo referente á la cuestión internacional.

 Yo he escuchado con asombro, con verdaderoasombro, á políticos eminentes de esta Cámara que la neutralidad española fué una neutralidad casi forzada, porque no hubiera existido si no hubiera habido peligro de guerra civil en España.

 Yo tengo que protestar contra eso. La neutralidad es un acto de soberanía, y nadie tiene derecho á empequeñecer este acto de soberanía. Es más; la neutralidad es un acto de respeto á la soberanía de los pueblos extranjeros, porque para intervenir en contiendas que tengan pueblos extraños es preciso que intervengamos nosotros con derecho, no con interés, é intervengamos por el derecho, no por el interés. La segunda fórmula será la fórmula de los “condottieri”, y la prímera es la fórmula de los españoles. Pues para apreciar nosotros en una contienda de parte de quien está el derecho, tenemos que juzgar, y si juzgamos, ya somos superiores al juzgado, porque el que juzga es siempre superior á aquel que ha de ser,juzgado. (Denegaciones en la izquierda. —Un señor diputado: Se dan casos.) Se darán casos en contrario, en una justicia que inventen sus señorías; en la Justicia, el juzgador es siempre superior al juzgado.

Los pueblos maniobrados



 He aquí por qué España, en buenos principios de justicia y de derecho, no podía intervenir en la contienda de pueblos extraños. De esto no debemos decir ni una palabra más, y no debemos decirla porque estas cuestiones no son para tratadas en la plaza pública, ó públicamente en los Parlamentos; no por el temor á que por esa publicidad de opiniones seamos vencidos, que sí lo seríamos, no; por algo más; porque los pueblos que discuten estas cuestiones en la plaza pública ó públicamente en los Parlamentos, son pueblos maniobrados (Rumores.), y España, por su interior nivel en el orden económico, sería maniobrada de la manera más indigna, con el florín, con el marco, con la libra, con el franco ó con el dólar; y el término de los pueblos maniobrados es muchísimo peor que el término de los pueblos vencidos. Un pueblo vencido se puede levantar; pero un pueblo maniobrado no hay otro destino que el destino de Polonia; es decir, el desgarramiento interno.

 Pero además de no poderse hablar de esto, es, señores, que físicamente tampoco cabe hablar de ello. Y no cabe hablar de ello, porque aquí se está tratando, en estos momentos solemnes, de optar ó por un lado ó por otro, y se olvidan todos los señores diputados de que no hay opción; y no hay opción, porque si es verdad que el mundo va á seguir regido en adelante por principios que hasta ahora no regían, el mundo no constituirá más que una sociedad de naciones. Y si constituye una sociedad de naciones, donde expresamente no puede haber Ligas entre los pueblos que formen esa sociedad de naciones, ¿a qué hablar de si vamos á ir con unas u otras?

Los fervores de los neófitos



 Lo que pasa es que los fervores de neófito de muchos que son partidarios de estas doctrinas, no son excesivamente firmes; ó estos neófitos tienen la absoluta seguridad de que en el mundo no se constituirá la sociedad de naciones. Y ya entonces, sobre esta base, sí cabe la opción, puede tratarse de la opción, y yo voy á tratar de ella en forma, señores diputados, que no incurra en ese defecto á que antes me refería, en forma que los pueblos extranjeros no nos puedan maniobrar, al menos por mi parte.

La filia y la fobia del orador



 Es preciso, por desgracia, en esta Cámara, acudir á testimonios casi notariales, sobre todo en estos momentos en que el mundo ha evolucionado en forma distinta de la que se creía (por lo menos de la que creían muchos), y por eso me voy á permitir requerir el testimonio de mi ilustre amigo el ministro de la Gobernación y de Estado. Hace más de un año, cuando la evolución de la guerra era absolutamente distinta de la actual, yo fuí honrado por el Congreso de Abogados de San Sebastián para dar una conferencia. Presidía esas conferencias, como presidente de honor, el señor ministro de la Gobernación, y en esa conferencia, refiriéndome á otros hechos, toqué incidentalmente la cuestión internacional, y dije, poco más ó menos, estas palabras: Yo soy quizá en España el único que no ha tenido filias ni fobias, porque no he tenido más que una filia, y no he tenido más que una fobia; mi filia ha sido la hispanofilia, y mi fobia ha sido la xenofobia, es decir, el odio á toda intervención extranjera. (El señor ministro de la Gobernación: Lo recuerdo perfectamente.)

 Pues yo, que dije eso hace más de un año, puedo hablar hoy con absoluta libertad en nombre de la minoría tradicionalista respecto de esta cuestión.

Los jaimistas en la cuestión internacional.



 La minoría tradicionalista, el partido tradicionalista, en general, no hay que negarlo, ha sido, en su mayoría, germanófilo; pero también es verdad que los aliadófilos de ese partido no se han contentado con hacer negocios á costa de las naciones aliadas, ó con alborotar en la calle pidiendo la alianza con esas naciones, sino que han estado en la legión extranjera, y muchos carlistas han muerto en las trincheras francesas defendiendo lo que ellos estimaban el derecho, el deber ó lo que fuera. Es, pues, una cuestión libre para la doctrina tradicionalista. (El Sr. Epalza: ¿Eso es otro memorial?) No lo es, porque yo no echo memoriales á nadie, y va á ver el señor Epalza cómo no es memorial. Los memoriales los han echado sus señorías para enriquecerse con las navieras. (Rumores.)

 Digo que el partido tradicionalista, en su mayoría, ha sido germanófilo, porque entendía que los tres dogmas nacionales, que como tales los tiene el partido tradicionalista, podían tener su realización dentro de esa tendencia germanófila; y hoy nosotros sostenemos esos mismos tres dogmas. Pero no tenemos por qué optar, al menos por ahora, porque nosotros nos creemos con el mismo derecho que los socialistas, y los socialistas no han optado.

La actitud de los socialistas.



 Los socialistas se dicen aliadófilos; pero recordaréis, señores diputados, que el señor Besteiro declaró que, si la revolución de clases se producía en Alemania, entonces los socialistas serían germanófilos, y lo dijo en tales términos, que añadía: aunque con ello el partido socialista español se destrozase, como se destrozó Bélgica. Pues si los socialistas, por interés de clase tienen derecho á ser germanófilos, ¿por qué no lo hemos de tener nosotros, por el interés nacional? Quisiera que se me contestase á esta pregunta y que se me dijese: si los socialistas no cometen ninguna herejía al decir eso, ¿por qué van á cometer una herejía mis correligionarios al decir que ellos pueden estimar la alianza con Alemania favorable á España en determinados momentos, si así lo exigiera el interés nacional? Sobre esto no tengo que decir nada más, y paso, señores, á un último punto que la evolución del debate ha traído aquí.

¿Besteiro, plagiario?



 En este debate ha habido una novedad; en este debate el partido socialista ha expuesto su programa. Cuando el Sr. Besteiro desarrollaba en la última parte de su discurso todo lo referente á la finalidad del socialismo, en lo más dormido de mi memoria parecía como que querían resucitar recuerdos pasados. ¿Dónde he leído yo, me preguntaba á mí mismo, que se ha dicho esto que nos ha contado el señor Besteiro?

 Poco á poco, de entre la penumbra del semiolvido, fueron precisándose mis recuerdos. Alrededor del año 1907, todo eso que el señor Besteiro nos dijo, lo dijo Jaurés en la Cámara francesa; y Clemenceau, después de un largo discurso, lo resumió con estas palabras, que encierran una profunda verdad filosófica: “Muéstreme el Sr. Jaurés el plano de la futura ciudad socialista.” Jaurés, menos cauto que Marx, que después de haber establecido la teoría del valor, la teoría de la “plus valía”, la crítica de la producción capitalista y la evolución de los diversos modos de producción, se detuvo en su obra “El capital” ante profecías de tiempos futuros, manifestando que él no estaba dispuesto á dar recetas para el porvenir, y menos fiel á las doctrinas de Marx que Ferri, que en su obra “Ciencia y Socialismo” rehusó también trazar los planos de la ciudad futura socialista, diciendo que esto pertenecía al socialismo utópico y no al socialismo científico, Jaurés prometió á Clemenceau traerle el plano de la ciudad futura socialista, y murió sin haberlo realizado. (El Sr. Besteiro: No sé dónde ha leído todo eso su señoría.) Esto lo he leído yo en muchas obras del socialismo, entre otras, en “El capital”, y si quiere su señoría que le presente el libro verá como de mi puño y letra tiene al margen en una porción de párrafos acotaciones referentes á sus textos. Probablemente, muchos socialistas no lo habrán leído.(Risas y rumores.)

 Ruego á los señores de la extrema izquierda que tengan conmigo aquellas consideraciones que yo tuve días pasados, cuando escuché al Sr. Besteiro; porque no es posible que la atención siga en estas materias su línea recta si por todos lados se la distrae.

 Yo contestaría al Sr. Besteiro, si ello fuera necesario, con esas palabras de Clemeneeau: “Muéstreme su señoría el plano de la futura ciudad socialista, que su señoría, al final de su discurso, ha dicho que es mucho mejor que la ciudad burguesa actual.” Pero no tengo necesidad de ello, porque los hechos son artífices mucho más grandes que los hombres, y en el día tenemos esa ciudad socialista, en todos sus pormenores: señores, se llama Rusia.(Grandes rumores.)

Contradicciones económicas de la ciudad socialista



 Pero debemos conocer cuál es el camino que conduce á esa ciudad y cuál es su contenido. El Sr. Besteiro habló de eso. El camino es la lucha de clases. Pero la lucha de clases no jurídica, no dentro del Derecho, no para obtener el equilibrio, no para que desaparezcan los abusos de la plutocracia, que muchas veces, por una contradicción ó por una aberración especial, van en apoyo de algunos elementos socialistas, sino la lucha antijurídica, la lucha que quiere acabar con todas las clases, menos con una: con la clase obrera. Y el contenido es la socialización del capital. Cuando yo oigo hablar de la socialización del capital, como cuando oigo hablar del salariado, viene á mi memoria siempre el rótulo de aquel libro célebre: “Contradicciones económicas”; porque después de haber intentado demostrar Marx que el único elemento de producción es el trabajo, y que el capital es infecundo, lo primero que hace el socialismo es apoderarse del capital para sustraerlo de esa manera á la distribución, y verificando un verdadero escamoteo, decir: “Ahora que no hay más que un factor, que reparta la riqueza ese factor.”

 Y además, en esa distribución lo que hace es agravar el salariado, porque ahora no todos somos asalariados, pero entonces, en esa ciudad socialista, todos lo serán, y lo serán del patrono más cruel, del patrono más duro, del Estado socialista. (El Sr. Besteiro: ¿Y el manifiesto comunista?) El manifiesto comunista se puede leer cuando su señoría quiera. Por cierto que allí se dice una cosa que vosotros no practicáis: que la religión es cosa del dominio privado, y vosotros, lo primero que hacéis es combatir la religión. (Rumores.)

Los socialistas partidarios del absolutismo



 Llegamos ya, señores, al último punto; y el último punto del programa socialista es que, para obtener esta finalidad, es preciso apoderarse del Poder, es preciso conquistar el Poder. Yo quiero que os fijéis bien en estas palabras, señores diputados; no dicen los socialistas “conquistar la sociedad”, porque la sociedad se conquista con la verdad y con la persuasión, como la conquistó Cristo; los socialistas van á la conquista del Poder, porque el Poder se conquista con la fuerza, ó con otra cosa que es menos que la fuerza, con las alharacas, cuando en el Poder hay la complicidad del miedo.(Muy bien, muy bien.)

 De todas maneras, esto es mucho más fácil que conquistar la sociedad. Y observad que ese Poder socialista ha de ser un Poder absoluto, de clase. Y aquí yo no tengo más que formular una pregunta. Al Sr. Cambó, el señor Besteiro lo llamó reaccionario; el señor Cambó es hombre de suficientes energías para saber rechazar ese calificativo; pero yo, que represento una minoría llamada reaccionaria, digo á su señoría, Sr. Besteiro, que si tiene derecho á pedir un Poder absoluto, no tiene derecho á usar de los términos del diccionario á su guisa; ¿por qué á nosotros, por suponernos absolutistas, se nos llama reaccionarios, y sus señorías se llaman modestamente avanzados, siendo partidarios de un Poder absoluto? Ahí queda también esa pregunta. (Sensación.)

 Voy á resumir, señores. La nueva bandera que se presenta en estas Cortes tiene como aspiración política —lo habéis oído— un Poder absoluto, y tiene como aspiración de orden social el triunfo internacional de clase, el interés internacional de clase. Nosotros (nosotros, no, tengo que rectificar), la Patria, tiene una bandera distinta: opone al interés internacional de clase el interés nacional, que es la síntesis armónica de todos los intereses, religiosos, espirituales, morales y de clase, y al despotismo de un Poder absoluto opone la autarquía de todos esos organismos nacionales que promueven aquellos intereses á que antes me he referido.

El pensamiento de los jaimistas



 Señores diputados, nosotros pensamos que en estos momentos críticos, ante esta bandera de la Patria, deben abatirse las banderas de todas las parcialidades. (Muy bien, muy bien.) Nosotros pensamos que en estos momentos lo único que ha de ser para nosotros enseña de unión tiene que ser la bandera que nos diga cuál es el interés nacional y dónde están las autarquías de esos organismos regionalies. Y yo me dirijo á los señores diputados que así piensen, y les digo: señores, es preciso que nos agrupemos alrededor de esa bandera. Yo me dirijo á dos que viven fuera de aquí, y les digo: señores, esa bandera os va á salvar del “bolchevikismo”. Actuad. Nosotros, señores, ya hemos elegido posición. (Aplausos.)

RECTIFICACION



 El Sr. PRADERA: Yo no tengo nada que rectificar á su señoría; solamente recoger algunas frases que han querido tener mala intención (El Sr. Epalza: Nunca.) y no han tenido más que exceso de infantilismo, y contestarlas.

 Yo, Sr. Epalza, no he buscado nunca la lucha con el nacionalismo; el nacionalismo es el que ha buscado la lucha conmigo. En la anterior etapa de estas Cortes (y voy á otro testimonio, al de mi particular amigo el ilustre señor Conde de Romanones), recordará su señoría perfectamente que yo le pregunté si el Gobierno tenía opinión respecto de la cuestión nacionalista, y me contestó: como Gobierno, no. Entonces dije: como yo no voy á discutir con diputados, sino con el Gobierno, yo no planteo esta cuestión. En cambio, el señor Aranzadi fué el que la planteó.

 ¿Es que sus señorías querían que, planteando uno de sus señorías la cuestión nacionalista, yo me callase? No; yo acudo á donde me llaman, pero no tengo por qué atacar, sobre todo á sus señorías, que aunque crean otra cosa, son enemigos muy pequeños. (Risas.) Yo soy muy humilde y, sin embargo, considero á sus señorías muy pequeños. ¡Excuso decir lo que serán sus señorías! (Nuevas risas.)

 Yo no he injuriado jamás á los nacionalistas; lo único que he hecho es ponerles enfrente sus textos, y en estas cosas acuérdese el Sr. Epalza, si es que los versos castellanos no abrasan sus labios, de aquéllos que dicen:

 “arrojar la cara importa,
 que el espejo no hay por qué.”

 No hay que confundir la independencia con la libertad, porque la libertad la tenemos todos, la libertad la deseamos todos; la independencia política es la que podemos tener todos, y prueba bien clara de esto es que cada uno de nosotros es libre y, sin embargo, cada uno de nosotros no es un Estado independiente.

 Lo que piden las provincias vascas, por labios de su señoría, es la independencia, no la libertad; y si á su señoría le da lo mismo que sea la independencia que la libertad, quédese con lo último y entonces ya formaremos un soló partido regionalista vasco. Que lo diga claramente. (El Sr. Epalza: Ya lo discutiremos, pero no hoy.)

 Mi actitud ante el Sr. Cambó probará á su señoría que no hay estridencias de mi parte, sino todo lo contrario, que cuando yo en mis adversarios de un día, ó de mucho tiempo, veo algo que, á mi juicio, es un acto digno y generoso, lo encomio; y lo encomio, no sólo porque esto redunda en pro ó en honor de ese adversario, sino porque esto redunda en pro ó en honor mío. Así es que lo que deseo en el alma es que lleguen esas explicaciones de sus señorías. Si sus señorías establecen de una manera clara cuál es el alcance de la palabra independencia en sus señorías, y si esta independencia es la libertad, es decir, la derogación de la ley de 25 de Octubre de 1839, sin más, volviendo al estado jurídico en que nos encontrábamos, siempre dentro de la unidad nacional española, entonces hemos terminado, ya todos somos unos. No tengo más que decir.

Fuente[editar]