Perfiles de una llaga social/Capítulo II

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CAPITULO II


DE CÓMO EL VICIO ASESINA Á UNA MARTIR


Nada mas digno de respeto y veneracion, que una madre dedicada á ganar el sustento de la familia, nada se concibe mas sublime que una tierna madre llevando con resignacion el peso de la casa, ella no desmaya, no vacila, sigue adelante sin mostrar en su semblante la mas pequeña señal de su repugnancia ó disgusto, al contrario, sonriente, afánase por mostrarse superior á todas las vicisitudes de la vida.

Veamos sinó á Dª Carlota, ella trabaja dia y noche, por suplir la falta de contingente material que antes aportaba su esposo.

Este, entregado á la pasion que le domina, no se cuida de buscar los medios con que aliviar á su esposa, como deber que tiene de sustentar á su familia; libre ya del peso de sus quehaceres y exento de cargo alguno, su sola ocupacion, es la profesion de jugador.

Jugador de pueblo, pero que en último resultado, es poco mas ó menos que el legítimo jugador de oficio.

No vé ó no quiere apercibirse de la incipiente enfermedad de su esposa, los continuos disgustos están minando lentamente su constitucion hasta que llegue el dia en que como voraz incendio, sean ineficaces todos los auxilios y quede reducida á la nada, una preciosa vida, que tanto precisan sus hijos.

Estos, ya crecidos, continuamente ven la ocupacion del padre, y poco á poco, el ejemplo ha hecho germinar en sus tiernos corazones, la pasion del juego: ellos son los instrumentos de que el padre se vale para estafar á tal ó cual amigo: y estafa será siempre, el pedir lo que no podrá devolverse.

Ya es lo mas comun el pasar noches enteras junto al tapete, nada importan las contínuas quejas de una esposa, ni las sanas reconvenciones de los amigos.

Estos, poco á poco han ido retirándole su amistad tan cara, viendo que se convertian en encubridores de su vicio y que no podian aceptar la responsabilidad de sus actos.

Imposibilitado de encontrar recursos y acosado de sus numerosos acreedores, no trepida ya en engañar á los Señores donde su esposa trabaja, pidiendo en nombre de ésta y por conducto de su hijo, un adelanto de sus haberes.

Forzoso es adquirir dinero, pues prepárase una gran jugada de la que se esperan grandes acontecimientos. A esta concurrirán aficionados de los pueblos limítrofes, bien provistos de fondos. Entre estos, viene uno llamado Juanazo, persona algo educada y que como el Judio Errante, se le vé de pueblo en pueblo en busca de tontos y de incautos, para resarcir si puede su derrochada fortuna. Gozó de una envidiable posicion y hoy se le vé desastrosamente vestido, unas veces con levita raida, otras con un saco, cuando sin camisa y en alpargatas, y cuando estenuado por el hambre y el cansancio reposar sobre una piedra, en los continuos viages que á pié hace de pueblo en pueblo.

Gran andador y de festivo genial, es celebrado por su esplendidez, en medio de las gentes de su calaña; pues las personas honradas, solo ven en él al repugnante ser que abandonando á su esposa y sus hijos, llega á un pueblo á semejanza del cuervo, como augurio funesto de alguna desgracia. Hombre de historia en toda la latitud de la palabra, lo mismo duerme sobre un banco y al sereno, que en mullida cama y limpia habitacion; á todo está acostumbrado, lo mismo come un pedazo de pan duro, que una suculenta comida, su dios es el juego; su única profesion el juego; su porvenir el juego; y su ruina y desgracia, tambien el juego.

Tiene temporadas en que llenos sus bolsillos, y derramando oro por donde pasa, su desventurada familia, tiene que mendigar el sustento, pues nada le importan sus hijos, ni se compara con su trascendental: objeto que le guia: recuperar su fortuna.

Para esto ha puesto en práctica, cuantos medios le ha sujerido su razon, sean ó nó ellos lícitos; lo mismo estafa al conocido, que al que saluda por vez primera y de la misma manera hace escamoteos en medio de público inteligente, que en auditorio ignorante; bien es verdad que esto le ha valido en algunas ocasiones, sérios disgustos, fuertes palizas y algun tiempo de cárcel. Este es el que á primera vista simpatizó con D. Agapito, y á cuyo lado estuvo cuatro dias seguidos, sin para nada acordarse de esposa, hijos ni nada que pudiera tener para él, algun ascendiente.

¡Qué desconsuelo para Dª Carlota! Qué momentos de angustias! Por la noche mandaba sus hijos, llena de mortal zozobra, para saber de su esposo, éste recibia el mensaje con improperios que hacian llorar á los jóvenes, que cabizbajos y acongojados, se arrojaban en los brazos de su madre, mezclando las lágrimas que la conducta de D. Agapito hacia verter á torrentes.

Mayor fué el pesar de la familia, al recibir una carta donde se le comunicaba haber abandonado el pueblo, lleno de deudas y llevando por compañía la verguenza en el rostro y la personalidad deshonrosa de Juanazo.

Aquí fué por tierra el valor de la esposa y de los hijos, anonadados con tan degradante desgracia, y sin saber qué partido tomar en tan triste situacion, imploraban el auxilio de la providencia, y Dios sin duda al ver tan atribulada familia sumidos en el mas amargo desconsuelo, oyó sus súplicas.

Una respetable persona, se hizo cargo del jóven Eduardo, para que emprendiese una carrera literaria, y salvarlo así de la pendiente en que estaba colocado. Pronto se calmó la inquietud de la familia, pero no tanto que los pesares no dejasen visible huella en la ya quebrantada salud de Dª Carlota.

D. Agapito, encontrábase en Madrid apegado á Juanazo, como la hiedra al vetusto árbol.

Transformado en lo físico, de igual manera que en lo moral, era ya un viejo precoz, llevando impreso en su semblante, las terribles torturas que sin cesar le acosaban.

Exhausto de recursos, como su compañero, forzoso le era hacer esa vida del desheredado, ó dormir en un café ó pasarse las noches en un inmundo lodazal, para no esponerse á ser conducido á la policía, si se acostaba en un banco de alguna plaza pública.

Como Juanazo encontraba en su amigo el neceser aparente para sus truhanerias, urdió una en que fabricando una letra que decia haber recibido y alegando una ligera indisposicion, comisionó á D. Agapito para efectuar su cobro. Este no se hizo repetir la órden, pues, presuroso corre á la casa comercial, gozoso con llevar una letra que les aseguraba el sustento y el porvenir tal vez.

No muy buena impresion debió causar la presencia de D. Agapito en casa del comerciante, pues revisando escrupulosamente la letra y desconfiando, desde el primer momento, se encontró trascurrido un rato, con la presencia de un agente de policía que le intímaba órden de prision.

Desconsertado y sin atinar la causa encontrabase aturdido con tan inesperado acontecimiento y en vano protestaba de su inocencia é intervencion en la falsificacion, de nada le servía, el comerciante exasperado, vociferaba y el comisario le hacia conducir entre dos vijilantes, al Departamento de Policía, como falsificador y estafador.

¡Infeliz D. Agapito!!

Veinte dias estuvo en la detencion, sumido en el profundo abatimiento sin que supiese la suerte que le estaba reservada y en contínuo trato con lo mas detestable y asqueroso de la sociedad, ladrones, falsificadores, mujeres perdidas, jugadores, vagos y en una palabra la escoria de la sociedad.

Prolijamente averiguado el hecho, se le puso en libertad sin que pudiese ser habido el truhan Juanazo.

Desgarrador era el cuadro que presentaban Dª Carlota y sus hijos al tener noticias de la suerte de D. Agapito! No hay pluma lo bastante bien cortada, que esprese el dolor de esta familia con nada comparable, la tortura de la infeliz esposa al verse deshonrada: sus gritos partian el corazon y sus hijos temiendo por la vida de su entrañable madre corrian desesperados de una parte para otra buscando un medio con que conjurar tan grandes males.

— Agapito de mi corazon! esposo mio: ven á nuestros brazos, tus hijos te esperan, todos te necesitamos, corre á nosotros; todo te perdonamos, todo, si, te perdonamos porque tu eres un buen padre, tu has sido siempre cariñoso esposo, las faltas que has cometido, no eres tú el causante, no. Ya lo sabemos, son las malas compañías, la mala fortuna que te persigue; siempre has tenido buen corazon. Demos al olvido el pasado, y vuelve á tu cariñosa familia que te espera con los brazos abiertos.

Así escribia Dª Carlota á su esposo; y este, aturdido, avergonzado de sí mismo y haciendo solemnes promesas de abandonar para siempre el juego, vuelve á su casa, pero en el mas deplorable estado que puede concebirse. Veinte años parece han pasado sobre su vida; ya no es el mismo de antes; vacilante, decrépito y enfermo de cuerpo y alma, lleva en su rostro las señales del insomnio; las huellas del sufrimiento, los rastros del hambre. Porque há pasado hambre, reducido al último estado de miseria, le ha sido forzoso sentir las consecuencias del abandono.

Todo es alborozo en su casa á su llegada, mortal congoja, acomete á la esposa al verle en tan deplorable estado y sin reconvencion alguna, esméranse todos á porfía, en agasajarle y prestarle esos ciudados que solo una amante cariñosa puede prestar en circunstancias tales. Los hijos afánanse por consolar á entrambos, y una respetable y cariñosa persona, un venerable y recto ministro de Dios corona la obra de perdon con sus sábios consejos, que llevan la paz á aquellas almas atribuladas.

– Asi es la vida D. Agapito, una sucesion de acontecimientos en que predominando la pasion á la razon, en vano intentaremos oponernos á los efectos de suyo naturales que tienen que desprenderse de esto.

La vertiginosa carrera del vicio, no encuentra obstáculos, no reconoce barreras, no percibe causa bastante poderosa que se oponga á su marcha, todo lo allana, todo lo vence, todo lo supera, hasta que la razon vuelve á ocupar el puesto que Dios quiere concederle en nuestro sér.

Una pasion, mejor dicho, un vicio arraigado, es la tupida venda que cubre nuestros ojos, bajo la cual, nada podemos distinguir, sinó tinieblas, oscuridad, abismo.

El juego es una llaga social que absorbe todo nuestro sér, se insinua poco á poco, y nos arrastra con una fuerza desconocida hacia el estado que V. há esperimentado; todo es tenebroso, todo es horrible, pero aun mas horrible, el presenciar el resultado fatal, y necesario que se irradia á la familia. Honrada y feliz, en un tiempo, tornase el sitio de la amargura, allí nada existe que no sea el llanto y el dolor; á la paz que antes se disfrutaba, sucede, la mas triste y prolongada consternacion.

Todo lo que se divisa en derredor, es luto y miseria, y seguiria necesariamente una no interrumpida série de males y desgracias, que acabarian en el crimen, si no viniera en nuestra ayuda una chispa de razon y ligero rayo de luz, que iluminando nuestro entendimiento, detiene la carrera, y espantados en vista del lodazal en que estábamos sumergidos, no nos diera la fuerza bastante para poder salir y regenerarnos.

Si mi querido amigo Don Agapito: el hombre puede regenerarse siempre; fuerza de espiritu es necesaria, y nada mas. Ya ha visto prácticamente adonde conduce el juego, nada mas le diré.

Sus hijos ya son hombres; Vd. está en una edad madura, su cariñosa esposa, resentida su salud, no gozará por mucho tiempo del placer de verle regenerado, pero es obligacion suya, es un deber cristiano proporcionarle dias felices y no acelerar el curso de su dolencia. Trabaje, trabaje con ardor, y á mas de tener la íntima satisfaccion que produce el trabajo, se habrá disipado para siempre esa pasion que tantos males ha causado.

El ejemplo influye poderosamente en las costumbres de los hijos; si Vd. siguiese con su horrible vicio, llegaría á ser no solamente el asesino de su esposa, sinó el corruptor de sus hijos que algun dia le pedirian estrechas cuentas de su conducta.

El estado á que habia llegado, y tales amonestaciones, parece que influyeron en Don Agapito, para que tornase al trabajo; pero á decir verdad, este le era pesado, ya no encontraba aquella satisfaccion que antes esperimentaba; siempre pensaba en su mala estrella, en lo fácil que sería adquirir su antigua posicion, y así evitar la constante carcoma de los acreedores á quienes no podía satisfacer; no podia resignarse á esa monotonía de la casa, si bien hácia supremos esfuerzos, por su esposa primeramente y por sus hijos, pues Eduardo el mas jóven llevando algunos años de estudio era forzoso mostrarle distinta vida á la que antes llevaba. No sucedía lo mismo con Alfredo, amigo de la disipacion, pasionista por el juego, seguía las huellas del padre, aunque en menor escala, el trabajo, le era odioso y no aceptaba las reconvenciones del padre, porque no tenian la autoridad bastante para hacerle desviar de un vicio que habíale inculcado desde sus mas tiernos años, con todo el poder del ejemplo y de la tolerancia.

Asi pasaba la vida esta familia hasta que estallando de improviso la enfermedad de Doña Carlota y desesperando de poderla salvar, perdió de esta manera su colocacion y con ella los medios de subsistencia; para colmo de tanta desgracia, un voraz incendio, destruyó en un momento la fortuna del bienhechor que costeaba la carrera de Eduardo y de esta manera, suspendidos sus estudios, le fué forzoso regresar al paterno hogar en donde solo habia miseria.

Don Agapito, so pretesto de entretener el tiempo que debia ocupar en el trabajo; sea este cual fuere, tan pronto manejaba la baraja como el taco y la taba, bien es la verdad que por puro entretenimiento, pero á esto se siguió el interés módico de los dias festivos, el compromiso con el forastero y las mil ocasiones que se nos deparan, para que aficionándonos con la pereza, alejados del trabajo, vayamos poco á poco, á ser subyugados por los antiguos hábitos.

Nada mas cierto que esto, observad á esa cordial reunion del dia de fiesta, toda la tarde les ocupa la partida en que con reposado calor, se defiende el chocolate; son siempre los mismos; de aquí no nacen disenciones ni disgustos, sus semblantes, respiran franqueza y bondad y todos ellos, son respetados por su invariable línea de conducta, que no ultrapasan por nada de este mundo. Pero dirijíos á ese otro grupo: aquí no se juega el gasto, aquí campea el dinero, poco es cierto, pero yá el interés se advierte en los semblantes, contínuamente está formada la partida, y con creciente interés, los dias festivos.

De esta reunion saldrán los jugadores de oficio; de aquí han de nacer las disenciones y este al parecer entretenimiento, convierte en vagos á los que calculadamente encuentran de esta manera su modo de vivir.

Ellos promueven el juego escandaloso, ellos buscan fútiles pretestos para interesar mas el juego (que sarcásticamente llaman honrado), y de esta manera saturados en esa atmósfera de codicia, y de molicie, solo ancian el lanzarse en brazos del vicio aun en contraposicion con sus convicciones.

Esto fué precisamente la causa que obligó á Don Agapito, para una vez comprometido, seguir indefectiblemente el curso de sus ambiciones.

Pretestado con habilidad un viaje, fácil le fué acudir á centros donde se esponen fuertes sumas y donde mas se escita la avaricia.

Dejémosle seguir insensato su torcida marcha, pronto le sacará de su parasismo un fuerte sacudimiento que le ponga á prueba.

Honda sensacion le ha causado la desastrosa muerte de su antiguo amigo Juanazo. Siguiendo su vida aventurera y criminal, no habia trepidado en llegar á los últimos peldaños de la degradacion social, y tomado infragante en un escandaloso robo, antes que verse con el grillete del presidario, puso fin á su mísera existencia, partiéndose el corazon con un puñal.

Todo en él habia sido miserable, y hasta su muerte no desdijo nada de sus principios. Muerte infame y baja, muerte afrentosa y vulgar, Dios le haya perdonado! Así muere la escoria social!! Ha cumplido con su destino.

¿Qué haces tú, insensato? ¿Qué piensas, qué meditas? ¿Cómo no corres presuroso al lado de tu esposa? ¿No veis que tu pobre Carlota es presa de mortal agonia por tu ausencia? Muérete de vergüenza si todavía la conservas; corre, marcha presto; no te detengas, que la inexorable Parca vá á cortar el hilo de su destino.

Lágrimas, oraciones, toque de campanas, entrar y salir visitas, todo ello denota que el Señor de todo lo creado ha visitado una enferma, que debe presentarse en breve ante el Tribunal eterno.

¡¡Súblime cuadro!! Qué imponente respeto al penetrar en la alcoba donde casi exánime yace doña Carlota!! Alumbrado su cadavérico rostro por un ténue rayo de luz que se destaca de una vela que acompaña á un crucifijo: su rostro es la espresion de la resignacion cristiana, no espresa sufrimientos, convulsivamente estrecha la mano de su esposo Don Agapito, y pasa su diestra sobre la cabeza de su hijo Eduardo, que arrodillado comprime difícilmente los sollozos que salen de su pecho.

— Nada... mi Eduardo, mi hijo... no desesperes; el tránsito se acerca, es verdad, pero por él es preciso pasar... Feliz yo que muero en medio de mi esposo, de mis hijos... Mis hijos, ¡ah! mi Alfredo, mi hijo Alfredo... ¿Por qué no viene á recibir la bendicion de su moribunda madre? Dios mio, proteje á mis hijos... Mi Agapito: yo muero... yo siento circular por mis venas el frio de la muerte... cuida á nuestros hijos... el ejemplo... el ejemplo... yo te perdono ...

— Madre mia... Dios soberano... Justicia, pero justicia pronto; tu asesino.. tu asesino... yo sé quien es el asesino de mi madre.

Don Agapito cae asombrado de rodillas, sin poder articular palabra alguna; sus ojos son dos torrentos de lágrimas, y unos entrecortados sollozos le ahogan, oprimiéndole la garganta.

La infeliz moribunda, haciendo un supremo esfuerzo, se incorpora en la cama, trémulos los lábios y afiladas las facciones, con su ya empañada vista, puede articular todavía:

— Insensato... perdon á tu padre, pide perdon al que te dió el ser; pronto, que yo lo vea, hijo mio... per...don... á to...dos, Agapito... Al...fredo... Eduardo... hijos... hi...jos mios: a ... di...os.....

Y cayó desplomada en el lecho; su espíritu ha volado al cielo, dejando abrazados al infeliz padre y desconsolado hijo, que miran con horror la ausencia de Alfredo.

El Señor se apiade de esta desgraciada familia: Doña Carlota velará desde el cielo por ellos.