Perfiles de una llaga social/Capítulo IV

De Wikisource, la biblioteca libre.
CAPITULO IV


DE COMO EL TRABAJO REGENERA AL HOMBRE


El trabajo santifica las almas no sé quien lo dijo, pero alguno fué, y sinó lo digo yo ahora, al ver la transformacion tan radical que ha sufrido el último cuadro.

La decoracion se ha tornado de lóbrega y terrorífica, en risueña y agradable, y el encargado de la tramoya, es el trabajo; solo el trabajo puede producir tan espléndido y consolador resultado.

Gloria al trabajo! gloria á la constancia que todo lo salva, y gloria á la honradez que todo lo merece.

El trabajo, es el don preciso de la sociedad: con él se dulcifican las pasiones, con él destruimos los vicios que nos empequeñecen; con él logramos devolver la paz y la alegria á un corazon destrozado; con él honramos á la sociedad y con él, por último, se logran vencer las dificultades que se opongan para el ideal de nuestras aspiraciones: con el trabajo se engrandece el alma, porque él á manera de suave bálsamo, nos cicatriza las heridas que produjeron nuestros vicios, y nos torna á un estado en el que solo se vislumbra la paz y la felicidad.

Reparad en ese honrado hijo del trabajo, todas sus costumbres son emanadas del puro y tierno corazon que late en su pecho; todos sus actos tan nobles y morales, como la dulce y franca espresion de su mirada.

De nadie desconfia, todo en él es honrado y digno.

Como en el trabajo encuentra la compensacion de sus afanes, entrégase á él con ardor, pues constituye la paz y la gloria de sus hijos, de su esposa, de sus padres, de sus hermanos y de la sociedad en último término.

¿Quién con mas derecho á la pública consideracion y respeto de sus semejantes, que el entregado por completo al trabajo?

En toda la escala social, en todas las profesiones, en todos los oficios, en todas las edades, en todos los estados, y en toda condicion, es venerado y objeto del mas sublime respeto, el que del trabajo hace un templo, que sirve á la par de admiracion, y trascendental efecto social.

El desgraciado proletario que noche y dia se entrega al trabajo que constituye el pan de su prole, cuando por fin logra el premio justamente merecido, de ponerse á sí y á los suyos al abrigo de la miseria, disfrutando de una desahogada posicion, no venereis en él sus riquezas, os infunde respeto la contraccion del trabajo y encontrais al hombre honrado que ha sabido recojer los dones que éste prodiga.

Son las seis de la mañana; en todas las casas reina un profundo silencio, interrumpido por los ladridos de los perros que asomando la cabeza por la gatera de la puerta, pretenden asustar al madrugador labrador que parte para sus heredades, montado en su mula.

Principia á notarse movimiento en la fábrica, ábrense las ventanas, y aparece la venerable figura de un anciano, ora corre diligente de una a otra parte poniendo en órden todas las salas y esperando á que dén las siete, hora en que se empieza el trabajo.

Estamos en un bello y espacioso edificio de tres cuerpos, coronado por una espléndida chimenea que constantemente eleva al cielo espirales de humo, ofrenda que envia el trabajo, á manera de holocausto para venerar á Dios. Sobre anchurosa entrada y encima de la puerta, se lee: Fábrica de la Honradez.

En ella tienen ocupacion constante ciento cincuenta operarios y ochenta mujeres. Los tejidos mas variados salen de esta casa ya consignados para el estrangero.

Entra en ella lana y salen ricos géneros, todo acabado, todo perfecto. El órden se nota en todas sus dependencias, y el aseo mas escrupuloso, se echa de ver por todas partes.

Dán las siete, y puntualmente, llegan los operarios, que ordenadamente, toman posesion de sus artefactos y principia el trabajo en medio de la paz mas envidiable que pueda concebirse.

Alegres cánticos, se suceden al estrepitoso ruido que las máquinas producen, y unos elaborando la lana, otros tejiéndola, otros en el tinte y otros acondicionando los géneros, los restantes ocupados en la carga y descarga; todos obedecen con la sonrisa en los lábios á los tres dueños que con ellos comparten las faenas del trabajo.

Con las manos cruzadas por detrás, y paseándose de una sala á otra, observa con atencion, sin que nada para él pase desapercibido, un anciano, que todos miran con respeto.

— Vamos Timoteo, parece que el pequeñuelo debe estar mejor, te lo conozco en la satisfaccion de tu semblante: Dios siempre mira por los pobres, y ya ves como por fin parece que podemos contar con el hombre ... hem ...

— Es cierto D. Agapito, el muchacho ya está fuera de peligro y dentro de seis ú ocho dias, ya podrá venir á la escuela, pues como es tan aplicado, es una lástima que falte un dia: gracias á Vd. D. Agapito, mi hijo ha recobrado la salud, (decia el buen Timoteo enjugando las lágrimas).

— Pero padre: ¿Qué necesidad tiene Vd. de madrugar tanto? decía á Don Agapito un jóven de 35 años, de mirada franca y bondadoso semblante.

Las mañanas están algo frias y á su edad; el cuidado es lo mas interesante: no se precisa esto.

Alfredo y yo somos suficientes para atender á todo, y no puedo consentir, que en invierno Vd. abandone el lecho que tan necesario le es. Cuidese y deje á nosotros las atenciones de la fabrica.

— Si no puedo hijo, .... es imposible, al calor del trabajo, siento rejuvenecer y esperimento una paz tan dulce en medio de gente tan honrada .... ¡qué, vamos! no hay que hablar mas de esto. Si me quitaseis el cuidado de la gente, no podría vivir y las horas serían para mi el mayor de los tormentos, pasándolas en la inaccion.

— Haga lo que quiera, pero yo no me conformo con que Vd. madrugue tanto.

— Mira hijo: Cuando dirijo mi vista por estas salas, veo la mano de Dios; en cada operario, encuentro una bendicion, y mi corazon se alegra al oír las sencillas canciones de esta gente que solo piensa en trabajar para aumentar el depósito de la caja. Hoy los verás en el colmo de la dicha, hoy será uno de los dias mas felices de mi vida, rodeado de todos ellos, oiré las bendiciones que saldrán de sus lábios, y todas para mi buen hijo Eduardo.

Efectivamente, es el aniversario 3° de la apertura de la fábrica.

Emprendida una noble cruzada por el digno sacerdote, y á fuerza de constancia y valor, consiguió la regeneracion de Don Agapito y del desgraciado Alfredo.

Vueltos á la vida moral, y agotadas sus lágrimas, con empeño buscaron en el trabajo, el lenitivo para sus males, y el sustento que les era necesario. Animados por el buen sacerdote, fácil les fué encontrar el sociego por tantos años perdido: y á fuerza de laboriosidad y de moral ejemplo reconquistaron el aprecio de que antes disfrutaron.

Edificante era el ejemplo que daban con su modo de ser. Para todos eran objeto de compasion y afecto; admiraban el valor de espíritu de que estaban poseídos por haber abandonado el lamentable estado en que su feo vicio les arrojara, y se condolían de sus remordimientos, por la suerte de Eduardo, cuyo paradero ignoraban.

Así pasaron seis años de prueba, en que templados sus corazones con el hábito del trabajo, eran por todos tenidos por ejemplos de moral y de contraccion. Mucho contribuyó esto para arraigar en el pueblo el amor al trabajo, y desterrar el vicio. Ellos propendieron á que asi sucediese, buscando en lugar del juego, útiles pasatiempos, que atraían á todos, llevando la instruccion á los que antes gozaban con la ociosidad.

Por muerto lloraban ya á Eduardo, cuando inesperadameete recibieron la noticia que mas grata fuera á sus corazones.

Eduardo en Alemania, había adquirido una fortuna, y en breve debía regresar á su pueblo natal. Lágrimas de la mayor ternura, inundaban los ojos de padre é hijo, y sentían estallarse su pecho, de puro gozo, pues se acercaba el momento de presentarse á Eduardo, ostentando en su frente la honradez, y siendo por todos apreciados.

Describir la alegría y el contento que esperimentaron el dia de su llegada, es imposible, sollozos, gritos de amor, lágrimas de arrepentimiento, todo se mezclaba, con el relato que Eduardo hacia de su vida.

— ¿A qué decir el estado en que yo salí de aquí? Llegué á Alemania, en busca de trabajo, y pronto me deparó la suerte en encontrarlo con una familia, que había de hacer mi felicidad. Escribiente primeramente, y mas tarde tenedor de libros, supe captarme las simpatías y estimacion de mis superiores.

Incansable en el trabajo, ocupaba los ratos en que este se me dispensaba, en cultivar el amistoso trato de aquella cariñosa familia; y pronto hubiera logrado hacer una desahogada posicion, á no haberla adelantado un suceso lamentable, que me hizo poseedor de una cuantiosa fortuna.

Despierto, medio asfixiado y envuelto en una nube de humo, una noche que jamás olvidaré.

Sobrecojido de espanto y oyendo los agudos gritos de la familia, salgo en busca de salvacion y solo encuentro llama, que por todas partes me cercaba.

¡Qué horror!

Gritos de auxilio, partían de un largo corredor; y diríjome ya medio asfixiado hácia la habitacion de una anciana madre de mi gefe. Todo eran llamas, denso humo, me hacía retroceder, y apocaba mi pecho. Consigo penetrar y arrancar de la muerte ya cercana, á la virtuosa anciana, ya medio asfixiada.

Atravieso entre llamas el corto trecho que me separaba de la puerta, y salgo entre brasas, con el cuerpo inanimado de la anciana; entre las lamentaciones de la poblacion, y la desesperacion de D. Tomás, (que así se llamaba mi gefe). Mi hija, mi hija, repetía; y yo armado de un valor, del que nunca me creí capaz, entro otra vez veloz como el rayo, y dirijiéndome al cuarto de la hija, nada distingo que pueda guiarme hácia su lecho. De repente una intensa claridad, sobrecojióme de terror: del techo se desprendieron unas maderas, que dieron conmigo en el suelo. Unos gritos apagados, salieron de un rincon, y haciendo un sobre humano esfuerzo, consigo recobrar mis fuerzas, y tomar en brazos á una jóven de 18 años, que como yo, tambien sentía el fuerte calor que la abrazaba.

Solo Dios sabe como pude salir, medio quemado, deposité en los brazos del padre, á su querida hija moribunda, al tiempo de yo perder el sentido.

Cuando volví en mí, todo era desolacion, todo llanto, la anciana y la jóven acababan de espirar; y la casa había quedado reducida á un monton de escombros.

Muchos dias estuve luchando entre la vida y la muerte, pensando en Vd. mi querido padre y mi amado Alfredo; al fin se inició la convalescencia, y pronto pude prestar mís solícitos cuidados al desgraciado D. Tomás, que en medio de penosa enfermedad y sin tener sucesores, me instituyó su heredero universal, muriendo en mis brazos.

— Dios nunca abandona á los suyos, decía el venerable sacerdote; siempre tuve confianza en él, y ahora veo que no en balde, acuden á él, los espíritus atribulados. Bendigamos al Señor.

Desde aquel dia se pensó en instalar una fábrica de tejidos, con el solo objeto de ocupar á 200 ó 300 obreros; donde se aprendería moralidad.

Así se hizo efectivamente, pero con unas bases que esceden á toda ponderacion. En la fábrica ganan los operarios dos reales mas que en otra alguna.

Los hijos de éstos tienen en el mismo establecimiento, dos escuelas gratuitas, una para párvulos y otra de primeras letras, con ampliacion de artes mecánicas y agricultura.

La casa tiene una caja de ahorros, y en ella, depositan los felices operarios, sus economías. Todo esto se obtiene, con la sagrada obligacion de estar apartados del juego, sea este cual fuere.

Condicion indispensable, que forma la moral de la fábrica.

¡Alegria causa ver estos hijos del trabajo correr afanosos para labrar un porvenir segun á sus hijos, que criados en la escuela de la mas pura moralidad, y saturados de la virtud al trabajo, serán en su dia, los reflejos mas ostensibles de la laboriosidad!

Hoy es el tercer aniversario de la instalacion de la fábrica y con tal motivo, es esperada la hora en que se cierra la fábrica, á las 10 de la mañana, y vuelve á abrirse á las 12 en punto, pero completamente transformada. Gloriosos trofeos de la industria, cubren las paredes, y largas mesas, contienen los cubiertos destinados para todos los obreros: entre ellos toman asiento D. Agapito, Eduardo, Alfredo, el señor Cura y algunos convidados.

Presidiendo otra larguísima mesa, se vén á dos maestros de las escuelas, y dos preceptoras, que entre los niños, forman el cuadro mas angelical que puede describirse.

Principia la comida, en medio de una paz y libertad jamás observada. Solo dos personas no pueden contener el llanto, Don Agapito y Alfredo se han afectado intensamente al recordar tiempos pasados y observar los presentes.

Un abrazo de Eduardo y las lágrimas de los tres, son bastante para recobrar la calma y extasiarse de alegria, al contemplar espectáculo tan magnifico.

En medio de la comida y como por sorpresa, cuatro niñas presentan un elegante ramillete á D. Agapito, Eduardo, Alfredo y al señor Cura; al tiempo de decir un despejado niño:

— « Reciban esos ramos, como testimonio de la gratitud, que os demuestra la infancia. Que Dios les colme de bendiciones. y que nosotros podamos tambien bendecirlos por muchos años.»

Una banda de guitarras y bandurrias, invade el salon y se llega al delirio de la alegria.

— « Hijos mios: (esclama D. Agapito, dirijiéndose á los obreros). Pocas palabras, os puedo dirigir, porque me ahoga la emocion.

« Mis hijos Eduardo y Alfredo, os gratifican hoy con un duro, que cada uno de vosotros tendrá apuntado en su libreta de la caja. Bendecid á mis hijos, y sed honrados.»

¡¡Viva!! ¡¡Viva!! resuena por el ancho salon y todo desde este momento es espansion y dulce alegria.

¡Silencio, el Sr. Cura vá á hablar!

— Queridos hijos:

Dios sea bendito, el gozo que embarga mi corazon en estos momentos, no me es dado el espresarlo.

Feliz y muy feliz es mi vejez, cuando me ha sido permitido el presenciar por tres veces, el espectáculo tan solemne, que presenta este santuario del trabajo.

La ociosidad, es madre de todos los vicios; y el trabajo y la honradez, la bendicion de Dios.

Airada se encontraba la cólera divina, al presenciar un dia entronizado el vicio, en corazones que no habian sido dados á la vida sinó para practicar la virtud.

La ociosidad fué en su principio, causa de innumerables males que trajeron un cúmulo de desgracias, que con escándalo, todos presenciábamos.

El juego subyugando á dos almas, habíalas convertido en espectros repugnantes y deleznables, por todos aborrecibles, y llegado á un estremo de degradacion, que nada mas bajo se podia concebir.

Pero llega un dia en que Dios tendiendo sus misericordiosas miradas sobre ellos, hizo llegar á sus corazones, un destello de su divina luz, y desde aquel momento, clara su inteligencia, despejados sus sentidos; pudieron ver el emblema de su regeneracion, que todo él, estaba representado en el trabajo. Nada de vacilacion, nada de dudas, al trabajo se entregaron con ardor, y los que antes eran seres despreciables lograron el aprecio de los demas: los que antes tenian su conciencia torturada por crueles amarguras, lograron obtener la paz del alma; los que antes consumian la miseria, vieron llamar á sus puertas á la fortuna.

Los que antes eran objeto de repulsion, son ahora objeto justisimo de bendicion.

Trabajo y honradez.

Aquí tenemos el talisman tan deseado para lograr la dicha.

Con él se ha fundado esta fábrica, este Templo mas bien; en amigable consorcio, nos encontramos todos reunidos, porque todos mostrais en vuestro rostro, las señales de la honradez, los indicios de la paz del alma, y la esperanza de doradas aspiraciones.

Rendis culto al trabajo, y el trabajo os recompensa haciéndoos buenos padres, buenos hijos, buenos esposos y buenos hermanos. Proseguid con constancia esta tarea, vuestro es el porvenir, que Dios ha de ayudaros.

Gravad en vuestro corazon y gravad en el de vuestros hijos, la gratitud que mereceis, á esta honrada familia, predilecta de Dios: guardad por ellos, el respeto que á todos nos infunde su moral ejemplo, ellos son destinados por la providencia, para ser la felicidad de este pueblo; y este pueblo agradecido, los colma de bendiciones y su memoria ha de ser imperecedera, porque sus obras son inmortales como emanacion del mas puro afecto de sus corazones.

Bendecidlos, hijos mios, como yo los bendigo, y no olvideis jamás lo que ellos nos han enseñado, que: el trabajo regenera las almas, y santifica al hombre.