Ir al contenido

Periódico El Hurón - Número I

De Wikisource, la biblioteca libre.


Periódico El Hurón

Número I

Cuando anunciamos la publicación de este periódico ofrecimos notar primero los vicios de la administración, descubrir luego su origen y finalmente proponer el remedio: ya entonces se advirtió que este orden sujeto a inconvenientes, quitaba a nuestra obra aquel enlace y combinación que debe formar un todo regular, y pareció más análogo a nuestro objeto invertirle, desenvolviendo con preferencia los principios del mal: así es que pueden designarse diferentes causas parciales de los extravíos que lamentamos; pero hay una principal que vivifica, por decirlo así, los resortes de la corrupción y da al carácter de los agentes la fuerza y los medios de prostituirse de un modo desconocido; ella es el gran secreto para descifrar todos los acontecimientos, el hilo con que solo puede penetrarse y conocerse el laberinto de la presente administración; aventurar reflexiones aisladas, presentar a cada uno de los personajes que han de ocuparnos, sin haber descubierto aquel resorte universal de su conducta, sería ofrecer un cuadro interesante sin la luz necesaria para observar sus colores. Por otra parte, la carrera de los crímenes y defectos es dilatada; ha de ocuparnos por desgracia muchos números y si la vigilancia del Gobierno lograse burlar nuestros esfuerzos para su circulación, habríamos perdido lo mas útil y precioso de nuestro trabajo privando al pueblo de aquel importante descubrimiento.

Por eso estábamos convencidos de que antes de entrar en la reina de las operaciones y de las personas correspondía desenvolver el sistema que las dirige: estábamos convencidos pero no resueltos. El terrible secreto comprende un complot el más espantoso que produjeron las revoluciones, la herida más cruel que puede hacerse al corazón de los pueblos; nosotros deseamos cerrarla, si fuese posible, sin abrirla; ahorrar una escena de horror y escándalo a la nación y a la historia y dar tiempo a muchos ilusos que figuran en ella; como aspirábamos más a la reforma que al castigo de los delincuentes, queríamos que nuestro prospecto fuese un aviso saludable que enseñándoles el riesgo les impeliese a separarse de la senda del error; y hubo momentos en que nos prometimos un triunfo: ¡que insensatos fuimos!

La publicación del prospecto ha producido un desengaño fatal: lejos de arrepentirse los malvados, se volvieron furiosos; yo los vi en sus orgías [1]; yo vi pintado en sus rostros el orgullo y el despecho; oí sus discursos sacrílegos; todo era sangre y venganza; todo proscripción y muerte; aquí un ministro del Evangelio trasformado en Sans Culotte gritaba con voz descompuesta el exterminio de los ciudadanos; allí un militar de rango, poco diestro en la ciencia de los generales, proponía el aumento de espías asalariados; más allá un miembro de justicia dictaba el robo y el asesinato, ofreciendo venenos y puñales; en medio de todos se distinguía un miserable mercenario [2] abriendo dictamen sobre altos negocios de Estado; uno disponía de los ejércitos, otro de los gobiernos; nada había sagrado para los Jacobinos de Sud América; la religión misma y el altar debían servir su ambición devoradora. Si nos descubren somos perdidos; perezcan los que intentan ilustrar a los pueblos; perezcan los pueblos mismos antes que hacernos el blanco de su venganza; y cuando el riesgo se aumente, cuando no haya otro recurso, precipitemos los sucesos; pruebe la soberbia Buenos Aires la suerte de la Banda Oriental y conservemos nosotros el fruto de nuestros trabajos. Este era el voto del club aristócrata: al oírle, al observar aquel horroroso espectáculo, me pareció que me hallaba en un club de bestias feroces que, ya cubiertas de sangre, se preparaban a despedazar nuevas víctimas y disputarse los fragmentos de la patria abatida sobre los cadáveres de sus mejores hijos. Huí espantado de aquel lugar execrable y desahogando mi dolor en el silencio del recogimiento, exclamé trasportado: amada patria mía, ¿será en vano que la fortuna te presentase por enemiga una nación degradada e imbécil, que las grandes potencias fijen la atención en el resultado de tus esfuerzos, que los ciudadanos sacrifiquen sus bienes y sus vidas por tus triunfos y que se hayan concedido los de Chacabuco y Maipú? ¿Habrán de fenecer tus glorias y tu esperanza, no al impulso de enemigos exteriores, sino por la intriga y ambición de los tigres que alimentas en tu seno? Si tal es tu triste destino, no será mío conocerlos y ocultarlos: yo los delataré ante el pueblo soberano, descubriéndoles prepararé su castigo y haré que la historia mande sus nombres a la posteridad envueltos en odio y en execración.

Voy a cumplir este voto sagrado. ¡Temblad, tiranos! El velo que os encubre va a rasgarse para siempre.

¿Cuál, americanos, sería vuestro asombro e indignación si supieseis que el orden que se observa en la administración del país es solo aparente, y que todo lo gobierna el capricho de algunos hombres que disponen a su arbitrio de la tierra como de una mina, de los habitantes como de instrumentos para trabajarla? Tal es vuestra situación: no hay Congreso, no hay Directorio, no hay Tribunales, no hay Leyes; fenecieron esos establecimientos respetables que presagiaron un día vuestra felicidad; fenecieron sepultados en el abismo que abrieron los Jacobinos; solo existe su sombra para alucinaros; en su lugar se ha elevado el detestable Club Aristócrata, de cuyo origen, progresos e infernal constitución ofrecemos instruiros fundamentalmente; instados ahora por el tiempo, daremos una breve idea de su estado actual, no sea que el veneno o el puñal decretado contra el Editor pueda, aunque fuera de toda probabilidad, acabar una vida que sentiría perder dejándoos, americanos, entregados a aquellas manos sacrílegas.

El objeto del Club Aristócrata es apoderarse de la administración y de la fuerza y disponer del país a beneficio de sus miembros; los medios de conducir esta obra a su término resultan de su constitución orgánica; cada individuo jura sostenerla con su vida, haberes y fama; profesa secreto inviolable, amistad exclusiva a la corporación y obediencia ciega a sus resoluciones. Calculad, americanos, las consecuencias de estas bases fundamentales del orden del jacobinismo y bajo ellas podréis explicar todos los acontecimientos, desde la ominosa época de su inauguración y resolver el problema de las contradicciones, y veréis cómo los tigres prontos a devorarse se unieron por intereses, para devorar a los pueblos.

El célebre fundador de esta sociedad en Sud América es José de San Martín. ¡Monstruo de corrupción, de crueldad y sobre todo de ingratitud! ¿Por qué el destino injusto unió su nombre a la victoria? La magia de Chacabuco y Maipú, jornadas que por tu ignorancia harán llover males sobre el país, ¿te habrá sido concedida para que derrames más a salvo tu contagiosa doctrina en los pueblos inocentes? No es de este momento fijar el día de la instalación del Club central y sus subalternos; base decir que es poco anterior a la elección de Director en Juan Martín Pueyrredón; él marchaba a esta capital cuando el fundador vino a encontrarle en Córdoba y le inició en los misterios; a virtud de un triunfo tan interesante para los aristócratas, el hombre contra quien pocos días antes todo Buenos Aires respiraba odio y desprecio, fue recibido y sostenido como milagrosamente; desde esa época fatal se han multiplicado sin interrupción los progresos del establecimiento, y se ha fortificado con otros nuevos hasta adquirir el grado de poder que hoy goza y que solo puede destruirse descubriéndolos. Entretanto que puede publicarse una idea completa de la organización y estado del orden en todas sus ramificaciones, referiremos una parte de los individuos de que se compone. Esperamos que la conducta de los otros les hará dignos de la consideración que se les dispensa en este número.

Congreso.- El presbítero doctor don Antonio Sáenz, el canónigo don Luis José Chorroarin; el coronel mayor don Juan José Viamont, don José María Serrano, don Matías Patrón y don Pedro Carrasco.

Gobierno.- El Director don Juan Martín Pueyrredón, el Secretario de Estado don Gregorio Tagle, el de Guerra don Matías Irigoyen.

Ejército.- General San Martín, general Belgrano, coronel mayor don Matías Zapiola; el de igual clase don Juan Ramón Barcarcel; el coronel de artillería don Manuel Pinto; el comandante de Cazadores don Celestino Vidal; el de cívicos don Luciano Monte de Oca y el de Húsares don Domingo Sáez.

Empleados.- El coronel mayor don Toribio Luzuriaga, gobernador de Mendoza; el oficial mayor de la secretaria de guerra don Tomas Guido, diputado cerca del Gobierno de Chile; el de igual clase de la secretaria de Gobierno don Julián Álvarez; el jefe de la mesa de Relaciones Exteriores, escribano don Justo Núñez; el camarista doctor don Juan Cosio; don Bernardo Vélez y el oficial de secretaría don Miguel Belgrano.

Particulares.- Don Manuel Pinto, don Santiago Rivadavia, frai Ignacio Grela y don Vicente Chilavert.

Por esta relación resulta que el Club aristocrático, llenando los fines de su instituto, está en posesión del Gobierno, de la fuerza y de todos los ramos de la administración, ya inmediatamente por sus miembros, ya por su influjo y relaciones. Con oportunidad manifestaremos el fruto que ha recogido cada uno de ellos y sufran en la ignorancia y el silencio la suerte que se les prepara; se han multiplicado extraordinariamente las medidas de precaución, organizando ejércitos secretos de segundo y tercer orden que vigilen sin cesar.

Hay al efecto otra muy numerosa sociedad masónico-filantrópica presidida por Julián Álvarez; bajo este instituto, cuyas bases seducen a los incautos, se ha alistado una multitud de ciudadanos pacíficos que se proponen protegerse y velar sobre la tranquilidad pública y conservación de las autoridades; pero por un refinamiento de intriga y perfidia en la práctica de su constitución, son conducidos como esclavos por las insinuaciones de su presidente, que perteneciendo al Club aristocrático hace instrumento de sus resoluciones a los hermanos que preside: ellos desempeñan con eficacia tres comisiones de la mayor importancia para los aristócratas; sirven la policía secreta, y vendiendo a la sociedad las relaciones amistosas, las del parentesco, las de la confianza y sigilo, se convierten en otros tantos espiones del Gobierno; prestan su voto y el de sus amigos para las elecciones populares, y son encargados de dirigir la opinión pública a beneficio de la administración, apoyando todos sus actos. ¡Por qué fatalidad ha encontrado la corrupción el secreto de servirse de la virtud misma y hacer de ella la escala para los crímenes más espantosos! ¡Asombraos, masones, del rol que servís y huidle en tiempo oportuno! ¡Mirad vuestras manos, inocentes sin duda, pero manchadas en la sangre de los ciudadanos, ligadas al carro de la tiranía más cruel y solo con movimiento para marcar vuestro deshonor y abrir nuevas heridas a la patria! A esta idea veo que os separáis horrorizados del empleo que se os destina, y bajo este concepto dejo reposar vuestros nombres a la sombra del misterio.

Existe un tercer orden de guerreros asquerosos, pero terribles: son los espiones asalariados por el Gobierno; se ha derramado en la capital y en las provincias un enjambre de estos insectos inmundos que no es posible detenernos ahora en referir [3]. Se ha querido hacer también extensivo a las damas el sistema de espionaje, y algunas han entrado ya al goce de pensiones por servir la policía y la delación. ¡Sexo amable! Los tiranos de Sud América son bastante bárbaros para proponerse manchar vuestras gracias con un borrón infame; pero nosotros, renunciamos, en vuestro obsequio, al poder de descubrir las que se han prostituido a su influjo: en cambio, de su pequeño número, poseemos una bella porción de heroínas de la libertad, dignas por sus talentos y sobre todo por su consecuencia, de ocupar un lugar distinguido en la historia de la revolución.

Tal es americanos, la administración que preside vuestro destino: los clubs aristócratas son los tribunales donde se discuten y resuelven los altos negocios de Estado, las atribuciones todas de los poderes legislativo y judicial: ellos disponen de los pueblos y de los ciudadanos sin otra ley que su voluntad, sin otro objeto que su seguridad y su riqueza; la pluralidad de sus sufragios hace el poder universal y el derecho de vida y muerte; observan, sin embargo, con escrupulosidad ciertas máximas generales, cuyos efectos no es difícil advertir; todo empleo o comisión importante es propiedad exclusiva de los aristócratas; todo enemigo de ellos es sentenciado a la proscripción o al exterminio y se considera en esta clase a cualquier ciudadano que goce de talentos elevados o de influjo conocido [4]. Aplicando estos principios a la marcha de los negocios y a la conducta de cada uno de los agentes, se observa una exactitud constante en practicarlos y se descubren misterios y secretos peregrinos: nosotros emprenderemos este trabajo en los números siguientes.

¡TIRANOS! Ya estáis descubiertos: si un destino fatal quiere que consuméis vuestro detestable empeño, al menos no podréis disfrazaros bajo la máscara de la hipocresía: la guerra está declarada entre vosotros y los pueblos: temed su justicia, y que las sombras de las víctimas sacrificadas a vuestro furor se presenten por todas partes a pedir venganza.

¡Masones! Que las virtudes cívicas no sirvan más de instrumento a los crímenes de los malvados: conocedlos y detestadlos; ellos os degradan y añaden al insulto la burla y el desprecio: huid, pues, de continuar alistados en sus huestes sanguinarias.

Habitantes todos de las Provincias Unidas: la patria está en peligro ¡y vosotros quietos! La corrupción, la calumnia, los puñales y la muerte se agitan por todas partes ¡y aún dormís! Despertad, americanos virtuosos, dignos hijos de la libertad; ella implora vuestro esfuerzo y perece sino la salváis; ya se rasgó el velo del prestigio; ved el ejército de los aristócratas que inunda la tierra de un torrente de males; impotente ante los pueblos quiere dividirlos para devorarlos; quiere romper los vínculos sociales para reemplazarlos con sus cadenas; oprime al sabio, asesina al fuerte, roba al poderoso, ultraja la virtud, prostituye la inocencia, pretende, en fin, reduciros a dos solas clases, o verdugos feroces o víctimas miserables: que una santa insurrección sea el orden del día; que todo buen ciudadano se preste a la voz de la necesidad; que el feroz despotismo desaparezca ante el pueblo irritado, y que la muerte de los monstruos que presiden sus legiones haga olvidar los males pasados y los que os amenazan.

Notas del editor

[editar]
  1. Así pueden llamarse con propiedad las reuniones del club aristócrata, donde los excesos de la intemperancia acompañan regularmente el calor de las discusiones.
  2. Don Vicente Chilavert.
  3. Cuando las tropas no se pagan, cuando las viudas y las esposas de los militares que prodigan su sangre en defensa de la patria, están experimentando dolorosas necesidades, entonces se derrama el dinero para comprar una multitud de agentes de la policía inquisitorial: los hay de todas clases y goces; unos con sueldos fijos de ochocientos, mil y hasta dos mil pesos; otros con gratificaciones y gracias. El conocido impostor Olavarrieta obtuvo un permiso para la libre introducción de tabaco, que le produjo cantidad de miles de pesos: la paga está en proporción de la clase de servicios, los que no solo vigilan hasta los pensamientos, sino que se prestan a asegurar o a sostener las calumnias que combina el club y a la ridícula farsa de dejarse aprehender como sospechosos, y así son mejor gratificados.
  4. Así pereció asesinado el valiente Rodríguez; así, bajo una calumnia ridícula y mal formada se pretendió arrojar del país a los señores Sarratea, Aguirre e Irigoyen: este proyecto, que estuvo sancionado y se revocó después por cobardía, ocasionó ruidosas discusiones en el club: si no nos falta el tiempo las insertaremos en otro número, refiriendo los discursos y votos con exactitud, porque son verdaderamente curiosos.

Ver también

[editar]

Enlaces externos

[editar]