Perlas negras/VI

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Rindióme al fin el batallar contino
de la vida social: en la contienda,
envidiaba la dicha del beduino
que mora en libertad bajo su tienda.
Huí del mundo a mi dolor extraño,
llevaba el corazón triste y enfermo,
y busqué, como Pablo el Ermitaño,
la inalterable soledad del yermo.
Allí moro, allí canto, de la vista
del hombre huyendo, para el goce muerto,
y bien puedo decir con el Bautista:
¡Soy la voz del que clama en el desierto!