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Peter y Wendy: Capítulo VIII

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Peter Pan y Wendy
de J. M. Barrie
Capítulo VIII: La laguna de las sirenas

VIII. La laguna de las sirenas

Si uno cierra los ojos y tiene suerte, puede ver a veces un charco informe de preciosos colores pálidos flotando en la oscuridad; entonces, si se aprietan aún más los ojos, el charco empieza a cobrar forma y los colores se hacen tan vívidos que con otro apretón estallarán en llamas. Pero justo antes de que estallen en llamas se ve la laguna. Esto es lo más cerca que se puede llegar en el mundo real, un momento glorioso; si pudiera haber dos momentos se podría ver el oleaje y oír a las sirenas cantar.

Los niños solían pasar largos días de verano en esta laguna, nadando o flotando casi todo el rato, jugando a los juegos de las sirenas en el agua y cosas así. No debéis creer por esto que las sirenas tenían buena relación con ellos: por el contrario, uno de los pesares más duraderos de Wendy era que en todo el tiempo que estuvo en la isla jamás logró que alguna de ellas le dirigiera ni una sola palabra cortés. Cuando se acercaba sigilosamente hasta la orilla de la laguna podía llegar a verlas a montones, especialmente en la Roca de los Abandonados, donde les encantaba tomar el sol, peinándose con gestos lánguidos que la fastidiaban mucho; o incluso llegaba a nadar, de puntillas como si dijéramos, hasta ponerse a una yarda de ellas, pero entonces la veían y se zambullían, probablemente salpicándola con la cola, no por accidente, sino con toda intención.

Trataban a todos los chicos de la misma forma, menos a Peter, claro está, que se pasaba horas charlando con ellas en la Roca de los Abandonados y se sentaba en sus colas cuando se ponían descaradas. Le dio a Wendy uno de sus peines.

El momento más hechizador para verlas es cuando cambia la luna; entonces sueltan unos extraños gritos lastimeros, pero la laguna es peligrosa en esas circunstancias para los mortales y hasta la noche que vamos a relatar ahora, Wendy no la había visto nunca a la luz de la luna, no tanto por miedo, ya que por supuesto Peter la habría acompañado, como porque había instaurado la norma estricta de que todo el mundo estuviera en la cama a las siete. Sin embargo, iba con frecuencia a la laguna en los días soleados después de llover, cuando las sirenas emergen en enormes cantidades para jugar con burbujas. Emplean como pelotas las burbujas multicolores hechas con agua del arco iris, pasándoselas alegremente las unas a las otras con la cola y tratando de mantenerlas en el arco iris hasta que estallan. Las porterías están a cada extremo del arco iris y a las porteras sólo se les permite usar las manos. A veces hay cientos de sirenas jugando en la laguna a la vez y es un espectáculo muy bonito.

Pero en el momento en que los niños intentaban participar tenían que jugar solos, pues las sirenas desaparecían inmediatamente. No obstante, tenemos pruebas de que observaban secretamente a los intrusos y eran capaces de tomar alguna idea de ellos, porque John introdujo una forma nueva de golpear la burbuja, con la cabeza en lugar de la mano y las porteras sirenas la adoptaron. Ésta es la única huella que John ha dejado en el País de Nunca jamás.

También tiene que haber sido muy bonito ver a los niños reposando en una roca durante media hora después del almuerzo. Wendy se empeñaba en que lo hicieran y tenía que ser un reposo auténtico aunque la comida fuera ficticia. De forma que se tumbaban al sol, que hacía relucir sus cuerpos, mientras ella se sentaba a su lado con aire de importancia.

Era un día de este tipo y estaban todos en la Roca de los Abandonados. La roca no era mucho mayor que su gran cama, pero naturalmente todos sabían ocupar poco espacio y estaban dormitando, o por lo menos estaban echados con los ojos cerrados y se tiraban pellizcos cuando creían que Wendy no miraba. Estaba muy ocupada, cosiendo.

Mientras cosía se produjo un cambio en la laguna. Unos pequeños temblores la recorrieron, el sol se escondió y las sombras se extendieron sobre el agua, enfriándola. Wendy ya no tenía luz suficiente para enhebrar la aguja y al levantar la vista, la laguna, que hasta entonces siempre había sido un lugar tan alegre, tenía un aire formidable y amenazador.

Sabía que no se había hecho de noche, pero había llegado algo tan oscuro como la noche. No, peor que eso. No había llegado, sino que había enviado ese estremecimiento por el mar para anunciar que estaba llegando. ¿Qué era?

La invadieron todas las historias que le habían contado sobre la Roca de los Abandonados, llamada así porque los capitanes malvados abandonan a los marineros en ella y los dejan allí para que se ahoguen. Se ahogan cuando sube la marea, porque entonces queda sumergida.

Como es lógico, tendría que haber despertado a los chicos al momento, no sólo por aquella cosa desconocida que avanzaba acechante hacia ellos, sino porque ya no era bueno que durmieran en una roca que se había puesto fría. Pero era una madre inexperta y no lo sabía: creía que simplemente había que atenerse a la norma de media hora de reposo después del almuerzo. Por eso, aunque el miedo la atenazaba y deseaba oír voces masculinas, no quiso despertarlos. Ni siquiera cuando oyó el ruido de remos envueltos en tela, aunque tenía el corazón en la boca, los despertó. Montó guardia para que echaran la siesta completa. ¿No fue Wendy muy valiente?

Fue una suerte para aquellos chicos que hubiera uno entre ellos que podía oler el peligro incluso estando dormido. Peter se irguió de un salto, tan despierto al instante como un sabueso y con un grito de advertencia despertó a los demás. Se quedó inmóvil, con una mano en la oreja.

-¡Piratas! -exclamó. Los otros se acercaron más a él. Una sonrisa extraña le bailaba en la cara y Wendy la vio y se estremeció. Mientras sonreía de esta manera nadie se atrevía a hablarle, lo único que podían hacer era estar preparados para obedecer. Dio la orden brusca y tajantemente:

-¡Al agua!

Hubo un destello de piernas y al instante la laguna pareció desierta. La Roca de los Abandonados se alzaba sola en las lúgubres aguas, como si ella misma estuviera abandonada.

La barca se acercó. Era el bote pirata, con tres figuras dentro, Smee, Starkey y la tercera una cautiva, nada más y nada menos que Tigridia. Iba atada de pies y manos y conocía el destino que le esperaba. La iban a dejar en la roca para que pereciera, un fin que para los de su raza era más horrible que morir en la hoguera o bajo tortura, pues ¿acaso no está escrito en el libro de la tribu que no hay un sendero en el agua que lleve al paraíso de los cazadores? Sin embargo, tenía una expresión impasible: era hija de un jefe, debía morir como la hija de un jefe y con eso bastaba.

La habían atrapado abordando el barco pirata con un cuchillo en la boca. En el barco no se hacía guardia, pues Garfio se jactaba de que la fama de su nombre bastaba para proteger el barco en una milla a la redonda. Ahora el destino de ella también contribuiría a protegerlo. Un quejido más aumentaría su fama esa noche.

En la penumbra que traían consigo los dos piratas no vieron la roca hasta que chocaron con ella.

-Orza, palurdo -exclamó una voz irlandesa que era la de Smee-, aquí está la roca. Ahora, lo que tenemos que hacer es izar a la india hasta allí arriba y dejarla ahí para que se ahogue.

No tardaron ni un momento en depositar brutalmente a la hermosa muchacha en la roca: era demasiado orgullosa para oponer una resistencia inútil.

Muy cerca de la roca, pero sin que se vieran, flotaban dos cabezas, la de Peter y la de Wendy, siguiendo el vaivén de las olas. Wendy estaba llorando, pues era la primera tragedia que veía. Peter había visto muchas tragedias, pero se le habían olvidado todas. No sentía tanta pena por Tigridia como Wendy, lo que lo enfurecía era que eran dos contra uno y tenía intención de salvarla. Lo fácil habría sido esperar a que los piratas se hubieran ido, pero él nunca optaba por lo fácil.

No había prácticamente nada que no supiera hacer y ahora imitó la voz de Garfio.

-Eh vosotros, matalotes -gritó. Era una imitación maravillosa.

-El capitán -dijeron los piratas, mirándose el uno al otro sorprendidos.

-Debe de estar nadando hacia nosotros -dijo Starkey, después de buscarlo en vano.

-Estamos colocando a la india en la roca -gritó Smee. -Soltadla -fue la asombrosa respuesta.

-¡Soltadla!

-Sí, cortadle las ataduras y que se vaya.

-Pero, capitán...

-Ahora mismo, me oís -gritó Peter-, u os clavo el garfio.

-Qué raro -dijo Smee entrecortadamente.

-Será mejor que hagamos lo que ordena el capitán -dijo Starkey nervioso.

-Sí -dijo Smee y cortó las ligaduras de Tigridia. Inmediatamente ésta se deslizó como una anguila entre las piernas de Starkey y se zambulló en el agua.

Naturalmente Wendy estaba encantada por la inteligencia de Peter, pero sabía que también él estaría encantado y que era muy probable que se pusiera a graznar y se traicionara de ese modo, por lo que al instante alargó la mano para taparle la boca. Pero no llegó a hacerlo, porque por toda la laguna resonó «¡Ah del bote!» con la voz de Garfio y esta vez no era Peter quien había hablado.

Puede que Peter hubiera estado a punto de graznar, pero en cambio su cara se transformó como para dar un silbido de sorpresa.

-¡Ah del bote! -volvió a oírse.

Entonces Wendy comprendió. El auténtico Garfio estaba también en el agua.

Iba nadando hacia el bote y como sus hombres sacaron un farol para guiarlo pronto llegó hasta ellos. A la luz del farol Wendy vio cómo su garfio aferraba la borda del bote, vio su malvada cara morena al alzarse del agua chorreando y, estremeciéndose, habría querido alejarse nadando, pero Peter no se movía. Estaba vibrante de energía y además hinchado de vanidad.

-¿A que soy genial? ¡Ah, pero qué genial soy! -le susurró y aunque ella también lo creía, se alegraba mucho por su reputación de que nadie lo oyera excepto ella.

Él le hizo señas de que escuchara.

Los dos piratas tenían mucha curiosidad por saber qué había traído a su capitán hasta ellos, pero él se quedó sentado con la cabeza apoyada en el garfio en un gesto de profundo abatimiento.

-Capitán, ¿ocurre algo? -preguntaron tímidamente, pero él contestó con un quejido sepulcral.

-Suspira -dijo Smee.

-Vuelve a suspirar -dijo Starkey.

-Y suspira por tercera vez -dijo Smee.

-¿Qué pasa, capitán?

Entonces habló por fin con vehemencia.

-Se acabó el juego -exclamó-, esos chicos han encontrado una madre.

Asustada como estaba, Wendy se llenó de orgullo.

-Oh, día fatídico -soltó Starkey.

-¿Qué es una madre? -preguntó el ignorante de Smee. Wendy se quedó tan pasmada que exclamó:

-¡No lo sabe!

Y a partir de entonces siempre le pareció que si se pudiera tener un pirata mascota Smee sería el suyo.

Peter la sumergió en el agua, porque Garfio se había levantado, gritando:

-¿Qué ha sido eso?

-Yo no he oído nada -dijo Starkey, levantando el farol por encima de las aguas y mientras los piratas miraban contemplaron una extraña visión. Era el nido del que os he hablado, que flotaba en la laguna y el ave de Nunca Jamás estaba posada en él.

-Mirad -dijo Garfio contestando a la pregunta de Smee-, eso es una madre. ¡Qué lección! El nido debe de haber caído al agua, ¿pero abandonaría la madre los huevos? No.

Se le quebró la voz, como si por un momento recordara tiempos inocentes en que... pero apartó esta debilidad con el garfio.

Smee, muy impresionado, contempló al ave mientras el nido pasaba con la corriente, pero Starkey, más suspicaz, dijo:

-Si es una madre, a lo mejor está por aquí para ayudar a Peter.

Garfio hizo una mueca.

-Sí -dijo-, ése es el temor que me atormenta.

La voz agitada de Smee lo sacó de su abatimiento.

-Capitán -dijo Smee-, ¿no podríamos raptar a la madre de esos chicos y convertirla en nuestra madre?

-Es un plan estupendo -gritó Garfio y al momento cobró forma factible en su gran cerebro-. Atraparemos a los niños y los llevaremos al barco: a los chicos los pasaremos por la plancha y Wendy será nuestra madre.

Wendy volvió a perder el control.

-¡Jamás! -gritó y se sumergió.

-¿Qué ha sido eso?

Pero no vieron nada. Pensaron que no había sido más que una hoja movida por el viento.

-¿Estáis de acuerdo, muchachotes míos? -preguntó Garfio.

-Aquí está mi mano -dijeron los dos.

-Y aquí está mi garfio. Juremos.

Todos juraron. Para entonces ya estaban en la roca y de pronto Garfio se acordó de Tigridia.

-¿Dónde está la india? -preguntó bruscamente.

A veces tenía ganas de broma y creyeron que ésta era una de esas veces.

-No pasa nada, capitán -contestó Smee complacido-, la hemos soltado.

-¡Que la habéis soltado! -exclamó Garfio.

-Ésas fueron sus órdenes -titubeó el contramaestre.

-Usted nos llamó desde el agua para que la soltáramos -dijo Starkey.

-Por todos los demonios -vociferó Garfio-, ¿que traición es ésta?

Se le puso la cara negra de rabia, pero se dio cuenta de que estaban convencidos de lo que decían y se sintió alarmado.

-Muchachos -dijo, algo tembloroso-, yo no he dado esa orden.

-Pues es muy raro -dijo Smee y todos se agitaron inquietos. Garfio levantó la voz, pero le salió temblorosa.

-Espíritu que esta noche rondas por esta oscura laguna -gritó-, ¿me oyes?

Como es lógico, Peter debería haberse quedado callado, pero naturalmente no lo hizo. Inmediatamente contestó con la voz de Garfio:

-Por mil diablos tuertos, te oigo.

En ese momento culminante Garfio no se amedrentó, ni siquiera un poquito, pero Smee y Starkey se abrazaron aterrorizados.

-¿Quién eres, desconocido? Habla -exigió Garfio.

-Soy James Garfio -replicó la voz-, capitán del Jolly Roger.

-No es cierto, no es cierto -gritó Garfio con voz ronca.

-Por todos los demonios -contestó la voz-, repite eso y te paso por debajo de la quilla.

Garfio probó una actitud más conciliadora.

-Si eres Garfio -dijo casi con humildad-, dime, ¿quién soy yo?

-Un bacalao -replicó la voz-, nada más que un bacalao.

-¡Un bacalao! -repitió Garfio sin comprender y entonces y sólo entonces, su orgullo se desmoronó. Vio cómo sus hombres se apartaban de él.

-¿Nos ha estado dirigiendo un bacalao todo este tiempo? -mascullaron-. Es denigrante para nuestro orgullo.

Sus propios perros se volvían contra él, pero, por muy trágica que se hubiera vuelto su situación, apenas les hizo caso. Ante unas pruebas tan pavorosas no era la confianza de ellos lo que necesitaba, sino la suya propia. Sentía que su ego se le escapaba.

-No me abandones, muchachote -le susurró roncamente. En aquella oscura personalidad había un toque femenino, como en todos los grandes piratas y éste a veces le daba intuiciones. De pronto optó por jugar alas adivinanzas.

-Garfio -llamó-, ¿tienes otra voz?

Peter jamás podía resistirse a un juego y contestó alegremente con su propia voz:

-Sí.

-¿Y otro nombre?

-Sí.

-¿Vegetal? -preguntó Garfio.

-No.

-¿Mineral?

-No.

-¿Animal?

-Sí.

-¿Hombre?

-¡No! -la respuesta resonó cargada de desprecio.

-¿Niño?

-Sí.

-¿Niño corriente?

-¡No!

-¿Niño maravilloso?

Para disgusto de Wendy la respuesta que se oyó esta vez fue:

-Sí.

-¿Estás en Inglaterra?

-No.

-¿Estás aquí?

-Sí.

Garfio estaba totalmente desconcertado.

-Preguntadle algo vosotros -les dijo a los otros, enjugándose la frente sudorosa.

Smee reflexionó.

-No se me ocurre nada -dijo apesadumbrado.

-No lo saben, no lo saben -canturreó Peter-. ¿Os rendís? Por supuesto, por vanidad estaba llevando el juego demasiado lejos y los bellacos vieron su oportunidad.

-Sí, sí -contestaron impacientes.

-Pues muy bien -gritó él-, soy Peter Pan.

¡Pan!

Al momento Garfio volvió a ser el de siempre y Smee y Starkey sus fieles secuaces.

-Ya lo tenemos -gritó Garfio-. Al agua, Smee. Starkey, vigila el bote. Cogedlo vivo o muerto.

Daba saltos mientras hablaba y al mismo tiempo se oyó la alegre voz de Peten

-¿Estáis listos, chicos?

-Sí -contestaron desde diversos puntos de la laguna.

-Pues dadles una paliza a los piratas.

La lucha fue breve y cruenta. El primero en cobrarse una víctima fue John, que subió valientemente al bote y agarró a Starkey. Hubo una dura pelea, en la que al pirata le fue arrebatado el sable. Se tiró por la borda y John saltó tras él. El bote se alejó a la deriva.

Aquí y allá surgía una cabeza en el agua y se veía un destello metálico, seguido de un grito o un alarido. En la confusión algunos atacaban a los de su propio bando. El sacacorchos de Smee hirió a Lelo en la cuarta costilla, pero él fue herido a su vez por Rizos. A mayor distancia de la roca Starkey hacía sudar a Presuntuoso y a los gemelos.

¿Dónde estaba Peter a todo esto? Estaba persiguiendo una presa más grande.

Todos los demás eran chicos valientes y no se les debe echar en cara que se apartaran del capitán pirata. Su garra de hierro trazaba un círculo de muerte en el agua, del que huían como peces asustados.

Pero había uno que no lo temía: uno dispuesto a penetrar en ese círculo.

Por raro que parezca, no fue en el agua donde se encontraron. Garfio se subió a la roca para respirar y en ese mismo momento Peter la escaló por el lado opuesto. La roca estaba resbaladiza como un balón y más bien tenían que arrastrarse en lugar de trepar. Ninguno de los dos sabía que el otro se estaba acercando. Al tantear cada uno buscando un asidero tropezaron con el brazo del contrario: sorprendidos, alzaron la cabeza; sus caras casi se tocaban; así se encontraron.

Algunos de los héroes más grandes han confesado que justo antes de entrar en combate les entró un momentáneo temor. Si en ese momento eso le hubiera ocurrido a Peter yo lo admitiría. Al fin y al cabo, éste era el único hombre al que el Cocinero había temido. Pero a Peter no le dio ningún miedo, sólo sintió una cosa, alegría, y rechinó los bonitos dientes con entusiasmo. Rápido como un rayo le quitó a Garfio un cuchillo del cinturón y estaba a punto de clavárselo, cuando se dio cuenta de que estaba situado en la roca más arriba que su enemigo. No habría sido una lucha justa. Le alargó la mano al pirata para ayudarlo a subir.

Entonces Garfio lo mordió.

No fue el dolor, sino lo injusto del asunto, lo que atontó a Peter. Lo dejó impotente. Sólo podía mirar, horrorizado. Todos los niños reaccionan así la primera vez que los tratan con injusticia. A lo único que piensan que tienen derecho cuando se le acercan a uno de buena fe es a un trato justo. Después de que uno haya sido injusto con ellos seguirán queriéndolo, pero nunca volverán a ser los mismos. Nadie supera la primera injusticia: nadie excepto Peter. Se topaba a menudo con ella, pero siempre se le olvidaba. Supongo que ésa era la auténtica diferencia entre todos los demás y él.

De forma que cuando ahora se encontró con ello fue como la primera vez y lo único que pudo hacer fue quedarse boquiabierto, impotente. La mano de hierro lo golpeó dos veces.

Pocos minutos después los demás chicos vieron a Garfio en el agua nadando frenéticamente hacia el barco; su cara pestilente ya no estaba llena de regocijo, sólo blanca de miedo, pues el cocodrilo le venía pisando los talones. En una ocasión normal los chicos habrían nadado al lado soltando gritos de entusiasmo, pero ahora se sentían inquietos, porque habían perdido tanto a Peter como a Wendy y estaban recorriendo la laguna buscándolos, gritando sus nombres. Encontraron el bote y regresaron a casa en él, gritando «Peter, Wendy» por el camino, pero no se oía ninguna respuesta salvo la risa burlona de las sirenas.

-Deben de estar volviendo a nado o por el aire -decidieron los chicos. No estaban muy preocupados, por la fe que tenían en Peten Se echaron a reír, como niños que eran, al pensar que se irían tarde a la cama ¡y todo por culpa de mamá Wendy!

Cuando sus voces se apagaron cayó un frío silencio sobre la laguna y entonces se oyó un débil grito.

-¡Socorro, socorro!

Dos figuritas golpeaban contra la roca; la chica había perdido el conocimiento y yacía en los brazos del chico. Con un último esfuerzo Peter la subió a la roca y luego se echó junto a ella. En el momento en que también él se desmayaba vio que el agua estaba subiendo. Supo que pronto estarían ahogados, pero no podía hacer más.

Mientras yacían el uno junto al otro una sirena agarró a Wendy de los pies y se puso a tirar de ella suavemente hacia el agua. Peter, al sentir que se soltaba de él, volvió en sí de golpe y llegó justo a tiempo de rescatarla. Pero tenía que decirle la verdad.

-Estamos en la roca, Wendy -dijo-, pero se está cubriendo. El agua no tardará en cubrirla del todo.

Ni siquiera entonces lo entendió ella.

-Tenemos que irnos -dijo casi con animación.

-Sí -respondió él débilmente.

-¿Nadamos o volamos, Peter?

No le quedó más remedio que decírselo.

-Wendy, ¿crees que podrías nadar o volar hasta la isla sin mi ayuda?

Ella tuvo que admitir que estaba demasiado cansada. Él soltó un gemido.

-¿Qué te ocurre? -preguntó ella, preocupada por él al instante.

-No te puedo ayudar, Wendy. Garfio me ha herido. No puedo ni volar ni nadar.

-¿Quieres decir que nos vamos a ahogar los dos?

-Mira cómo sube el agua.

Se taparon los ojos con las manos para evitar aquella visión. Pensaron que no tardarían en morir. Mientras estaban así sentados una cosa rozó a Peter con la levedad de un beso y se quedó allí, como preguntando tímidamente: «¿Puedo servir para algo?»

Era la cola de una cometa, que Michael había construido unos días antes. Se le había escapado de las manos y se había alejado volando.

-La cometa de Michael -dijo Peter con indiferencia, pero un momento después la tenía agarrada por la cola y tiraba de la cometa hacia él-. Levantó a Michael del suelo -exclamó-, ¿por qué no podría llevarte a ti?

-¡A los dos!

-No puede levantar a dos personas, Michael y Rizos lo intentaron.

-Echémoslo a suertes -dijo Wendy con valentía.

-¿Una dama como tú? Ni hablar.

Ya le había atado la cola alrededor. Ella se aferró a él: se negaba a partir sin él, pero con un «adiós, Wendy», la apartó de un empujón de la roca y a los pocos minutos desapareció de su vista por los aires. Peter se quedó solo en la laguna.

La roca era muy pequeña ya, pronto quedaría sumergida. Unos pálidos rayos de luz se deslizaron por las aguas y luego se oyó un sonido que al mismo tiempo era el más musical y el más triste del mundo: las sirenas cantando a la luna.

Peter no era como los demás chicos, pero por fin sentía miedo. Le recorrió un estremecimiento, como un temblor que pasara por el mar, pero en el mar un temblor sucede a otro hasta que hay cientos de ellos y Peter sintió solamente ése. Al momento siguiente estaba de nuevo erguido sobre la roca, con esa sonrisa en la cara y un redoble de tambores en su interior. Éste le decía: «morir será una aventura impresionante.»