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Peter y Wendy: Capítulo XI

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Peter Pan y Wendy
de J. M. Barrie
Capítulo XI: El cuento de Wendy

XI. El cuento de Wendy

-A ver, escuchad -dijo Wendy, acomodándose para el relato, con Michael a los pies y siete chicos en la cama-. Había una vez un señor...

-Yo preferiría que fuera una señora -dijo Rizos.

-Y yo que fuera una rata blanca -dijo Avispado.

-Silencio -los reprendió su madre-. También había una señora y...

-Oh, mamá -exclamó el primer gemelo-, quieres decir que también hay una señora, ¿verdad? No está muerta, ¿verdad?

-Oh, no.

-Cómo me alegro de que no esté muerta -dijo Lelo-. ¿No te alegras, John?

-Claro que sí.

-¿No te alegras, Avispado?

-Bastante.

-¿No os alegráis, Gemelos?

-Nos alegramos.

-Dios mío -suspiró Wendy.

-A ver si hacemos menos ruido -exclamó Peter, dispuesto a que las cosas le fueran bien a Wendy, por muy espantoso que le pareciera el cuento a él.

-El señor -continuó Wendy-, era el señor Darling y ella era la señorita Darling.

-Yo los conocía -dijo John, para fastidiar a los demás.

-Yo creo que los conocía -dijo Michael no muy convencido.

-Estaban casados, ¿sabéis? -explicó Wendy-, ¿y qué os imagináis que tenían?

-Ratas blancas -exclamó Avispado con gran inspiración.

-No.

-Qué misterio -dijo Lelo, que se sabía el cuento de memoria.

-Calla, Lelo. Tenían tres descendientes.

-¿Qué son descendientes?

-Bueno, pues tú eres uno, Gemelo.

-¿Oyes eso, John? Soy un descendiente.

-Los descendientes no son más que niños -dijo John.

-Dios mío, Dios mío -suspiró Wendy-. Veamos, estos tres niños tenían una fiel niñera llamada Nana, pero el señor Darling se enfadó con ella y la ató en el patio y por eso los niños se escaparon volando.

-Qué historia tan buena -dijo Avispado.

-Se escaparon volando -continuó Wendy-, al País de Nunca Jamás, donde están los niños perdidos.

-Eso es lo que yo pensaba -interrumpió Rizos emocionado-. No sé cómo, pero eso es lo que yo pensaba.

-Oh, Wendy -exclamó Lelo-, ¿se llamaba Lelo alguno de los niños perdidos?

-Sí, así es.

-Estoy en un cuento. Hurra, estoy en un cuento, Avispado.

-Silencio. Bueno, quiero que penséis en lo que sintieron los desdichados padres al ver que todos sus niños se habían escapado.

-¡Ay! -gimieron todos, aunque en realidad no estaban pensando ni lo más mínimo en lo que sentían los desdichados padres.

-¡Imaginaos las camas vacías!

-¡Ay!

-Es tristísimo -dijo el primer gemelo alegremente.

-No me imagino que pueda acabar bien -dijo el segundo gemelo-. ¿Y tú, Avispado?

-Estoy preocupadísimo.

-Si supierais lo maravilloso que es el amor de una madre -les dijo Wendy en tono de triunfo-, no tendríais miedo.

Había llegado ya a la parte que Peter aborrecía.

-A mí sí que me gusta el amor de una madre -dijo Lelo, golpeando a Avispado con una almohada-. ¿A ti te gusta el amor de una madre, Avispado?

-Ya lo creo -dijo Avispado, devolviéndole el golpe.

-Veréis -dijo Wendy complacida-, nuestra heroína sabía que la madre dejaría siempre la ventana abierta para que sus niños regresaran volando por ella, así que estuvieron fuera durante años y se lo pasaron estupendamente.

-¿Llegaron a volver?

-Ahora -dijo Wendy, preparándose para el esfuerzo más delicado-, echemos un vistazo al futuro.

Y todos se giraron de la forma que hace que los vistazos al futuro resulten más fáciles.

-Han pasado los años ¿y quién es esa señora de edad indeterminada que se apea en la estación de Londres?

-Oh, Wendy, ¿quién es? -exclamó Avispado, tan emocionado como si no lo supiera.

-Puede ser... sí... no... es... ¡la bella Wendy!

-¡Oh!

-¿Y quiénes son los dos nobles y orondos personajes que la acompañan, ahora ya hechos hombres? ¿Pueden ser John y Michael? ¡Sí!

-¡Oh!

-Mirad, queridos hermanos -dice Wendy, señalando hacia arriba-, ahí sigue la ventana abierta. Ah, ahora nos vemos recompensados por nuestra fe sublime en el amor de una madre.

-De forma que subieron volando hasta su mamá y su papá y no hay pluma que pueda describir la feliz escena, sobre la que corremos un velo.

Eso era un cuento y se sentían tan satisfechos con él como la bella narradora. Es que todo era como debía ser. Nos escabullimos como los seres más crueles del mundo, que es lo que son los niños, aunque muy atractivos, y pasamos un rato totalmente egoísta y cuando necesitamos atenciones especiales regresamos noblemente a buscarlas, seguros de que nos abrazarán en lugar de pegarnos.

Efectivamente, tan grande era su fe en el amor de una madre que pensaban que podían permitirse ser un poco más crueles. Pero había alguien que tenía más claras las cosas y cuando Wendy terminó soltó un sordo gemido.

-¿Qué te pasa, Peter? -exclamó ella, corriendo hasta él, creyendo que estaba enfermo. Lo palpó solícita más abajo del pecho.

-¿Dónde te duele, Peter?

-No es esa clase de dolor -replicó Peter lúgubremente.

-¿Entonces de qué clase es?

-Wendy, estás equivocada con respecto a las madres.

Se agruparon asustados a su alrededor, tan alarmante era su inquietud y con total franqueza él les contó lo que hasta entonces había mantenido oculto.

-Hace mucho tiempo -dijo-, yo creía como vosotros que mi madre me dejaría la ventana abierta, así que estuve fuera durante lunas y lunas y lunas y luego regresé volando, pero la ventana estaba cerrada, porque mamá se había olvidado de mí y había otro niño durmiendo en mi cama.

No estoy seguro de que esto fuera cierto, pero Peter lo creía y los asustó.

-¿Estás seguro de que las madres son así?

-Sí.

Así que ésta era la verdad sobre las madres. ¡Las muy canallas!

Aun así es mejor tener cuidado y nadie sabe tan deprisa como un niño cuándo debe ceder.

-Wendy, vámonos a casa -gritaron John y Michael al tiempo.

-Sí -dijo ella, abrazándolos.

-No será esta noche, ¿verdad? -preguntaron perplejos los niños perdidos. Sabían en lo que llamaban el fondo de su corazón que uno puede arreglárselas muy bien sin una madre y que sólo son las madres las que piensan que no es así.

-Ahora mismo -replicó Wendy decidida, pues se le había ocurrido una idea espantosa: «A lo mejor mamá está ya de medio luto.»

Este temor le hizo olvidarse de lo que debía de estar sintiendo Peter y le dijo en tono bastante cortante:

-Peter, ¿te ocupas de hacer los preparativos necesarios? -Si es lo que deseas -replicó él con la misma frialdad que si le hubiera pedido que le pasara las nueces.

¡Ni decirse un «siento perderte»! Si a ella no le importaba la separación, él, Peter, le iba a demostrar que a él tampoco.

Pero, por supuesto, le importaba mucho y estaba tan lleno de ira contra los adultos, quienes, como de costumbre, lo estaban echando todo a perder, que nada más meterse en su árbol tomó a propósito aliento en inspiraciones cortas y rápidas a un ritmo de unas cinco por segundo. Lo hizo porque hay un dicho en el País de Nunca Jamás según el cual cada vez que uno respira, muere un adulto y Peter los estaba matando en venganza lo más deprisa posible.

Después de haber dado las instrucciones necesarias a los pieles rojas regresó a la casa, donde se había desarrollado una escena indigna durante su ausencia. Aterrorizados ante la idea de perder a Wendy, los niños perdidos se habían acercado a ella amenazadoramente.

-Será peor que antes de que viniera -gritaban.

-No la dejaremos marchar.

-Hagámosla prisionera.

-Eso, atadla.

En tal apuro un instinto le dijo a cuál de ellos recurrir.

-Lelo -gritó-, te lo ruego.

¿No es extraño? Recurrió a Lelo, el más tonto de todos. Sin embargo, Lelo respondió con grandeza. Porque en ese momento dejó su estupidez y habló con dignidad.

-Yo no soy más que Lelo -dijo-, y nadie me hace caso. Pero al primero que no se comporte con Wendy como un caballero inglés le causaré serias heridas.

Desenvainó su acero y en ese instante Lelo brilló con luz propia. Los demás retrocedieron intranquilos. Entonces regresó Peter y se dieron cuenta al momento de que él no los apoyaría. Jamás obligaría a una chica a quedarse en el País de Nunca Jamás en contra de su voluntad.

-Wendy-dijo, paseando de un lado a otro-, les he pedido a los pieles rojas que te guíen a través del bosque, ya que volar te cansa mucho.

-Gracias, Peter.

-Luego -continuó con el tono tajante de quien está acostumbrado a ser obedecido-, Campanilla te llevará a través del mar. Despiértala, Avispado.

Avispado tuvo que llamar dos veces antes de obtener respuesta, aunque Campanilla llevaba ya un rato sentada, en la cama escuchando.

-¿Quién eres? ¿Cómo te atreves? Fuera -gritó.

-Tienes que levantarte, Campanilla -le dijo Avispado-, y llevar a Wendy de viaje.

Por supuesto, a Campanilla le había encantado enterarse de que Wendy se iba, pero estaba más que decidida a no ser su guía y así lo expresó con un lenguaje aún más insultante. Luego fingió haberse dormido de nuevo.

-Dice que no le da la gana -exclamó Avispado, horrorizado ante tal insubordinación, por lo que Peter se acercó severo al aposento de la joven.

-Campanilla -espetó-, si no te levantas y te vistes ahora mismo abriré las cortinas y todos te veremos en négligé. Esto le hizo saltar al suelo.

-¿Quién ha dicho que no me iba a levantar? -gritó. Entretanto los chicos contemplaban muy tristes a Wendy, que ya estaba equipada para el viaje con John y Michael. Para entonces se sentían abatidos, no sólo porque estaban a punto de perderla, sino además porque les parecía que iba a encontrarse con algo agradable a lo que ellos no habían sido invitados. Como de costumbre la novedad los atraía. Atribuyéndoles unos sentimientos más nobles, Wendy se ablandó.

-Queridos -dijo-, si queréis venir conmigo estoy casi segura de que puedo hacer que mi padre y mi madre os adopten.

La invitación iba dirigida especialmente a Peter, pero cada chico pensaba exclusivamente en sí mismo y al momento se pusieron a dar saltos de alegría.

-¿Pero no pensarán que somos muchos? -preguntó Avispado a medio salto.

-Oh, no -dijo Wendy, calculando rápidamente-, simplemente habrá que poner unas cuantas camas en el salón: se pueden tapar con biombos en días de visita.

-Peter, ¿podemos ir? -exclamaron todos suplicantes. Daban por supuesto que si ellos se iban él también se iría, pero la verdad es que les importaba muy poco. Así es cómo los niños están siempre dispuestos, cuando aparece una novedad, a abandonar a sus seres queridos.

-Está bien -replicó Peter sonriendo con amargura e inmediatamente corrieron a recoger sus cosas.

-Y ahora, Peter -dijo Wendy, pensando que ya lo había arreglado todo-, voy a darte tu medicina antes de que te vayas.

Le encantaba darles medicinas y sin duda les daba demasiadas. Naturalmente, no era más que agua, pero la servía de una calabaza y siempre agitaba la calabaza y contaba las gotas, lo cual le daba cierta categoría medicinal. En esta ocasión, sin embargo, no le dio a Peter esta dosis, pues nada más prepararla, le vio una expresión en la cara que la desanimó. -Prepara tus cosas, Peter -exclamó, temblando.

-No -contestó él, fingiendo indiferencia-, yo no voy con vosotros, Wendy.

-Sí, Peter.

-No.

Para demostrar que su marcha lo iba a dejar impasible, se puso a brincar por la habitación, tocando alegremente su cruel flauta. Ella tuvo que ir detrás de él, aunque resultara bastante poco digno.

-Para encontrar a tu madre -dijo engatusadora.

Pero si Peter había tenido alguna vez una madre, ya no la echaría de menos. Podía arreglárselas muy bien sin una. Había pensado sobre ellas y sólo recordaba sus defectos.

-No, no -le dijo a Wendy terminantemente-, a lo mejor dice que soy mayor y yo sólo quiero ser siempre un niño y divertirme.

-Pero, Peter..

-No.

Y por eso hubo de decírselo a los demás.

-Peter no viene.

¡Que Peter no venía! Lo miraron sin comprender, con el palo echado al hombro y en cada palo un petate. Lo primero que pensaron fue que si Peter no iba probablemente habría cambiado de opinión con respecto a dejarlos marchar.

Pero él era demasiado orgulloso para eso.

-Si encontráis a vuestras madres -dijo lúgubremente-, espero que os gusten.

El gran cinismo de sus palabras les causó una sensación incómoda y casi todos empezaron a dar muestras de inseguridad. Después de todo, delataban sus expresiones, ¿acaso no eran unos tontos por quererse marchar?

-Bueno, bueno -exclamó Peter-, nada de escenas. Adiós, Wendy.

Y le ofreció la mano alegremente, como si realmente tuvieran que irse ya, porque él tenía algo importante que hacer.

Ella tuvo que cogerle la mano, ya que no daba señales de preferir un dedal.

-Te acordarás de cambiarte la ropa interior, ¿verdad, Peter? -dijo, sin prisas por dejarlo. Siempre había sido muy particular con lo de la ropa interior.

-Sí.

-¿Y te tomarás la medicina?

-Sí.

No parecía que hubiera nada más que decir y se hizo un silencio tenso. Sin embargo, Peter no era de los que se derrumban delante de la gente.

-¿Estás preparada, Campanilla? -exclamó.

-Sí.

-Pues muestra el camino.

Campanilla subió disparada por el árbol más cercano, pero nadie la siguió, ya que fue en ese momento cuando los piratas desataron su tremendo ataque sobre los pieles rojas. Arriba, donde todo había estado tranquilo, el aire se llenó de alaridos y del choque de las armas. Abajo, había un silencio total. Las bocas se abrieron y se quedaron abiertas. Wendy cayó de rodillas, pero tendió los brazos hacia Peter. Todos los brazos estaban tendidos hacia él, como si de pronto un viento los hubiera llevado en esa dirección: le rogaban sin palabras que no los abandonara. En cuanto a Peter, tomó su espada, la misma con la que creía haber matado a Barbacoa, y sus ojos relampaguearon con el ansia de batalla.