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Peter y Wendy: Capítulo XV

De Wikisource, la biblioteca libre.
Peter Pan y Wendy
de J. M. Barrie
Capítulo XV: «Esta vez o Garfio o yo»

XV. «Esta vez o Garfio o yo»

A todos nos ocurren cosas extrañas a lo largo de nuestra vida sin que durante cierto tiempo nos demos cuenta de que han ocurrido. Así, por ejemplo, de pronto descubrimos que hemos estado sordos de un oído desde hace ni se sabe cuánto, pero digamos que media hora. Pues bien, una experiencia de este tipo había tenido Peter aquella noche. Cuando lo vimos por última vez estaba cruzando la isla sigilosamente con un dedo en los labios y el puñal preparado. Había visto pasar al cocodrilo sin notar nada especial en él, pero luego recordó que no había estado haciendo tic tac. Al principio esto le pareció extraño, pero no tardó en llegar a la acertada conclusión de que al reloj se le había acabado la cuerda.

Sin pararse a pensar en lo que podría sentir un prójimo privado tan bruscamente de su compañero más íntimo, Peter se puso a pensar al momento en cómo podría aprovecharse de la catástrofe y decidió hacer tic tac, para que los animales salvajes creyeran que era el cocodrilo y lo dejaran pasar sin molestarlo. Hizo tic tac magníficamente, pero con un resultado insospechado. El cocodrilo estaba entre los que oyeron el sonido y se puso a seguirlo, aunque ya fuera con el propósito de recuperar lo que había perdido, ya fuera simplemente como amigo creyendo que había vuelto a hacer tic tac por su cuenta, es algo que jamás sabremos con certeza, pues, como todos los que son esclavos de una idea fija, era un animal estúpido.

Peter llegó a la playa sin problemas y siguió adelante sin pararse, metiendo las piernas en el agua como si no se diera cuenta de que había entrado en un elemento nuevo. De esta forma pasan muchos animales de la tierra al agua, pero ningún otro humano que yo conozca. Mientras nadaba sólo pensaba en una cosa: «Esta vez o Garfio o yo.» Llevaba tanto tiempo haciendo tic tac que seguía haciéndolo sin percatarse de ello. Si lo hubiera sabido se habría parado, ya que subir al bergantín con ayuda del tic tac, aunque era una idea ingeniosa, no se le había ocurrido.

Por el contrario, creía que había trepado por su costado silencioso como un ratón y se sorprendió al ver a los piratas apartándose de él, con Garfio en medio de ellos tan abatido como si hubiera oído al cocodrilo.

¡El cocodrilo! Tan pronto como Peter lo recordó oyó el tic tac. Al principio creyó que el ruido sí que procedía del cocodrilo y miró hacia atrás rápidamente. Luego cayó en la cuenta de que lo estaba haciendo él mismo y al instante se hizo cargo de la situación. «Qué listo soy», pensó de inmediato y les hizo señas a los chicos de que no prorrumpieran en aplausos.

En ese momento Ed Teynte, el furriel, salió del castillo de proa y avanzó por la cubierta. Ahora, lector, cronometra con tu reloj lo que pasó. Peter le clavó el puñal bien hondo. John tapó la boca al malhadado pirata para ahogar el gemido de agonía. Cayó hacia adelante. Cuatro chicos lo cogieron para evitar el golpe. Peter dio la señal y la carroña fue lanzada por la borda. Se oyó un chapuzón y luego silencio. ¿Cuánto ha durado?

-¡Uno!

(Presuntuoso había empezado a llevar la cuenta.)

Menos mal que Peter, todo él de puntillas, desapareció dentro del camarote, ya que más de un pirata estaba armándose de valor para mirar atrás. Ya podían oír la respiración entrecortada de los demás, lo cual les demostraba que el ruido más terrible había pasado.

-Se ha ido, capitán -dijo Smee, limpiándose las gafas-. Ya está todo en calma otra vez.

Poco a poco Garfio fue sacando la cabeza de la gorguera y escuchó tan atentamente que podría haber captado el eco del tic tac. No se oía ni un ruido y se irguió completamente con firmeza.

-Pues a la salud de Johnny Plancha -exclamó con descaro, odiando a los chicos más que nunca porque lo habían visto achantarse. Se puso a cantar esta vil cancioncilla:

¡Jo, jo, jo, viva la plancha: por ella te pasearás hasta que baje y tú también a reunirte con Satanás!

Para aterrorizar aún más a los prisioneros, aunque con cierta pérdida de dignidad, se puso a bailar por una plancha imaginaria, haciéndoles muecas mientras cantaba y cuando terminó gritó:

-¿Queréis probar el gato de nueve colas antes de caminar por la plancha?

Ante esto cayeron de rodillas.

-No, no -exclamaron tan lastimeramente que todos los piratas sonrieron.

-Trae el gato, Jukes -dijo Garfio-, está en el camarote.

¡El camarote! ¡Peter estaba en el camarote! Los niños intercambiaron miradas.

-Sí, señor -dijo Jukes alegremente y entró en el camarote. Lo siguieron con la mirada; apenas se dieron cuenta de que

Garfio había reanudado su canción y que sus perros se le habían unido:

Jo, jo, jo, viva el gato que araña, tiene nueve colas, ya veis y al marcarte la espalda...

Nunca sabremos cómo era el último verso, pues de pronto la canción se interrumpió por un horrendo chillido procedente del camarote. Resonó por todo el barco y se apagó. Luego se oyeron unos graznidos que los chicos entendieron muy bien, pero que para los piratas resultaban casi más espeluznantes que el chillido.

-¿Qué ha sido eso? -gritó Garfio.

-Dos -dijo Presuntuoso con solemnidad.

El italiano Cecco vaciló un momento y luego se lanzó hacia el camarote. Salió tambaleándose, blanco como una sábana.

-¿Qué le pasa a Bill Jukes, perro? -siseó Garfio, irguiéndose ante él.

-Lo que le pasa es que está muerto, apuñalado -replicó Cecco con voz sepulcral.

-¡Bill Jukes muerto! -exclamaron los atónitos piratas.

-El camarote está oscuro como la pez -dijo Cecco, casi farfullando-, pero hay algo horrible ahí dentro: lo que oímos graznar.

El júbilo de los chicos, las miradas furtivas de los piratas, todo esto notó Garfio.

-Cecco -dijo con voz más acerada-, vuelve y tráeme a ese pajarraco.

Cecco, valiente entre los valientes, se encogió ante su capitán, exclamando:

-No, no.

Pero Garfio le estaba haciendo carantoñas a su garra.

-¿Has dicho que irías, Cecco? -dijo con aire distraído.

Cecco fue, después de levantar los brazos en un gesto de desesperación. Ya no había más cánticos, todos escuchaban y de nuevo se oyó un chillido agónico y de nuevo un graznido. Nadie habló excepto Presuntuoso.

-Tres -dijo.

Garfio llamó a sus perros con un gesto.

-Por las barbas de Satanás -bramó-, ¿quién me va a traer a ese pajarraco?

-Espere a que salga Cecco -gruñó Starkey y los demás se unieron a él.

-Me ha parecido oír que te ofrecías, Starkey -dijo Garfio, ronroneando de nuevo.

-¡No, por todos los demonios! -gritó Starkey.

-Mi garfio cree que sí -dijo Garfio acercándose a él-. ¿No crees que sería conveniente darle gusto al garfio, Starkey?

-Que me cuelguen si entro ahí -replicó Starkey empecinado, y la tripulación lo volvió a apoyar.

-¿Así que un motín? -preguntó Garfio en un tono más agradable que nunca-. Y Starkey es el cabecilla.

-Piedad, capitán -gimoteó Starkey, ahora todo tembloroso.

-Choca esos cinco, Starkey -dijo Garfio, alargando la garra.

Starkey miró a su alrededor en busca de ayuda, pero todos lo abandonaron. Mientras retrocedía, Garfio avanzaba con la chispa roja en los ojos. Con un grito de desesperación el pirata saltó por encima de Tom el Largo y se precipitó en el mar.

-Cuatro -dijo Presuntuoso.

-Y ahora -preguntó Garfio cortésmente-, ¿hay algún otro caballero que quiera amotinarse?

Cogiendo un farol y alzando el garfio con gesto amenazador, dijo:

-Yo mismo sacaré a ese pajarraco -y entró corriendo en el camarote.

«Cinco.» Cómo deseaba Presuntuoso decirlo. Se humedeció los labios para estar listo, pero Garfio salió tambaleándose, sin el farol.

-Algo ha apagado la luz -dijo un poco tembloroso.

-¡Algo! -repitió Mullins.

-¿Qué ha sido de Cecco? -preguntó Noodler.

-Está tan muerto como Jukes -dijo Garfio sucintamente. Su poca gana de regresar al camarote produjo una mala impresión en todos ellos y los gritos rebeldes se dejaron oír de nuevo. Todos los piratas son supersticiosos y Cookson exclamó:

-Dicen que la mejor forma de saber si un barco está maldito es cuando hay una persona más a bordo de las que debería haber.

-Yo he oído decir -murmuró Mullins- que siempre acaba por subir a bordo de los barcos piratas. ¿Tenía cola, capitán? -Dicen -dijo otro, mirando a Garfio con rencor-, que cuando llega lo hace con el aspecto del hombre más malvado de a bordo.

-¿Tenía garfio, capitán? -preguntó Cookson con insolencia y uno tras otro fueron repitiendo:

-El barco está maldito.

Ante esto los niños no pudieron evitar soltar una ovación. Garfio había poco menos que olvidado a sus prisioneros, pero al volverse ahora hacia ellos se le volvió a iluminar la cara.

-Muchachos -gritó a su tripulación-, tengo una idea. Abrid la puerta del camarote y metedlos dentro. Que luchen contra ese pajarraco para salvar su vida. Si lo matan, tanto mejor para nosotros; si él los mata a ellos tampoco hemos perdido nada.

Por última vez sus perros admiraron a Garfio y cumplieron fielmente sus órdenes. Metieron a empujones en el camarote a los chicos, que fingían resistirse, y les cerraron la puerta.

-Y ahora, a escuchar -gritó Garfio y todos escucharon. Pero ninguno se atrevía a mirar hacia la puerta. Sí, uno, Wendy, que durante todo este tiempo había estado atada al mástil. No estaba esperando ni un grito ni un graznido: esperaba la reaparición de Peter.

No tuvo que esperar mucho. En el camarote había encontrado lo que había ido a buscar: la llave que liberaría a los niños de sus grilletes y entonces todos avanzaron en silencio, con las armas que pudieron encontrar. Después de indicarles que se escondieran, Peter cortó las ataduras de Wendy y entonces nada les habría sido más fácil que salir volando todos juntos, pero había una cosa que impedía la marcha, un juramento: «Esta vez o Garfio o yo.» De modo que cuando hubo liberado a Wendy, le susurró que se ocultara con los demás y él mismo ocupó su lugar en el mástil, envuelto en su capa para poder pasar por ella. Entonces tomó aliento con fuerza y soltó un graznido.

Para los piratas era una voz que proclamaba que todos los chicos yacían muertos en el camarote y se quedaron aterrorizados. Garfio intentó animarlos, pero como los perros en que los había convertido le enseñaron los dientes, supo que si ahora apartaba la vista de ellos se le echarían encima.

-Muchachos -dijo, dispuesto a engatusar o a golpear según hiciera falta, pero sin acobardarse ni por un instante-, lo he estado pensando. Hay un gafe abordo.

-Sí -gruñeron ellos-, un tipo con un garfio.

-No, muchachos, no, es la niña. Jamás tuvo suerte un barco pirata con una mujer a bordo. Todo irá bien cuando ella se haya ido.

Algunos recordaron que eso había sido un dicho de Flint.

-Se puede intentar -dijeron no muy convencidos.

-Tirad a la niña por la borda -gritó Garfio y se abalanzaron sobre la figura envuelta en la capa.

-Ya nadie te puede salvar, mocita -siseó Mullins burlonamente.

-Sí que hay alguien -replicó la figura.

-¿Y quién es?

-¡Peter Pan el vengador! -fue la terrible respuesta y al hablar Peter se quitó la capa. Entonces todos supieron quién era el que los había estado aniquilando en el camarote y Garfio trató de hablar dos veces, y dos veces fracasó. Creo que en aquel espantoso momento le falló el valor.

-Abridlo en canal -gritó por fin, pero sin convicción.

-Vamos, chicos, a ellos -resonó la voz de Peter y en un momento el choque de las armas retumbaba por todo el barco. Si los piratas se hubieran mantenido agrupados es seguro que habrían ganado, pero el ataque se produjo cuando estaban todos dispersos y se pusieron a correr de un lado a otro, dando golpes a tontas y a locas, cada uno de ellos creyendo que era el último superviviente de la tripulación. Hombre a hombre eran los más fuertes, pero ahora sólo luchaban a la defensiva, lo cual permitía a los chicos cazar por parejas o elegir su presa. Algunos de los villanos saltaban al mar, otros se ocultaban en rincones oscuros, donde los descubría Presuntuoso, que no luchaba, sino que corría por todas partes con un farol con el que les iluminaba la cara, de forma que quedaban deslumbrados y se convertían en presa fácil para las espadas ensangrentadas de los otros chicos. Apenas se oía nada más que el choque de las armas, algún chillido o chapuzón que otro y la voz de Presuntuoso que contaba monótonamente cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once.

Creo que no quedaba ni uno cuando un grupo de chicos enardecidos rodeó a Garfio, que parecía tener más vidas que un gato, mientras los mantenía a raya en aquel círculo de fuego. Habían acabado con sus perros, pero parecía que ni todos juntos podían con aquel hombre solo. Una y otra vez se echaban contra él y una y otra vez limpiaba él un espacio a zarpazos. Había levantado a un chico con el garfio y lo estaba empleando como escudo cuando otro, que acababa de atravesar a Mullins con su espada, saltó en medio de la refriega.

-Envainad las espadas, chicos -gritó el recién llegado-, este hombre es mío.

De esta forma tan repentina se encontró Garfio cara a cara con Peter. Los demás retrocedieron y formaron un círculo a su alrededor.

Durante largo rato los dos enemigos se estuvieron mirando, Garfio estremeciéndose ligeramente y Peter con una sonrisa extraña en la cara.

-Bueno, Pan -dijo Garfio por fin-, así que todo esto es obra tuya.

-Sí, James Garfio -fue la severa respuesta-, todo esto es obra mía.

-Jovenzuelo vanidoso e insolente -dijo Garfio-, disponte a morir.

-Hombre oscuro y siniestro -contestó Peter-, defiéndete.

Sin mediar más palabras entraron en combate y durante un tiempo ninguna de las dos espadas llevó ventaja. Peter era un soberbio espadachín y paraba a una velocidad vertiginosa; de cuando en cuando combinaba una finta con una estocada que atravesaba la defensa de su enemigo, pero su menor envergadura no le hacía buen servicio y no conseguía hundir el acero. Garfio, apenas menos hábil que él, pero no tan diestro en el juego de la muñeca, lo obligaba a retroceder gracias al peso de sus embestidas, con la esperanza de terminar de golpe con todo mediante una de sus estocadas preferidas, que Barbacoa le había enseñado tiempo atrás en Río, pero ante su asombro descubría que esta estocada era desviada una y otra vez. Entonces trató de acercarse y dar el golpe de gracia con su garfio de hierro, que durante todo este tiempo había estado dando zarpazos al aire, pero Peter lo esquivó agachándose y, embistiendo con fuerza, lo hirió en las costillas. Al ver su propia sangre, cuyo peculiar color, como recordaréis, le resultaba repugnante, la espada cayó de la mano de Garfio y éste quedó a merced de Peter.

-¡Ahora! -gritaron todos los chicos, pero con un gesto magnífico Peter invitó a su adversario a recoger su espada. Garfio lo hizo al instante, pero con la trágica sensación de que Peter se estaba comportando con buena educación.

Hasta entonces había pensado que quien luchaba contra él era una especie de demonio, pero ahora lo asaltaron sospechas más siniestras.

-Pan, ¿quién y qué eres? -exclamó roncamente.

-Soy la juventud, soy la alegría -respondió Peter por decir algo-, soy un pajarillo recién salido del huevo.

Esto, claro está, no eran más que tonterías, pero le demostró al desdichado Garfio que Peter no tenía ni la más mínima idea sobre quién o qué era, lo cual es el colmo de la buena educación.

-En guardia -gritó desesperado.

Luchaba ahora como un látigo humano y cada golpe de aquella terrible espada habría partido en dos a cualquier hombre o muchacho que se hubiera puesto por delante, pero Peter revoloteaba a su alrededor como si el mismo viento que levantaba lo apartara de la zona de peligro. Y una y otra vez embestía y hería.

Garfio luchaba ya sin esperanza. Aquel pecho apasionado ya no pedía vivir, pero sí que anhelaba un solo favor: antes de enfriarse para siempre, ver a Peter haciendo gala de mala educación.

Abandonando la lucha corrió hasta la santabárbara y le prendió fuego.

-Dentro de dos minutos -gritó- el barco saltará en mil pedazos.

Ahora, pensó, ahora se verán los auténticos modales. Pero Peter salió de la santabárbara con la bomba en las manos y la tiró por la borda tranquilamente.

¿Qué clase de modales estaba mostrando el propio Garfio? Aunque era un hombre equivocado, podemos alegrarnos, sin simpatizar con él, de que al final fuera fiel a las tradiciones de su estirpe. Los demás chicos estaban volando ahora a su alrededor, burlándose con desprecio y mientras tropezaba por la cubierta lanzándoles estocadas impotentes, su mente ya no estaba con ellos: estaba ganduleando por los campos de juego de antaño, o recibiendo los elogios del director, o contemplando el partido desde una famosa pared. Y los zapatos eran correctos, el chaleco era correcto, la corbata era correcta y los calcetines eran correctos.

Adiós, James Garfio, personaje no sin heroísmo. Pues hemos llegado a sus últimos momentos.

Al ver a Peter que avanzaba despacio sobre él por el aire con el puñal dispuesto, saltó a la borda para tirarse al mar. No sabía que el cocodrilo lo estaba esperando, ya que paramos el reloj a propósito para evitarle este conocimiento: una pequeña muestra de respeto por nuestra parte al final.

Tuvo un triunfo final, que no creo que debamos quitarle. Mientras estaba de pie sobre la borda volviendo la vista hacia Peter, que flotaba por el aire, lo invitó con un gesto a que empleara el pie. Esto hizo que Peter le diera una patada en lugar de apuñalarlo.

Por fin Garfio había conseguido el favor que anhelaba.

-Eso es mala educación -gritó burlándose y cayó satisfecho hacia el cocodrilo.

Así pereció James Garfio.

-Diecisiete -proclamó Presuntuoso, pero no había llevado bien la cuenta. Quince pagaron el precio de sus crímenes aquella noche, pero dos alcanzaron la orilla: Starkey, que fue capturado por los pieles rojas, quienes lo convirtieron en niñera de todos sus niños, una triste humillación para un pirata, y Smee, quien en adelante se dedicó a vagabundear por el mundo con sus gafas, ganándose la vida precariamente contando que él era el único hombre a quien James Garfio había temido.

Wendy, lógicamente, había estado a un lado sin participar en la lucha, aunque contemplaba a Peter con ojos brillantes, pero ahora que todo había acabado volvió a cobrar importancia. Los alabó a todos por igual y se estremeció encantada cuando Michael le mostró el lugar donde había matado a uno y luego los llevó al camarote de Garfio y señaló su reloj, que estaba colgado de un clavo. ¡Marcaba «la una y media»!

Lo tarde que era resultaba casi lo mejor de todo. Os aseguro que los acostó en los camastros de los piratas bien deprisa; a todos menos a Peter, que estuvo paseando pavoneándose por la cubierta, hasta que por fin se quedó dormido junto a Tom el Largo. Esa noche tuvo una de sus pesadillas y lloró en sueños largo rato y Wendy lo abrazó muy fuerte.