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Platero y yo/XLIX

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XLVIII
L
El tío de las vistas


De pronto, sin matices, rompe el silencio de la calle el seco redoble de un tamborcillo. Luego, una voz cascada tiembla un pregón jadeoso y largo. Se oyen carreras, calle abajo... Los chiquillos gritan: ¡El tío de las vistas! ¡Las vistas! ¡Las vistas!
En la esquina, una pequeña caja verde con cuatro banderitas rosas espera sobre su catrecillo, la lente al sol. El viejo toca y toca el tambor. Un grupo de chiquillos sin dinero, las manos en el bolsillo o a la espalda, rodean, mudos, la cajita. A poco llega otro corriendo, con su perra en la palma de la mano. Se adelanta, pone sus ojos en la lente...
—¡Ahooora se verá... al general Prim... en su caballo blancooo! ...—dice el viejo forastero con fastidio, y toca el tambor.
—¡El puerto... de Barcelonaaaa... —y más redoble.
Otros niños van llegando con su perra lista, y la adelantan al punto al viejo, mirándolo absortos, dispuestos a comprar su fantasía. El viejo dice:
—¡Ahooora se verá... el castillo de la Habanaaaa! —y toca el tambor....
Platero, que se ha ido con la niña y el perro de enfrente a ver las vistas, mete su cabezota por entre las de los niños, por jugar. El viejo, con un súbito buen humor, le dice: ¡Venga tu perra!
Y los niños sin dinero se ríen todos sin ganas, mirando al viejo con una humilde solicitud aduladora...