Plenitud/LXIV (La visión de mañana)

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Después de un concurso de aviación, muchos años antes de que nadie soñara en la tremenda borrasca que iba a desencadenarse sobre el planeta, yo, profundamente conmovido por el espectáculo excepcional, aun en aquel tiempo de tanto vuelo osado y gallardo, escribí algunos versos, de los cuales recuerdo el siguiente:
Pájaro milagroso, colosal ave blanca
¡Ay!, el gran pájaro celeste fue mancillado. Se volvió la Cuarta Arma, y hoy es el ojo cíe la artillería en los perennes combates del frente, y va, además, a sembrar en las ciudades abiertas e indefensas, no "mensajes de amor" ni "besos de-paz", sino toneladas de bombas, que matan con especialidad mujeres y niños.
La naturaleza no había conocido entre sus aves de presa y de rapiña una que. pudiera, ni lejanamente, compararse a este gran pájaro asesino. Nada, por otra parte, tan eficaz como él para fomentar odios. Parece como que cada una de sus bombas es un siniestro huevo que empolla rencores inextinguibles.
Ello se explica por la impotencia en que se hallan para defenderse las ciudades, Todos sabemos que esta impotencia concentra siempre los odios.
Al cañón se opone el cañón, el fuerte de cemento armado, que a pesar de los tremendos explosivos, resiste con cierta gallardía. Mas al avión ágil y osado, en vano pretenden las cortinas de fuego invalidarlo. Vienen los pájaros de horror en escuadrillas, que vuelan a diversas alturas y que surgen de todos los rumbos.
Las escuadrillas de defensa no aciertan a impedir su vuelo. Tal vez algunos de los agresores retroceden; quizá uno o dos caen envueltos en llamas; pero la mayor parte logran su terrible objeto, y a su paso los monumentos más bellos, galardón del arte y de la historia, se derrumban y los escombros de los eminentes edificios sepultan innumerables vidas.



Todo, empero, en este inundo de "los contrarios", en este mundo en que la afirmación y la negación; las tinieblas y la luz se suceden como marea del abismo, tiene su compensación; y la compensación de esta fatalidad alada será su futura admirable contribución al progreso de los pueblos que hoy se combaten y desgarran.
La necesidad sabemos que es por excelencia industriosa, y gracias a ella hay muchísimas ramas de la ciencia que han alcanzado progresos enormes. Citemos la química, citemos la cirugía de urgencia y citemos, por último, la aviación.
Esta, que antes de la guerra era todavía una de las formas del acrobatismo, domina hoy de tal manera el océano atmosférico, que la navegación aérea es ya un hecho consumado. Y no sólo para el aeroplano, sino para el dirigible.
El aeroplano parece, sin embargo, triunfar en ese viejo antagonismo del vehículo más ligero y el más pesado que el aire, y a los aviones gigantescos, dé seis y ocho motores, se confiará, en cuanto acabe la guerra, el viaje transaéreo entre Europa y América.
Los franceses, los ingleses, los alemanes, proyectan ya, y algunas compañías construyen probablemente, aviones de tipos muy diversos, de una gran ligereza unida a una gran solidez, de una vasta capacidad de transporte, con motores poderosísimos.
Estos aparatos podrán lograr, desde luego, una velocidad de 250 a 300 kilómetros por hora, según la mayor o menor resistencia del aire.
Un viaje de Europa a América, escogiendo las líneas más cortas, podrá hacerse, pues, en dos días, a lo sumo, y en breve tiempo, en menos.
Los grandes vapores se destinarán al transporte de la carga, y los pasajeros, con maletas de aluminio, admirablemente agenciadas, atravesarán los mares a velocidades casi de ensueño.



Las formas de los aviones serán elegantes y fantásticas, Los habrá como inmensos insectos, cuyos enormes ojos saltones despedirán torrentes de luz en las noches, y en el día servirán de inmensos miradores encristalados, donde se han de instalar el comedor y el salón. Los habrá como pájaros colosales, cuyo pico acerado resguardara a los pilotos y mecánicos.
Otros parecerán cetáceos monstruosos; otros añadirán, a las infinitas formas conocidas, formas nunca vistas.
Y todos, como visión del más estupendo ensueño, llegarán con crepitaciones formidables a las gigantes plataformas de acero que habrán de erguirse en las inmediaciones de las grandes ciudades.
Quien por la noche, en el campo o en los barrios poco populosos, levante los ojos al cielo, verá aquellos monstruos cruzar el espacio, y leerá los fantásticos letreros luminosos de sus vientres y alas: "París-Nueva York". -"Londres-México". -"Madrid-Buenos Aires" ...
Los trenes que en tanto se arrastren por los rieles, rechinando penosamente, parecerán lamentables luciérnagas, bajo la emocionante majestad de las inmensas aves de luz ...
Yo me complazco en creer que este hábito de volar, de cernerse gallardamente sobre las nubes, de hender con tal seguridad los aires, despertará a la postre en las almas el ideal dormido, elevará quizás los pensamientos de los hombres; afinará, en fin, este pobre barro humano que con tanta facilidad se acuerda de que es fango y con tanta frecuencia olvida que tiene alas
La-aviación, además, nos devolverá a la noche, a la majestad de las olvidadas estrellas, que no podremos menos que contemplar; y ya se sabe que las estrellas son pálidos y ardientes doctores que enseñan muchas cosas ...
Ellas civilizaron a los caldeos, a los egipcios, a los griegos, a los nahoas y a los mayaquiché.
Ellas han devuelto a muchos hombres en las noches puras de las trincheras, el sentido de la eternidad ... En ellas está nuestra esperanza de salvación.