Plenitud/XXXVII (La pregunta)
En los días de mayores agitaciones dolorosas, en que hayas sufrido más choques de tus semejantes, más rozamientos penoso; en que hayas tratado más negocios difíciles y ásperos, en que hayas, en suma, sufrido más contrariedad y disgustos; en que a pesar de tu esfuerzo y de tu voluntad de dominio sobre ti mismo, hayas sentido en tu interior el aguijón de la impaciencia, aun cuando nada dejases ver en tu rostro; en esos días en que toda la cosecha de espinas de la jornada parece haber sido para ti solo, pregúntate simplemente, en el silencio del atardecer y después de inventariar tus dolores: ¿He hecho, por desgracia, mal a alguien?
Y si por ventura no lo has hecho, si la víctima has sido tú, si los únicos desgarramientos producidos por las malezas han sido de tu carne, regocíjate cuanto puedas; pon en tu cara la más luminosa de tus sonrisas, y vete a dormir con el corazón sereno y reposado.
Pero, si no solamente no has hecho ningún mal, sino que en medio de la tormenta has acertado a hacer algún bien, que tu regocijo no tenga límites y tu alma esté más luminosa que el crepúsculo.