Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/IX

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Castigar a los ministros malos públicamente, es dar ejemplo a imitación de Cristo; y consentirlos es dar escándalo a imitación de Satanás, y es introducción para vivir sin temor

Cristo nuestro señor en público castigó y reprendió a sus ministros: no siguió la materia de estado que tienen hoy los príncipes, persuadidos de los ministros propios, que les aconsejan que es desautoridad del tribunal y del rey, y escándalo castigar públicamente al ministro, aunque él haya despreciado en sus delitos la publicidad que apoya y autoriza y defiende para su castigo. Judas era ministro de Cristo, apóstol escogido, en cuyo poder estaba la hacienda; y con todas estas prerrogativas y dignidades permitió que muriese ahorcado públicamente, sin moderar la nota de la muerte por respeto de su compañía. Ni obstó a la conveniencia del castigo público haber lavádole los pies, comulgádole (si bien hay opiniones en esto), y comido en un plato. Si la horca fuera sólo para las personas y no para los delitos, no tuvieran otro fin los pobres y desvalidos, ni fuera castigo, sino desdicha. Entre doce ministros de Cristo, aquel cuyo ministerio tocó en la hacienda, fue hijo de perdición, y murió ahorcado.



No hubo San Pedro, a persuasión del celo y del dolor, cortado la oreja al judío, en quien dice Tertuliano que fue herida la paciencia de Cristo, cuando delante de la cohorte le pronunció sentencia de muerte.
Delante de los discípulos, llegando a lavarles los pies, porque con humildad profunda, si no bien advertida, le dijo: «¿Tú me lavas los pies?», le respondió: «Tú no sabes lo que yo hago ahora; después lo sabrás». Replicó fervoroso en su afecto, no considerado en la porfía: «No me lavarás los pies eternamente». Demasiado anduvo; ni fue, al parecer, buena crianza replicar a nada que quisiese hacer Cristo, pues él sólo sabe lo que conviene, y rehusar era advertir. En la tentación se indigna porque le dicen que se hinque de rodillas; y aquí se hinca de rodillas, y se enoja porque no se lo consienten; y no deja ésta de ser tentación como aquélla. En todo esto andaba arrebozado, con la buena intención de San Pedro, Satanás. Poco va de que Cristo haga lo que no debe hacer, a que no haga lo que conviene.



Responde Cristo a San Pedro: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo»: palabras de gran peso y rigurosas en público al que había de ser cabeza de su Iglesia y lo era del apostolado. Y supo el buen ministro conocer tan bien la reprensión y el castigo que disimulaban, que dijo: «Señor, no sólo mis pies, sino mi cabeza y mis manos». ¡Oh buen ministro! ¡De pies a cabeza quieres que te laven; y acordándote de Judas, ofreces las manos también para que te las laven, no para que te las unten! Señor, al ministro insolente, porque se descuida se le ha de reñir, y donde se descuida. Rey que disimula delitos en sus ministros, hácese partícipe de ellos, y la culpa ajena la hace propia: tiénenle por cómplice en lo que sobrelleva; y los que con mejor caridad, le advierten por ignorante, y los mal intencionados, que son los más, por impío. De todo esto se limpia quien imita a Cristo. Lo propio se entiende del cuchillo; que también la muerte tiene su vanidad.

Esfuerzan la opinión contraria los que se pretenden asegurar de los castigos con decir que no está bien que al que una vez favorecen los reyes, le desacrediten y depongan, y que es descrédito de su elección, y que conviene disimular con ellos y desentenderse: doctrina de Satanás, con que se introduce en los malos ministros obstinación asegurada, y en los príncipes ignorancia peligrosa, para que porfiadamente prosigan en sus desatinos.



Veamos: Dios en su república, y con el pueblo y familia de los ángeles, ¿qué hizo? Apenas había empezado el gobierno de ella, cuando al más valido serafín y que entre todos amaneció más hermoso, no sólo le depuso, mas le derribó, y condenó con toda su parcialidad y séquito, sin reparar en la política del engaño que pregunta: Si los había de deponer, ¿para qué los crió? Conviniendo, fuera de otras razones, para que se viese que el poder, el saber y la justicia hicieron en unas propias criaturas con valentía lo que les tocaba, criándolas hermosas y castigándolas delincuentes. ¿Quién, sino Satanás, dice a los reyes que les da más honra un mal ministro a su lado, que en el castigo público, satisfaciendo quejosos, disculpando al que le puso en el cargo teniéndole por bueno, escarmentando otros que le imitaban, y amenazando a todos los demás?

Hemos visto lo que hizo Dios con los ángeles: veamos lo que hizo con los hombres. Pecó Adán por complacer a la mujer: la mujer fue inducida de la serpiente que se lo aconsejó. (Advierta vuestra majestad que el primer consejero que hubo en el mundo fue Satanás, vestido de serpiente.) No hubo comido contra el precepto un bocado, cuando un ángel con espada de fuego le arroja del paraíso, entregándole a la vergüenza y al dolor. Castiga al hombre para siempre: que muera, y coma del sudor de sus manos; y a la mujer porque le persuadió, que pariese en dolor sus hijos; y al mal consejero, que anduviese arrastrado y sobre su pecho, y que acechase sus pasos.



Tenía Dios en el mundo un hombre solo, y todo lo había criado para él; y porque pecó, luego con demostración y espada le echa de su casa, le castiga, le destierra, le condena a muerte. ¡Y los reyes, teniendo muchos hombres de quien echar mano, entretendrán el castigo de uno! A quien no guarda los mandamientos y leyes, haya espada de fuego que le castigue. Quien aconseja mal, sea maldito; y como arrastraba a los demás, ande arrastrado. Esto hizo Dios, y esto manda.
Quien hace una cosa mal hecha, si en conociéndola pone enmienda en ella, muestra que la hizo porque entendió que era buena, y es el castigo santa disculpa de su intención; mas quien la lleva adelante, viéndola mala y en ruin estado, ése confiesa que la hizo mala por hacer mal. Rey que elige ministro, si sale ruin y le depone, hizo ministro que en la ocasión se hizo ruin; y si le sustenta después de advertido de sus demasías y desacreditado el tribunal, ése no hizo ministro que se hizo malo; antes al malo, porque lo era, le hizo ministro; y así lo confiesa en sus acciones. Veamos si Cristo Dios y hombre enseñó esta doctrina. Es el caso más apretado que ha sucedido con rey ni señor, el de San Pedro.
«Preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen que soy las gentes?». Conviene que los reyes pregunten (no a uno, que eso es ocasionar adulación y disculpar los engaños, sino a todos) qué se dice de su persona y vida. Respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías, otros que pareces uno de los profetas, otros que resucitó uno de los profetas primeros. Y entonces les dijo Jesús a ellos: ¿Vosotros quién decís que soy? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo. Y respondiéndole Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque la carne y la sangre no te lo reveló, pero mi Padre que está en el cielo. Yo te digo a ti: que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».



En fin, aquí le prometió la potestad y las llaves, y le hizo príncipe de la Iglesia y pastor de sus ovejas. Y es cosa digna de admiración, que prosiguiendo cuatro o seis renglones más abajo, tratando Cristo con ellos que había de morir, porque así convenía, que había de estar en el sepulcro; porque San Pedro enternecido, oyendo hablar de su muerte y de sus afrentas, a quien le estaba haciendo tan grandes mercedes, dijo: «Nunca tal suceda; ésas no son cosas para tu grandeza, ni dignas del Hijo de Dios», -dice el texto: «Que volviendo y mirando a sus discípulos, amenazó a Pedro». Miró primero con cuidado a todos; y viendo tantos y tales testigos, no reparó en que le acababa de dar las llaves del Cielo, de entregarle sus ovejas, sino que le responde y trata con más rigor, al parecer, que a Satanás en la tentación, pues le dijo: «Vete lejos detrás de mí, Satanás: escandalízasme, porque no entiendes el lenguaje de Dios, sino el de los hombres». Al demonio dijo: «Vete, Satanás». Y a San Pedro, por ser de su lado, de su casa y su valido: «Vete lejos detrás de mí, Satanás», y las demás palabras que he referido del Evangelista, tan desdeñosas.

¿Qué podrán alegar en su favor los que son de parecer que lo que una vez se hizo o dijo, se ha de sustentar, y que no se ha de castigar en público el ministro que yerra, viendo la severidad y despego y rigor con que Cristo trató al primero de su apostolado, no por culpa contra su persona, porque se lastimó de su vida y de sus trabajos? Mire vuestra majestad qué se debe hacer con el ministro que los busca y los compra para su señor, y que quiere para sí el descanso, y las afrentas para su rey.



Quedó de esta reprensión San Pedro tan bien advertido como castigado; pues luego que empezó a ser vicario, después de la muerte de Cristo, porque Safira y su marido, que ya eran fieles, ocultaron una partecilla de sus bienes, los hizo morir luego. Señor, el juez delincuente merece todos los castigos de los que lo son; y el príncipe que le permite, consiente veneno en la fuente donde beben todos. Peor es permitir mal médico, que las enfermedades. Menos mal hacen los delincuentes, que un mal juez. Cualquier castigo basta para un ladrón y un homicida; y todos son pocos para el ministro y el juez que, en lugar de darles castigo, les da escándalo. El mal ministro acredita los delitos y disculpa los malhechores; el bueno escarmienta y enfrena las demasías.
Los reyes y príncipes que, usurpando la obstinación por constancia, tienen la honra y grandeza en llevar a fin lo que prometieron, y continuar sus acciones, aunque sean indignas y poco honestas; -ésos, dejando el ejemplar de Cristo, verdadero Rey, siguen la razón de estado de Herodes, y así le suceden en los asientos, cogiendo semejantes escándalos de sus acciones36. «Como hubiese venido día aparejado, Herodes hizo una cena para celebrar sus años, y convidó a los príncipes y tribunos y primeros de Galilea». Pocas veces de cenas hechas a tal gente por ostentación, y no por santificar a Dios, se dejan de seguir los inconvenientes y sucesos que en ésta hubo. Si convidara pobres y peregrinos, fuera la cena sacrificio. Convidó ricos y poderosos, y fue sacrilegio.



Prosigue
Cumque introisset filia ipsius Herodiadis, et saltasset, et placuisset Herodi simulque recumbentibus, rex ait puellae: Pete a me quod vis, et dabo tibi; et juravit illi, quia quidquid petieris dabo tibi, licet dimidium, Regni mei.
«Y como entrase la hija de la misma Herodíades, y descompuestamente bailase en medio de todos, agradó a Herodes, y juntamente a los convidados. Dijo el Rey a la mozuela: Pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé; y juró que le daría cuanto pidiese, aunque pidiese el medio reino».
De peligrosa condición han sido siempre los convites numerosos: nunca ha faltado o discordia o murmuración.
¿Cuál más misterioso que el postrero que hizo Cristo, que tanto le había deseado antes de morir, que dijo: Desiderio desideravi: «Mucho he deseado cenar esta noche con vosotros». Y con ser Cristo el señor del banquete, y él mismo la comida, y sus apóstoles los convidados -en la mesa más sagrada y de mayores misterios, y donde se instituyó el Sacramento por excelencia, la Eucaristía, que es don de la gracia, se entró Satanás en el corazón de Judas. Dijo el Espíritu Santo, advirtiendo estos peligros: «Mejor es ir a la casa donde se llora, que al convite». ¡Qué parecidos fueron Cristo y Juan! En una cena se trata la muerte de Cristo, y en otra la de Juan. Allí se entró Satanás en el corazón de Judas, y aquí en el del Rey, que había de estar en las manos de Dios. Atienda a las palabras que dice, y conocerá el lenguaje de Satanás. Dice el Rey a la mozuela: «Todo te lo daré». Es nota copiada de la tentación; y con diferentes palabras engañó a Eva, diciéndola lo propio.



El recato de la cena de Herodes se conoce en la entrada que dio a una mujercilla deshonesta y bailadora; el poder del vino demasiado y la tiranía de la gula, en lo que agradó a todos la desenvoltura de los saltos y la malicia de los movimientos. ¿Quién sino demasías de una cena dictaran tal ofrecimiento a un rey? Habló en él lo que había bebido, no la razón. Darete todo lo que me pidieres; y juró que lo haría, aunque le pidiese el medio reino. Fuera de sí estaba, pues ofrece lo que no puede dar. De todos los reyes que a uno dicen que se lo darán todo, se debe temer que se entró Satanás en su corazón, como en el de Herodes: ¿qué se debe temer de los que lo hicieren? «La cual como saliese, preguntó a su madre: ¿Qué pediré?».
Para castigar Dios a un rey que desperdicia lo que había de administrar, que derrama lo que había de recoger, le permite un pedigüeño inadvertido y mal aconsejado. Salió la hija, y preguntó a su madre qué le pediría. ¡Oh juicio de Dios, escondido a nuestra diligencia! Fue a aconsejarse con el pecado del Rey, para pedirle su condenación. Elige el rey mal consejero: no se desengaña advertido; -pues sea consejero de su allegado la culpa del rey, su muerte y su deshonra. «Respondió ella: Pide la cabeza de Juan Bautista.» Los que ahítos y embriagados ruegan con el premio a los que merecen castigo, son merecedores de que les pidan su ruina. Aconsejándose con el demonio, pidiole la cabeza de Juan en un plato. «Entristeciose el Rey; mas por el juramento y por los convidados no la quiso entristecer.» A grandes jornadas viene el dolor siguiendo a la ignorancia y al pecado. ¡Qué ejecutivo se muestra el arrepentimiento con los tiranos!



Rey que se entristece a sí por no entristecer a sus allegados con remediar los excesos y demasías, ése es el rey Herodes. ¿Entristéceste porque conoces lo mal que la bailadora usó de tu ofrecimiento; y porque juraste y hubo testigos, degüellas al gran Profeta? Di, Rey, ¿por qué dejas entrar en tu aposento a quien pida la cabeza del Santo? ¿Y por qué sientas a tu mesa y tienes a tu lado gente que te acobarde el buen deseo, y que te ponga vergüenza de castigar desacatos? Señor, quien pidiere con bailes y entretenimientos la cabeza del justo, pierda la suya. Todos los malos ministros son discípulos de la hija de Herodias: divierten a los reyes y príncipes con danzas y fiestas; distráenlos en convites, y luego pídenles la cabeza del Rey justo. Rey hipócrita, ¿quieres dar a entender que religioso cumples tu promesa por no quebrar el juramento, y disimulas la mayor crueldad con aparente celo? ¿Entristéceste tú por no entristecer una ramera? Ésta es acción más digna de ignominioso castigo que de corona. Ya que no miraste lo que ofrecías, miraras lo que te pidieron. Mas rey que su bondad no se extiende a más de entristecerse, no es rey: es vil esclavo de la malicia de sus vasallos; y es tan desventurado, que hasta el buen conocimiento le sirve de martirio y los buenos deseos le son persecución, y no méritos, pues se aflige de consentir maldades, que sabe que lo son, por no afligir a los que tiene consigo, y se las piden o aconsejan casi con fuerza. Ea, Señor, empréndase valerosa hazaña, a imitación de Dios que de una vez con palabra digna del motín de los ángeles derribó al mayor serafín y a todo su séquito, sin que de su parcialidad quedase ninguno. La mala yerba si se la cortan las hojas no se remedia, antes se esfuerza la raíz. No importan juramentos, ni palabras, ni empeños. Juramentos hay de tal calidad, que lo peor de ellos es cumplirlos. Sólo de Dios se dice que jurara y no le pesara de haber jurado. El crédito de los reyes está en la justificación de los que le sirven; y la perdición, en el sustentamiento de los que le desacreditan y disfaman. A llevar adelante los errores, a disimular con los malos, ayuda el demonio; y hace castigarlos y reducirlos Dios. Muy cobarde es quien no se fía de esta ayuda, y muy desesperado quien prosigue con la otra.