Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XII
XII
Conviene que el rey pregunte lo que dicen de él, y lo sepa de los que le asisten, y lo que ellos dicen, y que haga grandes mercedes al que fuere criado y le supiere conocer mejor por quien es. (Matth., cap. 16.) | |
Considere vuestra majestad, Señor, que el que pregunta y quiere saber la verdad, no ha de prevenir la lisonja de la respuesta con la majestad de la pregunta: eso es, Señor, preguntar y responderse, o mandar, preguntando, el género de la respuesta que desea. Cristo Jesús, Hijo de Dios y Dios verdadero, no dijo: ¿Quién dicen que es Mesías; quién dicen que es el Redentor de Israel; quién dicen que es Dios y Hijo de Dios? Sólo dijo: «¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?». ¡Grande humildad! Hijo del hombre se llama el Hijo de Dios, y el que permitió que le llamásemos padre y nos lo mandó. Quiere el Señor oír la verdad, no lisonjas; ni su engaño con sus palabras, sino la salud del mundo con sus preguntas. Respondiéronle por esta razón todos los disparates que de él decían las gentes; ni pudieron ser en parte mayores, ni más descaminados, ni de peor intención. Unos decían que era Juan Bautista. ¡Extraña cosa que anduviese tan equivocada la verdad en la boca de los judíos, que a San Juan Bautista tuviesen por Cristo, y aquí a Cristo por San Juan Bautista! | |
«Mas vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo.» A todos pregunta, y responde Pedro que ha de ser cabeza de la Iglesia. Justo es que el primero hable por todos. Dijo que era Cristo, Hijo de Dios vivo. ¡Gran confesión! ¡Gran cosa acertar en lo que tanto erraban tantos! Y ¡qué a raíz de los aciertos y de los servicios andan las mercedes! Dícele Cristo luego: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; y a ti te daré las llaves del reino del cielo; y cualquiera que ligares sobre la tierra será ligado en el cielo, y cualquiera que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo.» Justo es, Señor, a quien sirve así y sirve por todos, y conoce y da a conocer a su señor, hacerle grandes y muchas mercedes. El ejemplo tenéis en Cristo que a San Pedro hizo favores tan preferidos y tan grandes. | |
Enseñó Cristo cómo se ha de preguntar, y qué, y a quién, y cómo se ha de servir y premiar. Poco después dijo Cristo que iba a Jerusalén a padecer y morir, y oyendo esto, dice el texto (Et assumens eum Petrus, coepit increpare illum, dicens), «empezole a reprender Pedro.» Adviértase que la palabra assumens está en los Setenta como aquí, y castigada con las propias palabras, y con más. La letra siríaca lee Coepit resistere. Ninguna de las dos cosas eran lícitas a San Pedro con Cristo; porque discípulo, no podía reprender a su maestro, ni resistir, siendo criado, al señor; mas las palabras fueron llenas de terneza y de amor. «El morir, Señor, el padecer se aparte de ti: no es para ti esto.» Ama tanto Cristo, nuestro Redentor y Maestro, el morir y padecer por el hombre, que porque San Pedro le decía: Esto tibi clemens, como lee el Siríaco, y en los Setenta: Esto tibi propitius; se enoja y le riñe ásperamente, como se lee en el texto. Son los trabajos tan propios de los reyes, que es culpa estorbárselos y diferírselos, pues su oficio es padecer y velar para la quietud de todos. |