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Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XIX

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XVIII
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Con qué gentes se ha de enojar el rey con demostración y azote. (Joann., cap. 2; Marc., 11.)
Et veniunt Jerosolymam. Et cum introisset in Templum, coepit ejicere vendentes et ementes in templo: et -78- mensas nummulariorum, et cathedras vendentium columbas evertit. Et non sinebat ut quisquam transferret vas per Templum, et docebat, dicens eis: Nonne scriptum est: Quia domus mea, domus orationis est? Vos autem fecistis eam speluncam latronum.
«Y vino Jesús a Jerusalén; y como entrase en el templo, empezó a echar a los que vendían y compraban en el templo, y derribó las mesas de los logreros y las jaulas de los que vendían palomas, y no dejaba que nadie pasase mercancía por el templo, ni un vaso; y enseñaba, diciéndolos: ¿Por ventura no está escrito: "Mi casa es casa de oración"? Vosotros la habéis hecho cueva de ladrones». San Juan, refiriendo esta acción, dice que hizo uno como azote de los cordeles que allí estaban, con que los echó.



No se lee que otra vez con demostración se enojase Cristo, y que castigase con su mano. Tal vez, Señor, conviene que el cordero brame. Cordero era Cristo, y a quien por excelencia llaman manso Cordero; y en esta ocasión armó de severidad su clemencia. Letra por letra parece que el texto del Evangelista está ocasionando a los reyes. Viendo que vendían y mercadeaban en el templo, tomó un azote y echó de él a los logreros, diciendo: «Mi casa es casa de oración». Sábese que vuestra majestad puede decir esto por su casa, y porque fervorosamente con su ejemplo alienta virtud y valor en sus vasallos: sólo resta que abra los ojos sobre los que se la quisieren hacer cueva de ladrones. Si alguna insolencia se atreviere a tanto, los castigue y aleje de sí, y no será; pero temerlo es providencia, y religión estorbarlo; pues veo que Cristo halló en la casa de Dios quien lo hiciese a sus ojos, y no será más privilegiada para los atrevimientos de los impíos y codiciosos la casa de algún rey, que la casa de Dios. Y si sucediere, tome el azote, eche de su casa los que se la desautorizaren; no sólo los eche, los castigue, pero derríbeles las mesas y los asientos, y de ello ni de su ejercicio no quede memoria. Adelanto más la consideración. Si Cristo trata de esta suerte a los que venden en el templo, ¿cómo tratará a los que venden el mismo templo? Para echar aquellos codiciosos mohatreros, dice San Juan que hizo uno como azote; pero para estos contumaces que venden el templo propio, azote ha de ser escogido por el rigor de la justicia: y es lástima de ver cuán bien introducidos están con la absolución los unos y los otros, frecuentando tanto las confesiones como los tratos, haciendo pompa de las comuniones.
El rey puede y debe tener sufrimiento para no castigar con demostración por su mano en todos los casos; mas en el que tocare a desautorizar su casa y profanarla, él ha de ser el ejecutor de su justicia.



Es cierto, Señor, como San Gregorio dice, que toda la vida de Cristo fue lección para nuestro enseñamiento. Cuatro géneros de gente castigó por su mano solamente, echándolos ignominiosamente de sí, esto es echarlos del templo. Y fue tan grande acción ésta, que para mostrar que Cristo nuestro redentor era Hijo de Dios, el glorioso San Jerónimo elegantísimamente la pondera por más alta y misteriosa. No quiero ahogar su estilo: en él se lee mejor todo. Vendió Judas a Jesucristo, que fue vender el templo, y a Dios y a todo el tesoro del cielo. Súpolo antes, y tuvo lástima del mal ministro, no de sí, que había de ser entregado por bajo precio a muerte infame en poder de sus enemigos a quien más bien había hecho y por quien tantas maravillas había obrado. Llégale a entregar, y no le rehúsa el rostro ni se le vuelve. Sabe que le besa por seña que da, no por amor que le tiene; y en lugar de reprensión, le habla y recibe tan regaladamente, diciéndole: Ad quid venisti, amice? «¿A qué has venido, amigo?». Déjase atar y llevar preso; y aquí, porque vio vender en el templo las ovejas, y vio los mohatreros y las palomas que se vendían, hace de las cuerdas azote, y castiga a los que las venden. ¡Gran cosa!, que en él se vendió el Cordero que quita los pecados del mundo, y la paloma purísima. Allí se vio la mayor usura y mohatra que trazó la codicia infernal, y no se enoja; sólo para mostrar que el rey ha de mirar más por los otros que por sí; que él está a cargo de Dios, y los súbditos a su cargo; que es buen pastor que quiere que le vendan por sus ovejas, mas que no quiere consentir que sus ovejas se las vendan. Allí quiere para sí los azotes, y aquí los quiere para los que le venden los suyos; y por eso dice San Juan consecutivamente aquellas palabras: Zelus domus tuae comedit me. Los primeros que refiere San Juan fueron los que vendían ovejas: en éstos se representan los príncipes y procuradores de las comunidades en Cortes, y las justicias que asuelan y destruyen los pobres, los vasallos y los vecinos y encomendados. Eso es vender ovejas; y más vivamente que todos estos se representan los obispos y los prelados, si venden en el templo las ovejas que Dios les encomendó para que apacentasen. Los segundos fueron los que vendían bueyes: en quien se significaron los ricos y poderosos que desustancian los labradores, las justicias que les echan todas las cargas, los gobernadores que los hacen arar para otros, encareciéndoles a precio de sangre el mal año y el socorro. En los numularios y logreros, los que con pretexto de religión hacen hacienda, los que compran las prelacías, los que comen las rentas de los pobres. En los que venden palomas, los que usurpan la hacienda de los huérfanos y viudas, y los persiguen, y de su desamparo y soledad se enriquecen.



Este género de gente, Señor, el rey que los ve en su casa no ha de aguardar a que otro los castigue y los eche. Mejor parece el azote en su mano para éstos, que el cetro.
Oiga vuestra majestad, no a mí, pues no es mi pluma la que habla ni la que escribe. Si vender los regatones y mohatreros en el templo mereció tal castigo en la mano de Cristo, ¿cuál será el que soliciten, si se viese que en el templo se venden mayores cosas por la mano de los prelados y príncipes, a quien Dios dejó el azote para que a su imitación echasen con ignominia a los que lo hicieren? El castigo, Señor, es el permitirlos en muchos pecados que se ven y padecen los ignorantes y los obstinados (que todo es uno), para la censura de la verdad. Echan menos en la paz temporal de esta vida y en el halago de la fortuna el castigo del cielo; no advierten que mayor es la permisión, pues dan mejor cuenta de los delincuentes los castigos rigurosos, que la suspensión de ellos. El permitir Dios nuestro señor un hombre execrable y perdido, es dejarle en manos de sus delitos y suyas; y el castigarle es darle a conocer la fealdad de sus ofensas. La permisión adormece, y el castigo despierta y escarmienta. Así que, es lenguaje conforme al estilo de Dios: Mucho nos permite, mucho nos consiente; luego mucho nos castiga. Y por el contrario: Mucho nos castiga; mucho nos ama. El justo llamará al castigo diligencia que Dios hace para recobrarle: estimaralo por cuidado y celo de sus aciertos. Quien merece los castigos de la ira de Dios, y no los tiene en este mundo, no diga que no los padece, sino que no los conoce ni los cree; y ésa es toda la ira e indignación suya. Señor, ya que (como he dicho) su casa de vuestra majestad por sí puede decir que es de oración, tome el azote, si se ofreciere, y eche de ella los que intentaren hacérsela cueva de ladrones; prosiga lo empezado, viva imitándose a sí, no se canse de copiarse las acciones de un día en otro.