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Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XXIII

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Consejeros y allegados de los reyes: confesores y privados
Ego sum via, veritas, et vita. (Joann., cap. 14.)
Viendo Cristo que iba de este mundo al Padre, y conociendo el temor y confusión de los suyos, y los peligros que les aparejaba la obstinación de las gentes, y las amenazas que la verdad les hacía desde los oídos de los reyes y emperadores; advirtiendo su desconsuelo y soledad, la brevedad de su partida, les dice por San Juan: «No se turbe vuestro corazón: es verdad que me voy; pero voy a prepararos el lugar, a abriros la puerta; y si me fuere, yo os prepararé el lugar: otra vez vuelvo, y os recibiré para mí mismo, para que donde yo estuviere estéis; vosotros sabéis dónde voy, y el camino sabéis. Díjole Tomás: Señor, no sabemos dónde vas: ¿cómo podemos saber el camino? Dijo Jesús: Yo soy camino, verdad y vida.»
Cuando Cristo vio que los suyos confesaban que ni sabían el camino, ni dónde iba, y los vio tan descaminados, les dijo que era camino, verdad y vida.
Señor, quien ha de aconsejar a un rey y a los que mandan y quedan en peligro, ha de ser estas tres cosas: porque quien fuere camino verdadero, será vida; y el camino verdadero de la vida es la verdad; y la verdad sola encamina a la vida. Ministros, allegados y confesores que son caminos sin verdad, son despeñaderos y sendas de laberinto que se continúan sin diferencia en ceguedad y confusión: en estos tales ve Dios librada la perdición de los reyes y el azote de las monarquías. Espíritu de mentira en la boca del consejero, -ruina del rey y del reino. Dios lo dice en el lib. 3 de los Reyes, cap. 22, en estas palabras y con este suceso:



Josafat, rey de Judá, y el rey de Israel hicieron juntos guerra al rey de Siria: fue la causa Ramoth Galaad. Aconsejado el rey de Israel por Josafat que supiese la voluntad de Dios primero, juntó cerca de cuarenta varones. Consultolos, y fueron de parecer se hiciese la guerra, que cobraría a Ramoth Galaad, y vencería. No contento con el parecer de sus adivinos, dijo Josafat: ¿Aquí no hay algún profeta de Dios, de quien sepamos lo cierto? El rey de Israel dijo a Josafat: Ha quedado un varón, por quien podemos preguntar a Dios; pero yo le aborrezco porque nunca me ha profetizado buen suceso, antes siempre malo. Confiesa que es varón de Dios, y que Dios habla por él, y le aborrece porque le dice la verdad. Rey que tiene esta condición, huye del camino, aguija por el despeñadero. ¿Al varón de Dios aborreces, rey? Morirás en poder de ésos que te facilitan la desventura a manos de tu presunción y de su lisonja. Llámase (dijo el rey) Miqueas, hijo de Jemla. Llamó el rey de Israel un eunuco suyo, y mandole que con brevedad, partiéndose luego, le trajese a Miqueas, hijo de Jemla. En tanto todos los profetas le aconsejaban la guerra; que fuese a Ramoth Galaad, y volvería victorioso. Llegó el eunuco mensajero que había ido por Miqueas, y díjole: Ves aquí que todos los profetas anuncian y prometen buen suceso al rey: sea tu profecía semejante; háblale bien. Considere con toda la alma vuestra majestad la infidelidad del criado, con las veras que solicita la mentira y la adulación tan peligrosa a su rey. Arte suele ser de los ambiciosos solicitar con el parecer ajeno autoridad a sus mentiras y crédito a sus consultas. Esto llaman saber rodear los negocios. Mucho deben mirar los reyes y temer el servirse en ninguna parte de criados que buscan más el regalo de sus oídos, que la quietud de sus almas, vidas y honras. Responde el profeta como varón de Dios: Vive Dios que he de decir cualquiera cosa que Dios me dictare. En esta libertad y despego está la medicina de los príncipes. Llegó delante del rey, y díjole el rey: Miqueas, ¿debemos ir a Ramoth Galaad a hacer la guerra, o dejarémoslo? Y respondiole a él (quiere decir, a su gusto): Sube, y vé glorioso, que Dios la entregará en mano del rey. Replicó el rey: Una y otra vez te conjuro que no me digas sino la verdad en nombre de Dios. Y él respondió: Vi a todo Israel desparcido por los montes, como oveja sin pastor. Y dijo Dios: Éstos no tienen dueño: vuélvase cada uno a su casa en paz.



Señor, los vasallos de rey que tiene ministros y criados que le solicitan la mentira y la lisonja, aborreciendo ellos la verdad en su corazón y en la ejecución de las cosas, Dios nuestro Señor los llama ovejas sin pastor y gente sin dueño. Viendo esto el rey de Israel, dijo: ¡Oh Josafat! Por ventura, ¿no te dije yo que este profeta nunca me pronosticaba bien, sino siempre mal? Mas el profeta de Dios le dijo: Por esa intención tan indigna de rey, oye estas palabras de Dios.- Con todos los príncipes habla Miqueas: palabras son de Dios; vuestra majestad las traslade a su alma, y no dé aguardar otra cosa a su memoria con más cuidado.
Vi a Dios en su trono sentado, y a la diestra asistiéndole todo el ejército del cielo, y dijo Dios: ¿Quién engañará a Acab, rey de Israel, para que suba a Ramoth Galaad, y muera? Y dijo uno tales palabras, y otro otras. Levantose un espíritu, y púsose delante de Dios, y dijo: Yo le engañaré. Preguntole Dios: ¿De qué manera? Respondió: Saldré, y seré espíritu de mentira en boca de todos sus consejeros. Y dijo Dios: Hecho es: engañarasle, prevalecerás; ve, y hazlo.- Así, no fue mandamiento, sino permisión.
¡Gran cosa, que trazando Dios el modo de destruir a aquel rey, entre todos sus espíritus que juntó no se hallase otra manera de llevar a la muerte y a la afrenta al rey, sino permitir poner la mentira en la boca de los que le aconsejan! Es tan cierto, que ni se lee otra cosa en las historias, ni se oye.



Llegó oyendo estas razones al profeta Miqueas, al varón de Dios, Sedecias, hijo de Canaana, y dio una bofetada en la cara a Miqueas, y afrentole. Lo propio es dar una bofetada que levantar un testimonio. Este Sedecias debía de ser algún favorecido del rey, y de los que solemnizaban sus desatinos: unos allegados que sirven de aplauso a las inadvertencias de los poderosos; debía de ser tan interesado en el engaño y ruina del rey, que temió su castigo en la verdad del profeta, del buen ministro, del santo consejero. Era algún introducido de los que en palacio medran tanto como mienten, cuya fortuna no tiene más larga vida que hasta topar con la verdad. Son éstos sabrosa y entretenida perdición de los reyes. Vio éste que el desengaño severo y prevenido le amenazaba desde los labios del profeta; y por eso le procuró tapar la boca con la puñada, y dar a la verdad tósigo y veneno, en el varón de Dios que advertía de su vencimiento y sus pérdidas al rey.
Murió Acab, porque creyó a los engañadores, y no a Miqueas. Salió con su promesa el espíritu que ofreció su muerte, sólo con poner el engaño en la boca de sus consejeros; y así sucederá a todos los príncipes que, no escarmentando en este sujeto, gastaren sus reinos en premiar lisonjas y en comprar mentiras.



¡Gran cosa que este rey no se fiase de sus profetas, que hiciese diligencias por un varón de Dios, que enviase por él, que le oyese, que no se contentase con la primer respuesta que le dio a su gusto, que le conjurase por Dios que le dijese la verdad: todo a fin de despreciar con más requisitos a la verdad y a Dios, abofetear al profeta, meterlo en prisiones sin piedad ni respeto! Rey que oye al predicador, al confesor, al teólogo, al santo varón, al profeta; que lee libros: para no hacer caso de ellos, para castigarlos y despreciarlos, para dar lugar a que Sedecias los afrente, para prenderlos, ése solicita la indignación de Dios contra sí, y todo su cuidado le pone en hacerse incapaz de su gran misericordia. Morirá ese rey; y como a Acab, lamerán su sangre los perros. Flecha inadvertida, yendo a otra parte encaminada por la justicia de Dios, le quitará la vida y el reino. Así sucedió a Acab en el capítulo citado. San Pablo lo dice así, y les pronuncia esta sentencia: «Los que habiendo conocido la justicia de Dios, no entendieron que los que tales cosas hacen son dignos de muerte; y no tan solamente los que estas cosas hacen, sino también los que consienten a los que la hacen.»