Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/XIII

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Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Cuál ha de ser el descanso de los reyes en la fatiga penosa del reinar; qué han de hacer con sus enemigos, y cómo han de tratar a sus ministros, y cuál respeto han de tener ellos a sus acciones. (Joann., 4.)
Jesus ergo fatigatus ex itinere, sedebat sic supra fontem. Venit mulier de Samaria haurire aquam. Dicit ei Jesus: Da mihi bibere. Dicit ergo ei mulier illa Samaritana: Quomodo tu, Judaeus com sis, bibere a me poscis, quae sum mulier Samaritana? Respondit Jesus, et dixtit ei: Si scires donum Dei, et quis est, qui dicit tibi da mihi bibere; tu forsitan petisses ab eo, et dedisset tibi aquam vivam. Dicit ei mulier: Domine, neque in quo haurias habes, et puteus altus est: unde ergo habes aquam vivam?
Que el reinar es tarea; que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la corona es peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulo de una muerte viva, lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no mancharon sus recordaciones, contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo. Así lo escribió la Antigüedad; no dicen otra cosa los santos; esta doctrina autorizó la vida y la muerte de Cristo Jesús, rey y señor de los reyes. Y como suene afrenta en las majestades el descansar un rato, y sea palabra que desconocen y desdeñan las obligaciones del supremo poderío, el Evangelista, cuando dijo que Cristo descansaba del cansancio del camino (eso es sentarse), dijo tales palabras: Jesus ergo fatigatus ex itinere, sedebat sic supra fontem. «Jesús cansado del camino, se sentó así junto a la fuente.» Sentose así, descansó así. Aquel así disculpa el descansar siendo rey; y dice que descansó así, para que los reyes sepan que si así no descansan, no se asientan, sino se derriban. Veamos pues cómo descansó, puesto que la palabra sic, así, está poseída de tan importantes misterios.



Bien sé que Lira dice: Quod ex hoc apparebat veritas humanae naturae, quemadmodum et quando esuriit post jejunium. Y San Juan Crisóstomo refiere sobre San Juan: Sedebat, ut requiesceret ex labore. Yo reverencio como miserable criatura estas explicaciones, y en ellas adoró la luz del Espíritu Santo que asistió a sus doctores, y la aprobación de la Iglesia en los padres. Diré mi consideración sólo por diferente, sin yerro, a lo que yo alcanzo, y sin impiedad, así en esto como en otras cláusulas, porque se conozca cuál es el día de la lección sagrada, y la fecundidad de sus lumbres y misterios, pues guarda que considerar aun a mi ignorancia, sin aborrecerla por mi distraimiento. Esta protesta bastará para los juicios doctamente católicos; que para los que respiran veneno y leen las obras ajenas con basiliscos, ninguna cosa tiene lugar de defensa.
«Cansado del camino; Jesús estaba así sentado junto a la fuente.» Señor: Cristo, rey verdadero, cansado del camino, sentose a descansar así. El propio Evangelista dirá cómo descansó. Señor, descansó del camino y trabajo del cuerpo, y empezó a fatigarse en otra peregrinación del espíritu, en la reducción de un alma, en la enmienda de una vida delincuente con muchas conciencias. Así, Señor, que los reyes que imitan a Cristo y descansan así, no se descansan a sí, descansan de un trabajo con otro mayor, y estas ansias eslabonan decentemente la vida de los príncipes. De las acciones más principalmente dignas de rey que Cristo hizo, fue ésta, y en que más enseñó a los reyes tres puntos tan esenciales, como cuál ha de ser su descanso, qué han de hacer con sus enemigos, y cómo han de tratar a sus ministros; y cuál respeto han de tener ellos a sus acciones, y cómo y para qué han de pedir los reyes a los miserables y súbditos.



Señor, cuando vuestra majestad acaba de dar audiencia, de oír la consulta del consejo; cuando despachó las consultas de los demás y queda forzosamente cansado, descanse, así como Cristo, empezando otro trabajo; trate de reducir a igualdad los que le consultan de otros; atienda vuestra majestad al desinterés de los que le asisten, a la vida, a la medra, a las costumbres, a la intención; que este cuidado es medicina de todos los demás. Quien os dice, Señor, que desperdiciéis en la persecución de las fieras las horas que piden a gritos los afligidos, ése más quiere cazaros a vos, que no que vos cacéis. Preguntad a vuestros oídos si son bastantes para los alaridos de los reinos, para las quejas de los agraviados, para las reprensiones de los púlpitos, para las demandas de los méritos, y veréis por cuántas razones vuestro sagrado oficio desahucia los espectáculos que os tengan por auditorio hipotecado a sus licenciosas demasías. Quien descansa con un vicio de una ocupación, ése descansa la envidia de los que le aborrecen, la codicia y ambición de los que le usurpan, la traición de los que le engañan. Quien de un afán honesto descansa con otro, ése descansa así como descansó Cristo.
Muy poderoso y muy alto y muy excelente Señor: los monarcas sois jornaleros: tanto merecéis como trabajáis. El ocio es pérdida del salario; y quien descansando así os recibió en su viña por obreros, mal os pagará el jornal que él ganó así, si así no le ganáis.



«Vino la mujer de Samaria a sacar agua. Díjola Jesús que le diese de beber. Díjole pues aquella mujer samaritana: ¿Cómo, siendo tú judío, me pides a mí de beber, siendo mujer samaritana?». De Dios, de Cristo, su Hijo unigénito, pocos llevan lo que buscan. ¡Gran dádiva negarles la demanda de su ceguera, y darles el provecho que previene su misericordia! Señor, no lleve agua el que viene por agua, si conviene que lleve reprensión. Sentaos, Señor, sic supra fontem, así sobre la fuente de las mercedes, de los premios y de los castigos: no dejéis que se sienten vuestros allegados y ministros; vayan a buscar de comer, no se entrometan en vuestro cargo. Asistid vos a la fuente, y tendrán remedio los sedientos, y beberán lo que les conviene, que es lo que vos les diéredes, y no lo que buscan y quieren sacar con sus manos.
Era pozo, y le llama fuente el Evangelista. Creo sea ésta la causa (y a propósito, si no la desautoriza ser yo el autor). Como el Espíritu Santo por San Juan hablaba al suceso para el misterio, y sabía que la mujer buscaba pozo y agua muerta, y que en el pozo había de hallar al que es fuente de agua viva, llamola así, previniendo la maravilla; y llamó fuente al pozo, porque la historia se cumplió en la fuente. San Agustín sobre San Juan admirablemente concierta la letra.
Señor, los pretendientes, los sedientos, los allegados os quieren pozo hondo y oscuro y retirado a la vista, porque solos ellos puedan sacar lo que quisieren. Éstos, Señor, que alcanzan con soga y no con méritos, paguen con su cuello al esparto lo que le trabajan con el caldero. Pozo os quieren, Señor: fuente sois, y tal os eligió Jesucristo. Ellos os quieren detenido y encharcado para sí, y Dios difuso y descubierto para todos. Corred como fuente, pues lo sois; y para quien os quiere pozo, sed sepultura.



Pide este gran rey, Señor, y pide agua al pie de la fuente en el brocal del pozo: no pide oro, ni plata, ni joyas; pide lo que sobra donde lo hay, a quien viene a sacarlo para sí todo. Estos malditos que son carcoma doméstica de los reyes, quieren que sean pozos: Dios manda que sean fuentes. Delito y castigo será contradecir a Cristo, y obedecer a los soberbios y vanagloriosos. Señor, rey, pozo hondo para todos y abierto para uno que solo y siempre saca, atienda con todos los sentidos a ver si conoce algo de su séquito y de su alma en aquellas palabras del Apocalipsis: «Vi caer del cielo en la tierra una estrella, y fuele dada llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió el humo del pozo como humo de un horno grande; y el sol y el aire se oscurecieron con el humo del pozo. Y del humo del pozo salieron langostas sobre la tierra, y fueles dada potestad como la tienen los escorpiones de la tierra; y fueles mandado que no ofendiesen el heno de la tierra, ni alguna cosa verde, ni algún árbol; sólo a los hombres que no tienen la señal de Dios en sus frentes.»
Señor, este lugar tan poseído de amenazas y espantos, donde las estrellas caen y el humo sube, cosa tan contraria, lo entienden los padres a la letra de los herejes: yo me aventuro a declararle de los reyes pozos. Nada, si bien se considera, es por mi cuenta: el propio lugar se declara, y no por eso deja de entenderse de los herejes; que los reyes que se apartan de los ejemplos de Cristo, y le desprecian y niegan la obediencia a sus mandatos, herejes son de esta doctrina donde está escrita esta cláusula con tantos espantos como letras; estrella que cae, humo que sube, horno, oscuridad, escorpiones y langostas. ¿Qué fábrica en el infierno se compondrá de más temerosos materiales? Hable la cláusula por sí.



¿Qué es un rey? Una estrella del cielo que alumbra la tierra, norte de los súbditos, con cuya luz e influencia viven. Por eso apareció estrella a los tres reyes. Todos los reyes Señor, son estrellas del sol Cristo Jesús; familia suya son resplandeciente. El que cae de la alteza del cielo, el que se aparta de la igualdad de aquella circunferencia, que a su justicia llegan forzosamente todas sus líneas iguales, ése que del cielo cae en la tierra, ¿qué codicia? ¿Qué negocia con apear su luz encendida a la par con el día, y abatirla por el suelo? Negocia las llaves del pozo del abismo. Era vecino de oro en el glorioso espacio por donde se extienden en igualdad inmensa los volúmenes del cielo, y caía a ser llavero de las gargantas del humo de los depósitos de la noche. ¿Qué hizo este rey en teniendo las llaves del abismo? Abrir el pozo del abismo. ¡Ah, Señor! ¿Quién estuviera tan mal con alguna estrella, que de llama de aquel linaje que se encendió con la palabra de Dios en el más ilustre solar del mundo, sospechara pensamiento tan bajo? Yo creyera que bajaba la estrella a tomar las llaves del pozo del abismo para darle otra vuelta, para añadirle otro candado para que otra mano no le abriese. Mas no fue así; que quien deja el lugar que tenía por Dios, y el ministerio que le fue dado, todo lo dispone al revés. ¡Qué pensamiento tan vergonzoso para una estrella bajar ella a abrir el pozo para que suba el humo! Así el texto dice que subió del pozo humo como de un horno grande. Rey que deja de ser estrella y se inclina a pozo, ¿qué hace, Señor? Precipitarse a sí, que es estrella y levantar el criado, que es humo. La luz y la tiniebla truecan caminos. Estrella que cae, ¿qué puede levantar sino humo? Rey que deja cetro de monarquía por llaves de pozo, desate de las cárceles de la noche contra sí las oscuridades, y sea su castigo, que cayendo porque el humo suba, no logrará aun esta maldad; porque el humo cuanto más sube más se deshace, y la enfermedad mortal del humo es el subir.



«Y oscureciose el sol y el aire con el humo del pozo.» Bien agradecida se mostró esta estrella al sol que la dio los rayos, pues abrió la puerta al pozo que le oscureció a él y al aire con el humo. Señor, todo lo deja a oscuras y confuso, y sepultado en noche, el rey que da puerta franca al humo; y debéis considerar, si con él se oscureció el sol, la que abrió con esta llave ¡qué padecería siéndole tan inferior en todo! Veamos, ya que dejó el cielo por el pozo, y escogió un eclipse tan desaliñado, qué fin tuvo, y para qué. «Y del humo del pozo salieron langostas sobre la tierra.» Cuando se juntan con la humillación del príncipe la soberbia abatida y embozada del criado, engendran plagas, producen langostas. El hijo de esta bastardía tan alevosa es el azote de la tierra, el despojo de los pobres, la ruina de los reinos. ¿Qué otra sucesión merece una estrella que con el humo comete adulterio contra toda la hermosura y majestad del cielo? «Y fueles dada potestad, como la tienen los escorpiones de la tierra.» Hijos del pozo, mestizos del día y de la noche, de la majestad y de la traición, mayorazgos de la iniquidad, atended qué poder se os da; mas atended cuál poder tenéis de escorpiones. Veneno sois, no ministros: fieras, no poderosos. Blasonar de este poder es apostar con todo el infierno en la iniquidad nefanda; y este poder, de que tan impíamente presumís, os fue dado contra vosotros, y trae instrucción secreta de Dios para atormentar vuestras conciencias. Oíd lo que se sigue: «Y fueles mandado que no ofendiesen el heno de la tierra, ni alguna cosa verde, ni algún árbol; sólo a los hombres que no tienen la señal de Dios en sus frentes. Poco os duró el golpe de veros langostas, parto del pozo y del humo: ya vuestros dientes tenían amenazado cuanto vive sobre la tierra en las edades del año. Ni malos habéis de ser, como deseáis: todo se os ordena al revés. Y es así, que las langostas ofenden lo verde, los campos, lo sembrado, y no a los hombres; y a vosotros os mandan como a langostas espurias y de ayuntamiento tan ilícito, que no ofendáis al heno, ni a la yerba, ni a lo verde, ni a algún árbol, y que ofendáis a solos los hombres que no tienen la señal de Dios en la frente. Aquí está secreto vuestro dolor. No habéis de ofender al bueno, al pobre, al inocente, al humilde, al justo, no; que en esa venganza estaba vuestra gloria. Sólo habéis de ofender a los que no tienen la señal de Dios en la frente. Y así se cumple que siempre estáis ocupados en deshaceros unos a otros, y en aparejaros los cuchillos y las sogas.



Señor, estese la estrella en el lugar que Dios la dio; y al pozo del abismo antes le añada cerraduras, que le abra. Si se baja del cielo al pozo, ved, Señor, que subirá el humo que os anochezca y os quite el sol y os borre el aire. Ministros que son bocanadas del pozo del abismo, bien están debajo de llave y debajo de tierra: no deis poder de escorpiones, ni aguardéis de tales simas otra cosa que plagas y langostas. Al pozo venía la Samaritana; mas Cristo rey eterno así se sentó junto de la fuente, porque baja del cielo a cerrar el pozo, y a enseñar la fuente, y a rogar con ella. Por eso la dio de su agua, que era de vida, y no bebió de la del pozo. Zacarías llama fuente a Cristo146: «Fuente patente de la casa de David.» Y Isaías: «Sacaréis las aguas en gozo, de las fuentes del Salvador.» Aguas con gozo sólo se sacan de las fuentes. Consejo es del Espíritu Santo; que de los pozos ya hemos visto lo que se saca.



«Vino una mujer de Samaria a sacar agua, y díjola Jesús: Dame de beber.» ¡Qué leves y qué baratos son los pedidos de Dios, del rey Cristo, a sus vasallos! Pide un jarro de agua, y pídele tan a propósito como se ve: al brocal del pozo, a quien tiene con qué sacar el agua y viene a eso. Leves serían los tributos de los príncipes, si pidiesen (a imitación de Jesucristo) poco y fácil, y a quien lo puede dar, y donde lo hay; lo que las más veces se descamina por la codicia y autoridad de los poderosos, pues se cobra del pobre lo que le falta y sobra al rico, que por lo que él le ha quitado y le niega, le ejecuta. Veamos qué sucedió a esta demanda tan justa de Cristo nuestro Señor, donde aquella suprema y verdadera majestad pidió con tan profunda humildad y tan inefable cortesía. Respondiole aquella mujer samaritana: «¿Cómo siendo tú judío, a mí, que soy mujer samaritana, pides de beber?». Señor, pidiendo Dios y el inocente y el justo, falta agua en el mar y en los pozos; y la respuesta no sólo niega lo que se pide, sino lo acusa y pretende hacer delincuente. Si estas negaciones se pasaran a las demandas de los codiciosos y descaminados, y las concesiones que sirven a su apetito se vinieran a estas demandas, los hombres estuvieran ricos, los reinos prósperos, la sed de Cristo socorrida, y la de los hidrópicos curada. Díjola Cristo: «Si supieras la dádiva de Dios, y quién es quien te dice: Dame de beber, pudiera ser que tú le pidieras a él, y él te hubiera dado el agua de vida». No lo habíamos entendido hasta ahora, Señor: no deja que lo entendamos nuestra ignorancia y nuestra avaricia. Sirven a estas acciones gloriosas de Cristo nuestro Señor, de tinieblas los estilos y sucesos de la tierra. Los príncipes temporales dan para pedir: Cristo, solo rey, pide para dar. Dice a la mujer que le dé agua, y niégasela y aun hace delito el habérsela pedido. Y el Señor la responde: «Si entendieras la dádiva de Dios y quién es quien te dice: Dame de beber». El negarle a Dios lo que nos pide, nace de que no conocemos que su pedir es dádiva. ¿Qué nos pide que no sea para darnos? ¡Gran misterio pedirla agua, para que ella se la pida al que se la dará! Quien pide de esta manera imitando a Cristo, será padre de sus reinos. Pida tributos para darles defensa, paz, descanso y aumento; no pida a todos para dar a uno, que es hurto; no pida a unos para dar a otros, que es engaño; no pida a los pobres para dar a los ricos, que es locura delincuente; no pida a ricos y a pobres para sí, que es bajeza. Pida para que le pidan, y entenderá la dádiva de Dios, que empieza en pedir y acaba en dar.



Señor: el demonio da sin que le pidan porque da quitando. Acuérdese vuestra majestad de la sierpe y de la manzana, aunque no es cosa de que podemos olvidarnos. Una golosina dio porque le diesen la gracia y el alma. Qué sin retórica reciben las mujeres, Eva lo enseñó bien para nuestro mal. Qué aprisa niegan y qué fácilmente piden, la Samaritana lo demuestra; pues luego que se enteró de las calidades del agua de vida, dijo: «Señor, dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga a sacarla a este pozo». ¡Qué acomodadamente nos desquitamos de nuestros yerros con Cristo! De lo que pecó esta mujer negándole lo que pedía, se remedió pidiéndole lo que le daba. Señor: ¡gran Rey, grande y verdadero Señor, que perdona que le neguemos su regalo si nos le pide, porque recibamos nuestro regalo cuando nos le da! ¡Por esto solo verdadero Rey, y solo bien querido Señor! Óigalo vuestra majestad del gran padre de la Iglesia Agustín: «Dios no manda algo que a él le aumente, sino a quien lo manda: por eso es verdadero Señor; que no tiene necesidad de su criado, sino su criado de él».



Ya hemos visto cómo se le niega a Dios lo que pide, y cómo pide él para que le pidamos. Veamos cómo, y a quién da. Señor, oíd al Evangelista: «Díjola Jesús: Ve, llama a tu marido, y ven aquí». Señor, a ella la dijo: Si tú conocieses la dádiva de Dios, tú me pedirías. Ella le pidió el agua de vida, y no se la da a ella. Mirad, muy alto y muy poderoso Señor, qué maestro os disimulan estas palabras. Pidió diciendo: Da mihi: «Dame a mí». No se acordó de otro. Cristo, que sus dones los comunica y no los encierra, los reparte en muchos, antes en todos, y no los arrincona en uno que los pide para sí. Mandó que llamase a su marido y lo trajese. ¡Dichoso vos, Señor, a quien es posible imitar esto, cuando en los demás no llega el caudal más adelantado sino a acordaros lo que muchos pretenderán que se os olvide!. «Vinieron sus discípulos, y admirábanse porque hablaba con mujer; empero ninguno le dijo: ¿Qué buscas o qué hablas con ella?». Llegado hemos, Señor, a lo profundo del pozo. ¿Quién creyera que este brocal había de ser cátedra donde la suma sabiduría enseñase a reinar a los reyes, y que de tan soberana doctrina serían interlocutores una mujer y un cántaro? Todo, Señor, es aquí maravilloso; y más que yo, despreciada criatura, os descifre esta lección, disimulada en trastos tan ajenos de la majestad.



Los apóstoles, Señor, que eran los ministros y los privados y los parientes, habían ido a buscar mantenimiento: «Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer». Algo han de hacer, Señor, los reyes solos por sí, sin asistencia de los ministros. Algo, es forzoso; porque con eso ya habrá sido rey alguna vez. Muchas cosas ha de hacer solo el señor; es conveniente: todas las cosas no le es posible. Mas siendo las importantes e inmediatas a su oficio, han de ser todas. Y así lo enseña Cristo Jesús. Cuando su majestad dispone obra de rey y despacho de monarca, vayan los ministros a buscar de comer, sirvan como criados en lo que les toca: no se entrometan en el oficio coronado. El remedio del vasallo toca al rey, no al ministro: cánsese él por la ocasión de dársele. Matar la sed y la hambre del vasallo, Señor, toca al rey; matar la suya del rey, a sus ministros. Los apóstoles van a buscar mantenimiento a Cristo; y Cristo viene a dar bebida a la Samaritana. Oídme, Señor; que esta porfía por vuestra intención, más tiene de leal que de atrevida. Criado que tratare y se encargare de matar la sed a vuestros vasallos, no buscará la comida para vos, sino para sí; y ellos quedarán muertos, y no su sed; y vos sin mantenimiento y sin qué comer. Veamos si los apóstoles se sintieron de esto. No, Señor, que eran ministros de Dios y trataban de servirle a él, dejándole ser rey, y no de servirse de él, mancomunándose en la corona. Vinieron y admiráronse de que hablase con una mujer; mas ninguno se atrevió a preguntarle qué buscaba o qué hablaba con ella. Señor, no lo advirtió de balde el Evangelista Fue como si dijera: sabía Cristo, rey solo, lo que sólo había de hacer; y sus privados lo que habían de hacer, que era servirle, lo que no habían de hacer, que era escudriñarle. Criado que quiere saber todo lo que el rey hace y lo que dice preguntándoselo, llámale rey y pregúntale esclavo. Quien quisiere, Señor, saber lo que hacéis, sepa de vos que no sabe lo que hace.



Al ministro más alto le es lícito admirarse de las acciones del rey: así lo hicieron los apóstoles. No es lícito adelantarse, ni atreverse, ni entremeterse: así lo hizo el diablo. Halla el criado y el ministro hablando al príncipe con otro a solas: no envidie ni recele, no maquine: admírese y calle; que vos, Señor, habéis de hablar con quien conviene, con quien lo ha menester, no con quien ellos quisieren. Acobardad, Señor, la pregunta curiosa en los vuestros; que entonces ellos serán mejores criados, y vos más rey. Ni os pregunten qué buscáis, ni qué habláis, ni qué os hablaron: tengan admiración muda, que es admiración de apóstoles; no admiración preguntadora, que es admiración de fariseos que también se admiraban y le preguntaban siempre. «Dijéronle los apóstoles: Maestro, come. Mas él les dijo:
Yo tengo manjar que comer, que vosotros le ignoráis». Habían ido por mantenimiento para Cristo; trajéronsele, y rogábanle que comiese. Aun haciendo su oficio, Señor, y bien hecho y con puntualidad, y lo que les mandó Cristo, tuvieron mortificación en la respuesta. Comida tengo yo, dijo el gran Rey, que vosotros ignoráis. Señor, no lo sepan todo los ministros grandes, ni lo pregunten, aunque se admiren; y no sólo eso, mas oigan de vos que ignoran algunas cosas. Y cuando os ofrezcan en el cargo el divertimiento de la comida, Cristo os dejó sus palabras: tomádselas, que no es atrevimiento sino obediencia: «Díjole Jesús: Mi comida es hacer la voluntad de quien me envió para perfeccionar su obra».

Señor, la voluntad de Dios, que os envió para rey al mundo, es que le gobernéis a su imitación; y vuestra obra sólo se perfecciona con este cuidado. Y esto, si no es vuestra comida, es el sustento de vuestro oficio y el sustentamiento de vuestra monarquía.