Por un matrimonio igualitario

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​Por un matrimonio igualitario​ de Pablo Simonetti<br, >Presentación ante la Comisión de Constitución del Senado de Chile
Estimados senadores:

En distintas ocasiones, les he escuchado decir a cada uno de ustedes que el matrimonio es por esencia entre un hombre y una mujer y que por tal razón no están dispuestos a tratar una ley de matrimonio igualitario.

Yo quisiera preguntarles por qué.

Para agilizar mi presentación me haré cargo de las principales razones que se han esgrimido en el debate público para negarle el acceso al matrimonio a las parejas del mismo sexo, partiendo por sus propios dichos. Tras la afirmación de que el matrimonio es necesariamente entre un hombre y una mujer puede que hayan dos motivos. El primero, uno que discrimina sin detenerse a pensar.

En este motivo caben las objeciones de orden etimológico, histórico, religioso, todas fácilmente refutables ya que no corresponden a la deliberación que debe primar en la democracia de un estado laico que aspira a respetar su ley fundamental: “Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Estoy partiendo del supuesto que cada uno de ustedes hace suyo el abrumador consenso científico que afirma que la homosexualidad no es una conducta enferma o desviada y que solamente es una expresión más de la naturaleza humana, la cual lleva a un hombre o a una mujer a desear y eventualmente a amar a uno de su mismo sexo, conservando el instinto de formar pareja y hogar. Pasemos entonces al segundo motivo: la convicción de que hay razones fundadas para discriminar legalmente entre una pareja heterosexual y una homosexual.

Es decir, que ésta última debe tener un estatuto con menos derechos que los consagrados por el matrimonio. ¿Cuál puede ser esa razón? La primera y principal que surge en el debate es que la pareja heterosexual está destinada a tener hijos y que una de las “esencias” del matrimonio es la procreación. Es sencillo demostrar que, bajo este supuesto, se estaría incurriendo en una discriminación arbitraria: matrimonio y procreación no van juntos. En Chile, el 66% de los niños nace fuera del matrimonio, es decir, para procrear, la especie no requiere de una institución civil: simplemente se reproduce. En el otro sentido de esta relación biunívoca que se ha intentado establecer entre matrimonio y procreación, podemos decir que la ley civil no estipula ningún impedimento para que las parejas heterosexuales infértiles puedan casarse, incluyendo a las mujeres que han dejado de ovular.

En otras palabras, el matrimonio ha sido una institución solidaria con los heterosexuales impedidos de procrear, pero olvida su sentido solidario cuando se trata de homosexuales.

Se concluye entonces que el acto de procrear no es una condición ni necesaria ni suficiente para el matrimonio y, por lo tanto, no se puede esgrimir como razón para coartar los derechos de las parejas homosexuales. Diferente es el cuidado de los hijos, del que la institución matrimonial sí tiene que hacerse cargo. Pero antes de tocar este punto, quiero despejar otras objeciones que han salido a la palestra:

Si aprobamos el matrimonio igualitario, mañana nos veremos obligados a aprobar el matrimonio múltiple o la zoofilia.

Dejaré la zoofilia de lado, por la trivialidad de su refutación.

¿Y el matrimonio múltiple o poliamoroso? Es un argumento que pertenece a la categoría del resbalín, un típico ardid conservador que en inglés se conoce como “slippery slope”. Para desarticularlo hay que dejar en claro que las relaciones poliamorosas limitan tanto con el matrimonio heterosexual como con el igualitario. De hecho, las relaciones poligámicas heterosexuales están protegidas por ley en algunos países, lo cual, si nos dejamos llevar por el temor a lo que sobrevendrá, implicaría que deberíamos abolir el matrimonio heterosexual por el inminente peligro que reviste. A esto se suma que no hay una parte significativa de nuestra comunidad que viva en relaciones poliamorosas y que esté en busca del reconocimiento social y legislativo. Por último, el poliamor no tiene que ver con la identidad de las personas, como es el caso de la homosexualidad.

No hay jóvenes que sufran porque cuando grandes no van a poder casarse en grupo.

Otro argumento que se ha utilizado de manera recurrente en contra del matrimonio igualitario es que amenaza a la familia. Y yo me he preguntado de qué manera puede revistir un peligro. Hasta ahora nadie me ha dado una respuesta satisfactoria. Soy de la opinión más bien contraria, si el matrimonio se abre a parejas homosexuales se robustece a la familia como núcleo fundamental de nuestra sociedad. Al entrar bajo el alero del Estado, estas otras familias pueden llevar su vida adelante con mayor compromiso, seguridad, deberes y beneficios. Y al ser testigo el Estado de la consolidación del amor de una pareja gay, también se abre por delante un camino de reconocimiento social, pertenencia e igualdad de trato.

Despejadas las objeciones, quiero dar los argumentos que a mi juicio obligan a nuestra sociedad a consagrar en sus leyes el matrimonio igualitario.

Como ya lo decía, el primero de todos es la inclusión de estas otras familias al entramado social.

La segunda, el reconocimiento y la legitimidad que le brindaría a las relaciones de amor homosexual, aplastando de paso una oscura historia de discriminación y ostracismo. Aquí estoy pensando sobre todo en los más pobres, aquellos que ven agudizada su precariedad a causa de la homofobia. La fragilidad de su acceso al trabajo se multiplica, los escasos bienes que les pueden ofrecer sus mundos de pertenencia –el campo, un oficio, una pequeña red de contactos– desaparecen cuando se trata de una persona gay.

Es cosa de ver la migración obligada de la mayoría, del campo a la ciudad, porque no pueden seguir viviendo de la tierra que les daba de comer, rechazados como son por sus familias, vecinos y potenciales empleadores.

La tercera virtud es de orden público, una democracia sana es aquella capaz de brindarle un trato igualitario a todos los ciudadanos, especialmente a las minorías con escasa o ninguna representación política. En otras palabras, la igualdad de derechos es un bien superior de la convivencia democrática. Bien lo sabrían quienes se opusieron a la igualación de derechos de los esclavos, de los trabajadores, de la mujer, de las minorías raciales, de las minorías religiosas. La historia ha sido implacable con ellos y en cambio ha ensalzado a quienes lucharon por la igualdad.

Por último, el matrimonio es una institución complejísima en su entramado de derechos, pero muy sencilla de entender. Cualquiera sabe lo que significa casarse y no es necesario recurrir ni un abogado ni un notario, ni menos pagar sus costas, para acceder a él.

Y aquí llego a la última parte de mi exposición: el cuidado de los hijos. El matrimonio debiera interpretar la voluntad actual e indisoluble de dos personas de vivir juntos, de darse auxilio mutuo y de asegurar el cuidado de los hijos.

Y quiero hacer hincapié en que cuidar un hijo no es lo mismo que procrear. Basta ver la enorme cantidad de niños que son abandonados por sus padres biológicos o que cuentan con uno solo de ellos.

La principal de las objeciones que he recibido ante la posibilidad de que una pareja gay adopte a un niño o una niña es que, antes que nada, ese infante tiene el derecho a tener un padre y una madre. La réplica es simple y cruel: al ser abandonados, esas criaturas no pueden contar con el cuidado ni de su padre ni de su madre biológicos. Ahora bien, si tal fuera la voluntad de nuestra legislación, no debería permitir tampoco, como lo permite hoy, que una persona soltera adopte. Así vemos cómo el argumento de que es necesario que el niño tenga un padre y una madre nace solamente cuando se presenta la posibilidad de que sus cuidadores sean una pareja gay. ¿No radica aquí la esencia del prejuicio? ¿Hay acto de amor más noble que el querer adoptar a un niño, sea de parte de heterosexuales o de homosexuales?

En segundo término, se puede demostrar que quienes dicen que están cautelando el derecho de los niños están pensando en sus prejuicios. Por ejemplo, una madre tiene un hijo natural o por inseminación artificial y conforma un hogar con otra mujer. Si esa madre muere, el hijo no solo pierde a su madre biológica sino que también a su madre putativa. Si de los derechos del hijo se trata, la regulación debería asegurar que pudiera seguir al cuidado de su segunda madre.

Por otra parte, los que dicen que los niños tienen derecho a un padre y una madre no piensan en que la mitad de los niños abandonados de Chile no consiguen ser puestos bajo la custodia de matrimonios heterosexuales bien avenidos, en los que impere la armonía y el bienestar que les procure un ambiente sano y estimulante para su desarrollo.

Así es como, quienes dicen que ese niño tiene el derecho a tener un padre y una madre niegan la realidad y prefieren que siga en el orfelinato antes que sea adoptado por una pareja gay armoniosa. ¿No es esto puro y simple prejuicio? ¿Hay mayor privación de derechos para un niño que permanecer en la orfandad? Lo que un infante necesita es amor, cuidado, educación y oportunidades. Las agencias de adopción son perfectamente capaces de discernir quiénes pueden brindarle estos bienes de mejor forma. ¿Quizás estos niños van a tener problemas psicológicos por tener dos padres o dos madres? Es posible, pero no más que los que tendrán al seguir huérfanos, no peores que los de un niño que crece en un hogar monoparental, no peores que los de aquel que crece en una familia disfuncional. Puede que tengan problemas de otra índole, pero no más graves que los de cualquiera.

Hay objeciones de menor importancia, como que las parejas gays son menos estables. De ser así, ¿no es deber del Estado procurar los medios para una mayor estabilidad, dándoles a estas parejas un marco regulatorio tan firme y tan amplio en derechos como se lo confiere a las parejas heterosexuales mediante el matrimonio?

He oído decir también que los niños sufrirán un condicionamiento de su sexualidad. Para rebatirlo, basta ver mi caso. Yo fui criado por una pareja de padres heterosexuales e inadvertidamente homofóbicos, en medio de una sociedad por completo heteronormativa, y a pesar de todo soy homosexual. ¿Creen ustedes que un par de padres o de madres que han padecido tamaño sufrimiento van siquiera a hacer el intento de manipular la sexualidad de sus hijos?

Porque el único afán de condicionamiento sexual que yo he conocido hasta ahora es la rampante homofobia que aun impera en nuestra sociedad y que no ha tenido otro resultado que la infelicidad de muchos.

El último de los argumentos es el más insidioso de todos: La posibilidad de que esos niños sean discriminados en su entorno social. Estoy seguro de que sus padres buscarán los entornos sociales más propicios para su hijo, pero insisto una vez más: ¿existe mayor discriminación para un niño que permanecer en la orfandad? Y si no hacemos nada hoy, ¿podremos vivir tranquilos sabiendo que son muchos más los niños que hoy enfrentan la crueldad de su medio debido a su orientación sexual? La discriminación se combate con igualdad de derechos, no permitiendo que el temor la consagre.

En fin, los homosexuales apostamos a la plena integración al resto de la sociedad, a ser parte de su trama familiar, a ser parte de su carácter plural y diverso. Porque somos iguales en el amor, los homosexuales de nuestro país aspiramos a ser iguales en dignidad y derechos.

¿Por qué no ser ustedes, senadores de la república, quienes lleven adelante esta impostergable tarea de reivindicación social? ¿Por qué no ser ustedes los que pasen a la historia como defensores de la igualdad? ¿Por qué no ser ustedes los primeros en abrir sin miedo el corazón a la diferencia? No tengan la menor duda de que el futuro les dará la razón. La solidez de los argumentos de hoy así lo asegura.