Prólogo I (Rubén Darío)
Sí, yo he escrito estos Abrojos
tras hartas penas y agravios,
ya con la risa en los labios,
ya con el llanto en los ojos.
Tu noble y leal corazón,
tu cariño, me alentaba
cuando entre los dos mediaba
la mesa de redacción .
Yo, haciendo versos, Manuel,
descocado, antimetódico,
en el margen de un periódico,
o en un trozo de papel;
tú , aplaudiendo o censurando,
censurando y aplaudiendo
como crítico tremendo,
o como crítico blando.
Entonces, ambos a dos,
de mil ambiciones llenos,
con dos corazones buenos
y honrados gracias a Dios,
hicimos dulces memorias,
trajimos gratos recuerdos,
y no nos hallamos lerdos
en ese asunto de glorias.
Y pensamos en ganarlas
paso a paso y poco a poco...
Y ya huyendo el tiempo loco
de nuestras amigas charlas,
nos confiamos los enojos,
las amarguras, los duelos,
los desengaños y anhelos...
y nacieron mis Abrojos.
Obra, sin luz ni donaire,
que al compañero constante
le dedica un fabricante
de castillos en el aire.
Obra sin luz, es verdad,
pues rebosa amarga pena;
y para toda alma buena
la pena es oscuridad.
Sin donaire, porque el chiste
no me buscó, ni yo a él;
ya tú bien sabes, Manuel,
que yo tengo el vino triste.