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Acta de Pìo XI

Pues, ¿acaso no aumenta cada año el número de mártires, vírgenes y confesores que propone a la admiración e imitación de sus hijos? ¿No son hermosas flores de virtud heroica, de castidad y caridad, estas que la gracia de Dios trasplanta de la tierra al cielo? Sólo aquellos que resisten las inspiraciones divinas y no hacen un uso adecuado de su libertad permanecen y languidecen miserablemente en la primera debilidad. La gracia de Dios no nos permite desesperar por la salvación de nadie mientras viva, y de hecho esperamos un mayor aumento en la caridad cada día. En su gracia se pone el fundamento de la humildad, ya que cuanto más perfecto es uno, más debe recordar esas palabras: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué jactarte como si no lo hubieras recibido?»[1]; y no puede dejar de mostrarse agradecido con quien «reservó para los débiles esta fuerza de ser, con su ayuda, invencible en querer lo bueno, e invencible en no querer abandonarlo»[2]. El benignísimo Jesucristo nos urge a pedir los dones de su gracia: «Pedid y se os dará; Buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. De hecho, todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; ya los que al que llama se le abrirá»[3]. El mismo don de la perseverancia «se puede ganar con la súplica»[4]. Así es que en los lugares sagrados no cesa la oración privada y pública: «Pues, ¿cuándo no se rezó en la Iglesia por los infieles y por sus enemigos, para que crean? ¿Cuándo tuvo un fiel un amigo, un pariente, un cónyuge infiel sin pedirle al Señor una disposición de ánimo dócil a la fe cristiana? ¿Quién no pidió nunca para sí mismo perseverar en el Señor?»[5]. Por eso, Venerables Hermanos, manteneos suplicando, y suplique con vosotros el clero y vuestro pueblo - recomienda el Doctor de la Gracia-, especialmente por aquellos que carecen de la fe católica o se apartan del camino correcto; procurad, además, procurad aquellos que se muestren aptos y llamados al sacerdocio sean educados de manera santa, pues ellos llegarán a ser, cada uno de acuerdo con su oficio, dispensadores de la divina gracia.

  1. 1 Co, IV, 7.
  2. San Agustín, De correptione et gratia, c. 12, n. 38.
  3. Mt VII, 7-8.
  4. San Agustín, De dono perseverantiae, c. 6, n. 10.
  5. San Agustín, De dono perseverantiae, c. 23, n. 63.