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II

LA CACERÍA

Antes de haber cumplido los dos años, presencié una cosa que nunca he podido olvidar. Era una mañana de primavera, había helado un poco durante la noche anterior, y una ligera niebla envolvía los árboles y se dilataba por la pradera. Yo me hallaba con los otros potros, pastando en la parte baja de la campiña, cuando oímos á lo lejos un ruido que parecía el ladrido de perros. El más viejo de los potros levantó la cabeza, enderezó las orejas y dijo:

—¡Ahí están los galgos!— é inmediatamente galopó, seguido de todos nosotros, en dirección á la parte alta del cercado, desde donde podíamos divisar una larga distancia. Mi madre y un viejo caballo de silla se hallaban allí, y parecía que sabían lo que era aquello.

—Han levantado una liebre-dijo mi madre.