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—¡Bravo! dijo Aguilar.

—En seguida vamos á lacosturera: le metemos en la boca, aunque sea una sábana para que no grite y despues de encerrarla en un carruage que tendremos preparado al efecto, la conduciremos á tu quinta. '

—!Magnífico! gritó entusiasmado el ex-miembro de la Sociedad Popular.

—Entonces queda arreglado: dijo el tahur.

—Arregladísimo: contestó el mashorquero.

—Pues entonces hasta luego.

—Hasta luego.

Jaime se encaminó á casa de Mercedes.

En ella encontró á Pedro, á quien ordenó fuese á casa de Aguilar, á darle las noticias convenidas.

El cochero se fué.

El jugador quedó solo, en la casa de la protectora de Camila.

Cerró la puerta de la calle; se quitó el sombrero y levita y emprendió un registro en la casa, hasta encontrar un madero como de tres varas de largo y una barreta.

Bajó ambos objetos al sótano, y empuñando con nervuda mano la barreta empezó á cabar acaloradamente la tierra. Asi que hubo hecho un hoyo como de una vara de hondura clavó en él el madero y apisonó la tierra. En seguida colocó la barreta en su lugar, cerró el sótano, y despues de lavarse las manos, se vistió, encendió un grueso ci-