CAPÍTULO X
17 de diciembre de 1832.—Tras haber acabado con Patagonia y las islas Falkland, describiré nuestra primera llegada a Tierra del Fuego. Un poco después del mediodía doblamos el cabo de San Diego y entramos en el famoso estrecho de Le Maire. Nos mantuvimos cerca de la costa fueguina; pero el perfil de la abrupta e inhospitalaria isla de los Estados aparecía visible entre las nubes. Por la tarde anclamos en la bahía del Buen Suceso. Al entrar fuimos saludados en una forma extraña, propia de los habitantes de este salvaje país. Un grupo de fueguinos, ocultos en parte por el enmarañado bosque, se habían encaramado a un pico que salía sobre el mar, y mientras pasábamos saltaron a la parte más alta, y agitando sus andrajosos mantos lanzaron un fuerte y sonoro clamoreo. Los salvajes siguieron el barco, y precisamente al empezar a anochecer vimos sus hogueras y oímos de nuevo sus gritos salvajes. El puerto está formado por una buena