Página:Dramas de Guillermo Shakspeare - Volumen 2 (1883).pdf/137

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
123
COMO GUSTÉIS.

Corino.—Á mil de ellas que ya ni recuerdo.

Silvio.—¡Oh! ¡Pues entonces jamás amaste tan de corazón! Si no tienes presente hasta la más insignificante locura en que te hiciera caer el amor, no has amado; ó si no te has sentado, como yo ahora, fatigando á tu interlocutor con las alabanzas de tu amada, no has amado: ó si no has abandonado bruscamente la compañía, como me obliga la pasión á hacerlo ahora, no has amado. ¡Oh Febe, Febe, Febe!

(Sale Silvio.)

Rosalinda.—¡Pobre pastor! ¡Por buscar tu herida, he venido desgraciadamente á dar con la mía propia!

Piedra.—Y yo con la mía. Me acuerdo de que estando enamorado, quebré mi espada contra una piedra, y le dije que aguantara eso por venir de noche en busca de Juana Remilgos; y de cómo besé su batidera y los pezones de la vaca que ella había ordeñado con sus lindas manos agrietadas; y recuerdo, en fin, haber hecho la corte en lugar de ella á una vaina de guisantes, de la cual saqué dos y se los devolví diciendo con los ojos llenos de lágrimas: «Póntelos por amor á mí.» Nosotros, los que amamos de veras, damos en extrañas manías; pero así como todo muere en la naturaleza, toda naturaleza enamorada muere en la tontería.

Rosalinda.—Hablas con más sensatez de lo que piensas.

Piedra.—Ya lo creo: no he de caer jamás en cuenta de mi propio ingenio, hasta que me dé de narices contra él.

Rosalinda.—¡Oh Jove, Jove! La pasión de este pastor se parece mucho á la mía.

Piedra.—Y á la mía; pero ya se me va poniendo un poco rancia aquí dentro.

Celia.—Os ruego que uno de vosotros pregunte á aquel hombre, si nos dará por oro algún alimento.