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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

La cortesana.—Sí, mi príncipe, ha cogido de mi dedo esa sortija que le véis.

Antífolo.—Es verdad, mi soberano, es de ella de quien tengo esta sortija.

El duque.—(A la cortesana.) ¿Le habéis visto entrar en esta abadía?

La cortesana.—Tan seguro, mi príncipe, como lo es, que veo á Vuestra Gracia.

El duque.—Es extraño! Id á decir á la abadesa que se presente aquí: creo, verdaderamente, que estáis todos de acuerdo ó completamente locos.

(Uno de la gente del duque va á buscar á la abadesa.)

Ægeón.—Poderoso duque, acordadme la libertad de decir una palabra. Quizás veo aquí un amigo que salvará mi vida y pagará la suma que puede libertarme.

El duque.—Decid libremente, siracusano, lo que queráis.

Ægeón.—(Á Antífolo.) ¿Vuestro nombre, señor, no es Antífolo? ¿Y no es ese vuestro esclavo Dromio?

Dromio de Éfeso.—No hace aún una hora, señor, que era su esclavo: pero él, se lo agradezco, ha cortado mis cuerdas con sus dientes; y ahora soy Dromio y su servidor, pero ya no esclavo.

Ægeón.—Estoy seguro que los dos os acordáis de mí.

Dromio de Éfeso.—Nos acordamos de nosotros mismos, señor, en viéndoos; pues hace algunos instantes que estábamos ligados, como lo estáis vos ahora. ¿No sois un enfermo de Pinch, no es verdad, señor?

Ægeón.—(Á Antífolo.) ¿Por qué me miráis como á un extraño? Me conocéis bien.

Antífolo de Éfeso.—Jamás en mi vida os he visto, hasta este momento.

Ægeón.—¡Oh! la tristeza me ha cambiado desde la última vez que me habéis visto; mis horas de inquietud, y la mano destructora del tiempo han grabado