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ANTÓN P. CHEJOV

como hablando consigo mismo el dueño de la tienda, Demian Gavrilovitch—. Tenía yo por ahí una botellita... Bebiendo un trago la comida sabe mejor... Michka, ¡venga la botella!...

Michka, con los carrillos hinchados y los ojos dilatados, descorcha la botella y la coloca en el mostrador.

—Beber en ayunas...—observa el inspector de Policía rascándose la nuca—. En tal caso, una solamente, y que sea pronto, Demian Gavrilovitch; es que no tenemos tiempo.

Un cuarto de hora después, los sanitarios, enjugándose los labios y mondándose los dientes con cerillas, se encaminan hacia la tienda de Goloribenko. Pero, como si fuera a propósito, la entrada está obstruída... Unos cinco mocetones están atareados sacando un gran barril de manteca.

—¡Hacia la derecha!... ¡Déjalo rodar!... ¡Tira, tira de este lado!... ¡Pon una viga por debajo!... ¡Qué diablo! ¡Señores, apártense; les aplastaremos los pies!

El barril se encaja en la puerta y no hay quien lo saque... Los mozos lo empujan con toda la fuerza, soplan y se injurian mutuamente.

Cuando, a consecuencia de tantos esfuerzos, el aire pierde su pureza, el barril sale por fin; pero inmediatamente torna, y rodando vuelve a encajarse sólidamente en el dintel de la puerta.

—¡Diablo!—exclama el inspector—. Vamos