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enerva y mata, á la inversa del miedo y el terror, que fortalecen y exaltan—es hoy, ya que un enemigo exterior se nos presenta, amigo nuestro; él me ayudará. Confío pues en él y rezo fervorosamente: Salve, oh tú, gran Epunamún, Dios de aquella grande potencia insidiosa sin la cual nada de fuerte y bueno puede haber. Salve, oh Dios de las artimañas, rencillas y querellas, omnipotente fortificador de las virtudes físicas y morales. Oyeme y dígnate prestarme tu valimiento, para que yo consiga ver á mis pies, cual zozobrante amador á aquel mozo que á esta fuente se dirige Préstame el antifaz del amor, para que yo salga vencedora en esta lid traicionera que inicié con aguardar á aquel mancebo. Y tů, oh joven, inexperto Tulcomara, novel gobernador de los destinos de Lauquén, acércate y sé examinado, si eres ó no digno del áureo trono que tan fácil acceso para tí tenía. Haz lo que pudieres para resistir á mis tentaciones y queda fiel á tus votos,—Ya está aqui. La aldeana seré primero.

ESCENA II.

Tulcomara. Por vez segunda, mi bendita fuente, á tí me acerco. Sé hoy también mi fiel tutela, como lo fuiste, cuando el corazón de Tegualda ayer me entregaste.—¿Tegualda sola?—¡Qué veo!—¿Quién eres té, que aquí á esta hora te presentas?

Hueñuyún. Gracolana soy, aldeana de los afueras de la ciudad; y si el objeto de mi venida igualmente quieres saber, también te lo diré.

Tulcomara. No es eso lo que me interesa saber. Dime más bien, si á Tegualda por aquí no viste.

Hueñuyún. ¿Tegualda? la hija del ulmén?

Tulcomara. Ella misma.

Hueñuyún. Según advierto, eres Tulcomara, el ulmén en cierne de estos distritos.

Tulcomara. ¿Y quién eres tú, que ya que saber pareces á que aquí me vine, robándome estás el precioso tiempo. Creo que ando descaminado. Hay por ventura en estas cercanías otra fuente igual á ésta?

Hueñuyún. Es ésta la vertiente que á tí te interesa. Pues aquí viene Tegualda á llevar el agua para el uso de su hogar. ¿Mas no ves que aun está la luna relumbrando?