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POLÍTICA DOMÉSTICA 119

pobre criada el ser joven y bonita. La mujer en- vidiosa de otra no la juzga merecedora de ningún bien que ésta posea, y á pesar de los impulsos de un corazón, en el cual los estragos de este mal no han extinguido aún la bondad, todo cuanto aflija á la envidiada ocasionará un criminal placer, de que la envidiosa no se preservará. Mas esto no es nada todavía: la envidiosa no se contentará con ser in- justa, y la horrible pasión del odio, que nunca de- bería reemplazar al amor y ála dulzura en el cora- zón de la mujer, vendrá á derramar su veneno. Entonces olvidando los deberes que la moral impone, no le bastará alegrarse del mal experimentado por el objeto de su odio, sino que se lo deseará rea- gravado y hasta se lo causará.

Semejante pasión, tan contraria á la naturaleza, debilita las fuerzas vitales, menoscaba la salud y produce una excitación febril que suele tener un término funesto.

Noes fácil imaginar el acerbo sufrimiento que atormenta incesantemente al corazón devorado por la envidia. Voy á referir lo que una señora—á quien conocí, viajando desde Buenos Aires al Rosa=