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Después de haber dado un pequeño paseo por la huerta de Viedma, vuelvo a bordo para arreglar las colecciones formadas en aquel día.

Esta huerta se halla situada al oeste de la fortaleza, en un pequeño valle que puede utilizarse para la agricultura, lo mismo que otros inmediatos y desde el pasto fuerte, llamado comúnmente de puna, al cual pronto se acostumbra el ganado, abunda con tal lozanía, que es molesto transitar a pie por entre él. Hállase rodeada por algunas pequeñas paredes de piedra, que levantaron los antiguos colonos para preservarla quizás del daño que pudieran causarle los ganados.

Algunas coles, un pequeño monte de manzanas, membrillos y cerezos, con sus frutos aun verdes, estos últimos, recostado todo sobre un murallón de pórfiro, de fuerte colorido, hermosean ese paisaje sombreado ya por el crepúsculo. A no ser la necesidad de preparar las colecciones, no regresaría a bordo.

Estos restos del antiguo jardín, plantado quizás por la mano de Viedma, noventa años antes, y que gracias a la fertilidad del suelo se ha reproducido sin ayuda del hombre, tiene infinitos atractivos.

Cada vez que el viajero, lejos del hogar, encuentra algo que le sugiera un recuerdo de él, experimenta un bienestar indefinible, y con sentimiento se aleja de donde su espíritu lo trasporta a puntos queridos.

Diciembre 15.—Apenas la aurora destacó las cimas de los cerros y bañó de suave luz las aguas de la bahía, lanzamos al mar el bote que el gobierno me había proporcionado. Va a servir por primera vez al objeto para el cual ha sido destinado, y como un favorable augurio, su elegante quilla seguirá las huellas de la lancha que condujo a Darwin.