Qué queremos y á dónde vamos
El general Cabrera, depositario de la confianza de Cárlos VII, ordena que la comunion carlista tome parte en la lucha electoral que se prepara; y sin vacilacion, con alegría, todos nos apresuramos á cumplimentar la orden, porque todos sabemos que Cabrera tiene plena autoridad, es decir, autoridad legal y autoridad moral para darla; todos reconocemos en el insigne caudillo el poder delegado de que dispone, y todos abrigamos la profunda conviccion de que ha de usar de él para bien de la patria en lo que su clarísima inteligencia, admirable conocimiento de los hombres y serena apreciacion y prevision de los acontecimientos, le inspiren.
Y véase ya el primer resultado de la orden: ante la prueba de la cohesion y disciplina que reinan entre nosotros, en todos se ha aumentado la esperanza, y en nuestros enemigos el respeto y el temor, sin que lo primero se deba á que nosotros confiemos en el triunfo electoral (que harto bien conocemos á los que nos lo disputan), ni en estos se abrigue duda acerca de su triunfo (que harto bien saben responderá á sus dolos y coacciones). La esperanza en nosotros se robustece, y en nuestros adversarios se aviva el temor y nace el respeto, por la conviccion en todos de que nuestra fuerza para imponerse no necesita otra cosa que regularizarse, obedeciendo las inspiraciones de la prudencia y de la prevision, y mostrándose á la luz del dia y segura de sí misma tal cual es.
Afectan burlarse los revolucionarios cuando nos oyen decir que nosotros formamos la inmensa mayoría del pais; pero sus burlas valen poco al lado de sus hechos, y lo que las unas quieren poner en duda, se confirma por los otros. En los primeros dias de la revolucion hablaban mucho de plebiscito, y al plebiscito confiaban la constitucion definitiva del pais. ¿Por qué cambiaron tan pronto de parecer, y por qué ahora rechazan el plebiscito con tanta insistencia? Porque han visto y saben y sienten que las fuerzas vivas del pais están con nosotros, y que todas sus violencias no podrian impedir su esplosion en el momento en que se apelara á ellas; porque saben y sienten que provincias enteras se levantarían como un solo hombre á protestar contra sus principios y proyectos, y que en todas, enfrente de los grupos distintos en que ellos se presentaran, se mostraria nuestra comunion en haz imponente y compacto.
Pues todas sus burlas nada valen ante ese hecho. El plebiscito es lo único procedente, lo único lógico, dentro de las ideas revolucionarias, del movimiento de Cádiz; el plebiscito venia impuesto y sigue impuesto por el principio de la soberanía nacional, sobre el cual dice que se asienta esta situacion para determinarla y darla forma; y sin embargo, hablar de plebiscito á Prim es lo mismo que recordarle su opinion sobre el encierro de la tropa en los cuarteles, y apelar al plebiscito con Rivero vale tanto como pedirle la razón de sus actos discrecionales en la alcaldía de Madrid. Y es ¡claro está! que ellos, mas y mejor aun que nosotros, saben que el pais es nuestro, ó, hablando con mas propiedad, que nosotros somos el pais, y no quieren que aparezca visible y palpablemente que en nombre de la soberanía nacional están comprimiendo y cohibiendo los sentimientos y la voluntad de la nacion.
Pero, á defecto del plebiscito, nuestra fuerza puede encontrar otras cosas en qué mostrarse, regularizándose y adquiriendo su propio conocimiento, digámoslo así; y hé aquí lo que podemos notar se verifica ya á consecuencia de la órden de Cabrera, y del puntual cumplimiento que va teniendo. Durante treinta años hemos sido unos parias fuera de la ley, objeto incesante de la vigilancia y del rigor de la ley; nadie en alta voz podia decir: soy español, amante de la Religion, de la tradicion y de la ley de mi patria; es decir, soy carlista, sin que eso le costara un viaje á Filipinas, ó atropellos continuos en su persona y en sus bienes, porque para él no existían ni justicia ni magistrados. Hoy la situacion ha cambiado radicalmente; dentro de la ley, porque la revolucion no ha podido, ó en la embriaguez de su triunfo no ha sabido contradecirse en la ley como se contradice en los hechos, podemos decir y decimos que somos carlistas, y nuestros derechos pueden apoyarse en nuestro número y en nuestra fuerza, y cuanto mas alto lo digamos, mas crece nuestra fuerza y mejor nos aseguramos contra las tropelías revolucionarias.
En dos palabras se señala la situacion en que nos encontramos: la prudencia, que pudo obligar antes á casi todos á ocultar sus sentimientos, hoy les aconseja, al contrario, que hagan pública ostentacion de ellos, porque lo primero no les libra de la persecucion, y al contrario la estimula, mientras lo segundo la intimida y la contiene. Ademas, los carlistas antiguos deben seguir el ejemplo de los que, convertidos por los desengaños, nobilísimamente, á la faz del mundo se llaman hoy carlistas, y lo son con alma y vida, y deben dárselo á los muchos que, convertidos también, no se han decidido aun á proclamarlo. La ocasion para hacerlo es hoy oportuna hasta no mas; y por éso, al par que admiramos la prevision que ha dictado la orden de Cabrera, atendemos en todo á su cumplimiento. Fórmense comités, constitúyanse centros, organícese de alto abajo la accion, todo á la luz del dia, con nuestros nombres, ajenos á temores pueriles, y seguros de que así nada hay que temer, porque contra una fraccion ó contra un grupo de personas todo se puede intentar, mientras nada se puede contra la solidaridad de miles y miles de individuos, pertenecientes á todas las clases de la sociedad, que se presentan unidos por la misma voluntad y con el mismo sentimiento, y teniendo consigo todas las fuerzas vivas del pais.
Tertuliano decia en las postrimerías del paganismo á los perseguidores: «Nosotros los cristianos lo somos todo; nosotros somos el nervio de la sociedad, estamos en todas partes, y hacemos todos los dias nuevos prosélitos; de tal suerte, que si nos retirásemos formando el vacío á vuestro alrededor, no podríais subsistir; y si nos levantáramos contra vosotros, quedaríais destruidos y caeríais pulverizados en un instante.»
Esa es la situacion en que aquí nos encontramos, y nos basta hacerla sentir para que se acabe con la revolucion, que se halla igualmente en sus postrimerías.
Fuente
[editar]- La Esperanza (14 de enero de 1870): «Qué queremos y á dónde vamos». Página 1.