Quien no cae no se levantaQuien no cae no se levantaTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen CLEANDRO, de camino,
MARGARITA y LEONELA
CLEANDRO:
No hay mucho desde aquí a Sena.
Laurencia, tu tía, está
a la muerte; el verme allá
tiene de aliviar su pena.
Mi hermana es y hermana buena.
Sola ella pudiera ser
ocasión, hija, de hacer,
aunque corto, este camino,
que no es poco desatino
dejar sola una mujer
moza y doncella en tu edad,
donde el vicio y la insolencia
habitan, porque Florencia
no tiene otra vecindad.
Parentesco y voluntad
me obligan; pero el temor
de tu edad y de mi honor,
viendo el peligro en que estás,
vuelven los pasos atrás
que da adelante mi amor.
CLEANDRO:
Hija, si una despedida
licencia de hablar merece,
por ver lo que se parece
a la muerte una partida,
haz cuenta que de la vida
en esta ausencia me alejo,
y como cansado y viejo,
no a Sena, al sepulcro voy;
y que en el paso en que estoy
te encamino y aconsejo.
Sola en mi casa naciste
de una madre a quien Florencia,
aunque muerta, reverencia;
pero bien la conociste.
Nobleza antigua adquiriste;
lo mejor de esta ciudad,
honrando mi calidad,
pariente mayor me llama;
riqueza heredas y fama,
discrección y autoridad.
El verte sola, y querida
y celebrada en Florencia
dio a tu mocedad licencia
más suelta que recogida.
Al fin le costó la vida
a tu madre el conocerte
tan libre, y por no ofenderte,
ni con reñirte enojarte,
quiso más, por adorarte,
morirse que reprehenderte.
CLEANDRO:
¿Cuántas veces te llamó
poniendo a tu vida freno,
y a solas, en nombre ajeno,
tus costumbres reprendió?
¿Cuántas veces te leyó
sucesos con que Dios toca
la mocedad libre y loca,
y temiendo darte enojos
te castigó con los ojos
lo que no osó con la boca?
Pues yo sé vez que, enojada
de ver tu desenvoltura,
tu libertad y locura
castigó en una crïada;
y tú, por esto agraviada,
en un mes no nos hablaste
ni a la cara nos miraste,
hasta que vino a quebrar
por nosotros, que a callar
y a sufrir nos obligaste.
Todo esto causa el no haber
más de un hijo en una casa;
la edad vuela, el tiempo pasa;
sólo ha de permanecer
la fama, que en la mujer
corre peligro doblado;
tu honra es mi espejo amado.
Si le procuras quebrar,
¿cómo me podré mirar
en un espejo quebrado?
MARGARITA:
Pues ¿a qué efecto es agora
tan estudiado sermón?
¿Qué afrenta o disolución
en mí tu linaje llora?
¿Heme ido, como Lidora,
con algún hombre, perdida?
¿De qué ventana, atrevida,
de noche escala has quitado,
o qué persona has hallado
tras el tapiz escondida?
¡Oh, qué pesadas vejeces!
CLEANDRO:
Soy pesado y tú liviana.
No vi escala en la ventana,
pero a ti sí, muchas veces;
y como en ella pareces
siempre, por más que te digo,
tu fama ha de ser castigo
de la licencia que toma;
que pocas veces se asoma
que no dé abajo consigo.
Y si a caerse comienza
en la calle, ¿habrá quien calle?
No, que la fama en la calle
será fama a la vergüenza.
El recato al gusto venza;
no uses mal de mis regalos,
para libres hijos malos;
deja algún tiempo del día
palos de la celosía
que dan al honor de palos.
CLEANDRO:
¿Qué oraciones y ejercicios
lees? Cuando estás despacio,
las novelas de Bocacio,
maestrescuela de los vicios.
Tus mangas darán indicios,
escritorio, cofre o arca
de los papeles que marca,
y --con quien haces tu agosto--
el furioso del Ariosto
y las obras del Petrarca.
¿Con tal compañía quieres
que tu honor no ande en demandas?
De los amigos con que andas
podremos sacar quién eres.
¿Qué gusto o provecho adquieras
de traer las faltriqueras
preñadas con las quimeras
de canciones y tercetos,
de liras y de sonetos,
de décimas o terceras?
Anda, que ninguno aprende
que no procure saber;
la poesía es mercader
que versos por honra vende.
Es fuego sordo que enciende.
Sus vanos terceros son
tercetos que al torpe son
de los sonetos que miras,
leyendo liras deliras,
dando a tu afrenta ocasión.
MARGARITA:
Recoletándome vas
con industria peregrina.
¡Ea, vuélveme capuchina,
que así contento estarás!
No me traigas galas más.
Quítame el oro y la plata,
el chapín al alpargata
reduce, al sayal la seda,
porque encartujada pueda
ser a tu gusto beata.
Por onzas vienes a darme
la libertad de la vida,
pues aun vista tan medida
determinas cercenarme.
¿Qué daño ha de resultarme
de que las varas posea
de una celosía, y vea
por su confusa noticia?
A ser varas de justicia,
pudieran hacerme rea.
¿No es una jaula enredada?
¿Aún menos quieres que sea
que un pájaro, y que no vea
segura de ser mirada?
¿Qué monja hay tan encerrada
que, ya por rejas de acero,
ya por el rallo grosero
o vistas a ver no venga,
si aun no hay torno que no tenga
su socarrón agujero?
MARGARITA:
¿O pretendes con casarme
propagar tu sucesión,
o huyendo la condición
de un yerno, monja encerrarme?
Si lo primero has de darme,
deja que en canciones reales
las cortesanas señales
pueda aprender de un poeta,
que no han de hacerme discreta
los salmos penitenciales.
Pero debes de gustar
que entre estameña y picote
me entre monja, porque el dote
temes que acá me has de dar.
La vejez toda es ahorrar.
Y pues ella me limita
lo que un convento aún no quita,
vete con Dios donde vas,
que a la vuelta me hallarás
recoleta o carmelita.
Hace que se va; detiénela LEONELA
CLEANDRO:
Hija, Margarita, espera;
Leonela, vuélvela acá,
no te reñiré más ya.
Que soy viejo considera.
Prolija es la edad postrera;
llégate acá, abrázame,
todo es de burlas, a fe;
ansí probarte he querido.
Tu virtud he conocido,
tu recogimiento sé.
Quita el lienzo de los ojos,
no llores lágrimas vanas,
o en la holanda de estas canas
deposita tus despojos.
¿No ves que me das enojos
cuantas veces me amenazas
entrarte monja? Si trazas
matarme pronto, hazlo así.
¡Ea, por amor de mí!
¡De mala gana me abrazas!
Pedirte quiero perdón;
dame la mano y pondréla
sobre la boca... Leonela,
¿dala el mal de corazón?
LEONELA:
De tu mala condición
mil es poco que la den.
CLEANDRO:
Pues ¿ríñesme tú también?
LEONELA:
Si está por ti mi señora
de esta suerte cada hora
y la afliges, ¿no hago bien?
CLEANDRO:
Buena anda toda mi casa.
¡Oh amor de hijos imprudente!
Quiérola excesivamente;
no hay poner a mi amor tasa.
Con ella mi vejez pasa
en descanso.
MARGARITA:
¡Ay me!
CLEANDRO:
¿Volviste?
MARGARITA:
No sé.
CLEANDRO:
Ea, no estés triste.
Mírame alegre, y de Sena
te prometo una cadena
como a la que Lesbia viste;
mas si palabra me das
que no te has de meter monja.
LEONELA:
No es esta mala lisonja.
MARGARITA:
Como no me digas más
vejeces, siempre hallarás
en mí una justa obediencia.
CLEANDRO:
No oso salir de Florencia,
porque un monasterio temo.
MARGARITA:
Ya se ha acabado este extremo.
CLEANDRO:
Pues júralo.
MARGARITA:
En mi conciencia.
CLEANDRO:
Pues con esa condición
a verme parto a mi hermana.
Hasta después de mañana
orden en mi casa pon.
MARGARITA:
Ni ventana ni balcón
la calle ha de ver abierto
hasta que vuelvas.
CLEANDRO:
Bien cierto
estoy que has de ejecutallo.
Ea, adiós. ¡Hola el caballo!
Amor todo es desconcierto.
Vase
LEONELA:
Vaya con... iba a decir
una sarta de galeotes,
quítale al sol los capotes
que ya te puedes reír.
¿Saco mantos?
MARGARITA:
¿Para qué?
LEONELA:
¿No hemos de irnos a un convento?
MARGARITA:
De Venus.
LEONELA:
¡Buen fingimiento,
y de harto provecho, a fe!
No hay sino en riñendo el viejo
decir que a enmonjarte vas.
¡Buen "cata el coco" hallado has!
MARGARITA
No medro si no me quejo.
LEONELA:
No sino haceos miel. ¡Qué enfado
es un padre o madre vieja
cuando a una hija aconseja
sin quitársela del lado,
que habiendo en su mocedad
no perdonado deleite,
conversación, gala, afeite,
fiesta, sarao ni amistad,
más envidiosa que honrada,
riñe, aconseja, limita
en la mesa, en la visita,
y porque de desdentada
no puede comer por vieja,
es perro del hortelano
que, con la col en la mano,
ni come, ni comer deja!
MARGARITA:
No esgrime con ejercicio
quien no ha sido acuchillado,
ni hay amigo taimado
como el que es del mismo oficio.
Los viejos de nuestros días
cansados e impertinentes,
que el gusto a falta de dientes
repasan con las encías
papilla nos piensan dar
a los que al mundo venimos.
LEONELA:
Ésa al viejo se la dimos
ya que no puede mascar.
Váyase el caduco al rollo;
y pues es tu edad en flor,
bollo de azúcar de amor,
busca quien coma ese bollo.
Ni bien seas primavera
que toda en flores se va,
ni bien estío, que está
abrasado dentro y fuera.
Entre abril y julio hay mayo
y junio, que dan tributo
parte en flor y parte en fruto,
en lo que has de hacerte ensayo.
¿Entiéndesme lo que digo?
MARGARITA:
Anda, necia, que ya sé
que me aconsejas que dé
un medio al gusto que sigo.
LEONELA:
No como el abril en flores
pases el tiempo inconstante.
"Daca el guante, toma el guante"
papeles, cintas, colores;
que hay mujer que el tiempo pasa
en aquestas chucherías,
y al cabo de muchos días
que a fuego lento se abrasa,
cuando echa mano a la presa
que de sustancia ha de ser,
no se la dejan comer,
porque levantan la mesa.
Buena es cuando alguno brinda
la guinda antes de la polla
y el melón entre la olla,
mas no ha de ser todo guinda;
ni todo también pechuga,
sino, como el hortelano,
vaya poniendo la mano
entre col y col lechuga.
Gasta tus años de modo
que, sin perdonar manjar,
puedas después afirmar
que sabes comer de todo.
MARGARITA:
Maestra estás. Pon escuela.
LEONELA:
Dime en los estudios prisa.
MARGARITA:
Aunque me has causado risa,
te pienso seguir, Leonela.
Pero escucha: ¿Qué es aquello?
LEONELA:
Callejeros mercaderes.
ALBERTO, de dentro,
y luego sale con una
caja llena de buhonería
ALBERTO:
¿Compran peines, alfileres,
trenzaderas de cabello,
papeles de carmesí;
orejeras, gargantillas,
pebetes finos, pastillas,
estoraraque, menjuí,
polvos para blanquear dientes
caraña, copay, anine,
pasta, aceite de canine,
abanillos, mondadientes.
Sangre de drago en palillos,
dijes de alquimia y acero,
quinta esencia de romero,
jabón de manos, sebillos,
franjas de oro milanés,
agua fuerte, adobo en masa
de manos. ¡Cristo sea en casa!
¿Quién llamaba aquí al francés?
LEONELA:
Aquí, nadie.
ALBERTO:
¿Es menester
poner postizo algún diente?
Haréle naturalmente,
sin que al dormir o al comer
sea menester quitarle
ni haya quien la falta vea
por más curioso que sea,
aunque se llegue a mirarle.
MARGARITA:
Gracias a Dios y al cuidado,
buena dentadura tengo.
A LEONELA
ALBERTO:
Señora hermosa, no vengo
en balde. ¿Cómo ha dejado
crïar ahí tanta toba?
¡Jesús, qué perdida está
la dentadura!
LEONELA:
Será
porque soy tan grande boba
que nunca cuido de mí.
ALBERTO:
Mas ¿por qué come a menudo
confitura del desnudo?
LEONELA:
Si es del amor, así, así.
ALBERTO:
Pues verá en distancia poca
cuál la dejo; asiéntese,
la toba la quitaré.
LEONELA:
¡Ay, Jesús! ¿Hierro en mi boca?
Váyase con Dios, hermano.
Quítese allá.
ALBERTO:
Pues ¿rehusa
lo que la importa y no excusa,
el remedio de mi mano?
Si quiere no desdentarse,
aqueste polvillo tome,
que la toba limpia y come;
los dientes ha de estregarse
al levantarse muy bien,
enjugándose con vino
y con un paño de lino
hasta que enjutos estén;
que, como tenga cuidado,
brevemente encarnarán
y de marfil quedarán.
LEONELA:
¿Cuánto vale?
ALBERTO:
Un ducado;
pero sírvase con ellos,
no riñamos por el precio.
LEONELA:
No es el merecero necio.
ALBERTO:
Para enrubiar los cabellos
tengo una raíz famosa.
MARGARITA:
Fuéme el cielo tan propicio
que, sin buscar artificio,
los tengo cual veis.
ALBERTO:
Hermosa
sois, señora, por el cabo.
MARGARITA:
¿Trae cintas de resplandor?
ALBERTO:
Y son la cosa mejor
de Italia. No las alabo
por mías; este papel Dale un papel con unas cintas
si es verdad o no dirá,
que lleno de ellas está.
Escoged, señora, en él...
Mas, ¡cuerpo de Dios!
MARGARITA:
¿Qué es esto?
ALBERTO:
Quedóseme en la posada
la bolsa, y no está cerrada
la caja donde la he puesto;
en ella mi caudal tengo;
el diablo por Dios sería
que me la dejasen fría.
Esperen, que luego vengo.
Vase
MARGARITA:
Confianza hizo de mí
el mercero alborotado,
pues el papel me ha dejado
yéndose, Leonela, así.
LEONELA:
Tal prisa le da el dinero.
MARGARITA:
Líbrele Dios de un ladrón.
LEONELA:
Veamos qué tales son,
que hurtarle unas varas quiero.
¿Qué miras?
MARGARITA:
Letra gallarda,
un sobrescrito que está
en el papel.
LEONELA:
Veamos ya
estos listones.
MARGARITA:
Aguarda.
"A Margarita de Ursino."
LEONELA:
¿A quién?
MARGARITA:
¿No escuchas mi nombre?
LEONELA:
Aquí hay maula; no era el hombre
mercero que a vender vino,
sino un gentil alcahuete.
MARGARITA:
Casarte puedes con él.
LEONELA:
¿Qué aguardas? Mira el papel
que grandes cosas promete.
Con cintas en vez de tinta
le escriben; señal será
que quien con cintas le da
te desea ver en cinta.
MARGARITA:
"Valerio" dice la firma.
LEONELA:
Si es suyo, bien recibido
será.
MARGARITA:
Muy bien le he querido.
LEONELA:
Así Florencia lo afirma,
pues has llegado a dar nota
con él de no recatada.
MARGARITA:
Este negro ser honrada
mil buenos ratos agota.
Mi padre tuvo noticia
de no sé qué y se ausentó
Valerio, porque temió
el rigor de la justicia.
LEONELA:
Mírale. ¡Que tengas flema
para no verle!
MARGARITA:
¡Ay! ¡Cuál viene
el pobre, tal fuego tiene,
que hasta la mano me quema!
LEONELA:
¿Mas que no viene en poesía?
MARGARITA:
¿En qué lo echaste de ver?
LEONELA:
En que es papel mercader
pues cintas de oro te envía;
y el poeta, cuyo nombre
por ser el principio en “po-“
de la pobreza heredó.
Por más que escriba, no es hombre
que da de contado así;
porque son tan buenas lanzas
que pagan siempre en libranzas
al Sol, Luna y Potosí.
"Tus cabellos son del Sol,
tus dientes perlas de oriente,
tus pechos plata luciente,
tus mejillas arrebol.
Del alba rubíes tu boca,
tus ojos no son distintos
de esmeraldas y jacintos,
en cristal tu frente toca."
Y creo que los planetas,
según están de corridos,
deben de andar escondidos
de estos diablos de poetas;
pues si en ello se repara
deben de pensar que son
de casta de bofetón
que los traen de cara en cara.
MARGARITA:
Mal dices de la poesía.
LEONELA:
Yo coplas no puedo verlas,
que, según tratan en perlas,
nos han de dar perlesía.
Un rústico oyó unos versos
en que un poeta alababa
la corte donde habitaba,
y entre atributos diversos
que daba a sus damas era
decir que cuantas vivían
en ella, perlas tenían
por dientes. Y de manera
se le encajó ser verdad
que dejando casa e hijos
malbarató unos cortijos
y parte de una heredad;
y creyendo estas novelas
dijo que iba, a su mujer,
a la corte a enriquecer
siendo en ella sacamuelas.
Porque si en doliendo un diente
y en sacándolo era perla,
no era difícil de haberla
una baíca de oriente.
Pues llenando una tinaja
de dientes-perlas, podía,
vendiéndolas en Turquía,
tener más oro que paja.
Dio en esto, y en lances pocos
tan rematado quedó,
que el poeta le llevó
a la casa de los locos.
MARGARITA:
Tú puedes irte con él.
LEONELA:
Duendes y poetas son
unos humo, otros carbón.
MARGARITA:
Ahora bien, va de papel. Lee
"Temores, más de la justicia que de tu
padre, me ausentaron de Florencia, y
deseos de tu vista me han traído esta
noche escondido a gozarla. Obligaciones
me tienes y te tengo más de marido que
de pretendiente; si gusta llévalas
adelante, pues tu padre, según he sabido,
está en Sena. Al anochecer irán por ti
los negros con una silla, que no oso
entrar en tu casa, porque desde la noche
que me halló tu padre, la tengo por agüero.
No lo seas tú de mi amor, sino fíate de
los que te han de traer, hasta que Dios
quiera que, muerto el viejo, vivamos los
dos juntos. Él te aguarde. Valerio Nigro."
LEONELA:
Como marido dispone;
parece señor de casa.
MARGARITA:
Quiérole bien y no pasa
las leyes que amor propone.
Tomó quieta posesión
de lo más, ¿qué mucho, pues,
que de lo que menos es
se la dé mi inclinación?
LEONELA:
¿Piénsaste casar con él,
muerto el viejo?
MARGARITA:
Bien le quiero;
mas que es también considero
determinación crüel
ser su esposa, porque están
en estado arrepentido
cuantas han hecho marido
del que antes fue su galán,
y recélome, en efecto,
que el galán cuando se casa,
como sabe ya la casa,
entra perdiendo el respeto.
No porque Valerio ame
pienso consentirme asar,
en todo quiero picar.
LEONELA:
El buey suelto bien se lame...
MARGARITA:
Papel y tinta hay aquí.
LEONELA:
¿Sabes tú si volverá
el francés fingido acá?
MARGARITA:
Paréceme a mí que sí.
LEONELA:
No pide el papel respuesta,
que tú sola lo has de ser,
si viene al anochecer
la silla.
MARGARITA:
Poco me cuesta,
por si vuelve o no, escribir
dos renglones.
LEONELA:
El mercero
es un gentil embustero;
a fe que le he de pedir
si vuelve, pues que me quedo
de noche en casa y solita,
que entre a ver cómo me quita
la toba, y con ella el miedo.
Suenan pretales
MARGARITA:
Esto basta. ¿Qué es aquello?
LEONELA:
Carrera, a fe de cristiana.
MARGARITA:
No perderé la ventana
aunque estuviese en cabello,
que me muero si en la calle
suenan pretales.
LEONELA:
¿Y aquí
te dejas el papel?
MARGARITA:
Sí;
luego volveré a cerralle.
Vanse.
Sale CLEANDRO de camino
CLEANDRO:
Dos veces he salido de Florencia,
y el recelo, otras tantas adivino,
volviendo las espaldas al camino,
no me consiente hacer de casa ausencia.
Venció al fraterno amor la diligencia
del honor que amenaza un desatino,
que al fin su parentesco es más vecino,
aunque su hermano soy, cual de Laurencia.
Si ella a la muerte el túmulo previene,
y a la muerte mi honra en casa espera,
fuerza es mirar por lo que más conviene.
Menos me importa que Laurencia muera;
que quien enfermos en su casa tiene
no hay para qué visite a los de fuera.
La puerta falsa hallé abierta,
que mi sospecha encamina,
y temo que salga cierta,
que no vuelve la honra fina
que sale por falsa puerta.
Nadie acá abajo ha quedado
haciendo tanto calor.
La sala baja han dejado;
pero como es fuego amor
busca su esfera elevado.
¿Mas que están a la ventana?
¿Qué importa cerrar la puerta,
si la deshonra liviana
trae alas y la hallé abierta
tan alta como profana?
Suena de dentro carrera
CLEANDRO:
¿Carrera hay? No fue quimera
mi sospecha apercibida.
¡Ah mocedad altanera!
¿Mas ¿que ha de salir corrida
mi honra de esta carrera?
Un papel hay aquí escrito,
letra de Margarita es;
.................... [ -ito]
si es sentencia que después
eche a mi honra un sambenito...
No es prudente padre aquel
que su hija enseña a que escriba,
porque en la tinta y papel
conserva la ocasión viva
que se muriera sin él.
Bien puede un padre excusar,
si quiere vivir alerta,
la vieja que entra a terciar,
tener cerrada la puerta
y las ventanas clavar.
Pero, cuando escribir sabe,
en vano guarda a su hija,
por más que eche reja o llave,
que, en fin, ¿por qué rendija
un papel sutil no cabe?
Estos argumentos son
contra mí, pues que procuro,
más que mi honra, mi aflicción.
Quiero verle, a buen seguro
que no es de mi devoción.
Lee
CLEANDRO:
"No quiero multiplicar palabras donde
tan presto se han de ver las obras.
La silla espero, y supuesto que ya
anochece, pudiera haber venido. Guárdete
el cielo y detenga allá al viejo todo
lo que durare el quererme. Tu bien, etc."
Buena ausencia quise hacer;
no hay de mi honor que presuma
que seguro está en poder
de un papel y de una pluma
en manos de una mujer.
Dejad, Amor liberal,
que el castigo que ejecuto
sea a tanta ofensa igual,
que no es árbol que da fruto
la mujer si no es formal.
Ea, remisa aflicción,
aplicad medios crüeles
al honor, que no es razón
que por Florencia en papeles
ande mi honra en opinión.
No sé a quién esto se escribe;
la silla quiero aguardar
que mi deshonra apercibe
y en ella la muerte dar
a quien en mi agravio vive;
que en silla vengarme intento
de quien en ella mancilla
mi honor, pues es argumento,
que quien da a mi agravio silla
me quiere afrentar de asiento.
Vase.
Salen LELIO y BRITÓN con baqueros
de mojos de silla, correones
y palos, tiznados como negros
BRITÓN:
Bien pudieras ya decirme
a qué fin has hecho, Lelio,
con los dos este guisado
de hígado, pues es negro;
desenguinéame ya,
que, mirándome al espejo,
temor tuve de mí mismo,
según estoy sucio y feo.
Si fueran Carnestolendas,
cuando destierran el seso
de Florencia, no era malo
el disfraz, puesto que puerco.
¿Qué niñas a espantar vamos,
o para qué nacimiento
hacemos la Epifanía
que al rey tizne represento?
O declárate, o me lavo;
que--¡vive Cristo!--que temo
que me he de quedar así
per omnia secula.
LELIO:
Necio:
¿mondo yo nísperos? Calla,
y ven conmigo.
BRITÓN:
No quiero,
ni he de quitarme de aquí
si no me dices primero
dónde vamos y a qué causa.
LELIO:
¿Estás borracho?
BRITÓN:
Estoy hecho
el propio un galán de requiem,
no falta más que el entierro.
LELIO:
Calla, y sígueme.
BRITÓN:
Es en vano.
Yo he dado por hoy en esto.
¡Vive Dios! Si no te explicas,
que me has de ver estafermo.
LELIO:
¡Válgate el diablo por loco!
BRITÓN:
¡Válgate el diablo por cuerdo!
LELIO:
Ven, sabráslo de camino.
BRITÓN:
No, hay que hablar; aquí me asiento,
o sacando agua de un pozo
me quito todo el ungüento
de esta carátula sucia,
que a grajos y pringue huelo.
LELIO:
Sabrás, pues, ya que porfías...
BRITÓN:
Eso vaya.
LELIO:
...que Valerio
quiere a Margarita bien.
BRITÓN:
Dime otra cosa de nuevo,
que esa ya sé que la tiene
más ha de un año en destierro.
LELIO:
Gozóla a lo que se dice.
BRITÓN:
Y diráse lo que es cierto,
que en un año de afición
ni ella es manca ni él es lerdo.
LELIO:
El temor de sus parientes,
solicitados del viejo,
la hacen vivir con recato,
hasta que la muerte y tiempo,
que vencen dificultades,
al yugo del casamiento
los iguale.
BRITÓN:
Dices bien;
que es más ella y él es menos.
LELIO:
Esta tarde, pues, se fue
Cleandro a Sena, sabiendo
que está a la muerte su hermana.
Supo su ausencia Valerio,
y, fïándose de mí,
vino a Florencia encubierto
a verse con Margarita...
BRITÓN:
Diligente caballero.
LELIO:
Para que esta noche vaya
a mi casa, donde ha puesto
el tesoro de sus gustos
y han de gozarse en secreto.
Pidió a Grimaldo prestada
la silla con los dos negros
dueños de aquestos vestidos.
BRITÓN:
Muy bien huelen a sus dueños.
LELIO:
Yo, que como soy de carne
y no de mucha edad, tengo
mis tentaciones humanas,
ha más de un mes que deseo
ser de aquesta Melisendra
por una noche Gaiferos,
y aun se lo he dado a entender.
BRITÓN:
¿Mas que respondió no cheo?
LELIO:
"¡Zape!" dijo con la boca
y "miz" con los ojos.
BRITÓN:
Bueno.
Ahí un no es medio sí.
Milagros son de estos tiempos.
LELIO:
No imagino si se ve
en la ocasión, como ordeno,
que se hará de pencas mucho,
aunque es muy ilustre.
BRITÓN:
Credo;
que es viña, en fin, vendimiada
y da a todo pasajero
un grumo, y más de racimo
que se queda siempre entero.
LELIO:
Pues porque por diligencia
no quede, esta noche intento
hurtarle esta Margarita.
BRITÓN:
Si te la cuelgas al cuello
no será malo el joyel.
Envidia, por Dios, te tengo;
que, como voy ya calando,
no hay amante sin ingenio.
LELIO:
Como supe que pidió
a Grimaldo silla y negros,
llamélos aquesta tarde
y dentro de un aposento
sus zaques llené de vino.
BRITÓN:
¿Desnudástelos?
LELIO:
Dejélos
en carnes.
BRITÓN:
Muy bien guardaste
tu vino, pues queda en cueros.
LELIO:
Cerrélos después con llave,
encomendélos al sueño,
y machacando carbón,
con él y claras de huevos,
he compuesto este betún
con que los dos parecemos
infantes de Monicongo;
y fïado del silencio
de la noche, en el zaguán
de mi dama a punto tengo
la silla en que a Margarita
llevemos los dos.
BRITÓN:
Apelo.
Aún si me cupiera parte,
vaya; mas ¿no es caso recio
que la lleve yo ensillada
y tú la goces en pelo?
Pero, dejando las burlas,
si viene por ella Alberto,
crïado de su galán,
y has de ir en su seguimiento
hecho ganapán de silla,
¿cómo ha de tener efecto
tu mal digerida traza?
LELIO:
Una riña fingiremos
con él; y con los correones
de suerte le apartaremos
de nosotros en la calle
que huya como liebre o ciervo.
BRITÓN:
¿Y dónde piensas llevarla?
LELIO:
¿Eso preguntas? ¿No tengo
en Florencia otras dos casas,
una de la otra lejos?
BRITÓN:
Alto, la maula está hecha.
¡Vive Dios que eres discreto!
El ingenio te ha aguzado
la muela de algún barbero.
Mas ¿no es éste Alberto?
LELIO:
El mismo.
BRITÓN:
Ya enguinéate y hablemos
a lo de zape y Angola.
Sale ALBERTO
ALBERTO:
¿En qué diablos andáis, perros,
que en todo hoy no os he topado?
BRITÓN:
Habra bien, sino que temo
que turu ru palo encaje
en cabeza y sacan seso.
ALBERTO:
¿Qué es de la silla?
LELIO:
Ésa acá.
ALBERTO:
¿Acá está ya?
LELIO:
Acá traemo,
porque ruega ansí tu amo.
ALBERTO:
¿Pues cuándo le hablastes?
BRITÓN:
Ruego.
ALBERTO:
¿Y os mandó aguardarme aquí?
BRITÓN:
Sí, y sanca de frantiquero
ocho reale para vina,
que esa nobre cagayero.
ALBERTO:
Alto; viendo mi tardanza,
dándole prisa el deseo,
los debió de enviar aquí.
Aguardadme en este puesto,
iré a avisar a la dama
que habéis de llevar.
BRITÓN:
Queremo,
haga Valerio co era
quaquala.
Vase ALBERTO
LELIO:
Primo, callemo.
Famosamente se traza.
BRITÓN:
Bueno se le va poniendo
el ojo al haca.
LELIO:
¡Oh qué noche!
BRITÓN:
No la dormirás al menos.
LELIO:
Lindo embuste.
BRITÓN:
Para ti,
que yo soy sólo el jumento
que le hacen llevar a cuestas
la paja, y se queda hambriento.
A mi costa has de cenar.
LELIO:
Tú buscarás tu remedio.
BRITÓN:
¿Qué he de hacer? Cuando no hallare
cecial, cenaré abadejo.
Sale MARGARITA con manto,
LEONELA en cuerpo y ALBERTO.
Sacan LELIO y BRITÓN la silla
MARGARITA:
Leonela cierra la puerta.
LEONELA:
Di de mi parte a Valerio
que si me ha de enviar barato.
ALBERTO:
¿Y la silla?
LELIO:
Aquí traemo.
ALBERTO:
¿Queréis que me quede yo
por barato en casa?
LEONELA:
¡Bueno!
A ahorcado tal barato.
ALBERTO:
Del rollo de vuestro cuello.
LEONELA:
Sois grande para joyel.
¡Oh hi de puta y qué mercero!
Bien vendéis vuestras agujas.
¿Entraste?
MARGARITA:
Sí, cierra.
Éntrase en la silla
LEONELA:
Cierro.
ALBERTO:
¿He de volver?
LEONELA:
¿Para qué?
ALBERTO:
Para la toba.
LEONELA:
No cheo.
ALBERTO:
En fin, ¿no he de volver?
LEONELA:
No;
mas si volviese sea luego.
Éntrase LEONELA
ALBERTO:
Ea, perros, por aquí.
LELIO:
Ya dije que no yamemo
perra a nadie, que también
hay en mundo branca perro.
ALBERTO:
Pues ¿de qué se entona el galgo?
BRITÓN:
Négoro fa cagayero
y no hay négoro sudío;
que come mantega y puerco.
ALBERTO:
Hablen menos y anden más,
que ya se me va subiendo
a las narices el humo.
LELIO:
Po lo Dioso jelalero
que han de pagá de un beyaco
con cozo e lale con cuero
de buey.
BRITÓN:
Dale culubán.
ALBERTO:
¡Ay!
BRITÓN:
¿Quejamo?
ALBERTO:
¡Ay, que me han muerto!
LELIO:
Síguele por que se aleje,
que al momento volveremos
por la silla.
BRITÓN:
Bien se traza.
De dentro
ALBERTO:
¡Ah perrazos!
BRITÓN:
Aguala a perro.
Vanse.
Sale CLEANDRO
CLEANDRO:
La silla que mi deshonra
lleva he seguido encubierto
hasta aquí, por conocer
quién es su lascivo dueño.
Pues dándolos muerte juntos,
verá Florencia si tengo
la sangre helada, o si hierve
con la venganza, que es fuego.
Pero sola se ha quedado,
porque los mozos huyeron;
Amor, dejadme vengar,
pues mi enojo es cual vos, ciego. Abre la silla y saca a MARGARITA
Deshonra de aquestas canas
a quien tan mal pago das.
Lamia torpe, ¿dónde vas?
¿Por qué mi sangre profanas?
Tus mocedades livianas
castiga quien de ese talle
quiere que en la calle te halle
y huye tu desenvoltura,
pues, al fin, como basura
te han arrojado a la calle.
CLEANDRO:
No por pesada te suelta
quien a cuestas te llevaba,
pues tu liviandad bastaba
a dar a Italia una vuelta.
Mas como te vio resuelta
a ser de tu honor tirana,
tu propio peso amilana
sus fuerzas, porque confiesa
que la cosa que más pesa
es una mujer liviana.
El modo y traza condeno
con que tu infamia procura
dar muestras de tu locura,
pues vas sin silla y sin freno;
que enfrenaras fuera bueno
la torpeza que te abrasa.
Entra en casa, si es que pasa
por ello y te admite en sí,
que, por echarte de sí,
te abrió sus puertas mi casa
Vase MARGARITA
CLEANDRO:
Para dar al vicio entrada
las abrió Leonela ahora,
que siempre de la señora
es retrato la crïada.
Sólo has tenido de honrada
el irte sin responder,
con que has podido vencer
aquesta daga desnuda;
pero ¿cuándo no fue muda
la vergüenza en la mujer?
Gente viene. Al que me ofende
no conozco. Hablarle intento.
Engendrado ha atrevimiento
el enojo que me enciende.
Si en esta silla pretende
deshonrarme mi enemigo,
con ir en ella consigo
que sea en venganza igual,
esta silla tribunal
de mi agravio y su castigo.
Ahora bien, aunque el temor
tiene en la vejez su centro,
determino entrarme dentro,
que también sabe el honor
disfrazarse como amor.
Trazas tienen de ser éstas
para mi ofensor molestas,
pues me ha de llevar su gente
sobre sí, cual penitente
que lleva su cruz a cuestas.
Éntrase CLEANDRO en la silla.
Salen LELIO y BRITÓN
LELIO:
Bien le habemos alejado.
BRITÓN:
Cual novillo va corrido.
LELIO:
Habíase de haber ido
la dama, que hemos tardado.
BRITÓN:
¿Donde diablos, si ha cerrado
su puerta? Cual plomo pesa.
Aquí está.
LELIO:
Famosa empresa.
BRITÓN:
Como de tu ingenio fue.
LELIO:
Peldona vuesa mecé.
Anda, plimo.
BRITÓN:
Vamo apriesa.
Llevan la silla de un cabo a otro del tablado.
Sale VALERIO
VALERIO:
O el esperar al que aguarda,
con sofísticos engaños,
le vende instantes por años,
o mi Margarita tarda.
Pero estos los negros son
y esta la silla en que viene
quien ha ya un año que tiene
en mi pecho posesión. Requebrando al viejo
Sol mío, ¿qué maravilla
de noche os saca bizarro,
y saliendo el sol en carro,
sois vos sol y andáis en silla?
Pero, pues dejáis el coche,
corred cortinas también,
porque los que en silla os ven,
puedan ver al sol de noche.
¿No queréis hablarme, amores,
mi bien, mi dueño, mi vida?
Muda seréis mi homicida.
BRITÓN:
Cagayero dejan frores[,]
que pensan mucho mujer
y queremo caminar.
VALERIO:
Pues por aquí habéis de echar,
que en cas de Lelio ha de ser
donde habéis de parar.
LELIO:
Bueno.
Anda con Dioso, que aquí
sabemo dó va.
VALERIO:
¿Qué? ¿Así
me desconocéis?
BRITÓN:
Sereno
no conoce, que está obscuro.
VALERIO:
Valerio soy.
BRITÓN:
Para eya.
LELIO:
No sa para vos donceya,
apartamo.
VALERIO:
Perros, juro.
BRITÓN:
No yama perro, que hay palo,
de siya y hay cureón.
VALERIO:
¿No es linda disolución?
LELIO:
Que yeva pasa Gonzalo
si no aparta de camino.
VALERIO:
Basta, que burlan de mí.
O habéis de echar por aquí,
o he de hacer un desatino. Echa mano y da espaldarazos
Ea, perros, caminemos
o moriréis a estocadas.
LELIO:
Compañeras cucharadas,
palo de siya tenemos,
aguarda vuesa mecé
y veremos maravilla.
Llégase [VALERIO] a sacar a MARGARITA y
descubre al viejo CLEANDRO que sale, y echa mano
VALERIO:
Amores, sal de la silla
y a casa te llevaré.
Mas ¿qué es esto?
CLEANDRO:
El desengaño
que has de ver en mi venganza;
la burla de tu esperanza,
de tu atrevimiento el daño.
No es Margarita mujer
que, deshonrando su casa,
al deseo que te abrasa
tiene de corresponder.
Que ella misma me avisó
de tu intención atrevida,
y el castigo de tu vida
aquí dentro me metió.
La espada tienes desnuda.
Si, como afrentas mujeres,
tu infamia defender quieres,
palabras en obras muda,
que si me haces que trasnoche,
a matarte es, enemigo.
VALERIO:
No suelen reñir conmigo
fantasmas que andan de noche.
¡Jesús, mil veces! No puedo
creer que Cleandro seas,
sino el diablo, que deseas
ponerme de noche miedo.
Y no será maravilla,
que, según el mal gobierno
de mi vida, del infierno
demonios traigan la silla.
¡Jesús, infinitas veces!
¿La Margarita sois vos?
No más amores, por Dios.
Vase
CLEANDRO:
¿De un viejo huyes? Bien mereces
nombre infame de cobarde.
Soy pesado, no te sigo;
mas yo te daré castigo;
que, si llega, nunca es tarde.
Vase
BRITÓN:
Burlaos con silla o con coche.
¡Oigan cómo ha enmudecido!
¡Gentil dama hemos traído!
Duerme con ella una noche.
LELIO:
Déjame.
BRITÓN:
¡Burla gallarda!
Dado te han linda papilla.
Si hasta aquí trujiste silla,
desde hoy más te pon albarda.
LELIO:
¿Hay burla mayor? Metamos
las dos en este zaguán,
y vámonos.
BRITÓN:
Ganapán
sin fruto.
LELIO:
¡Buenos quedamos!
BRITÓN:
En blanco nos han dejado;
mas miento, mejor diré,
pues contigo me tizné,
que nos dejan en tiznado.
LELIO:
Llega ya, y la silla carga.
BRITÓN:
Cuento hay para muchos días,
mas buen despacho tenías
si te echaras con la carga.