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Realidad: 16

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Escena V

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Los mismos; LINA.


LINA.- (Trayendo varios estuches de joyas en un pañuelo.) Esto es lo que había en el armario de luna... ¿Sabes?, ahí está.

LEONOR.- (Alarmada.) ¿Quién?

LINA.- ¡El marqués!

LEONOR.- (Envolviendo las alhajas en el pañuelo, y dándolas a FEDERICO para que las oculte.) ¡Maldita sea su estampa! (A LINA.) Por nada del mundo le dejes entrar aquí. (Dirígese a la puerta amenazando con el bastón de FEDERICO.) Mira: le metes en mi cuarto, le dices que no estoy; que espere allí. (Vase LINA.) No es por nada... No le temo ni me importa. Pero es una de nuestras primeras chinches... No quiero que se entere...

FEDERICO.- No, por Dios...

LEONOR.- Ya, ya entra. (Escuchando en la puerta del fondo, cerrada.) En todo quiere meterse, y si viera esto, la matraca sería tremenda. (Volviendo al sofá.) No temas... Lina le entretiene.

LINA.- (Entrando por la derecha.) ¡Ya está allá!

LEONOR.- ¿Qué cara trae?

LINA.- La de siempre, la fea. (Suena la campanilla.)

LEONOR.- ¡Ay!, ¡ay! Apuesto que es Ojirris. ¡Ahora que quiero estar sola...!

LINA.- ¿Le abro?

LEONOR.- ¿Será Ojirris?

LINA.- Sí: le conozco en la manera de llamar. (Vuelve a sonar la campanilla.)

LEONOR.- Corre, dile que se vaya y vuelva... No, no; dile que estoy en casa de mi prima, y le espero allá. (Sale LINA por el fondo. LEONOR cierra la puerta y escucha.) Ya, ya va bien despachado... ¡pobrecito!

FEDERICO.- Dime... ¿Pero quién es... Ojirris?

LEONOR.- Perico, hombre, Perico el gaditano. Le llamo así porque bizca un poco del derecho.

FEDERICO.- Ya...

LEONOR.- Esto sí que es raro... Ya ves. El marqués loco por mí, y yo loca por ese mequetrefe. Es tonto, perdido, feo; y sin embargo, estoy loca por él. Lo que no quita que un día sí y otro también tengamos bronca. Ayer le tiré una bota a la cabeza, y le hice sangre en la frente. Después no tenía yo consuelo. Anoche, monos; pero luego tocamos a reconciliación.

LINA.- Se va refunfuñando. Allá te espera. (Vase.)

FEDERICO.- ¡Qué misterio en los afectos humanos! ¡Y hay quien pretende reducirlos a reglas y encasillarlos como las muestras de una industria!

LEONOR.- Sí que es raro lo que a una le pasa. Mírame chiflada por ese gitano y sin maldita confianza en él. No le fiaría valor de una peseta, ni nada tocante a las cosas de formalidad. (Desenvolviendo el lío de las alhajas.) Niño, que es tarde. (Examinando algunas joyas.) ¡Mira qué collar! Me lo dio Pepito Trastamara.

FEDERICO.- (Abriendo un estuche.) ¡Ah!, los tornillos que yo te di.

LEONOR.- Sí, hace cuatro años. Eso es lo que más falta me hace a mí, tornillos... ¿Y este aderezo? Me lo dio Aguado cuando volvió de la Habana... En fin, (Escogiendo varios estuches.) me parece que habrá bastante con esto. El solitario, el aderezo, los tornillos, la mariposa de brillantes que fue de la marquesa de Tellería... Con esto...

FEDERICO.- ¿Crees que basta? No sabes la cantidad.

LEONOR.- Sí que la sé, tontín. Por una casualidad tuve noticias de este apurillo tuyo. Fui a ver a Torquemada para pagarle mil reales que le debía mi Ojirris, y me dijo aquel esperpento que ya no te da más prórrogas, y que si no recoges hoy el pagaré de trece mil pesetas, te echa al juez... Ahora a la calle, Leonor. (Dirígese a la puerta de la derecha y llama en voz baja.) Lina, tráeme el mantón, un pañuelo, zapatos. (Volviendo junto a FEDERICO.) Dime: si yo no te hubiera llamado hoy, ¿habrías venido tú a contarme tu compromiso, y a pedirme que echara el resto por sacarte?

FEDERICO.- (Después de vacilar.) Creo que sí.

LEONOR.- ¡Viva la confianza! (Entra LINA con la ropa.) ¿Qué dice ese cataplasma?

LINA.- Está muy ocupado.

LEONOR.- ¿Qué hace?

LINA.- Morderse las uñas.

LEONOR.- ¿Le dijiste que mi tía Encarnación está enferma?

LINA.- Que se ha muerto.

LEONOR.- Mejor.

LINA.- Y que estás allá. El muy escamón dijo: «Pues oigo voces en el gabinete», le contesté que están aquí la Antonia y Malibrán. Como no puede ver a Malibrán, no se lo ocurrirá meterse aquí.

LEONOR.- Muy bien. ¡Pero qué talento tiene esta chica, y qué diplomática es! Bueno. Me vestiré en la sala. (Vanse por la izquierda.)

FEDERICO.- ¡Qué criatura, qué arranques! Lo mismo absorbe una fortuna, que la regalaría si la tuviera. Ha arruinado a siete, que yo sepa, y a mí me comió lo que heredé de mi madre... ¡Pero qué gracioso desorden!

LEONOR.- Ya estoy. (Coge las alhajas que antes apartó.) Al instante vuelvo: no te muevas de aquí. Voy a casa de Valentín, el portal de enfrente: me dará en seguida la cantidad redonda, porque es hombre muy cristiano, muy fino y me considera. (A LINA.) Tú vuelve allá, y entretenle con las bolas que se te ocurran. Después vuelves aquí, y recoges esto. (Las alhajas sobrantes.) ¡Aire! (Sale rápidamente por el fondo. LINA por la derecha.)