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Recuerdos (Zorrilla)

De Wikisource, la biblioteca libre.
«Recuerdos» del poema histórico «Príncipe y Rey»
de José Zorrilla
del tomo sexto de las Poesías.

Es una noche tranquila,
de esas azules, serenas,
en que de la luna apenas
la pálida luz vacila.
Algunas nubes errantes
por medio el espacio flotan,
que así de la luna embotan
los resplandores brillantes.
La brisa fresca que vaga,
los árboles estremece,
y según se extingue o crece,
crece el murmullo o se apaga.
Noche espléndida y serena
que al hombre a pensar convida,
y en que resbala la vida,
de gozo y pesar ajena.
En que, absorto el pensamiento
en vaga meditación,
halla una blanca ilusión
en cada arruga del viento.
Nada ve el ojo, aunque mira,
oye el oído y no escucha,
y consigo en débil lucha,
triste el corazón suspira.
Una noche clara y pura
en que, contemplando el cielo,
crece en el alma el consuelo,
y hechiza hasta la amargura.
Noche en que se ve a lo lejos,
con el fulgor de la luna,
la ilusión de la laguna
en argentinos espejos.
En que se ve el bosque umbrío
cual un escuadrón gigante,
y cual rastro centellante
la cinta blanca de un río.
Noche en que prestan a una
blando perfume las flores,
música los ruiseñores
y resplandores la luna.
De esas noches que una vez
todos los hombres gozaron,
y a cuya luz recordaron
los sueños de la niñez.
De esas noches cuya historia
dura en el alma escondida,
página de nuestra vida
pegada a nuestra memoria.
Oyendo el tropel sonoro
con que en murmullos süaves
aduermen hojas, y aves,
y aguas, el campo del moro,
un hombre sobre una peña,
se alcanza en la obscuridad,
mas no se alcanza, en verdad,
si aguarda, medita o sueña.
Se percibe, allá en la obscura
sombra negra, alguna vez,
la movible brillantez
de su límpida armadura.
Se oye entre las hierbezuelas,
a cada sacudimiento,
el brusco estremecimiento
de sus ásperas espuelas.
Dolientes suspiros lanza
del ánima dolorida,
tal vez por la antigua vida
o acaso por su esperanza.
En esto, en una alta torre
que al campo del moro cae,
por do Manzanares trae
sus corrientes, cuando corre,
Vagó sobre el aura leve
voz tan dulce y lastimera,
que atenta el aura ligera,
por oilla no se mueve.
A aquel suavísimo son,
el caballero escondido
ansioso prestó el oído,
hízose toda atención.
La voz que oye limpia y blanda
en estribillo amoroso,
de un amador licencioso
nuevas al viento demanda.
Y es tan suave, y tan flexible,
y tan tierna en su cantar,
que intentarla remedar
fuera a otra voz imposible.
Ya apagada, ya sonora,
ya trémula, ya segura,
como la fuente murmura,
como la tórtola llora.
Ya es un canto ronco y vago,
sin tema sobre que acuerde,
como un aura que se pierde
entre la niebla de un lago.
Ya es alegre y peregrina
una voz tan infantil,
que no envidia en lo sutil
tonos a la golondrina.

¿Es ilusión mentirosa,
o es tremenda realidad
ese sueño de otra edad
más bella y más dolorosa?
¿Por qué estremecido miras
esa torre solitaria,
y al rumor de esa plegaria
con pesadumbre suspiras?
¿Qué oyes, caballero, di,
en ese son misterioso,
que el, céfiro vagaroso
arrastra ufano hasta ti?
¿Ese que gime en el viento
sonido despertador,
es un recuerdo de amor
o es tenaz remordimiento?
¡Ah! El pensamiento perdido,
incapaz de decidir,
vacila entro el porvenir
y las sombras del olvido.
Y aunque aquella voz se exima
de más cercana inspección,
bien sabe su corazón
que aquella voz le lastima.
¿Quién vivirá en esa torre,
que canta tan dulcemente,
mientras suena mansamente
el Manzanares que corre?,
Porque aunque a veces en ella
oyó que, en trova confusa,
la voz de quien canta acusa
los rigores de su estrella;
aunque a veces triste canta
lastimado son de duelo,
cual queriendo enviar consuelo
al corazón la garganta,
oyó también que suspira
tan amantes cantilenas,
que si canta entre cadenas,
no canta, sino delira.
Cesó la voz de repente,
y sobre el césped mullido
oyóse un pie contenido
que va cautelosamente.
Cada vez más cerca está…
Púsose en pie el caballero,
y requiriendo el acero,
preguntó firme: «¿Quién va?»
A sus rayos argentinos,
la luna dejóle ver
un paje, que echó a correr
dando vuelta a unos espinos.
—¿Sois vos (lo dijo llegando),
nadie en Flandes, mucho aquí?
—Mucho te han dicho de mí.
—Pues a vos vengo buscando;
Seguidme.
—¿Adónde?
—¿Teméis?
Dijeron que erais valiente.
—Mas fiarse no es prudente
del primero…
—Bien hacéis.
Dios os guarde. A decir voy
que os propuse una aventura,
y desechó por mesura
vuestra prudencia la de hoy.
—Mucho sabes, pajecillo.
Vé delante.
—Pues de mí
no os separéis: por aquí.
—¿Dónde vamos?
—Al castillo.
Y de un torreón en el centro,
postigo oculto buscando,
entraron ambos, cerrando
la portezuela por dentro.