Regina

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​Regina​ de Rosalía de Castro

 Los ángeles en la Tierra
 no están bien y se van presto.
    
 Regina, entre las donosas
 la más donosa doncella,
 la más hermosa y más bella
 entre las bellas y hermosas;
 la más fresca entre las rosas,
 la más pura entre las puras,
 y estrella de las alturas
 que brilla en sereno cielo,
 era fuente de consuelo
 en abismo de amarguras.
    
 Era a un tiempo, cual la brisa,
 breve y ligero su paso;
 como sol en el ocaso
 era triste su sonrisa;
 inspirada pitonisa,
 su mirar lleno y profundo,
 y en el fulgor sin segundo
 que en su pupila brillaba
 llamas de amores guardaba
 para aniquilar el mundo.
    
 Era el color de su frente
 rayo de pálida luna;
 como ella no hubo ninguna
 tan serena y transparente.
    
 Al par que altiva, imponente;
 al par que dulce, severa;
 larga y blonda cabellera
 la adornaba con decoro,
 apiñando conchas de oro
 sobre su busto de cera.
    
 Su voz, toda melodía,
 daba músicas al viento:
 todo perfumes su aliento,
 al aura los repartía.
 Y cuando al morir del día
 luz y tinieblas luchaban
 y a su paso levantaban
 del miedo torvas visiones,
 al rumor de sus canciones
 temerosas se ocultaban.
    
 Aun más blanca que la nieve,
 envidia al cisne causara,
 y un ángel se conturbara
 al notar su sombra leve.
 Y así, cual del cielo llueve
 rocío para las flores,
 tal de sus ojos, de amores
 tibias lágrimas llovían
 y en el corazón caían,
 lenitivo de dolores.
    
 Cual hija del mar, salada,
 nacida entre las espumas,
 se ocultaba entre las brumas
 de una ribera ignorada.
 Y allí, cual ninfa encantada,
 suelta la melena undosa,
 tan liviana como hermosa,
 tras de las ondas corría
 y en ellas humedecía
 sus pies de color de rosa.
    
 Fatigada de tal suerte,
 viéndola en calma dormida,
 creyérase que a tal vida
 no se atreviera la muerte;
 mas como a brazo tan fuerte
 todo se dobla y se inclina,
 también la pobre Regina
 pagó su amargo tributo,
 lirio vestido de luto,
 rayo de sol que declina.
    
 Cubrióla el ángel sombrío
 bajo sus gigantes alas
 y arrebataron sus alas
 aguas del eterno río;
 de la tumba el viento frío
 se agitó sobre su seno,
 y lo que fuera sereno
 astro de radiante lumbre,
 convirtióse en podredumbre,
 foco inmundo de veneno.
    
 Gimió la tierra de espanto
 al contemplar tanto duelo,
 mas brilló radiante el cielo
 tras del azulado manto;
 eco de armonioso canto
 resonó por las alturas,
 que allá a las regiones puras
 un ángel llegó por suerte,
 despojado por la muerte
 de terrenas ligaduras.