Relación de las operaciones del blindado Almirante Cochrane en Mollendo y Arica del 15 al 21 de abril de 1879

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COMANDANCIA DEL “ALMIRANTE COCHRANE”.

Señor almirante,

Reunido a V. S. doy cuenta de mi comisión.. Separado de V.S. el 15 a las 11.30 A.M., me dirigí en derechura, como me lo ordenó verbalmente, a Mollendo, donde llegué el 17 a las 7.30 A.M., habiendo estado parado parte de la noche por no conocer el puerto y haber faltado el sol el día anterior. Llegando al puerto, note cinco buques: una barca inglesa, otra francesa y tres nicaragüenses. La inglesa Clyde Vale, estaba desembarcando carbón, y la francesa, Juana Luisa, mercaderías surtidas, cada una con una lancha cargada al costado. Notificadas de que no podían continuar en esa operación, las lanchas se desatracaron para el desembarcadero, y entonces hice venir al costado y tomé a bordo sus cargas. Mientras tanto mandé también largar al garete las demás lanchas en número de once.

Al mismo tiempo y viendo que la barra era muy mala, siendo peligroso para los no conocedores de ella, quise comunicar con la autoridad por medio del capitán del buque ingles, a quien mandé buscar a bordo, pero desgraciadamente ya se había ido a tierra; así es que no pude mandar a tiempo la nota que adjunto.

Viendo que no se ponía resistencia a la destrucción de las lanchas, retiré la gente de sus cañones, dejándolos listos. Más tarde, a las 12.30 P.M., se oyeron tiros de rifle que provenían de tierra y eran dirigidos a los botes mandados por los tenientes señores Matías López y Guillermo Aguayo. En el acto hice tocar zafarrancho, dando principio al fuego por los cañones de a 20 libras de cubierta, y luego después por los grandes, dirigiendo los fuegos a los puntos donde se disparaba, que eran el muelle, donde se había puesto la bandera peruana, y otros puntos riberanos de la costa. A los veinte minutos, notando que había cesado el fuego de tierra y sabiendo que casi toda la propiedad era extranjera, mandé cesar el fuego, habiéndose disparado en todo once tiros. Según supe después, los perpetradores de este acto de locos, en número de 200 individuos, arrojaron sus armas, y junto con las autoridades huyeron despavoridos dejando el pueblo indefenso por varias horas. Luego después envié una nota al decano del cuerpo consular, notificándole el bloqueo, y otra a la autoridad cuyas copias acompaño, por medio del vice cónsul ingles, quien vino a bordo y me dio las gracias por mi moderación. Muchas balas de rifle alcanzaron también al buque.

En seguida me ocupé en examinar los papeles de los demás buques, y encontré que uno, el de la Plata, capitán Fredericksen, de nacionalidad nicaragüense, tenía a su bordo seiscientas toneladas de carbón de Carampangue, y otro, la barca Monroe, capitán Matzen, también con bandera nicaragüense, estaba cargada de víveres, la mayor parte a la orden, y había sido enviada desde Valparaíso por la casa de N.N., a la que también pertenecía. El carbón y los víveres eran indudablemente contrabando de guerra, solo faltaba reconocer la legitimidad de la bandera y esperé hasta el día siguiente para decidir. A la tarde entró el vapor Ilo del sur y también recibí contestación de la autoridad de tierra, que acompaño. La noche pasó sin novedad, quedando los buques en bloqueo afuera.

Al día siguiente, y viendo que la barca inglesa Clyde Vale solo tenía treinta toneladas de carbón a bordo y necesitaba lastre, no se lo quite, y que las mercaderías de la francesa consistían en artículos de abarrote y de perfumería, tampoco la molesté, pero notifiqué a la Plata y a la Monroe que a la tarde las sacaría afuera.

A las 4 P.M., en unión de la Magallanes, sacamos los buques arriba mencionados hasta salir bien claros de la tierra. La Plata no tenía sus papeles completos y decidí rellenar las carboneras con su carbón; pero teniéndola al costado en la noche, el capitán me pidió que lo tomará a bordo por estar su buque yéndose a pique. Ya antes había oído al carpintero de él decirle al capitán que la proa se sumergía y había prevenido a este último que si había abierto espiche lo dejaría irse a pique con su buque. Más tarde me dijo el capitán que hacía agua por golpes que había recibido contra el Cochrane. Efectivamente, se le había roto la obra muerta; pero los fondos no se habían dañado en nada. Recibidos los tripulantes a bordo, y viendo que demoraba en sumergirse y que, quedaba de estorbo a la navegación lo hundí con el espolón. La cuestión del otro buque era más seria, y en consulta con el comandante de la Magallanes y el segundo comandante de este blindado, acordamos dejarlo volver a Valparaíso bajo el más solemne juramento de ir de la vuelta de afuera sin tocar en ninguna parte, lo que juró y firmó por duplicado, teniendo a bordo para ello de sobra víveres y aguada, como él mismo alegó. Más tarde, a las 4.40 A.M., puse proa al SO para alejarme de tierra. Al amanecer se avistó un buque por la proa, ciñendo de la vuelta de estribor, es decir, hacia la tierra, viéndose la luz roja con vientos SO, y momentos después al divisarnos viró por redondo, cuya maniobra vi yo personalmente, poniéndose en seguida de la vuelta de afuera. Luego después, habiéndonos acercado, vi que era la misma Monroe, cuyo capitán, a pesar de su solemne juramento, estaba barloventeando para tomar otra vez el puerto de Mollendo, como yo había difundido la voz que me dirigía hacia al Callao. Traído a bordo el capitán, no tuvo nada que alegar, y al contrario llorando temiendo que en castigo de su villanía se le ofendiera. Teniendo que entrar a Arica de orden de V.S., y creyendo poder encontrar alguno de los buques enemigos lo que me habría obligado a soltarlo en caso de remolcarlo, pues no habría podido demorarme para recoger la gente, me vi en la dolorosa precisión de destruirlo y lo incendié con granadas, maniobrando en alrededor de él para ejercitar la gente.

En seguida hice rumbo hacia Arica, y a las 3.30 A.M., del 20, entre Ilo y morro Sama, avistamos un vapor, y dándole caza resultó ser el vapor Itata, con el cual comuniqué y supe que a la Unión y Pilcomayo las había encontrado a 60 millas al sur del Callao. A las 5.30 P.M. estuvimos a tiro de cañón de la batería del Morro, de 120 metros de altura sobre el mar, y vimos montaba cinco cañones gruesos, tres de los cuales defienden la bahía y dos miran hacia el O.; y entrando hasta (1.000 metros) mil metros o cuarto tiro de ella, le presenté el costado, como asimismo la Magallanes que seguía mis aguas, y esperamos hasta que cerró la noche sin que se nos ofendiera, a pesar de que el Morro dominaba nuestras cubiertas en un ángulo de 7 grados de presión. Al NE sabía que había otra batería oculta que no se notó, pero en la isla Alacrán, que quedaba como a 80 metros, se vio un parapeto de batería en construcción, pero ningún cañón. Al mismo tiempo pudimos reconocer que no había ningún buque peruano y solo cinco mercantes extranjeros, entre ellos el del cable submarino. En cuanto a las lanchas, estaban en la playa. Concluido el reconocimiento, me dirigí al sur, y a las 8.30 A.M. de hoy llegamos a Pisagua. Todavía estaban humeando los escombros y luego supe por el señor cónsul ingles que V.S. lo había bombardeado.

Encontrando aquí un buque ingles recién llegado con carbón, que por supuesto es en esta circunstancia contrabando de guerra, lo he tomado y traído a remolque con anuencia del cónsul ingles para que V.S. disponía lo conveniente.

Acompaño a V.S. los papeles del buque quemado y sumario correspondiente y los que tenía el con carbón, los partes de los tenientes segundos señores Guillermo Aguayo y M. López, otro del cirujano del buque sobra los heridos y las demás notas mencionadas.

En cuanto al comportamiento de los oficiales y de la marinería que llevó a cabo la destrucción de las lanchas, debo decir que en general se condujeron en los momentos críticos en que el agua hervía de balas alrededor de ellos, con aquella entereza que nunca abandona el marino chileno. El teniente señor Aguayo escapó milagrosamente con la pechera de la levita atravesada por una bala, y el teniente López que en ese momento remolcaba una lancha con boza larga, giró atrás para recoger un marinero que había puesto en la lancha para gobernar.

En conclusión, diré a V.S. que en Mollendo quedaron mil quinientos reclutas bolivianos sin armas ni uniforme esperando transporte, y además, por varias fuentes supe que la Unión, Pilcomayo y Chalaco habían regresado al Callao.

Finalmente, me hago un deber recomendar a V.S. al brillante comandante de la corbeta Magallanes y a su dignísima oficialidad por su constante cooperación durante este crucero. Es cuanto por ahora tengo que decir a V.S.

Dios guarde a V.S.

Enrique M. Simpson.