Resolución (Salazar Arboleda)
Déjame, pensamiento,
déjame por piedad un solo instante;
no apures el tormento
de las penas sin cuento,
que el corazón me agitan delirante.
Bien sé que condenado
estoy a recorrer la triste vía
que el dolor me ha trazado;
bien sé que no me es dado
arrancar de mi pecho la agonía.
No se para el torrente
al descender del monte a la pradera,
ni el ciervo que se siente
herido por el diente
del hambriento mastín, en la carrera;
gimen atormentadas
las olas de la mar y gime el viento
que allá, en las enlutadas
cumbres desmoronadas,
junto a la tempestad tiene un asiento;
y gimen noche y día
las linfas del humilde riachuelo
en la floresta umbría,
do la melancolía
sonríe en medio de su amargo duelo;
si tanto el pesar dura,
la dicha es cual meteoro deslumbrante
que por la noche oscura
con viva luz fulgura,
y vuelve a las tinieblas al instante.
Es el placer risueño
la ilusión del dolor, cuando delira
en los brazos del sueño,
y su dulce beleño
sólo es la realidad de una mentira.
A las vistosas flores
Dios no otorgó el dejar de marchitarse,
y el iris sus colores,
y el alba sus fulgores
ven brillar un momento, y disiparse.
Y la apacible aurora
por el ardiente sol es consumida,
y las nubes que dora
su luz encantadora,
disípanse en la atmósfera encendida.
La virgen inocente
que su divino rostro absorta mira
de la límpida fuente
en la faz transparente,
y saltando de gozo se retira,
pronto verá eclipsado
el suave resplandor de su hermosura,
y su cuerpo encorvado,
de males fatigado,
al borde de la fría sepultura.
Mas, al fin, un consuelo
es la ilusión radiante y fugitiva;
ella esparce en su vuelo
mil flores por el suelo,
y aún al dolor engaña y le cautiva.
Su néctar delicioso
en la mecida cuna al niño embriaga,
y al joven vigoroso
y al anciano achacoso
con risueñas visiones siempre halaga.
¿Y qué no es en la vida
fantástica ilusión, grata quimera?
Lo es la mujer querida,
la gloria apetecida
y la suerte feliz y lisonjera.
Ven, ilusión amada,
cubre mis ojos con tu hermoso velo;
ven, ven, idolatrada,
a esta alma acongojada
por el soplo infernal del desconsuelo.
¡Mas ay! mi ruego es vano;
la ilusión al dolor el campo cede,
y él con su férrea mano
me atormenta inhumano,
y a la crueldad en el sarcasmo excede.
Así las sonrosadas
plácidas nubes de una tarde hermosa
en tinieblas trocadas,
vuelan desparramadas
por la adusta tormenta estrepitosa.
Dolor, a ti me entrego;
tuyo es mi corazón y tuya mi alma;
no descenderé al ruego
pidiéndote sosiego,
sino del mártir la gloriosa palma.
También algunas flores
en tu convulso seno siempre anidan,
y sus suaves olores
y variados colores
a la sonrisa del placer convidan.
Tu expresión, bosquejada
en rostro varonil, más lo ennoblece;
la mujer angustiada,
llorosa, desolada,
con tus sombras, dolor, más se embellece.
Dolor, yo te bendigo;
no me arredran la angustia y la tortura
que siempre van contigo;
desde hoy te llamo amigo
y en tu cáliz de hiel libo dulzura.
Placer, no te deseo,
porque del vicio el campo fertilizas
con sin igual recreo,
y en tus dominios veo
sombras, espectros, destrucción, cenizas.