Restitución
Estas pobres canciones que te consagro,
en mi mente han nacido por un milagro.
Desnudas de las galas que presta el arte,
mi voluntad en ellas no tiene parte:
yo no sé resistirlas ni suscitarlas;
yo ni aun sé comprenderlas al formularlas;
y es en mí su lamento, sentido y grave,
natural como el trino que lanza el ave.
Santas inspiraciones que tú me envías,
puedo decir, esposa, que no son mías:
pensamiento y palabra de ti recibo:
tú en silencio las dietas; yo las escribo.
Desde que abandonaste nuestra morada,
de la mortal escoria purificada,
trasformado está el fondo del alma mía,
y voces oigo en ella que antes no oía.
Todo cuanto en la tierra y el mar y el viento,
tiene matiz, aroma, forma o acento,
de mi ánimo abatido turba la calma
y en canción se convierte dentro del alma.
Y es que, en estas tinieblas donde me pierdo,
todo está confundido con tu recuerdo:
¡sin él, todo es silencio, sombra y vacío
en la tierra y el viento y el mar bravío!
Revueltos peñascales, áspera breña
donde salta el torrente de peña en peña
corrientes bullidoras del claro río;
religiosos murmullos del bosque umbrío;
tórtola que en sus frondas unes tus quejas
al calmante zumbido de las abejas;
águila que te ciernes en corvo vuelo
por el azul espacio que cubre el cielo;
golondrina que emigras cuando el octubre
con sus pálidas hojas el suelo cubre,
y al amor de tu nido tornas ligera
cuando esparce sus flores la primavera;
aura mansa que llevas, en vuelo tardo,
efluvios de azucena, jazmín y nardo;
brisas que en el desierto sois mensajeras
de los tiernos amores de las palmeras:
(¡de las pobres palmeras que, separadas,
se miran silenciosas y enamoradas!)-
pardas nieblas del valle, nieves del monte,
cambiantes y vislumbres del horizonte;
tempestad que bramando con ronco acento
tus cabellos de lluvia tiendes al viento;
solitaria ensenada, restinga ignota
donde oculta su nido la gaviota;
olas embravecidas que pone a raya
con sus rubias arenas la corva playa;
grutas donde repiten con sordo acento
sus querellas y halagos la mar y el viento;
velas desconocidas que en lontananza
pasáis como los sueños de la esperanza;
nebuloso horizonte, tras cuyo velo
sus límites confunden la mar y el cielo;
rayo de sol poniente que te abres paso
por los rotos celajes del triste ocaso;
melancólico rayo de blanca luna
reflejado en la cresta de escueta duna;
negra noche que dejas de monte a monte
granizado de estrellas el horizonte;
lamento misterioso de la campana
que en la nocturna sombra suena lejana,
pidiendo por ciudades y por desiertos
la oración de los vivos para los muertos;
plegaria que te elevas entre las nubes
del incienso que en ondas al cielo sube
cuando al Señor elevan himnos fervientes
santos anacoretas y penitentes;
catedrales ruinosas, mudas y muertas,
cuyas góticas naves hallo desiertas,
cuyas leves agujas, al cielo alzadas,
parecen oraciones petrificadas;
torres donde por cima de la veleta
que a merced de los vientos se agita inquieta,
señalando regiones que nadie ha visto
tiende inmóvil sus brazos la cruz de Cristo:
luces, sombras, murmullos, flores, espumas,
trasparentes neblinas espesas brumas,
valles, montes, abismos, tormentas, mares,
auras, brisas, aromas, nidos y altares,
vosotros en el fondo del alma mía
despertáis siempre un eco de poesía,
y es que siempre a vosotros encuentro unido
el recuerdo doliente del bien perdido.
Sin él, ¿qué es la grandeza, qué es el tesoro
de la tierra y el viento y el mar sonoro!
Ya lo ves: las canciones que te consagro,
en mi mente han nacido por un milagro.
Nada en ellas es mío, todo es don tuyo:
por eso a ti, de hinojos, las restituyo.
¡Pobres hojas caídas de la arboleda,
sin su verdor el alma desnuda queda!
Pero no, que aún te deben mis desventuras
otras más delicadas, otras más puras:
canciones que, por miedo de profanarlas,
en el alma conservo sin pronunciarlas;
recuerdos de las horas que, embelesado,
en nuestro pobre albergue pasé a tu lado
cuando al alma y al cuerpo daban pujanza
juventud y cariño, fe y esperanza;
cuando, lejos del mundo parlero y vano,
íbamos por la vida mano con mano;
cuando, húmedos los ojos, juntas las palmas,
en una se fundían nuestras dos almas:
canciones silenciosas que el alma hieren;
canciones que en mí nacen y que en mí mueren;
¡hechizadas canciones, con cuyo encanto
a mis áridos ojos se agolpa el llanto!
Y aun a veces aplacan mis amarguras
otras más misteriosas, otras más puras:
canciones sin palabra, sin pensamiento,
vagas emanaciones del sentimiento;
silencioso gemido de amor y pena
que, en el fondo del pecho, callado suena;
aspiración confusa que, en vivo anhelo,
ya es canción, ya plegaria que sube al cielo;
inquietudes del alma, de amor herida;
vagos presentimientos de la otra vida;
éxtasis de la mente que a Dios se lanza;
luminosos destellos de la esperanza;
voces que me aseguran que podré verte
cuando al mundo mis ojos cierre la muerte:
¡canciones que, por santas, no tienen nombres
en la lengua grosera que hablan los hombres!
esas son las que endulzan mi amargo duelo;
esas son las que el alma llaman al cielo;
esas de mi esperanza fijan el polo,
¡y esas son las que guardo para mí solo!