Retratos de ilustres y memorables varones
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La Dirección general de Instrucción pública desea saber la opinión de esta Real Academia acerca de si debe subvencionar el Estado la obra en que el erudito sevillano D. José María Asensio ha reproducido por medio de la fotolitografía el Libro de Descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, por Francisco Pacheco, dando al público á costa de considerables dispendios y fatigas un perfecto facsímile de la preciosa colección de semblanzas de hombres dignos de fama que conoció Sevilla en el decurso del siglo XVI y buena parte del XVII, tales como salieron del lápiz y de la pluma de aquel sabio escritor-artista, y como apetecía tenerlas la república estudiosa de la España moderna. Y verdaderamente la tarea que esa Dirección encomienda á esta Academia no es de difícil desempeño, porque se reduce á examinar si las biografías, ó mejor dicho los elogios que escribió Francisco Pacheco para que acompañaran y sirvieran de ilustraciones á las efigies de los varones insignes en ciencia, letras y artes, que retrató del natural, ó tomó de retratos auténticos, prestan ó no utilidad á la historia. Ahora bien, es harto evidente que si los elogios son merecidos, aunque á la obra falte la crudeza realista de Suetonio y de Diógenes Laercio, aunque el escritor haya imitado la indulgencia de Cornelio Nepote y de Paulo Jovio, sus biografias siempre serán provechosas. Repugnaba la diatriba al carácter noble y seriamente cristiano de Pacheco, y no trajo á su galería sino personalidades respetables por sus talentos ó sus virtudes. Esto no quita interés á su libro, porque de todas maneras, dada la importancia del hombre, que es quien opera en la vida intelectual y moral del mundo, y por quien suceden las grandes cosas que marcan las épocas en las naciones, siempre las biografías de los varones insignes son como los cristales por donde se mira el gran cosmorama de las historias parciales, que componen la historia general.
Las biografías de Pacheco, aunque sean más bien elogios, tienen tanto carácter de ingenuidad y verdad como sus efigies. De los personajes que él conoció y trató, que son los más entre 63 de que su colección consta, nos dejó interesantes hechos. Respecto de los anteriores á su tiempo, compendió lo más importante que de ellos logró averiguar. Los sucesos de los hombres cuya vida no pudo estudiar por sí mismo, aunque fueran coetáneos suyos, los tomó de las fuentes más verídicas, de los que más íntimamente los trataron. Sirva de ejemplo de lo primero, su elogio del Maestro Fray Juan Bernal; de lo segundo, el que escribió de Fray Luís de Granada; del método último, su biografía de Fray Luís de León. De este refiere, que sobre ser la mayor capacidad de ingenio que se conoció en su tiempo para todas las ciencias y artes, «fué famoso matemático y aritmético, y geómetra, y gran astrólogo y judiciario (aunque lo usó con templanza), eminente en el uno y otro Derecho, médico superior, que entraba en el general con los de esta facultad y argüía en sus actos; gran poeta latino y castellano, como lo muestran sus versos; estudió sin maestro la pintura, y la ejercitó tan diestramente, que entre otras cosas hizo su mesmo retrato.»
De Pablo de Céspedes, á quien trató con intimidad, nos refiere noticias muy curiosas: él fué quien modeló la cabeza que todos conocemos del gran Séneca, que carecía de ella, sacando de los libros las señas de su fisonomía y facciones. Él hizo la cabeza del cardenal Rodrigo de Castro que se ve en su sepulcro, y que vació en bronce en Florencia el célebre Jean Boulogne. Fué grande arquitecto, como lo reconoció Antonio Mohedano, y fué de su invención la traza para el retablo de la catedral de Córdoba. Como poeta, además de las obras de que todos tienen noticia, dejó comenzado un poema heróico al Cerco de Zamora, del que escribió más de 100 octavas. Fué muy filósofo en sus costumbres, no estimando las honras vanas; tuvo mucha gracia en oponerse paradójicamente á las opiniones recibidas, de donde se originaron lances chistosos. Hacía tan poco caso de la hacienda, que perdía mucho de su renta por entretenerse en pintar, y apenas sabía contar un real. Ni supo jugar, ni jurar, ni tuvo otros vicios.
Traza el elogio del Dr. Luciano de Negrón, arcediano de Sevilla,
y los datos biográficos de este son de no poca curiosidad: hay entre ellos pormenores pintorescos, y aun dramáticos, del bárbaro suplicio que se impuso al fingido rey D. Sebastián de Portugal y á sus fautores, en la plaza de la Ribera de Sanlúcar de Barrameda, y del castigo que sufrieron los frailes portugueses complicados en la misma causa, los cuales, á fuer de sacerdotes, fueron sentenciados por el Dr. Negrón, nombrado juez por el Consejo Real, á ser degradados y ahorcados. «Los degradó D. Gómez Suárez de Figueroa, obispo de Cádiz, acompañado de otras dignidades de mitra y báculo. Hízose el acto en un eminente teatro delante de la puerta de la iglesia mayor que sale á la plaza de Palacio; y habiéndolos depuesto el Dr. Negrón, los entregó en hábito humilde al mismo alcalde Mondexano, que en el mes de Octubre siguiente los colgó en el propio lugar que al Calabrés (el que se decía D. Sebastián) para ejemplo y escarmiento universal.» Este arcediano justiciero, que á juzgar por el retrato de Pacheco tenía cara de hiena, acabado aquel acto, se volvió tranquilamente «á su casa y quietud, donde con admirable ejemplo de singular modestia y compostura gastó el resto de la vida en el ejercicio de todas las virtudes.»
Por no hacer demasiado prolijo este informe, no señalaré episodios muy interesantes y completamente desconocidos en las vidas de otros muchos de los hombres preclaros que figuran en el Libro de Francisco Pacheco.
Basta lo manifestado para comprender cuán alto y legitimo interés está llamada á despertar la lectura de esta obra.
Innecesario parece también esforzarse en demostrar que el Libro de Descripción de verdaderos retratos, etc., sometido al examen de esta Academia en lo concerniente á su parte histórica, entra de lleno en las condiciones de originalidad, relevante mérito y utilidad para las bibliotecas, que exige el art. 3.º del Real decreto de 12 de Marzo de 1875, para que su editor obtenga subvención del Estado. Todos los hombres doctos de España que tenían algún conocimiento de tan preciosa obra, cuando aún no había salido de la estantería del Sr. Asensio, ansiaban su publicación considerándola como una verdadera perla literaria y artística.
Al prudente arbitrio de V. I. deja la ley el otorgar á quien entrega á su costa al dominio público un libro tan precioso y útil, una subvención proporcionada al aprecio que de él hace todo el público ilustrado.
Tal es, en concepto del que suscribe, el informe á que se presta el Libro de los retratos, en respuesta á la consulta que nos hace la Dirección general de Instrucción pública.
La Academia, no obstante, resolverá lo más acertado.
Madrid 4 de Marzo de 1887.
PEDRO DE MADRAZO.