Revolucionarios siempre

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​Revolucionarios siempre​ de Rafael Delorme
Nota: «Revolucionarios siempre» (30 de julio de 1897) Germinal I (13): pp. 1-2.
REVOLUCIONARIOS SIEMPRE.
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     Una revolución es una fuerza contra

    la que ningún poder, sea divino sea
    humano, prevalece; una revolución se
    engrandece y fortifica en la misma re-
    sistencia que encuentra.
         Proudhon.
     Cuando las ideas han sido bautizadas
    con sangre, jamás mueren, porque las
    ideas son como las hierbas de los cam-
    pos, que es menester regarlas para que
    crezcan.
         Esquirós.
     Nunca se camina más en revolución
    que cuando se ignora donde se va.
         Robespierre.
     Para lo que no se hace el día de la
    revolución, necesitamos hacer otra re-
    volución.
         Orense.
     ¡Atreveos! Ese es el secreto de todas
    las revoluciones.

         Saint Just.

M

i amigo y compañero Ernesto Bark, en su artículo El problema social y la cuestión obrera, aunque se aparta de la discusión entre nosotros pendiente (á saber: la mayor ó menor realidad, el mayor ó menor éxito en la práctica de la doctrina del socialismo científico fundado por el gran Carlos Marx), echando el asunto por otro camino y hablando de los torrentes de sangre de la Commune de París, de los supuestos plagios del inmortal pensador alemán y de otras cosas que no vienen á cuento, se ocupa, sin embargo, en la posibilidad de una «compenetración ó síntesis de las corrientes marxista, anarquista y positivista, sobre la base de un programa de acción que todos pudieran aceptar».

 Y esto ya es algo: esto significa que Bark ha meditado acerca del verdadero alcance del socialismo científico de Marx y de su espíritu eminentemente posibilista, grandemente aceptable en todo tiempo y momento, como que es por completo evolutiva esta doctrina y aspira siempre á ingerirse en la realidad, con la única condición de que esta realidad sea ampliamente democrática, aunque dentro de la burguesía.
 Pero ya que en la doctrina tengamos grandes puntos de contacto, los que siguen la escuela positivista y cuantos entendemos que hay que mantener enhiesta la bandera íntegra del colectivismo ó socialismo municipalista, si bien dispuestos en todo momento á arrancarle girones para ingerirlos íntegros, ó al menos su espíritu en la presente realidad; en el procedimiento no podemos en manera alguna estar de acuerdo.
 Yo creo, y conmigo la inmensa mayoría de los prohombres del socialismo científico internacional, que la protesta socialista, llámese positivista, colectivista ó como se llame, tiene por fuerza que revestir marcado carácter revolucionario en todos los órdenes.
 Ya lo entendía así el gran Marx, que en todos sus escritos aconsejaba la protesta revolucionaria, y como medio de agitación constante la huelga, si bien nosotros en España estamos privados de dicho medio de agitación, porque huelgas sin cajas de resistencia, lo he dicho mil veces, daría para el proletariado un resultado contraproducente. Y estamos privados, aquí en la tierra española, de poder recurrir á la huelga, por imprevisión de los hombres del partido obrero socialista, que en vez de pasarse años y años observando la suicida conducta de combatir á los partidos republicanos, ayudando inconscientemente á los monárquicos, en lugar de unirse á ellos para tirar la monarquía é implantar un estado de cosas ampliamente democrático donde la evolución socialista pudiera comenzarse, como en Francia acontece, deberían haber organizado por oficios cajas de resistencia, y lo que es más importante, haber conseguido el auxilio eficaz y directo del extranjero; y entonces, en casos como el presente, en que los desatentados Gobiernos de la Restauración, sugestionados por un capitalista ambicioso, sediento de mantener al obrero en mayor esclavitud económica de la que le tiene, usurpan su derecho á los socialistas de Bilbao, podríase en aquella cuenca minera, haber puesto en un aprieto al capital y aun al orden social presente haciendo una huelga formidable.
 Pero aunque no podamos recurrir á las huelgas como medio de agitación, la conducta de los socialistas, siempre que ocurran atentados á nuestros derechos ó á la base fundamental de nuestra doctrina ó que el capitalismo intente abusar brutalmente del proletario, debe ser enérgica hasta el último extremo, y si es preciso, recurrir á la fuerza.
 Así, pues, no me explico cómo un socialista sincero, como es Bark, cree inútil la Commune de París, el acontecimiento más glorioso de este siglo, en que un pueblo grande y dignísimo, cansado ya de ser esclavo, sacude las cadenas de su servidumbre haciendo bambolear el edificio del capitalismo, no sólo en Francia, si que también en el mundo entero.
 Revoluciones radicalisimas como las de la Commune del 71 necesitamos, aunque se bañen en sangre, que siempre se ha dicho que parto sin sangre muerte de la madre. Y á conseguir estas conmociones violentas encaminamos nuestros pasos con serenidad y sin vacilaciones de ningún género.
 Entonces (y esta es la razón de que mantengamos enhiesta la enseña del colectivismo con su programa íntegro, por muy radical que él sea, aunque en el ínterin procuremos adaptarlo á la realidad presente), entonces, repito, iríamos lejos, muy lejos, en materia de reformas; derrocaríamos, si fuese preciso, el régimen presente, implantando el colectivismo en toda su integridad, y hasta llevaríamos nuestros radicalismos á los ideales de la autonomía individual en todos los órdenes para pulsar la sociedad y ver hasta qué punto admitiría ésta las nuevas tendencias.
 Que el estado de civilización no consentía ni el colectivismo puro ni nada del ideal acrático, pues retrocederíamos al punto que los adelantos de la sociedad exigieran.
 Porque, ¿cómo de otra manera íbamos á averiguar el sentido progresivo de la sociedad para poderlo ingerir en la realidad y en las legislaciones?
 Sin embargo, veo con júbilo que Bark, á pesar de declararse una vez más enemigo del gran revolucionario Carlos Marx (1), viene á prestarnos su cooperación ayudándonos á hacer obra revolucionaria y obra revolucionaria meritísima.
 Y no otra cosa sino hacer obra revolucionaria, y no pequeña, es lo que propone mi amigo Bark, al significar sus simpatías hacia esa «compenetración ó síntesis de las corrientes marxistas, anarquistas y positivistas, sobre la base de un programa de acción que todos pudieran aceptar», puesto que llevando esta feliz idea á la práctica llegaríamos á formar una amplísima agrupación de todos cuantos queremos, más ó menos radicalmente la abolición de la propiedad individual actual.
 Si esta agrupación se formase ¡cuánto y cuánto no adelantarían los ideales del derecho al trabajo y de la instauración de la propiedad colectiva!
 Amontonaríamos entonces materiales revolucionarios para que en el gran día de las reivindicaciones sociales fuésemos todo lo lejos que la civilización consintiese, sin arredrarnos para nada, ir más allá de lo exigido por el medio ambiente.
 Porque no hay que olvidar, que los principios que se proclaman en una revolución, por muy utópicos que ellos sean, siempre arraigan en la opinión y toman carácter práctico en ella.
 ¿Qué importa que después venga la reacción? Más tarde ó más temprano vienen á ingerirse en la realidad, como en la realidad se ingirieron los ideales de todas las revoluciones, los de la inglesa, de la francesa y de la misma Commune de París, que en las épocas en que se proclamaron eran enteramente utópicos.
 Y después de todo, y para resumir, nosotros, que al fin no somos más que obreros, es decir esclavos del capital y del vigente régimen, somos revolucionarios porque entendemos que más vale morir matando á tiros, que sucumbir por la inanición y por el hambre.
 Y á matarnos de hambre, es á lo que aspira el presente régimen burgués.

      Rafael Delorme