Romance (Querol)
Apariencia
La aldea en que vivo cierran dos montañas elevadas, y de mis ventanas miro las dos cumbres solitarias, negras sobre el fondo de oro del sol, que muere a su espalda. Torres de un noble castillo coronan a la más alta, y en la cima de la opuesta una pobre ermita se alza. Todos en el pueblo ignoran quien, en edades lejanas, construyó las negras torres ni la pobre ermita blanca; mas cuentan que en viejos días, cuando en las regias estancias del castillo, a media noche, los caballeros y damas entre los brindis reían o el necio juglar cantaba, allá, en la oscura capilla de la otra cumbre, las santas oraciones y los himnos de humildes monjes sonaban. La campana de las torres fue horrible grito de alarma, nuncio de las enemigas destructoras algaradas; la campana de la iglesia era la voz de las gratas fiestas que el pueblo sencillo a un Dios de paz consagraba. Ferradas puertas y fosos, ennegrecidas murallas, alzados puentes y alerta los centinelas, la entrada vedaron por los senderos que a la fortaleza alcanzan: junto a la vetusta ermita la hospedería sagrada dio al cansado peregrino lecho, y pan, y amor del alma. Desde el rastrillo hacia el valle bajaron los hombres de armas, talando el campo y pidiendo tributos dados con lágrimas. Con rotos sayales grises también los monjes bajaban mendigando el bien del rico para darlo en las cabañas. Se erguía frente al castillo la horca negra en ancha plaza, y en la plaza de la ermita la cruz con secas guirnaldas. Los que en los fosos cayeron en las siniestras batallas, yacen, sin tumbas benditas, bajo sus inmundas charcas; los que en la iglesia reposan, yacen bajo losas pardas sobre las que llora o reza el caminante que pasa. Hoy en las rajadas torres anidan sólo las águilas, y los altaneros muros sólos las yedras asaltan, mientras que van las palomas en rumorosas bandadas aún a posar en la torre de la pobre ermita blanca. Hoy huyen las campesinas la fortaleza arruinada, y al atrio de la capilla van el domingo a sus danzas. Cuentan del viejo castillo consejas que al vulgo espantan, y a par cuentan los milagros del santo de la montaña. Nobles, juglares, guerreros, pasaron como las fatuas sombras de un sueño, y el monje aún vive en su humilde casa. Polvo serán las almenas, polvo las marmóreas salas, polvo barrido del viento muros y torres cuadradas; y aún se alzará sobre el monte la ermita, cuya campana sonando trae a mi oído voces que al cielo me llaman. Cuando las dos cumbres miro desde mi estrecha ventana, fínjome que simbolizan una, la ambición bastarda, la vil codicia y la estéril gloria con sangre comprada; y otra, el santo amor celeste, la aspiración noble y casta, fecunda, inmutable, eterna, como el Dios de quien emana.