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Romance de Tarquino y Lucrecia

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Romance de Tarquino y Lucrecia
de Autor anónimo
 Aquel rey de los romanos 		
	que Tarquino se llamaba 		
	namoróse de Lucrecia, 		
	la noble y casta romana, 		
	y para dormir con ella 	 	
	una gran traición pensaba. 		
	Vase muy secretamente 		
	a donde Lucrecia estaba; 		
	cuando en su casa lo vido 		
	como a rey lo aposentaba. 	 	
	A hora de medianoche 		
	Tarquino se levantaba. 		
	Vase para su aposento, 		
	a donde Lucrecia estaba, 		
	a la cual halló durmiendo 	 	
	de tal traición descuidada. 		
	En llegando cerca de ella 		
	desenvainó su espada 		
	y a los pechos se la puso; 		
	de esta manera le habla: 	 	
	-Yo soy aquel rey Tarquino, 		
	rey de Roma la nombrada, 		
	el amor que yo te tengo 		
	las entrañas me traspasa; 		
	si cumples mi voluntad 	 	
	serás rica y estimada, 		
	si no, yo te mataré 		
	con el cruel espada. 		
	-Eso no haré yo, el rey, 		
	sí la vida me costara, 	 	
	que más la quiero perder 		
	que no vivir deshonrada. 		
	Como vido el rey Tarquino 		
	que la muerte no bastaba, 		
	acordó de otra traición, 	 	
	con ella la amenazaba: 		
	-Si no cumples mi deseo, 		
	como yo te lo rogaba, 		
	yo te mataré, Lucrecia, 		
	con un negro de tu casa, 		
	y desque muerto lo tenga 		
	echarlo he en la tu cama; 		
	yo diré por toda Roma 		
	que ambos juntos os tomara. 		
	Después que esto oyó Lucrecia 	 	
	que tan gran traición pensaba, 		
	cumplióle su voluntad 		
	por no ser tan deshonrada. 		
	Cuando Tarquino hubo hecho 		
	lo que tanto deseaba 		
	muy alegre y muy contento 		
	para Roma se tornaba. 		
	Lucrecia quedó muy triste 		
	en verse tan deshonrada; 		
	enviara muy aprisa 	 
	con un siervo de su casa 		
	a llamar a su marido 		
	porque allá en Roma se estaba. 		
	Cuando ante sí lo vido 		
	de esta manera le habla: 	 	
	-¡Oh!, mi amado Colatino, 		
	ya es perdida la mi fama, 		
	que pisadas de hombre ajeno 		
	han hollado la tu cama: 		
	el soberbio rey Tarquino 	 	
	vino anoche a tu posada, 		
	recibíle como a rey 		
	y dejóme violada. 		
	Yo me daré tal castigo 		
	como adúltera malvada 	 
	porque ninguna matrona 		
	por mi ejemplo sea mala. 		
	Estas palabras diciendo 		
	echa mano de una espada 		
	que muy secreta traía 	
	debajo de la su halda, 		
	y a los pechos se la pone 		
	que lástima era mirarla. 		
	Luego allí, en aquel momento, 		
	muerta cae la romana. 	 	
	Su marido, que la viera, 		
	amargamente lloraba; 		
	sacóle de aquella herida 		
	aquella sangrienta espada, 		
	y en su mano la tenía 	 	
	y a los sus dioses juraba 		
	de matar al rey Tarquino 		
	y quemarle la su casa. 		
	En un monumento negro 		
	el cuerpo a Roma llevaba 	 	
	y púsola descubierto 		
	en medio de una gran plaza, 		
	de los sus ojos llorando, 		
	de la su boca hablaba: 		
	-¡Oh, romanos!, ¡Oh, romanos! 	 	
	doleos de mi triste fama, 		
	que el soberbio rey Tarquino 		
	ha forzado esta romana 		
	y por esta gran deshonra 		
	ella misma se matara. 	 	
	Ayudadme a la vengar 		
	su muerte tan desastrada. 		
	Desque aquesto vido el pueblo 		
	todos en uno se armaban, 		
	y vanse para el palacio 		
	donde el rey Tarquino estaba 		
	danle mortales heridas 		
	y quemáronle su casa.