Romance de doña Isabel de Liar

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​Romance de doña Isabel de Liar​ de Anónimo
        Yo me estando en Giromena 		
	a mi placer y holgare, 		
	subiérame a un mirador 		
	por más descanso tomare; 		
	por los campos de Monvela 	 	
	caballeros vi asomare, 		
	ellos de guerra no vienen, 		
	ni menos vienen de paz, 		
	vienen en buenos caballos, 		
	lanzas y adargas traen. 	 
	Desque yo los vi, mezquina, 		
	parémelos a mirare, 		
	conociera al uno de ellos 		
	en el cuerpo y cabalgare: 		
	don Rodrigo de Chavella, 	 
	que llaman del Marechale, 		
	primo hermano de la reina, 		
	mi enemigo era mortale. 		
	Desque yo, triste, le viera, 		
	luego vi mala señale. 	
	Tomé mis hijos conmigo 		
	y subíme al homenaje; 		
	ya que yo iba a subir, 		
	ellos en mi casa estane; 		
	don Rodrigo es el primero, 	 
	y los otros tras él vane. 		
	-Sálveos Dios, doña Isabel, 		
	Caballeros, bien vengades. 		
	-¿Conocédesnos, señora, 		
	pues así vais a hablare? 	 
	-Ya os conozco, don Rodrigo, 		
	¡ya os conozco por mi male! 		
	¿A qué era vuestra venida? 		
	¿Quién os ha enviado acae? 		
	-Perdonédesme, señora, 	 35	
	por lo que os quiero hablare: 		
	sabed que la reina, mi prima, 		
	acá enviado me hae, 		
	porque ella es muy mal casada 		
	y esta culpa en vos estáe, 	 	
	porque el rey tiene en vos hijos 		
	y en ella nunca los hae, 		
	siendo, como sois, su amiga, 		
	y ella mujer naturale, 		
	manda que murais, señora, 	 	
	paciencia querais prestare. 		
	Respondió doña Isabel 		
	con muy gran honestidade: 		
	-Siempre fuisteis, don Rodrigo, 		
	en toda mi contrariedade; 	 
	si vos queredes, señor, 		
	bien sabedes la verdade: 		
	que el rey me pidió mi amor, 		
	y yo no se le quise dare, 		
	teniendo en más a mi honra, 	 
	que no sus reinos mandare. 		
	Cuando vio que no quería, 		
	mis padres fuera a mandare; 		
	ellos tampoco quisieron, 		
	por la su honra guardare. 	 
	Desque todo aquesto vido, 		
	por fuerza me fue a tomare, 		
	trújome a esta fortaleza, 		
	do estoy en este lugare, 		
	tres años he estado en ella 	 
	fuera de mi voluntade, 		
	y si el rey tiene en mí hijos, 		
	plugo a Dios y a su bondade, 		
	y si no los ha en la reina 		
	es así su voluntade 	 
	¿Por qué me habéis de dar muerte, 		
	pues que no merezco male? 		
	Una merced os pido, señores, 		
	no me la queráis negare: 		
	desterréisme de estos reinos, 	 
	que en ellos no estaré mase; 		
	irme ha yo para Castilla, 		
	o a Aragón más adelante 		
	y si aquesto no bastare, 		
	a Francia me iré a morare. 	 
	-Perdonédesnos, señora, 		
	que no se puede hacer mase; 		
	aquí está el duque de Bavia 		
	y el marqués de Villareale 		
	y aquí está el obispo de Oporto, 	 
	que os viene a confesare. 		
	Cabe vos está el verdugo 		
	que os había de degollare, 		
	y aun aqueste pajecico 		
	la cabeza ha de llevare. 	
	Respondió doña Isabel, 		
	con muy gran honestidade: 		
	-Bien parece que soy sola, 		
	no tengo quién me guardare, 		
	ni madre ni padre tengo, 	 
	pues no me dejan hablare; 		
	y el rey no está en esta tierra, 		
	que era ido allende el mare, 		
	mas desque él sea venido, 		
	la mi muerte vengaráe. 	 
	-Acabedes ya, señora, 		
	acabedes ya de hablare. 		
	Tomadla, señor obispo, 		
	y metedla a confesare. 		
	Mientras en la confesión, 	 
	todos tres hablando estane 		
	si era bien hecho o mal hecho 		
	esta dama degollare: 		
	los dos dicen que no muera, 		
	que en ella culpa no hae. 	 
	don Rodrigo que es muy cruel, 		
	dice que la ha de matare. 		
	Sale de la confesión 		
	con sus tres hijos delante: 		
	el uno dos años tiene, 	 
	el otro para ellos vae, 		
	y el otro que era de teta, 		
	dándole sale a mamare; 		
	toda cubierta de negro, 		
	lástima es de la mirare. 	 
	-Adiós, adiós, hijos míos, 		
	hoy os quedaréis sin madre; 		
	de alta sangre caballeros, 		
	por mis hijos queráis mirare, 		
	que al fin son hijos de rey, 	 
	aunque son de baja madre. 		
	Tiéndenla en un repostero 		
	para haberla degollare; 		
	así murió esta señora, 		
	sin merecer ningún male.