Romance del rey don Fernando el quarto
Apariencia
Válasme nuestra señora cual dizen de la Ribera donde el buen rey don Fernando tuvo la su cuarentena. Desde el miércoles corvillo hasta el jueves de la cena que el rey no hizo la barba ni peino la su cabeza. Una silla era su cama, un canto por cabecera, los quarenta pobres comen cada día a la su mesa; de lo que a los pobres sobra el rey haze la su cena, con vara de oro en su mano bien hace servir la mesa. Dícenle sus caballeros: -¿dónde irás tener la fiesta? -A Jaén, dice, señores, con mi señora la reina. Después que estuvo en Jaén y la fiesta hubo pasado, pártese para Alcaudete, ese castillo nombrado; el pie tiene en el estribo que aún no se había apeado, cuando le daban querella de dos hombres hijosdalgo, y la querella le daban dos hombres como villanos, abarcas traen calzadas y aguijadas en las manos: -Justicia, justicia, rey, pues que somos tus vasallos, de don Pedro Carvajal y de don Alonso su hermano, que nos corren nuestras tierras y nos robaban el campo, y nos fuerzan las mujeres a tuerto y desaguisado. Comíannos la cebada sin después querer pagallo hazen otras desverguenzas que verguenza era contallo. -Yo hare de ello justicia, tornáos a vuestro ganado. Manda pregonar el rey y por todo su reinado, de cualquier que los hallase le daría buen hallazgo. Hallólos el Almirante allá en Medina del Campo, comprando muy ricas armas, jaezes para caballos. -Presos, presos, caballeros, presos, presos, hijosdalgo. -No por vos, el Almirante si de otro no traéis mandado. -Estad presos, caballeros, que del rey traigo recaudo. -Plácenos, el Almirante, por complir el su mandado. Por las sus jornadas ciertas en Jaén habían entrado. -Manténgate Dios, el rey. -Mal vengades hijosdalgo. Mándales cortar los pies, mándales cortar las manos, y mándalos despeñar de aquella peña de Martos. Allí hablara el uno de ellos, el menor y más osado: -¿Por qué lo haces, el rey, por qué haces tal mandado? Querellámonos, el rey, para ante el soberano, que dentro de treinta días vais con nosotros a plazo y ponemos por testigos a san Pedro y a san Pablo; ponemos por escribano al apostol Santiago. El rey, no mirando en ello, hizo complir su mandado, por la falsa información que los villanos le han dado; y muertos los Carvajales, que lo habían emplazado, antes de los treinta días él se fallará muy malo, y desque fueron cumplidos, en el postrer día del plazo, fue muerto dentro en León do la sentencia hubo dado.