Romanones y Cambó

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Romanones y Cambó (28 abr 1917)
de Ramiro de Maeztu
Nota: Ramiro de Maeztu: «Romanones y Cambó» (28 de abril de 1917) La Correspondencia de España, año LXVIII, nº 21.625, pp. 1-2.
 ROMANONES Y CAMBÓ

(DE NUESTRO REDACTOR EN LONDRES)

    21 de abril de 1917

 La crisis política española no ha suscitado en Inglaterra ningún comentario, á pesar de que se trata de una crisis ocasionada por la guerra. Y ello es natural. En primer término, porque nunca se ha ejercido por parte de Inglaterra ninguna clase de presiones para que España abandone su neutralidad. En segundo término, porque es principio inglés el de respetar la voluntad de los demás pueblos.
 Cuando días pasados preguntaba el corresponsal á lord Bryce su opinión sobre la participación en la guerra de la América del Sur, lord Bryce me contestaba:
 —Este es asunto sobre el cual no podemos expresar opinión. Cada país ha de ser juez de sus deberes y de sus intereses.
 Ello no quiere decir que los ingleses no tengan opinión. La tienen, y muy firme; pero se la callan, porque creen cumplir con ello el deber de no ejercer presión sobre los demás. De otra parte, saben muy bien que no necesitan ejercerla. Ya se encargan de ello los submarinos alemanes. A las pocas horas de resolverse la crisis española se publicaba la noticia de haber sido torpedeado el vapor Tom, de la matrícula de Bilbao, y muertos varios de sus tripulantes. Si los españoles nos resignamos á que se nos estrangule, no podemos pedir á los ingleses que se indignen por nosotros.
 Pero los españoles residentes en Londres sí que expresan su opinión, y ella es enteramente favorable al punto de vista del señor conde de Romanones. Muchos, como deploran su caída se alegran de que, al cabo, uno de los jefes de los partidos gobernantes muestre suficiente valor para adoptar con firmeza una actitud y decirle al país lo que cree es la verdad, con la claridad necesaria para que el país la entienda.
 Que España no puede defender con eficacia las vidas y los intereses de los españoles en tanto que se aferre á una política de neutralidad á todos trance es cosa evidente desde el momento en que los alemanes declararon su primer bloqueo submarino en febrero de 1915. Desde entonces se debió haber proclamado esta verdad. Los perjuicios que sufren los neutrales se deben á su lentitud y torpeza en darse cuenta de las consecuencias de permitir á un pueblo el empleo de métodos prohibidos por las leyes internacionales. Alemania se habría detenido si desde aquel momento se hubiese pronunciado en contra suya el veto del mundo.
 El riesgo era ya presente hace veintisiete meses. Lo único que ha hecho la intervención de los Estados Unidos es convertirlo en inmediato. El Sr. Cambó ha observado que si suspenden, por ejemplo, la exportación de algodón á España, las industrias catalanas tendrán que paralizarse casi totalmente.
 Y que corremos gran riesgo de perder el ascendiente moral que tratábamos de conquistar entre los países americanos de nuestra sangre. era también cosa evidente desde el comienzo de la guerra, puesto que el sentimiento de América—sajona ó latina—era unánimemente favorable á los aliados—con la sola posible excepción de Méjico y el Ecuador—y sólo aguardaba, para manifestarse, á que surgiese una ocasión solemne, como la deparada por la entrada de los Estados Unidos en la guerra.
 El señor conde de Romanones ha cedido el Poder á la presión adversa de considerable parte de nuestra opinión pública. Ha hecho bien. No se debe gobernar contra la opinión ni es posible llevar á un pueblo á una decisión grave cuando la opinión se halla profusamente dividida.
 Pero ¿de quién es la culpa de que la opinión se halle tan dividida, sino de sus directores? ¿Estaríamos dónde estamos ahora si se hubiera dicho al pueblo en febrero de 1915 lo que ha habido que decirle en abril de 1917? ¿Es posible educar á la opinión pública con un régimen de silencion ó con discursos anfibológicos, que se prestan á toda clase de interpretaciones?
 El propio conde de Romanones no se había cuidado de ninguna otra cosa con tanto empeño, hasta hace pocas semanas, como de evitar en el Parlamento discusiones en que se marcase la orientación de los diversos partidos políticos en materias internacionales. ¿Puede asombrarse de que en la hora de la crisis el pueblo siga el ejemplo de sus hombres políticos, y en vez de afrontar el problema esconda la cabeza bajo el ala?
 Sólo que lo peor no es que el señor conde de Romanones haya tardado tanto tiempo en dar cara al asunto; lo peor es que á la hora actual siga habiendo hombres públicos que pretenden dirigir á la opinión pública con meras evasivas. Tengo gran estimación, por ejemplo, por los talentos del Sr. Cambó; pero no puedo perdonarle su último discurso de San Sebastián.
 El Sr. Cambó no está satisfecho con la actitud neutral del Estado español respecto del problema internacional, tampoco con la del pueblo español que, dividido en sus «filias» y «fobias», contempla el espectáculo como si pasara en otro planeta». La actitud de España es, según el Sr. Cambó, de «debilidad», «inconsciencia» é «insensibilidad». Pero ¿cuál es, entonces, la actitud del señor Cambó? ¿Está con los aliados ó con los Imperios centrales? Esto es lo único que en el caso actual importa y esto es también lo único que el Sr. Cambó no dice.
 Y no se nos conteste diciendo que el señor Cambó está con Cataluña y con España. Todos los españoles estamos con España. La cuestión no es esa, sino otra: ¿Con quién debiera estar España? ¿Puede estar sola? Y si no puede estar sola, ¿estará con los aliados ó con los Imperios centrales?
 A esta cuestión no se puede responde, como lo hace el Sr. Cambó, con una lamentación de que «no se guarda actitud de concentración»; porque no sabemos lo que entiende por concentración. ¿Significa que se ha de meditar antes de obrar? Pero ya ha habido tiempo bastante para pensar y decidirse. ¿Significa que debemos reconcentrarnos para lanzarnos después sobre Europa cuanto ésta sea un cementerio? Pero ello envuelve un concepto radicalmente falso del problema: Europa no será un cementerio al término de la guerra, sino que habrá en ellas más instrumentos de trabajo y más habilidad técnica que nunca.
 ¿Querrá decir la palabra concentración que nos preparemos para lo que se ha llamado «el día del idilio»? Pero ello es otro espejismo. Al término de esta guerra no puede haber idilios. ¿Significará la concentración de los alemanes residentes en España? Estoy seguro de que el Sr. Cambó no ha querido decir esto, porque no ha querido decir nada, sino salirse del paso con una de esas vagas palabras multisilábicas: concentración, solidariad, personalidad, que suenan bien y comprometen poco.
 La cuestión es esta: ¿Tuvieron razón los Gobiernos de Rusia y de Francia cuando se decidieron á defender, frente á un atropello, la independencia de Serbia? ¿La tuvo el de Inglaterra cuando se alzó en defensa de la neutralidad de Bélgica? ¿La ha tenido el de Wáshington al lanzarse a defender la ley internacional frente á los submarinos alemanes?
 Estas son las preguntas fundamentales. Todas las demás son derivadas y accesorias. Y á estas preguntas últimas no se las puede evadir con palabras abstractas . Al Sr. Cambó no le gustan las abstracciones. «Hombres abstractos no existen», ha dicho en su discurso; pero ha añadido inmediatamente, si no me engaña el largo extracto publicado en estas columnas: «Lo más sublime es un pueblo con nacionalidad propia.»
 Y no repara el Sr. Cambó que con estas ideas está cayendo también él en un nacionalismo abstracto, tan abstracto como todos los conceptos que venía combatiendo. Al señor Cambó se le puede contestar diciendo que tampoco existe un catalán puro, porque además será zapatero ó abogado; viudo, casado ó soltero; religioso ó irreligioso; autoritario, liberal ó funcionarista; partidario de los aliados ó de los Imperios centrales ó de los avestruces; individualista, socialista, intervencionista ó gremialista.
 El Sr. Cambó parece no ver en la guerra actual más que un parto de donde está surgiendo «la personalidad de las naciones», que es, á su juicio, «el principio de la libertad colectiva». No es esa mi opinión. Yo creo que lo que se debate más principalmente es el equilibrio de poder, como condición previa para que pueda intervenir en las disputas humanas el principio de justicia. Si una nación ó un grupo de naciones puede arrollar á las otras, no habrá justicia en este mundo, porque tarde ó temprano abusarán de su poder los poderosos. Si para constituir ese equilibrio de poder hay que restaurar naciones, se restaurarán; si hay que sacrificar otras, serán sacrificadas, porque el todo, el mundo, es más importante que la parte, una nacionalidad determinada, aunque no niegue con ello el principio de nacionalidad. Es uno de los principios que andan en juego; uno de ellos, pero no el único, ni aun el más importante, puesto que depende, para su máxima realización posible, de la existencia previa de un equilibrio de poder, que á su vez puede entrañar, para salvación de las demás naciones, el sacrificio de algunas.
 De todos modos puede reconocerse que si triunfan los aliados, el principio de nacionalidad se verá más respetado en el mundo, y sobre todo en Europa, que si triunfan los Imperios centrales; porque éstos, por ser Imperios, son esencialmente antinacionalistas. Pero no se lucha solamente por las nacionalidades. Se lucha también por la ley internacional, y ésa, por ser internacional, es supranacional.
 Y aun este problema de la ley internacional es susceptible de dos interpretaciones, porque también los Imperios centrales pueden proclamarse partidarios de la ley internacional, que es la ley que ellos quisieran imponer á las naciones que los están combatiendo. ¿Qué ley internacional quiere el Sr. Cambó? ¿La que quieren imponer los Imperios centrales á la Liga de Nacionalidades alzada contra ellos? ¿O la que impondrá la Liga de Nacionalidades á los Imperios centrales?
 Y ante todo, ¿qué es la ley? ¿Es un mandato de la autoridad, del soberano, del más fuerte? ¿O es una regulación nacida de la necesidad y voluntad de la convivencia social? Si el Sr. Cambó cree lo primero, su puesto está con los Imperios centrales; si lo segundo, con los aliados. Y basta de concentración. Al vado ó á la puente. Y conste que no le añado, como un paisano suyo, aquello otro de O témpora, o mores, por más que pienso que vendría muy al cas como intención, por muy disparatado que fuese como latín. Ha llegado la hora de hablar claro.
 Y no diga el Sr. Cambó á mis paisanos que «la modestia es pecado mortal en un pueblo» y que los vascos «debemos sentir el orgullo de raza». Esté persuadido de que ya lo sentimos, y mucho más que los catalanes, y sobre todo muchísimo más que de que debiéramos, porque el orgullo de raza es tan malo para las razas, como el orgullo individual para los individuos. Lo mismo da que yo me enorgullezca de mis narices, que de mis artículos, que de ser alavés. Si me enorgullezco incurro en pecado, y en pecado mortal, que no sólo me será castigado en la otra vida, sino también en ésta, porque los demás hombres no perdonan jamás al orgulloso. ¿No tiene ojos el Sr. Cambó para la caída de esa inmensa pirámide de orgullo que se llama Imperio alemán? Los alemanes solían ser modestos como personas, pero orgullosos como alemanes. Y eso es lo que les habrá perdido.

      RAMIRO DE MAEZTU