Ronda

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Ronda[editar]

El otoño, en la Pampa, es divino. El pintor encuentra cierta dificultad para traducir con el pincel lo que ven sus ojos. El cielo es demasiado azul, la tierra es demasiado verde, el sol demasiado dorado; el horizonte no se confunde con el cielo, sino que están netamente cortados uno de otro, aunque se toquen.

Para facilitar al artista la tarea elijámosle un paraje algo quebrado, como los hay; con unos médanos lejanos, tres o cuatro montes desparramados en la llanura, de estos montes que parecen indicar grandes estancias; que al caer el sol, parecen enormes, dan casi la idea de selvas impenetrables, y que, cuando uno cerca de ellos llega, se reducen, modestos, a diez sauces alrededor de un rancho, y a una cuadra cercada de álamos.

Pongámosle también un alambrado, con postes algo torcidos; una lagunita, redonda, clara, reluciente como un espejo... ¿Qué más?... Este cielo, señor, con todo, parece mancha.

Para pintar el cielo argentino, con verdad, y sin que se ría la gente, no basta el talento, se necesita genio.

Y para que a nuestro pintor no le salga mamarracho el cuadro, lo alcanzaremos cuarta, permitiéndole aprovechar esta columna liviana de humo, de una quemazón muy lejana que, ligeramente, encapota de gris un rincón del cielo.

Ahora que dejó este de ser demasiado azul, coloquemos en la llanura, para que deje de ser demasiado verde, una punta de vacas, coloradas y rosillas, como buenas mestizas que son, que pacen, desparramadas, o duermen echadas, o toman agua.

Un caballo ensillado, soñoliento, inmóvil, parece cuidarlas, solo; pero, no; pues del cabestro que cuelga lo sujeta un hombre, perezosamente echado de barriga, perdido entre el trébol florido.

No duerme. No puede dormir; está de ronda.

Lo ha conchabado por día un resero para que le tenga a pastoreo esta puntita que ya compró, hasta que traiga otra que salió a buscar. Si cumple bien, fácil es que lo lleve con la tropa, y la perspectiva de este viaje, productivo a la vez que agradable, le tiene los ojos abiertos y la imaginación agitada.

De cuando en cuando, salta en el pingo, da una vuelta despacio, repuntando las vacas, y se vuelve a estirar en el suelo, de espaldas, esta vez, con el cigarro prendido.

¿En qué podrá pensar, solo, todo el día?-¿Pensará?-¿Os oirá?

Mouches qui murmurez d'ineffables paroles
A l'oreille du pâtre assoupi dans les fleurs...? [1]


¡Ay! las moscas son mosquitos y las espanta. Pero es joven, lleno de salud y de fuerza, y despierto, sueña en todo lo que puede tener atractivo para su alma simple de buen gauchito.

Sueña con cierta chinita, con la cual está medio apalabrado, desde la otra tarde, que entre dos retortijones a una camisa que estaba lavando en la batea, ella le dijo con una sonrisa: «Pregúntelo a mamita.»

No preguntó él nada a mamita; y queda pensando que muy bien podría la moza contestarle ella misma. Y piensa también que si va con la tropa, ganará bastantes pesos para traerle de regalo un lindo pañuelo de seda, lo que, muchas veces ablanda los corazones y vence las resistencias.

Pero también se acuerda que si se va con la tropa, deja el campo libre a don Antonio Moreta, que anda dándole vueltas a la chica. Y este pensamiento amargo le hace fruncir las cejas, y bajo su tez morena, asoma la sangre roja.

-«¡Bah! dice, casi en voz alta; ¿qué va a hacer ese chueco?»

Con todo, queda con la pesadilla.

Pero, pronto, le pasa por la cabeza el recuerdo del parejero alazán que dejó en el rancho, al cuidado de su hermano menor.

Y una inquietud arrea la otra.

-«¡Quién sabe si el muchacho no va a querer compadrear con él y me lo manca?»

Y del parejero, fácilmente pasa a pensar en un gaucho medio loco, Silverio Montana, que lo quiere correr seis cuadras y a quien se la va a ganar robada. Se ríe, solo; y brillan sus ojos al acordarse de un tirador todo lleno de adornos de plata, que justamente Silverio empeñó en la pulpería y dejó fundir, que el pulpero le ofreció, mitad al contado y mitad fiado, y que es muy capaz de comprar con la misma platita que le va a ganar en las carreras.

Y, alegre con la idea, salta a caballo, da su repunte, y vuelve a sentarse en el suelo, y deja seguir bailando en su cabeza el amor, la pasión a las carreras, la coquetería, los celos, el deseo de viajar, el temor de irse. Pasan despacio las horas... Y, durante todo el día, ha gozado el intenso goce de vivir, bañado en luz caliente, en aire puro, hombre feliz en alegre paisaje.



  1. Moscas que susurráis palabras inefables al oído del pastor amodorrado entre las flores. (Víctor Hugo).