Rufina 2

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​El Museo Universal​ (1869)
Rufina 2
 de José M. Gutiérrez de Alba
RUFINA Ó UNA TERRIBLE HISTORIA.

(Continuación.)

Ya estaba yo casi decidido á manifestar á mis alegres camaradas mi determinación de no apartarme del hogar. Ellos sin duda lo comprendieron así, y en el semblante de todos empezó á pintarse una especie de desconsuelo, que me conmovió profundamente; tanto, que á pesar de las observaciones de mi madre y de mis instintivas comparaciones, por no pecar con ellos de ingratitud, hice ensillar mi caballo y preparar algunas municiones de boca, y á las nueve en punto, cubiertos de espesas mantas y calado hasta los ojos el sombrero, salimos al campo, sin temor á la lluvia que caia á torrentes, y nos dirigimos á unos naranjales, que están como á una legua de la población, llamados las Huertas de Cebollilla.

II.

LA CERCA DEL DIABLO y EL POZO DEL CONDENADO.

Cuando salimos del pueblo, la oscuridad era tan intensa, que no se veia á dos palmos de distancia; pero mis amigos, prácticos en el terreno, se colocaron delante de mi caballo, y marchaban con una seguridad como si estuviéramos en mitad del dia.

Para entretener el camino, me refirieron minuciosamente la manera de verificar la caza, que, por ser muy original, no quiero dejar de contarla á mis lectores.

El zorzal, que es ave harto conocida, y por tanto no me detengo en describir, pasa en el mediodía de España toda la estación de invierno , retirándose hacia las provincias del Norte, para anidar, desde que se anuncia la primavera.

Durante su permanencia en Andalucía, habita generalmente entre los zarzales y malezas de los bosques y en los olivares mas sombríos, donde el fruto de estos árboles Ies sirve de habitual sustento.

Si el tiempo está sereno y la atmósfera despejada, duerme en el primer árbol dónde le sorprende la noche; pero al primer amago de tempestad ó de lluvia, su instinto le lleva á buscar un resguardo contra la intemperie en los árboles mas cubiertos de hojas , y que por sus condiciones especiales pueden ofrecerle mejor amparo.

Esta es la razón sin duda por qué en las noches de temporal acuden á los naranjales desde largas distancias, porque este árbol, con sus muchas hojas tupido follaje, les ofrece las garantías que no pueden hallar en ningún otro.

Guiados también por su instinto de conservación, escogen siempre aquellas ramas menos espuestas á la lluvia y á los embates del viento, y entre estas, las mas bajas, que suelen ser las mas resguardadas.

El pajaro en cuestión, que tiene la desgracia de ser tan sabroso, y que durante el dia suele guardar muy bien su pellejo de las asechanzas continuas de sus aficionados, sólo se deja sorprender en las noches en que el mal tiempo le intimida y acobarda; y el hombre cruel sabe aprovecharse de la ayuda que le prestan los elementos.

La caza, por lo demás, es extraordinariamente sencilla, y no se necesitan para ella otros aparatos que una linterna de forma especial, y una especie de paleta ancha y larga como la mano, y con un mango, á manera de bastón, á que se halla adherida por uno de sus extremos.

Un solo individuo puede manejar fácilmente ambos instrumentos, por poca que sea su práctica; pero hay mas seguridad cuando la operación se hace á dúo, llevando el uno la linterna y el otro la pala.

La linterna que nosotros llevábamos, por su materia y por su forma , merece una especial descripción, que vamos á hacer.

El ingenioso artífice no había pedido sino al reino vegetal Tas primeras materias para construir su aparato; pero este llenaba tan perfectamente las condiciones de su objeto, que el mismo Robinson hubiera tenido envidia al examinarlo.

Hay en Andalucía una especie de calabazas de forma cilindrica, que suelen llegar hasta un metro y algo mas de longitud y la sesta ú octava parte de diámetro; el estremo adherido á la planta es casi siempre de figura irregular, y afecta hasta cierto punto la forma esferoidea; pero en su prolongación hacia el estremo opuesto, ó sea el de la flor, su estructura es perfectamente la de un cilindro que se redondea en su remate á manera de fanal.

La corteza de estas calabazas adquiere con la madurez la consistencia que tienen esas otras, llamadas de cuello ó de peregrino, y que en algunos países sustituyen en los usos domésticos de las casas pobres á las botellas y otros receptáculos; sobre todo, cuando están cortadas en sazón y bien curadas al humo. Una de aquellas había servido á mi amigo para formar su linterna, aprovechando la parte terminada en fanal; ajustando a su base un pedazo de corcho sostenido en su centro por una caña, cuyo tubo, penetrando en el interior, hacia el oficio de candelero, y en el exterior servia de mango para elevarla á la altura conveniente. La luz salia por una abertura rectangular practicada en la calabaza, cerca de su base, y la vela ardia dentro admirablemente, resguardada por todos lados del viento y de la lluvia, y proyectaba sin oscilar la luz en un reducido espacio, dejando todo lo demás envuelto en sombras.

Para cazar, el de la linterna va siempre delante, caminando con lentitud, para que no se perciba el ruido de sus pasos, dirije la luz hacia el sitio en que el zorzal se encuentra, y éste, deslumbrado con la claridad repentina, que hiere sus ojos, permanece inmóvil, hasta que el otro cazador, provisto de la paleta, le asesta un golpe mortal que le hace caer al suelo.

Descrita ya esta caza original con todos los pormenores, que mis buenos amigos encontraban deliciosos, continuaré la descripción de nuestro malhadado viaje.

La lluvia no había cesado de caer á torrentes, durante el camino; apenas podíamos movemos debajo de nuestras mantas empapadas por el agua; pero decían lodos que aquello era una diversión, y yo me divertía también, por no contradecirles.

Cuando íbamos llegando a la primera huerta, la lluvia cesó, y la noche empezó á serenarse. Yo les manifesté francamente mi alegría; pero ellos, por el contrario, se quejaban, diciendo que la falta del temporal podía hacer inútiles todos nuestros sacrificios.

Y asi sucedió en efecto: la luna apareció entre las ligeras nubes, últimos restos de aquella improvisada tempestad, y nuestros codiciados zorzales huían delante de nosotros mucho antes de que llegáramos á los árboles en que estaban posados.

Malograda asi nuestra espedicion, no nos quedaba mas recurso que volver al pueblo; pero yo temía la rechifla de los que me habían aconsejado quedarme en casa; por otra parte, casi todos íbamos provistos de escopetas; las municiones de boca eran abundantes para hacer á lo menos dos buenas comidas con sus correspondientes libaciones; el dia siguiente no era de trabajo, y propuse á mis camaradas pasar el resto de la noche en la primera choza que nos pudiera dar albergue, donde enjugaríamos nuestras mantas, reposaríamos hasta el amanecer, y luego encomendaríamos al plomo el éxito que habíamos esperado de la linterna.

Aceptada mi proposición por unanimidad, pregunté á uno de ellos, á quien suponía mas práctico, qué dirección debíamos tomar, para llegar mas pronto á un paraje que nos ofreciese lo que deseábamos.

—Cerca de aquí, me respondió este, hay una senda que conduce á un buen caserío; pero es necesario rodear mucho, para no pasar junto al pozo del condenado, que, sobre todo en noches como esta, despide fuego.

Al oír estas palabras, no pude contenerme, y solté una carcajada.

Todos entonces se apresuraron á certificarme que el hecho era seguro, y que ellos mismos habían visto mas de una vez el fuego de que nuestro joven compañero me hablaba.

Viendo yo la formalidad con que todos á porfía trataban de convencerme, formé empeño en que pasásemos por el sitio indicado; pero no hubo forma de persuadirlos.

Mi curiosidad se hallaba en estremo escitada; había oído referir vagamente en mi niñez que hacia aquel sitio había un parage llamado la cerca del diablo, y sobre esto les hice varias preguntas; pero ninguno de « Nos supo satisfacerlas. Entonces el mas joven de todos me dijo: que á poca distancia había una choza de pastores, en la cual habitaba un anciano que sabia muchas historias; que tendría mucho gusto en recibirnos y participar de nuestras provisiones, y que ese sin duda me podría dar noticias ciertas y minuciosas sobre lo que preguntaba.

—El tío Fierabrás, añadió uno de la comitiva, aludiendo al viejo pastor, sabe esa historia como el padre nuestro; mi padre se la ha oído contar muchas veces.

Yo que he gustado siempre de oír esas narraciones, á la vez elocuentes y sencillas, en las cuales hay un fondo admirable de sentimiento, comprendí que me aguardaba en aquella relación un buen desquite de la malhadada caza de zorzales; y, sin aguardar oí los pormenores, ni consultar la comodidad que la pobre choza podía ofrecernos, les rogué que me condujesen á ella.

Al cuarto de hora de atravesar por barrancos y matorrales, una masa negruzca é informe se présenta á nuestra vista; un perro furioso salió á recibirnos á alguna distancia, y luego se oyó la voz de un anciano, que, asomándose á la entrada de su albergue, nos preguntó:

—¿Quién va allá?

—No hay cuidado, tío Fierabrás, contestó uno de mis amigos, acariciando al perro y llamándole por su nombre.

—¡Ah! ¿Eres tú, Antonio? dijo el viejo, cuando conoció al que le hablaba.

—Si, señor, repuso el nombrado; yo, y esta gente, que venimos á pasar la noche en la choza, para salir á cazar cuando venga el dia.

—Adelante, hijos míos, adelante, dijo el pastor; y viniendo á tomar mi caballo, que condujo á otra chocilla inmediata, nos franqueó con la mayor cordialidad las puertas de aquella mansión, tan solitaria y humilde, como honrada, tranquila y dichosa.

III.

LA HUERFANA DE MADRE.

Cuando el tio Fierabrás volvió á la choza, ya estábamos todos sentados alrededor de la lumbre y habíamos echado en ella algunos manojos de carrascas, cuyos chasquidos se asemejan mucho á un fuego de guerrilla escuchado á lo lejos.

Aquella habitación, formada esclusivamente de pitacos, juncos y cañas, era bastante espaciosa, y estaba construida con toda la solidez posible, atendidos los materiales.

El menage del pobre pastor estaba reducido á un lecho de paja sobre una especie de catre formado de varetas de mimbre y levantado del suelo por cuatro estacas fijas que le servían de puntos de apoyo. Un gran zurrón de cuero, suspendido por una cuerda entre dos puntales, era el depósito de sus frugales provisiones; un cántaro y varios platos de barro tosco eran toda su vajilla, y para sentarse, no había mas que unas piedras elegidas entre aquellas que al azar presentaban dos superficies paralelas y algún tanto planas.

Para evitar que el fuego del hogar se propagase á las inflamables paredes del edificio, aquel se encendía siempre en medio de la choza, dentro de una escavacion circular algo profunda; el techo estaba garantido de las chispas ascendentes por una piel de buey estendida con cuerdas en el sitio que caía perpendicularmente sobre el circulo del hogar.

Me he detenido en estos pormenores, con el doble objeto de dar á conocer lo poco que necesita un hombre para ser dichoso, cuando no conoce ni ambiciona mas de lo que posee, y para dar á mis lectores un conocimiento exacto del lugar en que pasaba la escena.

Luego que nuestro huésped conoció el objeto de nuestra visita, y después de tomar asiento junto al rescoldo , me dirigió una escrutadora mirada, sin duda para penetrar con qué ánimo me disponía yo á escucharle. Después me dijo:

—En el semblante de usted conozco que no es usted uno de esos necios burlones que. porque viven en una gran ciudad y visten de otra manera, se mofan de las relaciones del infeliz campesino, y no encuentran en ellas nada que merezca escucharse.

—Asi es, le dije yo, tendiéndole la mano con afectuosa gratitud por el concepto que de mi había formado. Por inverosímil que sea la historia que usted va á referirnos, yo le escucharé con atención y silencio; lejos de burlarme de sus palabras, daré ó ellas lodo el valor que adquieren al ser proferidas pollos labios de un anciano.

El pastor se sonrió con placer, guardó silencio por algunos instantes, como si estuviese coordinando sus ideas, y por ultimo, adoptando una actitud grave y digna y dando á su voz una entonación solemne, comenzó á hablar en esta sustancia.

(Se continuará.)

José M. Gutiérrez de Alba.