Sátiras

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​Sátiras​ de Clemente Althaus


I - A SEMPRONIO

Con tus insulsas y continuas quejas,
oh llorón insufrible y sempiterno,
ya no más nos taladres las orejas:
Al páramo me fuera, o al Infierno,
aunque la pena más atroz y fiera
allí de Ceres me impusiese el yerno:
no hay donde por no oírte no me fuera,
y hasta en quedarme consintiera sordo,
para librarme así de tu, cansera.
Mas, al verte tan fresco y carigordo,
gozando siempre de salud más rara
que gozar puede un marinero a bordo;
¿Quién hay, dime, quién hay que sospechara
los ocultos dolores de tu pecho,
que nunca se te pintan en la cara?
Tú no eres desdichado: antes sospecho
que, como a todo necio, a ti la suerte
insensible y feliz también te ha hecho:
Tú tienes la manía de dolerte
de males que no sientes, de quimeras
en que tu tonta Musa se divierte.
Nunca tuviste penas verdaderas:
son de risa tu llanto y tus dolores,
que no eres digno de llorar de verás.
Mas aún te puedo consentir que llores,
dando de tu torpeza testimonio,
y fiero asesinato a tus lectores:
Pero, dime, ¿por qué, necio Sempronio,
juntas con tan ridícula manía
la de insultar a Dios como un demonio?
¿Con moda tan risible como impía,
a merecer aspira tu conato
de Byron del Perú la nombradía?
Calla, calla, ni juzgues, insensato,
que ser gran vate piensas, que consista
en estar blasfemando a cada rato:
bástete que eres pésimo coplista,
bástete que eres tonto en todo extremo,
mas tu torpeza criminal no insista
en ser a un tiempo tonto y ser blasfemo.



II - A SIMPLICIO

Ya te llegó, ridículo Simplicio,
la vez en que mi Musa furibunda
en ti ejecute su sangriento oficio,
y que una fiera soberana tunda
descargue al fin en tus enormes lomos,
y de vergüenza y rabia te confunda:
de tus pesados indigestos tomos,
que no hay cuenta y paciencia que los sumen,
víctimas tristes los peruanos somos.
No pasa un mes sin que tu fértil numen,
manchando de papel resma tras resma,
no para por lo menos un volumen:
y aunque son todos de la laya mesma,
de tus admiradores el rebaño
clama, abriendo una boca de una sesma:
«Rara facilidad! ¡ingenio extraño!
¡feliz fecundidad!» pero yo digo:
¡fatal fecundidad! ¡notorio daño!,
¡No envidiable favor del cielo amigo!
¡Vana, inútil, estéril abundancia,
de los lectores y el autor castigo!
Hija de la audacísima ignorancia,
¿Quién habrá que, si quiere y si desea
tu apariencia sin forma y sin sustancia,
No te logre al instante y te posea,
y escriba tomos ciento, que maldito,
el prójimo cuitado que los lea?
Pero más vale nunca haber escrito
que ser autor, si no son ellos buenos,
de un número de libros infinito.
Y pues tan malos son los tuyos, denos
pocos siquiera por piedad tu Musa:
serán mejores cuanto sean menos.
El tiempo que empleaste no es excusa;
el arte de los versos no es de risa:
y más tu misma, rapidez te acusa.
Son enemigas perfección y prisa:
sin tiempo y madurez no hay bueno nada:
el verdadero vate no improvisa.
Años costó la sin igual Iliada
de los vates al príncipe y maestro,
ni fue la clara Eneida improvisada.
No hasta la invención, no basta el estro,
si afán constante, en tan difícil arte,
y un estudio tenaz no te hacen diestro.
Mas, ¿para qué me canso en predicarte,
pues, aunque tú estudiaras, no podrías
corregirte jamás ni mejorarte?
Sí, vanas fueran todas tus porfías;
que adelantar no puede el que es tan bolo,
aunque estudie las noches y los días.
Con el divino ingenio, don de Apolo,
confundes lo que es hipo y es manía
y comezón de ser autor tan sólo.
Cual hoja que a los vientos se confía,
o como aquí y allí vuelan las aves,
sin seguir en su vuelo cierta vía;
así, Simplicio, ni tú mismo sabes,
al sentarte a escribir, sobre qué escribas,
por dónde empiece, ni por donde acabes.
¿Será posible acaso que concibas
que, condolida de tu ruego ardiente
y atenta y dóci1a tus ansias vives,
del encumbrado Pindo refulgente
bajo la Musa presurosa luego
a dictarte de versos un torrente,
¿como rápidos dicta un vate ciego
los versos que uno a uno antes compuso
de su callada estancia en el sosiego?
Pero de ver me pongo ya confuso
que en tal bicho mis iras satisfago,
y de seguir haciéndolo me excuso,
que está Sergio aguardando mi zurriago.



III - A SERGIO

Y tú que, por haber, sudando el quilo,
con el empeño más tenaz y fiero,
escrito en duro trabajoso estilo
allí uno que otro verso pasadero,
tienes tu miserable personilla
acaso por igual a la de Homero!
Pero ¡qué digo igual! no, tu pandilla
sin igual te reputa y sin segundo,
y al mismo Homero ante tu altar humilla.
Son los vates que más acata el mundo
poetastros ridículos, respecto
de vate tan sublime y tan profundo.
¿Quién en é1 pudo hallar nunca un defecto?
¿Quién tan bien los afectos interpreta?
Él sólo realiza lo perfecto.
Febo mismo es con é1 niño de teta,
y bien pudiera el coro de las nueve
tomar lecciones de tan gran poeta.
Pues, ¿cómo así mi Musa se le atreve?
¿Cómo tan temeraria así blasfema?
Si el respeto a callarse no la mueve,
el castigo del dios al menos tema.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)